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Lo que mata… ¿es la humedad?

Ayer llegué a Provisorio cuando, con decepción, Café comentaba la última película de Tim Burton, Alcia en el País de las Maravillas.
Ahora miro el mapa de la izquierda de la pantalla y veo un montón de puntitos verdes que con un poco de Fé y asombro creemos representan los lugares donde alguien estuvo leyendo este blogspot.
Imagino que, salvo algún que otro misionero en la diáspora y otros compañeros de rutas, pocos de esos lectores sepan quien es mi amigo, aunque desde hace un tiempo tiene faceboock.
Yo tampoco lo sabía cuando llegue a fines del ‘86 a Posadas y él ya era una figura consagrada de la radiofonía.
De entonces recuerdo los programas radiales que Café Azar hacía con los finados Pupo Báez y el Japo Okada, algunas incursiones de Alejandro Labale en el campo de la crítica teatral, el nombre de Nancy Albohaires (silenciosa musicalizadora) y José Báez que en aquella época era casi tan juvenil como ahora.
Eran tiempos que precedieron el boom de las FM y aquellos programas, de algún modo, se ponían más a tono con estilos radiales más novedosos que los que imperaban en la radiofonía local.
Tal vez, su marca de distinción no era tanto los temas que abordaban sino sus enfoques, la lectura de los temas y la voluntad de argumentar, de dejar algún concepto.
Sin dudas, también se destacaban por las selecciones musicales, su pluralidad, su modo de presentarlas con conocimiento de causa. De algún modo fueron precursores de lo que luego se pensó como FM Universidad.
Por entonces oficiaba de “viuda” de Litto Nebbia luego supimos que contrajo nupcias con Calamaro en años más recientes. No obstante siempre les fue infiel a ambos y se mostró bien dispuesto a abrir sus oídos a cuanta propuesta musical golpeara a su puerta.
Recibió propuestas de todo tipo, de las más refinadas a las más indecentes.
A todas ofreció su cordialidad y comprensión. A ninguna negó su atención y hasta si parece disfrutar cuando escandaliza a sus amigos con sus declaraciones de amor por músicas que otros desprecian.
Lector perspicaz, conspicuo analista de la Cultura y de los Productos de las industrias artísticas, Café Azar, además de Antropólogo y empleado público, de buen tipo y amigo incondicional es un bicho de radio. Sobre todo eso.
Su capacidad de adaptación al medio (radial claro), como buen bicho que logró sobrevivir a sus cambios, se hace evidente en el manejo de los viejos recursos y novedades del arte de conducir, del arte de sostener la atención del oyente.
Entre estos recursos vale sin duda el de la información de la hora y los minutos, que Café se empeña en dar como un dato impreciso.
Quizás lo hace a sabiendas, de que es información provisoria, inmediatamente desmentida por los sucesos posteriores.
Y sin embargo esa sutileza juguetona, breve comedia de enredo con las agujas que tejen el tiempo, pareciera desplegarla como referencia a uno de los géneros radiales por antonomasia: La información de la hora con sus tops, sus campanadas, o la convincente certeza del locutor o el afán de rellenar el silencio del verborrágico conductor.
Recurso proveniente de las primeras épocas de la radio, el decir la hora frecuentemente se acompañó con el decir de otro tiempo: Quiero decir que más tarde incorporó la lectura de partes climáticos elaborados por los servicios metereológicos.
Estos tiempos no sólo son más inciertos que los referidos a la medición del devenir, sino que fundamentalmente dependen de los datos elaborados por otros.
No basta con mirar un instrumento como el reloj propio o el que esta colgado en el estudio.
En otros tiempos el acceso a la fuente dependía del teléfono y más que nada de la voluntad de atender el llamado por parte del vocero del servicio público.
Las más de las veces la información suministrada a los oyentes estaba desactualizada porque se contaba con los registros de llamadas anteriores (en el mejor de los casos de una o dos horas antes).
Y sin embargo, no por ser más imprecisa esta información es menos valorada.
En muchos casos depende de ella el modo de vestir e incluso la predisposición para afrontar la vida en los instantes por venir.
Porque, a diferencia de los anuncios horarios que refieren meramente a instantes sucedidos en el mismo momento en que son enunciados conforme al sistema sexagesimal, los anuncios de ese otro tiempo no sólo nos hablan de un estado actual (también transcurrido más, o menos, desde el momento en que se registro la marca) sino que agregan el arte de la prospectiva. Y Café es bien conciente de ello.
Por eso en los últimos tiempos le reserva singular atención y no escatima recursos informáticos para acceder a la información que brinda insistentemente al oyente cual viajante de ascensores poblados por desconocidos.
Muñido de su reciente netboock el tipo googlea el parte y lo da al aire en simultáneo con la ilusión de lo instántaneo. Con afán de presentismo. (tal vez esto le venga de su condición de empleado público)
Menciona con convicción invenciones recientes como el “pronóstico extendido” al cual le brinda particular entusiasmo sabiendo que las valoraciones al respecto son absolutamente subjetivas. (tal vez esto le venga de su condición de antropólogo)
Quizás por eso jamás le oí calificar de buen o mal tiempo (error en el cual sí incurren otros conductores e incluso los mismos climatólogos en sus dictámenes) porque depende de la relación que cada uno tenga con la lluvia o el sol, los tonos grises o azulados y las velocidades del viento, por ejemplo, la determinación como bondadosas o malvadas de las condiciones de presión, humedad y temperatura.
Alguna vez le hice notar que la extensión que él daba es la de una única dimensión: la de la flecha del tiempo.
¿Acaso porque su espíritu libertario lo lleva a aborrecer de las fronteras? Refiere a lo que ocurrirá en el porvenir pero obvia la extensión geográfica o la parcela para la cual eso datos pudieran tener verosimilitud.
Y esto, aunque parezca una pavada, es particularmente más importante cuanto mayor es el alcance de la emisora. De hecho hoy en día por Internet, un fulano cualquiera te puede estar escuchando en cualquier punto del planeta. Por caso en alguno de esos puntos verdes que indiqué antes.
Alguna vez entrevistando con Daniela a un viejo conductor nos confió que el viejo Madelaire vivía señalándoles que tenían que indicar el lugar al que refería el parte: “Llueve en la zona de radio Parque o en el centro de Posadas” porque unas manzanas más allá podía haber sol y tu credibilidad entonces qué.
Y no hay nada de más valor para un medio que su credibilidad (jijiji).
Ayer advertí que desde hace un tiempo Café incorporaba otro concepto: la presencia de Humo. Y esto me mueve a pensar en los señalamientos del viejo Madelaire porque entiendo que a este dato se le debería agregar cierta información: por ejemplo “en las proximidades del Negro Sevi o de Cristian Krieger”
Sospecho que la incorporación del dato de la visibilidad que la presencia del humo o de las neblinas limita es particularmente destinada a chóferes.
Pero ayer, en la radio nos preguntábamos acerca de ¿por qué no se informa a los otros sentidos?
Si la sensación térmica es más bien táctil y la visibilidad es claramente visual ¿por qué no incorporar las aromas, hablar de sensación aromática? o ¿el grado de dulzura del ambiente?
Tal vez predisponga distinto al oyente saber que nos estamos cagando de calor pero que el aroma de azahar le da un agradable sabor a este húmedo ambiente.
No dudo que tarde o temprano, por su condición de amigo incondicional, Café va a incorporar estos datos sensacionales...
Y hasta es probable que tenga a bien compensar, aún a costa de su propia credibilidad, los valores que arrojen las mediciones de calor y humedad para contrarestar el agobio. Y eso es porque es un buen tipo.

