Entre vos y yo

Entre vos y yo un final y comienzo de siglo,
un día que ya no recuerdo de noviembre creo
y un día del mes de marzo…

Entre vos y yo todos los días
del mes de mayo
y un día especial de principios de junio…

Entre vos y yo un mar y una playa
de un septiembre cumpleañero feliz
y un diciembrenero de flores blancas al mar…

Entre vos y yo la luna,
el balcón, el río, los libros
las charlas y el vino…

Entre vos y yo los opuestos
vos Sagan, yo Weiss
vos Discovery, yo Infinito…

Entre vos y yo las estaciones,
tres inviernos, casi tres primaveras,
dos veranos, dos otoños…

Entre vos y yo
tus cuarenta
y mis treinta y cinco

Entre vos y yo la vida,
entre vos y yo… Franco

…miradas que se cruzaron azarosamente
y después se encontraron

…charlas eternas
y finalmente besos

…deseos cumplidos
y deseos pedidos

…descubriendo las partes
y entregando todo

…sin dejar de ser vos
y sin dejar de ser yo

…conjugando el tiempo presente
y pretendiendo el tiempo futuro

…finalmente, entre vos y yo la vida,
entre vos y yo… Franco

DAMIÁN

Las fotos están deterioradas. Son fotos manchadas por la humedad y por el tiempo que estuvieron expuestas en la puerta de una vieja heladera que me acompañó en los últimos años. Así las ubiqué – esta vez - tratando de ordenar las caras y dar la sensación de una ubicación casual. Foto de fotos. Y ahí están: mis hijas: Maki y Naín, mi viejo: Hugo tocando el bombo, el Tata al fondo y en la cabecera de la mesa, Juanca y Francisco (también se la ve a Natalia con Sofía en brazos). Seguramente Ofe está detrás de la cámara sacando la foto. Y ahí también estamos Damián y yo, cada uno con su torta de cumpleaños. Una semana entre un cumple y el otro. La semana que separa a virgo de libra. Aunque ahora esa distancia es nimia, sin sentido (también era así en aquellos tiempos). Poco después de la ausencia, del vacío que quedó tras los días de vigilia, Mariana Di Pinto me pidió que escribiera algo para el diario El Territorio recordando a mi amigo, a mi hermano. Recuerdo dije que si, sin pensar, todavía adormecido por el dolor. Este es el texto que escribí aquella vez.
Podría volver a escribir, casi de la misma manera, gran parte de este texto. El relato de lo que viví al lado de Damián. De nuestros encuentros y desencuentros. De esa terrible y contundente complicidad. Sin embargo, no suscribiría ni el título, ni el final. Creo – ahora, después de mucho tiempo - que ya nos vimos, que ya compartimos confabulaciones, alegrías, discusiones y gestos. Creo que no hay otra vida que esta y eso quizás sea lo que provoca (citando a Caetano) el dolor y la delicia de ser lo que somos. Damián está presente en mis relatos, en la forma en que cada vez que lo vuelvo a convocar aparece espejándose en el retrato que hago de el. Y también, por supuesto, en la foto y en algunas de estas líneas que comparto una vez más.


