EPITAFIOS
Un escritor que es al mismo tiempo cuatro o cinco, piensa con insistencia en la muerte.
Escribe:
"Toquen en un campamento mi marcha fúnebre Quiero concluir sin consecuencias... Quiero ir a la muerte como a una fiesta en el crepúsculo."
...y decide, siendo como es, cuatro o cinco, morirse de variado modo. Nunca deja de pensar en la muerte, la suya y la de las cosas.
cuenta Gaspar Simoes:
"Bebía, bebía, bebía para asfixiarse. Cuando regresaba a casa, de noche, con la cartera debajo del brazo, entraba en la lechería de la esquina de su calle, en el "Trinidade", y su amigo Trinidade, membrudo y buen muchacho, que le servía fiado (cuando recibió el premio literario, parte de éste fue para Trinidade y cuando murió le debía aún seiscientos mil reis) y en las puntas de los pies, con un aspecto cada vez mayor de mendigo, ajustandose los pantalones hacia arriba, con la garganta inflamada, enigmáticamente decía: —2, 8 y 6. Trinidade se retiraba. En breve ponía encima del mármol del mostrador una caja de cerillos, un paquete de cigarros y una copa de Macieira. En ese tiempo una caja de cerillos costaba 20 centavos, la copa 80, un paquete de cigarros 60, o sean 2, 8 y 6 tostones. El poeta recogía los cerillos, rasgaba el paquete de cigarros, y bebía de un trago la copa de Macieira. Después abría su cartera, sacaba de ella una botellita negra y la ponía arriba del mostrador. Trinidade, discretamente, la tomaba, se la llevaba para adentro de su establecimiento y volvía con ella, incluso ya encorchada. el poeta volvía a guardarla en la cartera y, sin pagar, salía por la puerta, después de despedirse cordialmente de su amigo Trinidade. A veces, por la mañana, el señor Manacés, su barbero de la calle, que tanto le "servía" a él, el poeta, como al mozo de carga o al aprendiz de cajero del amigo Trinidade, se desplazaba hasta el edificio número 16, para "servir" a su cliente, antes que nada. Había ocasiones en que lo encontraba aún delante de la mesa de trabajo, con la cara de quien no se había acostado, rodeado de papeles, de libros, de colillas de cigarro y la botellita negra completamente vacía al lado. Entonces el poeta, antes de que el señor Manacés preparara la navaja, le pedía que tuviera la gentileza de ir con Trinidade a llenar la botella."
Uno de los poetas, que era el poeta, profesaba alguna forma de panteísmo:
¡Vuélvete parte carnal de la tierra y de las cosas! Dispérsate, sistema fisicoquímico de células nocturnamente conscientes por la nocturna conciencia de la inconsciencia de los cuerpos, por el cobertor que no cubre nada de las apariencias, por la grama y la hierba de la proliferación de los seres, por la niebla atómica de las cosas, por las paredes turbillonantes de vacío dinámico del mundo...
Es inevitable ser varios y a veces también un desconocido para sí, un navegante preciso, en un océano- vida sin precisión.
Escribe el poeta
"Pero imperfecto es todo; no hay ocaso tan bello que no pudiese serlo más aún, y brisa leve que nos adormezca que pudiese brindarnos un sueño más apacible todavía. Y de tal modo, contempladores ecuánimes de montañas y de estatuas, gozando por igual días y libros, soñándolo todo, y ante todo para convertirlo en nuestra íntima sustancia, también haremos descripciones y análisis que, una vez efectuados, pasarán a ser cosas ajenas que podremos disfrutar como si brotaran de la tarde. No es éste el concepto de los pesimistas, como aquel de Vigny, para quien la vida es una celda donde él trenzaba paja buscando distracción. Ser pesimista es tomarlo todo como a la tremenda y esa actitud es una desmesura y una molestia. No contamos, es cierto, con un concepto válido para aplicar a la obra que producimos. La producimos, es verdad, para distraernos, pero no como el preso que trenza paja para distraerse del Destino, sino como la niña que borda almohadones, distrayéndose sin más. Para mí, la vida es como una posada del camino, donde demorarme hasta que llegue la diligencia del abismo. Ignoro adonde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esa posada como una prisión, pues estoy obligado a aguardar en ella; podría considerarla un sitio propicio para la sociabilidad, porque en ella me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni convencional. Dejo el encierro a los que se aíslan en sus cuartos indolentes, echados en la cama donde esperan sin sueño; dejo a los que en ellas se complacen las charlas de los salones, desde donde la música y voces llegan confortables hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y sonidos del paisaje, y en tono lento, para mí sólo, vagos cantos que compongo mientras espero."
Hay un antiguo artefacto chino, un sencillo disco de cartón, con una jaula dibujada en el anverso y un ruiseñor que cante en el reverso. Mediante un hilo delgado que se retuerce haciendo girar el disco sobre su eje, el ruiseñor termina enjaulado. Es un suceso pequeño, bello y fatal, como estar sentado en una estación, viviendo.
De algún modo los epitafios parecen al mismo tiempo cerrar y abrir puertas hacia alguna parte, parecen decir, se acabaron las palabras, o podrían ser simplemente la primera línea de una novela.
Fotos fabiana silva Monasterio de los Jerónimos - Lisboa
Si después de morir queréis escribir mi biografía
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos.
Soy fácil de definir.
Vi con furia.
Amé las cosas sin ningún sentimentalismo.
Nunca tuve un deseo que no pudiese realizar, porque nunca cegué.
Incluso oír nunca fue para mí más que un acompañamiento de ver.
Comprendí que las cosas son reales y diferentes, todas, las unas de las otras;
lo comprendí con los ojos, nunca con el pensamiento.
Comprenderlo con el pensamiento sería encontrarlas a todas iguales.
Un día me vino el sueño, como a cualquier niño.
Cerré los ojos y dormí.
Y además, fui el único poeta de la Naturaleza.
Alberto Caeiro (hetéronimo de Fernando Pessoa)
...esto decía el poeta sobre sí y los otros que viven y se mueren, los otros lo dejaron escrito en el túmulo que reside en el Monasterio de los Jerónimos en Lisboa. Ricardo Reis, uno de los varios que fue Pessoa, decidío el texto definitivo de su muerte.
Miguel Riquelme
26 de diciembre 2009
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