Chín, chín!

El chiste, la frase con el remate descolocando el sentido, circulaba por ahí. Incluso me sirvió en su momento para cerrar un pequeño paso de comedia sobre las experiencias sexosociales de pibas de 20 años. Decía – este chiste -: lo malo del sexo es que en el mejor momento, se acaba!!! Breve paradoja que expresa, no una contradicción lógica, sino la complejidad de los deseos que atraviesan nuestras vidas. Terminar en el mejor momento puede tener algunas consecuencias. En la película El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse, Patrice Leconte, 1990), su protagonista elije congelar la felicidad que vive, no dejar que se deteriore, en un sacrificio absoluto. Otra consecuencia es la constatación de que, lo que fue, ya no volverá a ser. El pasado como “un cristal cubierto de polvo” tal cual lo ve (sin poder tocarlo) el señor Chow en Con animo de amar (In The Mood For Love, Wong Kar Wai, 2000). Leves consideraciones sobre lo efímero de las cosas, o mejor, del estado de las cosas.
Cada año que termina, cada diciembre cargado de fiestas y reuniones que en apretada agenda se suceden generando resacas, trasnochadas y desarreglos gastronómicos, parece representar un final, una puerta hacia otro horizonte, un cambio de estado. Las convenciones de la continuidad pasan a ser dominadas por las conformidades de la discontinuidad. Eso sí, atadas a la lógica del calendario.
En estos días, un amigo, cuando le preguntaba como estaba, me respondía: tratando de terminar el año, antes que el año termine conmigo. Y eso me hacía pensar en la estética de los finales y las continuidades. En el dolor sin fecha, en la alegría sin carnaval ni febrero.
Un deseo (como final o bienvenida): que lo efímero de la alegría, lo expansivo de la fiesta, la sabiduría de eros - olvidando por un momento almanaques y legados -, sean los motivos que se pacten en cada brindis, en cada mirada, en cada abrazo. 
Este fin de año y en los otros tantos finales y comienzos!


Café Azar
Posadas, 31 de diciembre de 2010. -
Variaciones infinitas de fin de año.
Hay un trillo en continuidad de parques y tiempos. Lo encuentro bajo la cadencia de nuestros pies, porque sí nomás y resulta que nos lleva hasta un puente de puro pedrerías centelleantes. Hubo luna y hubo eclipse. Ahora una luz tenue deja pasar las sombras, casi borrosas por el viento.
Algo de lo provisorio ya se consumó y asimismo se asoman otras formas contiguas de un futuro inédito y modesto. Unas señales de almanaques caducas y en desuso, y ahí nomás otros espacios en blanco de
indeclinable futuridad.
Me detengo en el gesto compartido de salutaciones y me salva del naufragio la voz de un Cortazar ya absolutamente libre de compromisos fechados. Y digo como su eco lejano, que sí, que el año está en franca recaída y hasta el 31 no dejará de ser tiempo recayente, decreciente. Porqué, con qué sentido nos ponemos así?
Quizá para disfrutar de ese añejo gusto por lo cíclico y la menuda conformidad de sentir que algo termina acá y luego otra cosa comienza. Y darnos una razón para brindar y brindar, esta vez porque se fue una medida provisoria más de nuestro incierto recorrido.
Como Julio sugiere, aprovecharé este último trecho para rehabilitarme de recaídas y así mejor recaer en las venideras vueltas del diablomundo; trataré de ser una cada vez una mejor recayente.
Brindo con todos por este tenue enlace de lo que fue, lo que falta y lo que será.  Chin chin!!!
  

Cartas estratégicas

Este breve relato tiene que ver con estrategias, más bien con tácticas. La estrategia, por supuesto, era sacar la mayor cantidad de puntos posibles para llevarse el trofeo. Así, lo pensaba el tipo. Como si la vida fuera la planificación de acciones, actividades, objetivos, cronogramas y, por supuesto, presupuesto. Y así encaró cada partido. Cada encuentro fue meticulosamente estudiado. Dibujó pizarrones, hizo esquemas en papelógrafos, no daba para hacer juegos grupales porque – seguramente - los hubiera hecho. Para cada partido una táctica, a veces más defensiva, otras más de espectáculo. Perdió y ganó partidos memorables, recibió algún que otro gol e hizo los importantes. Y logró, su objetivo, lo logró con creces. Esa morocha de ojos verdes estaba a su lado como él quería. Claro que, cuando en su intención de evaluar su proyecto, sus tácticas, su plan estratégico le preguntó a su novel amada que era lo que lo que había hecho que se fijara en el, ella le contestó, sin inmutarse, y mucho menos ruborizarse: fueron las cartas del tarot, que me tiró mi vecina.