Nos Vemos

La cosa es mas o menos así: nace con horas compartidas. Recuerdo las imágenes desde Canadá junto a Rubén y Hugo, y nosotros en el SiPTeD asombrados mirando los espejitos de colores. Fue en el 87. Después fue un encuentro casual –Damián había vuelto y yo era uno de los nuevos en Teleducación-; hablábamos de Blade Runner la película de Ridley Scott donde los artefactos eran más humanos que los propios hombres. “He visto tantas cosas que ahora se perderán como lágrimas en la lluvia,” decía Rugter Hauer, el androide cuya humanidad era eliminada por la cara de piedra de Decker (Harrison Ford). En un rinconcito del Centro Cívico habíamos escrito esta frase entre otras. También fue la música y una frase de Charly tatuada en esa pared: “Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada, imaginen a los dinosaurios en la cama.”
Hubo alguna que otra discusión como corresponde entre quienes se están conociendo. Horas de compartir espacios, oficinas, proyectos comunes, radio y televisión. Llego un momento en que las horas desaparecieron. El tiempo se deshizo en afecto y fue ahí cuando decidimos viajar a San Salvador de Bahía. Viaje de tres días en micros truchos y sospechosos. El Pelourinho, el fuerte con la banda Yla Yle, La cantina da Lua, las chicas inglesas ajenas y distantes, Arembepe.
La amistad que se hace cada vez más firme a pesar de que después de esas vacaciones el tiempo compartido ya no fue tanto. Uno sabe quienes son sus amigos cuando su presencia ya no es tan necesaria. Basta encontrarse después de un tiempo para continuar siendo cómplices en los gestos, las palabras y los silencios.
Por eso yo se que nos volveremos a encontrar, para hablar de cine, para admirar a Tim Roth, Julia Roberts, Ricardo Darín, Winona Ryder y Pierre Bossnan. Seguramente nos cargaremos con los resultados de los partidos y yo le recordaré el gol de Palermo en cancha de Boca. Después retomaremos las conversaciones zapping, los secretos, la familia, Franco (-Damián, dejá que ese chico conozca el piso), Liliana, Chocha, Cristina y Malila, Apóstoles, el Che, Cuba y Sabina. Como en el agente 86 nos pondremos bajo la campana de cristal en donde fraguaremos conspiraciones, chismes y reconocimientos. Jugaremos al fútbol un día miércoles, a la noche, en el Tokio con todos los compinches. No se cuando será, ni donde nos encontraremos, pero creo adivinar que –citando otra canción- será yendo detrás de un perfume de mujer.
Por todo eso, Damián, nos vemos.

Café Azar
Noviembre 2002/Septiembre 2010

La parada (Sobre la muestra "Por el momento" de Daniela Pasquet)

La cinta de empaquetar. Permítanme, empezar por ahí. Una cinta adhesiva lo suficientemente fuerte como para cerrar un paquete y – a su vez – lo considerablemente frágil, como para poder abrirlo. Las fotos están sostenidas en cinta de empaquetar. Muestra provisoria, de tránsito, como en las casillas donde se despliega el tiempo de la espera, el tiempo de no estar. Justamente, la muestra - dentro de la muestra Visualidades en tránsito compartida por Andrés Gehrman, Patricio Nadal, Marlene Ciszlach y María Blanca Iturralde- , tiene por título: Por el momento. Así está escrito, en el papel, con la letra de quien escribe algo, un mensaje, una nota, que no tiene mas intención que la de avisar algo, por ejemplo: “me fui” o, por que no, “ya vengo”. Mas abajo se aclara, con la misma letra, en el mismo papel: “Fotografía digital” y la autora: Daniela Pasquet.



Nada más lejano de la letra manuscrita, de la cinta de empaquetar, del soporte en papel de quien sabe cuantos miligramos, que la fotografía digital. Aunque, si quisiéramos atar sentidos, la efímera materialidad de los mensajes en papel, de los avisos, de ciertas breves y fulminantes declaraciones bien podrían homologarse en esas imágenes etéreas, virtuales, hechas de brillos y contrastes sin otro soporte que la luminosidad que cubre la pantalla de un monitor pasibles de desaparecer sin siquiera dejar cenizas. Pero las fotos (digitales), enmarcadas y sostenidas en cintas de empaquetar están impresas en papel.



Paisajes en blanco y negro, escala de grises para ser más precisos (si es que se puede ser preciso en esta arbitraria e insolente interpretación). Rutas misioneras y correntinas, el asfalto y el paisaje de árboles homologados en el gris y diferenciados en las múltiples y diversas combinaciones de claroscuros. Y allí, casi siempre en el centro, las paradas. Pequeños refugios de la espera que a veces ni siquiera protegen del sol o la lluvia. A veces como simple referencia para el que se va, o para el que llega. Y las fotos iluminan photoshopeadas en colores cálidos ese no-lugar, subrayando su presencia, su lugar de referencia, su punto de tránsito.



