Mostrando entradas con la etiqueta Mario Arkus. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mario Arkus. Mostrar todas las entradas

The waste land ou O misterioso caso do aquário fantasma.

Cuando leí la crónica de Larri sobre Minas de Corrales, recordé muchos viajes desde Buenos Aires hacia Brasil y viceversa, que me obligaron a hacer noche en diferentes lugares del Uruguay; eso sí: siempre al norte, siempre después de haber recorrido kilómetros que me habían dejado esa impresión de tierra yerma en la que mi imaginación no alcanzaba para idear algún proyecto productivo que se pudiera realizar en medio de tanta nada. Unas horas después, Brasil siempre me enrostraría lo limitado de mi creatividad rural. Eso sí, nunca me reveló cómo esas tierras que parecían muertas y sin colores se transformaban en los diferentes verdores del nuevo paisaje. Parecía sólo la magia del cruce fronterizo.

Atravesar el Uruguay fue para mí siempre el sacrificio necesario para llegar al destino querido. Nunca lo consideré un paseo ni parte de un viaje placentero, así que, como mucho -para aliviar el mal trago-, puedo reírme con algunas anécdotas o recordar la amabilidad de las pocas personas con las que me comuniqué en esas travesías.

A través de esas experiencias y de breves visitas a Montevideo, siempre tuve la impresión de que, así como otros países viven a cuestas -aunque no en forma exclusiva- de un pasado glorioso y todavía cobran sus rentas, -tal vez Grecia sea paradigmática en este caso- el Uruguay vive con la curiosa idea de un pasado que pudo ser y no fue, para explicar un presente que tampoco es. Ya sé que esta opinión puede generar muchas reacciones en contra, pero es nada más que una opinión expresada casi en una mesa de café, que no pretende generar polémicas encendidas y que estoy dispuesto a rectificar e incluso a contradecir con vehemencia, frente a la primera aparición de arma blanca o tortazo cruzado de algún ciudadano oriental.

Dije que recordaba esos viajes y a veces hay gente que recuerda por uno; el uso de la cita -que es como un plagio con copyright- es el mejor recurso cuando no se tienen muchas ideas o cuando otro puede decir algo mejor que uno. En este caso se dan las dos situaciones. Voy a copiar aquí una crónica de uno de esos viajes hecha por mi acompañante, que ilustra nuestro paso por la ciudad de Tacuarembó, un pueblo sin minas de oro y sin represas hidroeléctricas abandonadas, pero, por otros motivos, con un pasado tan virtualmente glorioso como el de Minas de Corrales descripto por Larri.

Copio aquí la crónica que su autora tituló O aquário fantasma.

Há muitas histórias sobre cidades fantasmas, até mesmo Érico Veríssimo falou sobre esse tema em "Incidente em Antares". O fato é que a imagem de uma cidade que parou no tempo é um tanto aterradora e ao mesmo tempo familiar e recorrente, ou seja, é arquetípica. Mais ainda quando acompanhada do pensamento desconfortável de que algumas pessoas possam estar à margem dos acontecimentos que compõem nosso dia-a-dia, como fantasmas a vagar e aguardar por algum tipo de libertação ou de vingança. Enfim, entre as muitas histórias que podem falar das cidades mortas ou fantasmas, eu nunca li uma que mencionasse um aquário fantasma; então aí está, vou-lhes contar esta.

Viajando de Porto Alegre para Buenos Aires, eu e Mario precisamos fazer uma parada pelo caminho, numa cidade chamada Tacuarembó, no território sempre amistoso e simpático do Uruguai. Essa cidade tem uma particularidade que, de certa forma, já denuncia sua curiosa estagnação por volta dos anos 40 e 50: ela se auto-atribui o título de "provável" berço de Carlos Gardel. Sendo este um dos seus atributos turísticos explorados pelos habitantes do lugar. O turista desfruta do encanto deste charmoso slogan com a necessidade de deixar de lado a improbabilidade absoluta da legitimidade deste mesmo título, é claro.

Quando chegamos ao Hotel Central, era algo em torno de sete horas da noite. Estávamos com o carro muito carregado e estacionamos na garagem entre uma variedade de carros que pareciam estar estacionados lá há pelo menos uns cinquenta anos. Ao entrarmos no prédio, comentamos que deveria ter sido algum dia um lugar bastante bonito, mas infelizmente agora demonstrava mesmo muitos sinais de sua decadência, nas condições da pintura, da mobília e mesmo na equipe pequena e modesta do atendimento. Era cedo e saímos a procurar algum lugar em que pudéssemos jantar e queríamos comprar um tylenol na farmácia. Já não havia nenhuma farmácia aberta às oito horas da noite, embora uma delas tivesse plantão noturno anuciado e as luzes acesas, permanecia fechada e deserta. Tampouco havia algum restaurante aberto. Resolvemos nosso jantar no supermercado, correndo um pouco antes que também se fechasse!