Hernán Cazzaniga

OKADA (el Japo)

Vaya uno a saber por que. Tal vez la imagen de Marx, o quizás las citas a las tesis sobre Feuerbach del post de Hernán Cazzaniga (http://provisorio987.blogspot.com/2009/12/miserabilidades-filosoficas.html) fueron las que movilizaron - quien sabe por que mecanismos - los recuerdos del Japo Okada y las ganas de escribir este texto (post?) en su memoria. Carlos Okada era sociólogo, docente, maestro - en el fino sentido de quien es sabio mas que académico-. Palabras, charlas y libros. Palabras sobre libros y libros sobre palabras. Curioso, incisivo y provocador, el Japo significó, al menos para mi, una nueva y rica forma de ver las ciencias sociales y la vida. Se sabe que la generosidad no es moneda común en los territorios universitarios, que hay libros que se esconden, que hay palabras que no se dan, que hay recursos que discrecionalmente se reparten. El Japo regalaba libros, te comentaba lo que estaba leyendo y te provocaba para que dijeras lo que no querías decir. Sus clases, en la carrera de Antropología, en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones eran una mezcla de teoría, conceptos y vida privada. En los días de calor (como estos de ahora y que son casi inseparables del lugar) el Japo hablaba sobre Max Weber y su vida austera, sobre Marx y su yerno, sobre Adorno y su temor paranoico al estudiantado rebelde. Para el Japo no había cánones, ni canonizados. Seguramente diría - como Charly García - eso: “es parte de la religión”.