Café Azar

Posadas, primeros días de diciembre de 2010. -

Sobre la discreción de las rosas

En su libro “Éramos tan niños”, en donde relata a la manera de una autobiografía su relación con el fotógrafo Robert Maplethorpe, Patti Smith cuenta una historia que sería parte recurrente de los diálogos que tendría con su amigo. Relato de infancia, de juegos, de intereses, amistades, enfermedad y muerte. La historia de Stephanie funciona como prisma que descompone descubriendo la densidad las cosas, de las personas, de lo que se dice, de lo que se hace. “Solíamos reirnos de cuando éramos pequeños. Decíamos que yo había sido una niña mala que intentaba ser buena y el un niño bueno que intentaba ser malo. A lo largo de los años, aquellos papeles se fueron invirtiendo hasta que terminamos aceptando nuestra doble naturaleza. Albergábamos principios opuestos, luz y oscuridad” (Patti Smith, Editorial Sudamericana, Sello Lumen, 2010).

La cuestión es que quise compartir - en Provisorio (radio) - ese texto y busqué alguna canción de Patti Smith como para complementar. Lo primero que encontré fue un CD del año 2004, de título Trampin’, editado un par de años después de la muerte de la mamá de Patti. La figura de la madre, del ser madre y la misma palabra aparecen una y otra vez en las canciones del álbum que también habla de la guerra y la paz. Una canción se me pegó y no pude dejar de escucharla. Supe enseguida, tras los primeros acordes, que esa canción sería la escucharíamos en el programa después de compartir la historia de Stephanie que Patti cuenta en su libro.

El tema se llama “Mother rose”, es el segundo track del álbum, y está dedicado específicamente a Beverly, su madre. El tema va un poco mas allá y habla, a partir de la imagen de la espera, de la madre que espera, del cambio, del traspaso del punto de vista al dejar de ser hija para ejercer la maternidad (y quien era esperada pasa a esperar). Es un mid tempo, con la batería bien marcada y las guitarras delicadamente armónicas y firmes. Sobre el final, la canción parece pasar a otra dimensión. Rito de pasaje entre mundos. Un aire de brumosa psicodelia toma la aparente liviandad melódica y otras voces, otros sonidos nos dejan ante la puerta de otro estado de conciencia. La voz de Patti, grave y sentida, recita “Mother of gold” un poema que ella escribiera y leyera en el funeral de su madre. La música se empieza a deformar. Otra melodía, otras armonías se mezclan. Y así como fui buscando traducciones que me permitieran intuir lo que la letra decía, también encontré una referencia al riff con que cierra “Mother rose”.



Sally go ‘round the roses” es la canción que parece sugerir el final del tema de Patti Smith. Grabada por un grupo de estudio, un girl group originario del Bronx neoyorquino, The Jaynetts, y producida por Abner Spector se publicó en el año 1963. Zelma “Sell” Sanders escribió la letra y la música fue firmada por Lona Stevens, esposa de Spector. El arreglador fue Artie Butler, que posteriormente fuera reconocido por sus colaboraciones con Louis Armstrong (What A Wonderful World), Barry Manilow (Copacabana, Even Now y Can’t Smile Without You) by Barry Manilow, Neil Diamond (Cherry Cherry y Solitary Man), The Drifters (Up On The Roof y On Broadway), y Dionne Warwick (I Know I’ll Never Love This Way Again) entre otros artistas. En su página web, (http://www.artiebutler.com/sally.html) Butler cuenta como arregló el tema – que salió en un single que un lado tenía la versión cantada por The Jaynetts y del otro la versión instrumental de “Sally…” - y como el haber aparecido en los créditos como arreglador le sirvió para ser reconocido en su labor de productor a pesar de no haber cobrado un centavo. Las voces que aparecen en la canción tampoco están claramente identificadas; es decir: se duda que siquiera sean las que aparecen en la portada del single. Según algunos testigos el día que la canción fue grabada había por lo menos cinco cantantes en el estudio: Johnnie Louise Richardson, Ethel Davis, María Sue Wells, Yvonne Bushnell, y Ada Ray.

El origen del tema es incierto, según la información que circula en Internet, estaría inspirada en una canción que formaba parte de los juegos infantiles en la campiña inglesa, juegos femeninos, de fines del siglo XIX: "Ring a Ring o' Roses" o "Ring Around the Rosie" (está última versión recogida en Norteamérica).