Ao retornar para o hotel, aconteceu a visão que mudaria os rumos da nossa noite. Esperávamos o elevador quando nos voltamos a um cantinho do saguão em que jazia um aquário sem nenhum peixinho. Vazio e com bolinhas ligadas a oxigenar uma população que pelo menos ao nosso mundo não pertencia. Visão fantasmagórica. Fomos para cama e no meio da noite tivemos uma conversa insólita. Levantamos a hipótese de que o vazio do aquário, dos corredores do hotel e dos carros-fantasmas da garagem podia ser um sinal. Podia ser que o aquário fosse fantasma, o hotel, a cidade, tudo. Podia ser que nunca despertaríamos do nosso sono neste lugar parado no tempo e que nosso carro seria mais um a ficar no depósito de antiguidades que era aquela garagem dos anos dourados. Ou acordaríamos num mundo em preto e branco e reencontraríamos a opulência perdida do Hotel Central, nos uniríamos aos habitantes fantasmas, seríamos um deles. Rimos. Rimos muito mesmo da nossa idéia maluca. Mas por via das dúvidas, acordamos cedo e saímos logo do hotel e de Tacuarembó. Era melhor não arriscar.

Adriana Torres Guedes - Agosto 11, 2005

*Nota: Quiero aclarar que el pez petrificado de la foto se exhibe en el Museo de Geociencias de Tacuarembó, forma parte de la fosilteca y rocateca de dicho museo, y debido a sus proporciones no puede haber nadado antes de su fosilización en la pecera del Hotel Central que se menciona en la crónica. M.A.

"Un hombre serio" en clave de Job (o Jod) o Reflexiones teológicas para molestar a creyentes devotos.

Después de ver anoche junto a Hernán Cazzaniga "Un hombre serio" de los hermanos Coen, los dos nos quedamos tratando de encontrar algunas claves para interpretarla. Sobre todo en su prólogo, que parece tan alejado conceptualmente del resto de la película. Al tratarse de dos profesionales de las ciencias sociales, obviamente teníamos que tener inmediatamente una respuesta -y que fuera inteligente- con lo que arriesgamos unas hipótesis interpretativas que, por fortuna, debido a mi poca memoria reciente ya me olvidé.

Pero como no es cosa de darse por vencido y fingir que lo de anoche entre nosotros no pasó, me puse a buscar esta mañana en la red comentarios sobre A serious man, con lo que pude ver que la mayoría andaba perdida como nosotros. Hubo una sola crónica que me llamó la atención y, que si bien no ahondaba mucho en la cuestión, me tiraba una pista que inmediatamente me volvió a mis recuerdos de infancia: "Los hermanos Coen parodian el Libro de Job".

(No aporta mucho que diga que en los últimos años siempre llevo conmigo un paquete de magdalenas y que Combray queda a la vuelta de cada esquina, por lo que -verbigracia- hasta cuando piso caca en las veredas de Posadas, en lugar de putear, me acuerdo de mi perro Picho y de nuestros paseos veraniegos por la perdida estación de Villa Luro).

Pero la cuestión es que lo de Job sí me pegó, porque es un libro bíblico que nunca entendí bien, desde que mi madre no tuvo mejor idea que regalarme para la preparación en el catecismo una Biblia para niños, ilustrada en cada página -en la mejor tradición medieval de la iconografía como Biblia pauperum- y abreviada, para hacer más llevadera su plúmbica lectura. Recorrí muchas veces las imágenes, pero creo que nunca leí nada -al menos no lo recuerdo. Nada, salvo el relato sobre el paciente Job. Después de ver aquellos cuadros tan bien pintados por manos piadosas, tan aptos para incitar a los niños a pensar en Dios y soñar con las delicias celestiales, se fijaron tres en mi memoria: la subida de los animales al arca de Noé, la cabeza de Holofernes en la mano de Judith, con un colgajo de venas y arterias que salían del cuello seccionado y que dejaban caer una catarata de sangre, y el cuadro de Job, tendido en el suelo, anciano, cubierto el cuerpo de horribles llagas y pústulas, con un plato vacío al lado y la sola compañía de un perrito.

Todo resultaba comprensible con las imágenes, pero para un niño de nueve años como yo, se hacía difícil de entender cómo Job, el hombre más bueno, justo y piadoso al sur de Edom -que vendría a quedar uno poco más allá de Villa Luro- , tenía que sufrir de ese modo y nada menos que a manos del Dios más misericordioso del que habíamos tenido noticias. Y fue difícil de entenderlo en las décadas siguientes. El texto ensayaba la explicación: Satán había hecho una apuesta con Dios y el Viejo Timbero había agarrado viaje. La apuesta consistía en quitarle a Job todo lo que tenía. Obviamente esta no iba a ser tarea del Altísimo sino del demonio, que al final de cuentas estaba para eso. Dios le había dicho "tienes todos sus bienes en tus manos, sólo cuida de no poner tu mano en él". Por lo que el diablo le derribó la casa con los hijos adentro, le quemó las ovejas con los pastores incluídos y le hizo pasar a degüello a otros y que le robaran el ganado mayor. Y Job se la comió doblada.