Las casillas están vacías, no hay nadie ahí. No hay mujeres con niños y bolsos esperando, no hay hombres con ropa de trabajo, no se ven guardapolvos, ni ropa de salida. Alguna bolsa que el viento dejó paradógicamente en alguna parada. En las fotos, o ya se fueron, o todavía no llegaron. Daniela Pasquet supo encontrar - supo capturar - el paisaje del momento que todavía no es. No hay ni restos, ni huellas, ni percepciones anticipatorias. Ni el ómnibus, ni quien se fue en el, o tal vez llegó, ni siquiera esa sutileza que suele ser el delay de las despedidas. Las casillas fueron rescatadas de su destino de ser olvido, de ser lugar de paso, para ser el centro de una muestra de fotos. Vale la pena detenerse y observar – reconocer o descubrir - la mirada de la autora sobre los lugares del no estar. La parada que, detenida en el tiempo, fue cazada con un disparo preciso y expuesta en el museo, sostenida con cinta de empaquetar.

Cafe Azar
Posadas, mediados de septiembre del 2010

Esas cenitas de tanto en tanto

Hace unos años decidieron que era el momento de proponerse realizar unas cenitas de tanto en tanto, por lo menos una vez al mes. Coincidían en que se debían ese tiempo solo para ellas -así como los hombres, a quienes juntarse parece que les resulta más fácil, porque son más decididos o porque tienen mejores excusas.
Las pretensiones pasaban exclusivamente, por poder hilar al menos 3 palabras corridas de una oración sin interferencias, sin gritos, sin corridas alrededor, sin pedidos interminables de auxilio, sin llevadas al baño. Tranquilas.

Ok, todas de acuerdo, y sellaron el acuerdo como un tratado.
Así, cada una organizó lo propio -hijos, marido, trabajo- y comenzaron a disfrutar de esas reuniones nocturnas. Amigas reunidas, diferentes estados civiles -casadas, separadas, solitarias- personalidades completamente distintas -la intelectual, la Susanita, la temerosa, la combativa. Amigas reunidas, para hablar de cosas que les son comunes, despojadas de responsabilidades -por un rato nomás- con los pies descalzos, broche en el pelo (un poco deslucidas tal vez) y copa de vino en mano. Aroma a comida, dulce bienvenida para entregarse al placer.

Con el tiempo se fueron sumando esporádicamente otras, pero fueron pasajeras. Las que sostuvieron el ritual, el espacio ganado, esa conquista, fueron pocas. Cada uno de esos encuentros las aproximó desde lugares distintos, sus vidas se habían desarrollado sin parecidos.

La pregunta es… de qué y de quién hablan las mujeres cuando se juntan?

La respuesta es… de muchas cosas, más de las que se imaginan, pero indefectiblemente pasando primero por los hombres, terminan hablando de ellas mismas.
Poco a poco fueron tejiéndose las tramas de sus secretos. Cómplices, aventuradas, osadas. Miradas que con solo mirar preguntan y responden. Lágrimas y risas. Amplias bocas emanando los sonidos contagiosos de las carcajadas ante lo que se recuerda.

Y aparecen entre los variados temas, los tan entrañables “ex”, esos de los que nadie zafa y categoría que nos es común a todos. Todos somos ex, todos tenemos ex. Pasan los años y ellos permanecen. Surgen entonces los pendientes. Esas historias que quedaron ahí suspendidas, y se vuelven a mirar con ganas. Si, si, con ganas de probar.

- A vos te parece?
–pregunta tímidamente una.
- Más vale, total… qué perdés?
–alientan las que están pensando en sus propios ex
-
No sé, pasó tanto tiempo…

Fue entonces que cada una exploró y buscó en su memoria ese pendiente (que ya no es necesariamente un ex) que titilaba, como la luz amarilla de los semáforos a medianoche.
Próximos encuentros. Repaso de temas: estados de ánimo, notas escolares, cuestiones del trabajo nuestro de cada día, suegras, madres, maridos, novios… pendientes.
Muchos archivos abiertos al mismo tiempo, simultaneidad de temas que sin tener relación directa se conectan entre sí, así somos las mujeres. Vamos cerrando de a uno y queda ese… abierto… a la espera.

La arenga se incrementa, y las copas de vino hacen notar sus efectos. Más relajadas, menos “sujetas” a lo que se debe hacer, se van soltando… flota la idea de lo que podría ser y finalmente lo que se desea hacer. Cuestionamientos propios y mandatos sociales van esfumándose como el humo del cigarrillo de la que fuma. En esas reuniones, no hay música, solo están sus voces, a veces susurros y los silencios, acomodándolas en la reflexión de lo que se escucha y se piensa.