Como un indicador algo difuso, se puede decir que Sally... estuvo en el segundo puesto en el ranking de la Billboard Hot 100 del 28 de septiembre de 1963 y se mantuvo en ese puesto en la segunda medición hecha el 12 de octubre del mismo año. Recordemos que se trata de los modos de medición que la industria tenía sobre el lanzamientos de singles en Estados Unidos, que era semanal y estaba basado en la rotación en radio y números de venta de lunes a domingo. Cada semana aparecía un nuevo ranking. En Music Vendor (que posteriormente fuera Record World) otra revista que formaba parte y reflejaba  los movimientos de la industria de la música en Estados Unidos, Sally… aparece en primero lugar en su edición del 12 de octubre de 1963. Es decir, que la canción obtuvo un grado considerable de popularidad, algo que uno puede confirmar también con las versiones posteriores y registros en otros países.



Como tantas canciones pop, el sentido de “Sally…” fue objeto de múltiples y variadas interpretaciones. Al sonido hipnótico y psicodélico de los arreglos musicales, que ya de por si, le daban un carácter extraño, la letra dejaba abierta la posibilidad de construir múltiples sentidos e interpretaciones.

Sally Go Round the Roses

Sally go 'round the roses. (Sally go 'round the roses.)
Sally go 'round the roses. (Sally go 'round the pretty roses.)
The roses, they can't hurt you. (No, the roses, they can't hurt you.)
The roses, they can't hurt you. (No, the roses, they can't hurt you.)

Sally don't cha go, don't cha go downtown.
Sally don't cha go, don't cha go downtown.
The saddest thing in the whole wide world is
To see your baby with another girl.

Sally go 'round the roses. (Sally go 'round the roses.)
Sally go 'round the roses. (Sally go 'round the pretty roses.)
They won't tell your secrets. (They won't tell your secrets.)
They won't tell your secrets. (No, the roses won't tell your secrets.)

Sally, baby, cry, let your hair hang down.
Sally, baby, cry, let your hair hang down.
Sit and cry where the roses grow, you can sit and cry, not a soul will know.

Alguien, amablemente, reconociendo que trabajó con mejor voluntad que exactitud (y que seguramente prefiere quedar en el anonimato), se encargó de facilitarme una versión traducida de la letra en castellano. Y es la siguiente:

Sally da vueltas alrededor de las rosas

Sally da vueltas alrededor de las rosas
Sally da vueltas alrededor de las bellas rosas.
Las rosas no pueden lastimarte.

Sally no vayas, no vayas para el centro
La cosa más triste en el mundo es
ver a tu chico/a con otra chica.

Sally da vueltas alrededor de las rosas
Ellas no van a contar tus secretos
No, las rosas no van a contar tus secretos.

Sally, nena, llorá, dejá tu cabello suelto
Sentate y llorá donde las rosas crecen,
podés sentarte y llorar, ni un alma sabrá.

Hasta aquí la letra de Sally go’ round the roses, las interpretaciones apuntaban fundamentalmente al carácter ambiguo que asumía la palabra “baby”. “la cosa mas triste en este mundo es ver a tu chico/chica con otra chica”. La homosexualidad parecía filtrarse como tema en la canción. Incluso - me acota el traductor mientras huye despavorido en cuanto le sugiero que su nombre va en la nota - que encontró otra versión de la letra en donde en vez de decir “ellas no van a contar tus secretos”, dice “tu secreto”, así, en singular.

Tim Buckley también grabó una canción con el mismo nombre en el año 1973, en el álbum Sefronia y – además de no mencionar a nadie mas que a él en los créditos – modifica la letra soslayando la ambigüedad que caracterizaba la versión de Jaynettes: "Oh Sally don't you go down - Oh darlin' don't you go down/ Honey the saddest thing in the whole wide world/ Is to find your woman been with another girl" (Oh Sally, no vayas para el centro, dulce, la cosa más triste en el mundo es ver a tu mujer con otra chica).

Otras interpretaciones indicaban que el secreto – o los secretos – de Sally podrían referirse a la locura o a una experiencia religiosa. Sabemos que ambos estados de conciencia, de ruptura con la temporalidad, la espacialidad y la identidad guardan semejanzas, además, de cierta estigmatización de quienes lo viven. Otra lectura ligaba el secreto de Sally con la pérdida de la virginidad y el posterior abandono.

En cualquiera de las interpretaciones, lo que aparece como elemento común, es el secreto o los secretos de Sally que la ubican como objeto de estigmatización, de algo que no es posible hacerlo visible socialmente y de la soledad – y el dolor- que esto implica. Secreto y abandono, eso si, en el universo femenino. Una canción de género, sin dudas.

La canción no ha pasado desapercibida y su halo de extrañeza se mantiene de manera fantasmal como en la cita de Patti Smith.


Cafe Azar
Posadas, Noviembre de 2010. -

Paradoja



Imagen: losandes.com.ar

Elogios, loas, honores. De a miles. En cartas, carteles, cantos y vítores.

En abrazos, en llantos, en puños apretados.

