SPINETTA






No sé exactamente en qué momento entraron en mi vida las canciones de Luis Alberto Spinetta. Los relatos de la memoria no suelen ser muy precisos en cuanto a burocracias temporales, aunque juren lo contrario. Recuerdo la sugerente tapa amarilla de Durazno sangrando, tapa doble, tamaño vinilo (parece absurdo tener que aclarar estas cosas). Recuerdo el impacto del fraseo para cantar, los temas largos que recorrían diversos paisajes sonoros, la poesía, las palabras desnudando su sonoridad. Sé que puede parecer una herejía, pero primero escuché Invisible, y después Almendra. Todavía, cuando escucho esos temas, siento el arrobo y la calidez de un hogar sin paredes ni lugar definido. Es como un beso con memoria, o una caricia sabia.
La primera vez que fui a un recital del Flaco fue en el año 78, en el recién inaugurado Estadio Obras. A pasos del centro de torturas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Con 16 años, ingenuamente críticos del sistema, pasábamos una y otra vez frente al lugar donde miles de personas fueron vejadas, asesinadas y desaparecidas. Creíamos nosotros que – si bien no íbamos a cambiar el mundo – mostrando nuestra disconformidad y nuestro rechazo éramos una suerte de testimonio en una sociedad vil. No pasó mucho tiempo para comprender que hay veces que para cambiar las cosas hay que dejar la vida, la piel y la sangre en oscuros sótanos ubicados a sólo algunos pasos de donde pasábamos cantando “Me gusta ese tajo, que ayer conocí!”
Ese recital, en Obras, con La Banda Spinetta fue la confirmación, o el rito de pasaje a través del cual ingresé – como miembro pleno y convencido - al mundo mágico, de palabras y de música, creado por el Flaco. Esa banda nunca editó un disco y sin embargo podría, aún, crear todo un relato sobre aquellos shows. Solía hacer el repertorio de “A 18 minutos del sol”, algunos instrumentales bien jazzeros, un tema de Guillermo Vilas y “Amor de primavera” de Tanguito. Fue no sólo ver en vivo, escuchar tocar, atender sus palabras y gestos en el escenario sino también aprender a ser parte del público de Spinetta. Público que asumía (y asume) que va a formar parte de un viaje – o de varios – guiados por un chamán que despliega ante el psicodélicos mundos de raros acordes y bellas y complejas figuras poéticas.
Adoración es la palabra. Todo lo que venía del Flaco hacía mas bonito el mundo. Aún hoy es así. Como suele suceder con toda experiencia mística. Transfiguración, alquimia, puerta abierta hacia otra mirada. La cancionística del Flaco era (y es) ese pase entre mundos, esa transmutación de sentidos que el ritual estético provocaba (y provoca). Si, el mundo es mas bonito cuando el arte ataca.

Café Azar
Posadas,
primeros días de Diciembre de 2009. -

3 comentarios:

Graciela dijo...

Buenísimas tus palabras Café!

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