Opiniones encontradas, cruces de palabras, fuertes discusiones y desacuerdos, así de apasionadas son cuando algo les importa, así, son amigas. Se encontraron en lo distinto de cada una y en el respeto de esas diferencias, justito antes de los 40, edad crucial que marca un parate en las mujeres. Algunas profesionales, madres casi todas, esposas aún -o ya no. Estados transitados y gozados. Espacios y deseos resignados (solo por un tiempo) elegidos por amor.

Crisis. Fracturas. Renacimiento. Necesidad imperiosa de volver a sentirse mujeres.
Así, cada una venció sus propios miedos y atravesó sus propios límites, tomaron decisiones y se lanzaron nuevamente a explorar. Y se encontraron en ellas mismas. Cambiadas, inimaginables en otro tiempo, con el deseo a flor de piel y la aventura por delante. Sí amigas, todo… pero todo… valió la pena de un momento.

Hoy, la agenda de ellas se reprograma. Una se envolvió nuevamente en pañales -un nuevo acto de amor, de “su” amor-, otra sigue indecisa, otra se siente libre, otra -experta exploradora- sigue buscando… pero todas sienten lo mismo, el deseo de la continuidad, y las une, más allá de sus afectos, la complicidad de sus secretos de ahora, como cuando eran adolescentes.

Pasados las cuarenta, las mujeres son más apetecibles dicen…
Tal vez porque, al menos éstas, ya aprendieron a disfrutar de esos espacios propios -sin demandas ni demandantes-, tal vez porque son más seguras -al haber aprendido de ellas mismas-, tal vez porque se soltaron y se animan a hacer lo que sienten -sin dejar de ser madres, esposas, amigas-, tal vez por sus amores y dolores… tal vez porque definitivamente le dieron lugar a sus placeres.

Es así, como esas cenitas de tanto en tanto… dieron y dan que hablar.
Amigas, viejas y nuevas, un placer tenerlas.

miradas


Que no se muere por amor
es una gran, bella, verdad
y eso mismo, dulcísimo amor mío,
es lo que, desde mañana,
me sucederá...
Yo viviré sin ti
aunque todavía no sé
cómo yo viviré...

Che non si muore per amore
e' una gran bella verita'
percio' dolcissimo mio amore
ecco quello, quello che, da domani
mi accadra'
Io vivro' senza te
anche se ancora non so
come io vivro'

Lucio Battisti


Primero Liviana Divaga trayendo a Mina desde sus legendarios ocultamientos... tan suelta y fresca para atropellarnos con la intensidad como si solo se tratara de una garganta y un talento para la interpretación... Digo, ¿qué palabra le hace justicia a semejante expresión?

Luego Café (tan hipertextual para decir que es tan hiperromántico...) hace un despliegue brillante para dejarnos, al final, delante de ella, que caminando se arregla el pelo...
Él mira, y se enamora...

Y es que es en la mirada, la propia -siempre la propia- donde está la belleza, y claro, el amor. Así pasan las modestas estrellas particulares a recordarnos lo que es un año luz, para el que jamás tendremos medida ni noción...

Así, juntando a Mina, y a ella cuya mirada enamora -y nosotros, que mirando le damos la razón- volví a pensar en Elena Roger, a quien vi varias veces sobre un escenario y sin vidrios de por medio.

Por supuesto, yo también me quedo sin palabras



Tarde, mucho más tarde, cuando oscurece un poco y es posible buscar algo de esa luz en nosotros, vuelvo a maravillarme con la distancia y la armonía que hay entre Mina y Elena Roger, lo de ellas, lo de Café, lo de Liviana, lo de todos, es simple, personal y extrema, interpretación.



Las mujeres que se arreglan el cabello mientras caminan, la mirada de Nana y nuestras modestas estrellas particulares (Berretín)

No es amor,
de ese amor tan carnal
ni es pecado mortal
es locura,
es sentir:
un capricho apasionado
o un castigo que me han dado
o es nomás,
un obstinado berretín.