Gigantesco respeto a quien muere por lo que cree,

que lo trasciende, que está más allá de él, que no es él

y también lo es, ese asunto de ser con otros...


Los que son su propia causa, viven años

entierran a varios, ven pasar a sus enemigos en restos...

no se enteran que la memoria los salteará

hasta otros inmolados...


Serán apenas buenos o apenas malos

hasta donde los deje el olvido

serán un dato.


Luego del salto mortal del héroe inesperado

la emoción de la orfandad

el miedo sorprendido de saber que

-antes-

se estaba asegurado


tranquilos para ser ácidos

críticos

escépticos

y de repente

azorados de miedo

y desamparo


Es que el encendido

excedido

incendiario

parece no haber apuntado

la herencia de su antorcha

y es difícil creer que tantas lágrimas

no humedecerán las chispas

que se juntan en la calle...


Y puede ser, cómo saber

si lo que se pretende pasto

tiene raíz para madera...

y al final, decisión para ser árbol.


Paradoja del dolor, la del llorar al desbordado

al saber que es mi propia representación

la que estoy llorando

y dudar, pequeña yo, particular, que es plural

que es nuestro

el fuego que inflamó ese corazón...

no entender

que pobre de mí, entonces sí,

si se me da por apagarlo...



28 de octubre de 2010

Porque octubre, en Argentina, es sin dudas peronista.


Néstor

Pensé en mi viejo, que no era peronista pero si cabecita negra. Un santiagueño en Buenos Aires. El casi no hablaba, pocas veces decía algo sobre política. Contaba, a veces, lo que había vivido. Sus años jóvenes en un pueblo perdido en el interior de Santiago del Estero (Estación Garza). Una anécdota, que con la repetición –y quizás ni siquiera con eso – pintaba lo que fue el peronismo en el país profundo. La elección que se relata en la memoria como “Braden o Peron”; llevar la urna a los lugares más perdidos, a los ranchos más alejados. Y el asombro de las autoridades cuando desde las urnas salía el nombre de Perón. Eso contaba mi viejo, con pocas palabras y menos adjetivos. Después Buenos Aires, y la solidaridad entre los migrantes garceños, para afrontar los gastos de los sepelios en un comienzo y la fundación de un club de residentes, después. Tal vez mi viejo esté reflejado en aquella iluminada frase del personaje de Osvaldo Soriano en la novela No habrá mas penas y olvido - y que Leonardo Favio le hace decir a Gatica -:.“Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Mi viejo, tal vez sin saberlo. Siempre fue peronista.
Pensé – también – en mi adolescencia durante la última dictadura. En los susurros, en los intersticios, en lo prohibido. Después, la militancia – en los ochenta - ya en la facultad, fuera de la casa de mis viejos, fuera de la ciudad en donde creíamos que ir a ver un recital de rock era ser un transgresor. La militancia aquí en Posadas, abrazando con convicción e ingenuidad la idea de un peronismo revolucionario, transformador, nacional y popular. Las palabras que compartíamos eran las contraseñas (no existía en ese horizonte semántico la palabra password) de un universo compartido que recuperaba las épicas libertarias de los setenta, el imaginario mítico del peronismo, y la claridad cegadora de que la historia – como un dios – iba a poner las cosas su lugar.
Después, el futuro llegó (“todo un palo, ya lo ves”) y sentí que la democracia sólo era una nueva forma de sumisión. Que la política era administración de escasos recursos, que la economía asumía un carácter divino y despótico, que no había lugar para nuevos sueños y otras formas. La militancia – una de esas tantas palabras que nos hacía sentir parte de algo – se había perdido en las bellas piernas de las promotoras que repartían folletos en cada acto eleccionario.
Y así, desde la abulia y el sinsentido (obviamente instalado, resaltado y subrayado) pasaron los noventa. A las llamadas crisis del sistema, se respondió con lógica de eficiencia, de sumisión, de exclusión. A los números, decían, no se los discute.
Pasado el dos mil uno, otra vez, el peronismo expresaba las contradicciones de la sociedad y la política del país. Un chiste, de la época de militancia en la facultad, que solíamos repetir ajenos a ecos trágicos del pasado o a funestas predicciones, decía que el peronismo es tan amplio, que tiene el enemigo adentro.
Fue entonces que apareció Néstor. Rompiendo, jugando, con los protocolos. Aquellas palabras (tan nuestras, tan guardadas) volvieron a aparecer. Ya no era la economía sino el estado el que asumía un rol protagónico, de liderazgo, de reparación a los sectores mas débiles que sufrían ante la sangrienta ley de la economía absoluta, omnipotente, omnipresente. También fueron los cuadros de los infames dictadores que Néstor, como comandante en jefe de las fuerzas armadas, ordenó descolgar. Símbolo que después fue sostenido en los juicios de la verdad, en la recuperación de un relato político que parecía haber quedado sepultado en las leyes de obediencia debida y punto final. Fue, sin duda, el punto de partida de un proceso que entre otras cosas gestó la asignación universal por hijo, la reestatización de la caja jubilatoria y la posibilidad de pensar una ley medios audiovisuales que abriera el juego para todas las voces, desarmando, desmontando, el monopolio de la palabra, de la voz. Sólo algunos ejemplos de cómo la política puede cambiar el estado de las cosas desnaturalizando lo dado, poniendo en cuestión el orden establecido, transformando las cosas.
Y fue Néstor el que motorizó, el que recuperó las palabras que parecían haber caído en desuso, el que planteó la necesidad de discutir política, ideología, modos de vida y modelos país.
Después de mucho tiempo sentí que podía ver un gobierno que tomara las banderas históricas del peronismo, que fuera capaz de combinar aquel aluvión de los sectores populares que entendieron y sintieron que vivir feliz es un derecho con la mística combativa de los años setenta. De hecho, sus enemigos acuñaron la palabra “crispación” para descalificar la discusión política. No es poca cosa. Ya sé - y tal vez exagero -. Sin embargo, así, en esos términos, Néstor hacía política, construía poder y generaba las condiciones de la transformación. Así suelen ser los liderazgos, suerte de diálogo, de intercambio, entre las esperanzas, los sueños y las denuncias testimoniales del pueblo y la toma de decisiones de una dirigencia atenta y comprometida. Algunas cuestiones están todavía sin resolver (pueblos originarios, modelos de desarrollo, extracción de minerales y petróleo). Sin embargo, todavía se alimenta la esperanza de que más cambios están por venir.
No pensaba, al comienzo de esta nota, hacer raccontos políticos (aunque hablara – escribiera – sobre un tipo que hizo de la política una herramienta de transformación y diera por ella su vida). Pensaba en como, aquellas postales del peronismo en el interior del país que mi viejo apenas contaba, y las feroces discusiones del asambleísmo estudiantil en los ochenta se actualizaron con un tipo que llegó a presidente con un veintidós por ciento de los votos. De vuelta, las palabras adquirían otros sentidos. Nuevas - y viejas - contraseñas abrían las puertas de la transformación histórica. 
Eso, entre otras cosas significó Néstor para mi.
Un tipo que prefirió cambiar las cosas a dejarlas como estaban. Un peronista de aquellos que saben que la política es el medio para construir, o por lo menos para ir en camino de una patria de la felicidad.
Por todo eso, gracias Néstor!