No contento con todo eso, Satán volvió a mojar la Sagrada Oreja, diciendo que al hombre le importaba no ser tocado en su integridad física, por lo que -en una nueva apuesta- el Creador lo autorizó a convertir a Job en una llaga ambulante (quienes vieron la película de los Coen, de la que ya me había olvidado, me irán siguiendo mientras se acuerdan de los padecimientos de Larry Gopnik). En resumen: estos juegos del Maléfico suceden porque Dios los permite, aunque no sea la herramienta que los cause, y la víctima es un pobre tipo que no tiene nada que ver con la ludopatía del Gran Sofovich (apostador en hebreo antiguo).

Tres amigos, intentan consolar a Job con una serie de boludeces, como hacen los tres rabinos -o al menos dos- con Larry, pero frente a la terrible situación del tipo, nada tiene sentido. Pero lo importante es que no niega a Dios. Tal como Gopnik, le reclama que está lejos mientras el mal triunfa. Lo que no puede o no quiere ver, es que todo pasó porque su Dios estaba jugando con él. Los pobres judíos no tienen cómo explicar en tener a un hijo de remilputas como dios y los cristianos no pueden explicar cómo éste se pudo convertir en un abrir y cerrar de Testamentos en el Dios-Padre bueno y proveedor.

Al final, después de que Dios realiza su propia serie de discursos -tal como lo habían hecho los amigos de Job- explicando el sentido de la creación y destacando su propia grandeza todopoderosa (pensemos que todo eso sólo para justificar su ludopatía)-, castiga (para variar) a dos -que serían los dos primeros rabinos de la película- por no haber hablado de él con justicia (uno de los primeros casos de censura a la crítica) y le devuelve a Job el doble de su hacienda, le da nuevos hijos e hijas, dinero en abundancia y muchos años para gastarlo. Hasta ahí el Libro de Job. La película de los Coen se corta antes y deja a Larry "Job" Gopnik en medio de los padecimientos -aún cuando éstos se mezclan con atisbos del final bíblico: el bar-mitzvah del hijo, su acercamiento a su mujer, su permanencia en el cargo académico. Y tal vez queda ahí por la misma razón por la que yo me cuestioné la historia de Job desde chico: ya no importaba que a Larry le comenzara a ir bien, cuando había sufrido tanto y sin motivo. Recordemos que "los motivos" de la situación es algo que varios personajes le preguntan, al menos su abogado y uno de los rabinos.

Una de mis primeras objeciones al Libro de Job, y que seguí preguntándome por mucho tiempo, era que si daba lo mismo tener nuevos hijos que sustituyeran a los anteriores muertos y si toda la ventura posterior borraba los sufrimientos pasados. Tal vez preguntas demasiado racionales para una historia que pretende ser una metáfora sobre el hombre o quizá sobre los padecimientos del pueblo de Israel. Si Dios ya sabía que Job era fiel -ya que me enseñaban que TODO lo sabía- ¿para qué joderle tanto la vida? ¿por qué no ahorrarle padecimientos y jugar con Satán a quién escupe o mea más lejos?

Los Coen, en el fondo, cuestionan la desgracia de nacer en una familia -o en una comunidad- de fanáticos, sean de la religión que fuere: judíos, menonitas, cientólogos, católicos o Testículos de Jehová, porque lo único que se consigue es aumentar los padecimientos ante el abandono del Creador. Y ese final, en el que ya nada tiene sentido, porque el tornado ya está encima de todos mientras el viejo profesor intenta abrir la puerta del sótano que los salvaría, es la metáfora más clara de la ausencia de la protección divina.

Recordar a Job a través de los Coen, me hizo pensar en la continuidad resignada que el cristianismo propone en su lectura de este pasaje bíblico. Todo lo que nos pasa, tenemos que afrontarlo como el paciente Job: no cabe la rebelión ante la autoridad divina (en definitiva ante la autoridad), hay que resignarse al destino, porque detrás está el Sapientísimo Designio.

Volviendo a la pregunta de por qué Dios no intervino o no interviene antes de que pasen las desgracias (terremotos, enfermedades, etc.) más allá de sus supuestos juegos y apuestas, hoy en día tengo muy clara la respuesta: porque no existe.

P.D.: La explicación del prólogo de la película se la dejo a Hernán Cazzaniga, porque pienso que es ideal que la aborde un antropólogo. Yo -como no podía ser de otra forma- tengo mi interpretación y entendí perfectamente cómo encaja en la película -nadie piense lo contrario-, pero no quiero invadir competencias disciplinarias, y además quedé con unos amigos con los que nos reunimos los domingos a hacer apuestas del tipo de "a que no vas y...". Es una costumbre que me quedó de mi infancia cuando era exégeta bíblico.

O Luna lucente, di Febo sorella, che placida e bella risplendi lassù...


Me tenté, por supuesto, al ver la luna sobre el río y saqué algunas fotos desde la ventana de mi casa. La foto postada es la mejor de una serie muy pedorra. Extraño los tiempos en que con una máquina menos compleja podía expresarme mejor...

Nota: Ahora pienso si no era ella la que se expresaba cuando la ponía en modo automático.