Escribía, dando inicio este post, sobre los (im)probables motivos que me llevaron a pensar –y escribir - sobre el Japo Okada. Voy a esbozar una posible, aunque arbitraria, ruta de acceso. Las tesis sobre Feuerbach están en el libro firmado por Carlos Marx y Federico Engels (tal cual aparecen los nombres en el ejemplar de las Ediciones de Pueblos Unidos, 1985): La Ideología Alemana. Libraco intragable sobre filósofos – obviamente alemanes - y del cual sacábamos una serie de citas todoterreno sobre materialismo que aparecían en las mencionadas tesis (de las mas de seiscientas páginas leíamos las cuatro sobre Feuerbach, aunque, claro, citábamos todo el libro). Eso de que el mundo hay que transformarlo, dicho con cierto gesto adusto, a los ojos de la chica que uno le interesaba solía tener un efecto casi mágico (la remera, el morral, el pelo largo y cierto descaro juvenil, hacían lo suyo). Sin embargo, y me parece oír la voz del Japo llamándonos la atención sobre la nota a la edición alemana, en la carta de Marx al editor, donde el barbudo decía (y el se divertía cuando nos lo señalaba) que “Confiamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones…” porque en realidad el objetivo era ponerse de acuerdo con Federico. A partir de ahí se desataba un debate sobre que pasaba con los textos cuyos padres los habían abandonado, textos huérfanos, homeless de la literatura científico – social.

Al Japo le gustaba poner en cuestión nuestras jóvenes, soberbias e ingenuas certezas. Nuestro básico materialismo de manual (Marta Harnecker, librito del que no se por que recuerdo el recuadro celeste que estaba bajo la ilustración de la fábrica en la edición de siglo XXI) se veía destrozado por el sentido común parsoniano con el que el Japo nos ponía irónicamente a prueba. Obviamente, si alguno saltaba defendiendo el funcionalismo de Parsons, el Japo lo enfrentaba con severas, sólidas y perpicaces reflexiones de materialismo dialéctico (o histórico, según el caso). En un bar del centro de Posadas solía discutír con Alejandro Gonzalez Labale (del cual nunca supimos si era consciente del carácter de representación de la situación) sobre diversos temas de actualidad, levantando la voz, en una suerte de perfomace o intervención callejera, que pasaba a llamar la atención de los clientes de otras mesas o de la gente que pasaba por ahí. Deconstruyendo lo que se naturalizaba en el discurso, en el sentido común, en el sentido –aún más - común del mundo de las ciencias sociales. Con el Japo supe de Gramsci, de Foucault, y de la escuela de Frankfurt, pero supe también que había que salir de los claustros (nada mas cerrado que…) universitarios y pelearla con médicos, psiquiatras, instituciones, radios y televisión. Había un mentalista, un adivinador, que por esas cuestiones que parecen suceder sólo en Posadas tenía un programa en la tele local (aunque después tuvo su espacio en un canal de la televisión nacional), y el Japo por supuesto, iba al programa, a decir lo suyo. Recuerdo que el personaje lo miraba como para cortar la charla, el Japo bajaba la vista y seguía hablando, del tema que fuera. Ya se, meterse en el barro no es cosa de académicos, pero si de sabios.

Cuenta la historia – que cuento porque ahí estaba yo- que era docente en algún momento de dos materias de la carrera: “Teoría Social 2” y “Antropología Social Argentina”. La primera trataba sobre el pensamiento social posterior a Marx, Weber y Durkheim. La segunda no estaba tan claro, pero suponíamos que se trataba de rastrear el pensamiento de las ciencias sociales en la Argentina. El Japo comienza su clase de Antropología Social Argentina y empieza a hablar, así, sin libro, ni apunte en el cual recostarse, como siempre hacía. Que Althuser, que esto y lo otro, no se, que los aparatos ideológicos de estado, Heléne estrangulada y las once tesis sobre Feuerbach colgadas frente al escritorio de Louis, cuando alguien, lo interrumpe y le dice: “Profesor, esto no es Teoría Social 2, es Antropología Social Argentina”. “Ah! Bueno – dijo el Japo, y siguió, como si nada, hablando de Lugones, Leopoldo - padre del torturador- que vino a Misiones, y así.

Después dejé de frecuentar las aulas, los pasillos y el murito que estaba frente a la Facultad de Humanidades (que fue inexplicablemente – o no, diría el Japo – destruido). La última imagen que tengo de el, fue en el Parque Paraguayo, en las hamacas donde el había llevado a su hija y yo la mía. No nos vimos en una clase, en una conferencia o en un congreso del mundo académico. No hubo libros que el comentara o regalara. Hablamos de bueyes perdidos, de cómo estábamos, de cómo se sentía (había pasado ya por algunos sustos), mientras mirábamos de reojo a nuestras hijas que jugaban en diferentes lugares del parque. La paternidad nos había puesto en otro lugar y ahí, otros placeres, además de la lectura, nos encandilaban.

A pesar del tiempo, de las absurdas y tajantes decisiones sobre mi vida en la academia, el Japo supo ponerse por encima de aulas, libros y clases. Mucho después valoré su forma de enseñanza que se escabullía de disciplinas y pps. Me enseñó a pensar, a cuestionar lo que pensaba, a no creer ni siquiera en mi, a saber que siempre hay otra explicación posible y que por ahí, al mundo hay que transformarlo, pero antes - sería bueno - tratar de interpretarlo.

Cafe Azar
Posadas, últimos días de diciembre de 2009. -