Café Azar
Posadas, octubre de 2010. -

Lo inesperado no espera

Lo inesperado es eso que ocurre cuando uno menos lo espera.
Contra toda certeza irrumpe y mueve sentimientos profundos.
Produce una felicidad momentánea, espontánea, sincera…
O tristeza.
Lo inesperado, también, puede producir una tristeza inmensa.
Lo inesperado es ese gol que ocurre cuando ya habíamos perdido la esperanza de ganar.
Es el gol que nos hacen cuando teníamos el resultado asegurado.
Lo inesperado es lo que nos mueve de la dicha a la tristeza y viceversa.
Simplemente acontece y nos cambia la vida.
Lo inesperado descoloca.
Es una multitud que se hace visible un 17 y cambia la historia para alegría de muchos y odio de otros.

Y también fuiste vos apareciendo de vaya a saber donde.

Todo puede pasar cuando uno menos lo espera.
Ahora... ahora la espera me desespera.
Hernán Cazzaniga

Variaciones infinitas 8

Si la tecnología no me hace algún gesto esquivo, ensamblo al fin la nota. 
Es que se me va este 17 de octubre, y quería atar esta crónica a su calendario; el regreso del sur y sus espacios patagónicos me devolvieron unas ganas por refrendar algo, que quizá no sea necesariamente
lealtad sino más bien confirmación de sentires.
Río Turbio, pueblo minero por antonomiasia en Santa Cruz, se inscribió con fuerza en la memoria de este día peronista. Se me presenta como una síntesis de aquella voluntad colectiva que materializó un proyecto político tan inmenso en el legendario tiempo del primer gobierno justicialista, aquel que ocupó las fuerzas del Estado para sostener intervenciones fundamentales en la vida social argentina.
Allí, unas siglas emblemáticas, incrustadas en los tanques de YPF y en los rieles de YCF recuerdan algo de todo ese impulso gigantesco; construcciones de un tiempo glorioso donde las actividades petroleras y carboníferas, principalmente, dieron sentido al repoblamiento en unos territorios tan inhóspitos. Las ciudades que todavía albergan a las personas dependen directa o indirectamente de aquellas iniciativas que aún sobreviven, con auras decadentes, los procesos de desmantelamiento de décadas (los milicos, el neo liberalismo menemista). Si toda la tragedia de la Patagonia hasta 1930 parecía la venganza de Magallanes, los ferrocarriles y los yacimeintos abandonados parecen hoy la secuela de esa interminable vendeta. 