BERRETÍN
(Juan Carlos Mesa/Armando Freyre)


Hace unos días, como suele hacerlo con la delicadeza y sensibilidad que la caracterizan, Irupé Tentorio, compartió en facebook un fragmento de la película Vivre sa vie (Vivir su vida) de Jean Luc Godard (1962). En los diez minutos que dura el extracto se puede ver un diálogo entre Nana (Anna Karina) y un filósofo (Brice Parain haciendo – tal vez – de si mismo). Allí se habla de la relación entre pensamiento y palabras. Como no podía ser de otra manera es casi un monólogo del filósofo sobre los mundos creados a través de las palabras con breves interrupciones mayéuticas por parte de Nana. Sin embargo, permítanme decir, creo que lo más significativo, lo que más provoca al espectador, lo que establece un punto de partida disruptivo no está dicho en palabras, no está explícitamente hablado, sino que se resume en una mirada. Mientras el filósofo despliega palabras sobre palabras (sobre el pensar y el decir), Nana mira a la cámara. Mira – fijamente – a quien está mirando la escena en la pantalla. Por un instante nos descubre mirándola, viéndola escuchar el habla que parece perderse en ese momento. No hay palabras ahí, no hay decir, sólo una mirada profunda que pareciera estar mas allá de lo que semántica y sintácticamente se escucha hablar. Y, debo decirlo, la mirada de Nana enamora. Y es entonces que el sentido se hace difuso y cada palabra se esfuma detrás de los ojos de Nana, y ya nada importa, si las palabras son pensamientos o estos palabras y si pensar, como Athos, sólo lleva a la muerte. Quizás sea la alegoría más precisa del deseo (ecos lejanos de significantes vacíos), aunque – como toda metáfora – no del todo exacta.

El 6 de diciembre de 1919, en el número 1105 de Caras y caretas, Horacio Quiroga publicaba –bajo el subtítulo de “Variedades” – una bella e inteligente reflexión sobre el encantamiento que generaban las estrellas de cine. Se preguntaba, el escritor que supo poner en evidencia la tontuela vanidad de los flamencos, la deriva sin fin de un cuerpo envenenado o la lógica pura, inocente y trágica de los degollamientos, que hacía que nuestro corazón quedara en vilo ante la aparición de las bellas actrices del cine. “¿Por qué, pues, la profunda ola de amor por las estrellas mudas en que se ahoga y continúa ahogándose el alma masculina de las salas de cine?”(Horacio Quiroga: Arte y lenguaje del cine; Losada, 199643/44). En la interpretación del escritor el secreto está en el tiempo: mientras que las mujeres que nos encandilan en lo cotidiano brillan fugazmente ante nuestra mirada (“porque la hermosa chica que toma el tranvía se lleva con ella el tiempo que hubiéramos necesitado para adorarla”); las estrellas de cine se nos presentan en la pantalla desplegando su seducción durante la duración del filme (“Ni un rincón de su alma nos queda oculto”). Ahora, plantea Quiroga, si la belleza fugaz que cruza ante nosotros en las calles por las cuales transitamos distraídos pudiera ser contemplada (“vidrio de por medio”) durante unos cuarenta y cinco minutos nos daríamos cuenta que ejercería sobre nosotros la misma arrobadora sensación que las más reconocidas estrellas del universo cinematográfico. Y así podríamos: “dejar dichosamente quemar nuestra alma, ala por ala, ante los celestes ojos de modestas estrellas particulares.”

Palabras escritas (las de este texto al menos) que refieren a miradas indecibles, a momentos de goce que atraviesan el lenguaje poniendo en evidencia sus límites. Cuando comencé a escribir sobre estas miradas, la de Nana en la película de Godard, la de Quiroga sobre las estrellas del cine mudo y las fugaces bellezas del encuentro cotididiano; pensé en donde mi corazón se estremecía perdiéndose por un instante del pensar ordenado o confuso del día a día. Cual era el momento en que se diluían las preocupaciones laborales, los rollos amorosos y afectivos, los campos minados del mundo en que vivo. Ese instante, esa mirada que capta y se pierde, ese goce de lo bello que – en un tiempo diferente – me deslumbra y enamora, es cuando veo una mujer que caminando se arregla el pelo. Y es ahí, como ahora, que me quedo sin palabras.

Café Azar
Posadas
Lluvioso septiembre de 2010.-