 Entre cada poblado, se recorren varios cientos de kilómetros de ruta que atraviesan inmensidades apenas demarcadas por los alambrados de unas estancias inconmensurables, heredadas o compradas a los ingleses, galeses, y españoles que tempranamente usufructuaron los espacios patagónicos y explotaron a los trabajadores rurales.

 

Contaba José María Borrero en 1928: “Terminados en Santa Cruz y Tierra del Fuego los trabajos de roturación, consistentes en destruir y hacer desaparecer las que se consideraban malas hierbas (los onas y tehuelches), comenzó para los “primeros pobladores” la segunda más ardua parte de su tesonera labor: encontrar cuidadores de hacienda, buenos ovejeros, que entre los indios no podía ni les convenía reclutar, porque acostumbrados por una a la fácil ganancia de una libra esterlina por cabeza humana, que representaban, no podían conformarse con los míseros sueldos que se les ofrecían, y engreídos de otro lado por los vínculos de crímenes que a sus patrones los ligaban, adquirían el hábito de tratar a éstos con excesiva confianza y en ocasiones con familiaridad insultante.
Se trajeron hombres de Inglaterra y España, pero en principio no daban el resultado apetecido, pues no es lo mismo cuidar ovejas mansas, domesticadas al son de la gaita o las blandeas montañas escocesas, que sujetar hacienda arisca, casi baguala. (…) Y viérase cómo entonces era solicitado el peón criollo, el hoy despreciado gaucho argentino. Poco andariego como es, llegaba en pequeñas proporciones y a grandes intervalos, de cada ocho a doce meses. (…) Pero prontamente empezaron a encontrarles defectos al peón argentino. Su altivez congénita, su indomable altanería dentro de modalidades de modestia y humildad. (…) Nada de extraño entonces, que dotado de esas cualidades, no les gustara aguantar ancas y ante la primera imposición del amo pidiera inmediatamente la cuenta y ante la primera insolencia del mismo le largara la correspondiente puteada; era el grave defecto de la altivez criolla. (…) Hubo que conjurarlos de inmediato de todos los establecimientos de trabajo, substituyéndolos por trabajadores españoles . Y es por eso que ni para remedio se encuentra uno de ellos en las estancias patagónicas; los pocos, los muy contados que restaban, fueron los primeros en caer en las masacres de 1921.” (La Patagonia trágica).

 En contrapunto a la estepa, los hielos del glaciar Perito Moreno, a 90 kms. de El Calafate, poblado de incipiete prosperidad por el turismo internacional y el patronazgo presidencial.
Como es inicio de primavera, algunos trozos caen con estruendo de dinamita. Y desaparecen de la superficie para dejar todo casi intacto.  

Como insisto en poner tamaña naturaleza en alguna proporción humana, retengo estos datos: tiene la superficie de la ciudad de Buenos Aires, y el paredón, una altura promedio de 60 metros de alto, algo así como ocho o nueve pisos de un edificio. 

Este domingo el PERON de Leonardo Fabio trajo imágenes en blanco y negro, algunas en color, de una memoria doctrinaria y una pasión argentina. Esta evocación siguió huellas políticas de helada bravura, iluminadas por interminables labores de vientos, nubes y cielos; en todas hay ecos de otras luchas, unas cuantas derrotas y pérdidas, y otros tantos intentos victoriosos, cotidianos, por arraigarse en los confines australes.









Entre vos y yo

Entre vos y yo un final y comienzo de siglo,
un día que ya no recuerdo de noviembre creo
y un día del mes de marzo…

Entre vos y yo todos los días
del mes de mayo
y un día especial de principios de junio…

Entre vos y yo un mar y una playa
de un septiembre cumpleañero feliz
y un diciembrenero de flores blancas al mar…

Entre vos y yo la luna,
el balcón, el río, los libros
las charlas y el vino…

Entre vos y yo los opuestos
vos Sagan, yo Weiss
vos Discovery, yo Infinito…

Entre vos y yo las estaciones,
tres inviernos, casi tres primaveras,
dos veranos, dos otoños…

Entre vos y yo
tus cuarenta
y mis treinta y cinco

Entre vos y yo la vida,
entre vos y yo… Franco

…miradas que se cruzaron azarosamente
y después se encontraron

…charlas eternas
y finalmente besos

…deseos cumplidos
y deseos pedidos

…descubriendo las partes
y entregando todo

…sin dejar de ser vos
y sin dejar de ser yo

…conjugando el tiempo presente
y pretendiendo el tiempo futuro

…finalmente, entre vos y yo la vida,
entre vos y yo… Franco

DAMIÁN

Las fotos están deterioradas. Son fotos manchadas por la humedad y por el tiempo que estuvieron expuestas en la puerta de una vieja heladera que me acompañó en los últimos años. Así las ubiqué – esta vez - tratando de ordenar las caras y dar la sensación de una ubicación casual. Foto de fotos. Y ahí están: mis hijas: Maki y Naín, mi viejo: Hugo tocando el bombo, el Tata al fondo y en la cabecera de la mesa, Juanca y Francisco (también se la ve a Natalia con Sofía en brazos). Seguramente Ofe está detrás de la cámara sacando la foto. Y ahí también estamos Damián y yo, cada uno con su torta de cumpleaños. Una semana entre un cumple y el otro. La semana que separa a virgo de libra. Aunque ahora esa distancia es nimia, sin sentido (también era así en aquellos tiempos). Poco después de la ausencia, del vacío que quedó tras los días de vigilia, Mariana Di Pinto me pidió que escribiera algo para el diario El Territorio recordando a mi amigo, a mi hermano. Recuerdo dije que si, sin pensar, todavía adormecido por el dolor. Este es el texto que escribí aquella vez.
Podría volver a escribir, casi de la misma manera, gran parte de este texto. El relato de lo que viví al lado de Damián. De nuestros encuentros y desencuentros. De esa terrible y contundente complicidad. Sin embargo, no suscribiría ni el título, ni el final. Creo – ahora, después de mucho tiempo - que ya nos vimos, que ya compartimos confabulaciones, alegrías, discusiones y gestos. Creo que no hay otra vida que esta y eso quizás sea lo que provoca (citando a Caetano) el dolor y la delicia de ser lo que somos. Damián está presente en mis relatos, en la forma en que cada vez que lo vuelvo a convocar aparece espejándose en el retrato que hago de el. Y también, por supuesto, en la foto y en algunas de estas líneas que comparto una vez más.


Nos Vemos

La cosa es mas o menos así: nace con horas compartidas. Recuerdo las imágenes desde Canadá junto a Rubén y Hugo, y nosotros en el SiPTeD asombrados mirando los espejitos de colores. Fue en el 87. Después fue un encuentro casual –Damián había vuelto y yo era uno de los nuevos en Teleducación-; hablábamos de Blade Runner la película de Ridley Scott donde los artefactos eran más humanos que los propios hombres. “He visto tantas cosas que ahora se perderán como lágrimas en la lluvia,” decía Rugter Hauer, el androide cuya humanidad era eliminada por la cara de piedra de Decker (Harrison Ford). En un rinconcito del Centro Cívico habíamos escrito esta frase entre otras. También fue la música y una frase de Charly tatuada en esa pared: “Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada, imaginen a los dinosaurios en la cama.”
Hubo alguna que otra discusión como corresponde entre quienes se están conociendo. Horas de compartir espacios, oficinas, proyectos comunes, radio y televisión. Llego un momento en que las horas desaparecieron. El tiempo se deshizo en afecto y fue ahí cuando decidimos viajar a San Salvador de Bahía. Viaje de tres días en micros truchos y sospechosos. El Pelourinho, el fuerte con la banda Yla Yle, La cantina da Lua, las chicas inglesas ajenas y distantes, Arembepe.
La amistad que se hace cada vez más firme a pesar de que después de esas vacaciones el tiempo compartido ya no fue tanto. Uno sabe quienes son sus amigos cuando su presencia ya no es tan necesaria. Basta encontrarse después de un tiempo para continuar siendo cómplices en los gestos, las palabras y los silencios.
Por eso yo se que nos volveremos a encontrar, para hablar de cine, para admirar a Tim Roth, Julia Roberts, Ricardo Darín, Winona Ryder y Pierre Bossnan. Seguramente nos cargaremos con los resultados de los partidos y yo le recordaré el gol de Palermo en cancha de Boca. Después retomaremos las conversaciones zapping, los secretos, la familia, Franco (-Damián, dejá que ese chico conozca el piso), Liliana, Chocha, Cristina y Malila, Apóstoles, el Che, Cuba y Sabina. Como en el agente 86 nos pondremos bajo la campana de cristal en donde fraguaremos conspiraciones, chismes y reconocimientos. Jugaremos al fútbol un día miércoles, a la noche, en el Tokio con todos los compinches. No se cuando será, ni donde nos encontraremos, pero creo adivinar que –citando otra canción- será yendo detrás de un perfume de mujer.
Por todo eso, Damián, nos vemos.

Café Azar
Noviembre 2002/Septiembre 2010

La parada (Sobre la muestra "Por el momento" de Daniela Pasquet)

La cinta de empaquetar. Permítanme, empezar por ahí. Una cinta adhesiva lo suficientemente fuerte como para cerrar un paquete y – a su vez – lo considerablemente frágil, como para poder abrirlo. Las fotos están sostenidas en cinta de empaquetar. Muestra provisoria, de tránsito, como en las casillas donde se despliega el tiempo de la espera, el tiempo de no estar. Justamente, la muestra - dentro de la muestra Visualidades en tránsito compartida por Andrés Gehrman, Patricio Nadal, Marlene Ciszlach y María Blanca Iturralde- , tiene por título: Por el momento. Así está escrito, en el papel, con la letra de quien escribe algo, un mensaje, una nota, que no tiene mas intención que la de avisar algo, por ejemplo: “me fui” o, por que no, “ya vengo”. Mas abajo se aclara, con la misma letra, en el mismo papel: “Fotografía digital” y la autora: Daniela Pasquet.



Nada más lejano de la letra manuscrita, de la cinta de empaquetar, del soporte en papel de quien sabe cuantos miligramos, que la fotografía digital. Aunque, si quisiéramos atar sentidos, la efímera materialidad de los mensajes en papel, de los avisos, de ciertas breves y fulminantes declaraciones bien podrían homologarse en esas imágenes etéreas, virtuales, hechas de brillos y contrastes sin otro soporte que la luminosidad que cubre la pantalla de un monitor pasibles de desaparecer sin siquiera dejar cenizas. Pero las fotos (digitales), enmarcadas y sostenidas en cintas de empaquetar están impresas en papel.



Paisajes en blanco y negro, escala de grises para ser más precisos (si es que se puede ser preciso en esta arbitraria e insolente interpretación). Rutas misioneras y correntinas, el asfalto y el paisaje de árboles homologados en el gris y diferenciados en las múltiples y diversas combinaciones de claroscuros. Y allí, casi siempre en el centro, las paradas. Pequeños refugios de la espera que a veces ni siquiera protegen del sol o la lluvia. A veces como simple referencia para el que se va, o para el que llega. Y las fotos iluminan photoshopeadas en colores cálidos ese no-lugar, subrayando su presencia, su lugar de referencia, su punto de tránsito.



Las casillas están vacías, no hay nadie ahí. No hay mujeres con niños y bolsos esperando, no hay hombres con ropa de trabajo, no se ven guardapolvos, ni ropa de salida. Alguna bolsa que el viento dejó paradógicamente en alguna parada. En las fotos, o ya se fueron, o todavía no llegaron. Daniela Pasquet supo encontrar - supo capturar - el paisaje del momento que todavía no es. No hay ni restos, ni huellas, ni percepciones anticipatorias. Ni el ómnibus, ni quien se fue en el, o tal vez llegó, ni siquiera esa sutileza que suele ser el delay de las despedidas. Las casillas fueron rescatadas de su destino de ser olvido, de ser lugar de paso, para ser el centro de una muestra de fotos. Vale la pena detenerse y observar – reconocer o descubrir - la mirada de la autora sobre los lugares del no estar. La parada que, detenida en el tiempo, fue cazada con un disparo preciso y expuesta en el museo, sostenida con cinta de empaquetar.

Cafe Azar
Posadas, mediados de septiembre del 2010

Esas cenitas de tanto en tanto

Hace unos años decidieron que era el momento de proponerse realizar unas cenitas de tanto en tanto, por lo menos una vez al mes. Coincidían en que se debían ese tiempo solo para ellas -así como los hombres, a quienes juntarse parece que les resulta más fácil, porque son más decididos o porque tienen mejores excusas.
Las pretensiones pasaban exclusivamente, por poder hilar al menos 3 palabras corridas de una oración sin interferencias, sin gritos, sin corridas alrededor, sin pedidos interminables de auxilio, sin llevadas al baño. Tranquilas.

Ok, todas de acuerdo, y sellaron el acuerdo como un tratado.
Así, cada una organizó lo propio -hijos, marido, trabajo- y comenzaron a disfrutar de esas reuniones nocturnas. Amigas reunidas, diferentes estados civiles -casadas, separadas, solitarias- personalidades completamente distintas -la intelectual, la Susanita, la temerosa, la combativa. Amigas reunidas, para hablar de cosas que les son comunes, despojadas de responsabilidades -por un rato nomás- con los pies descalzos, broche en el pelo (un poco deslucidas tal vez) y copa de vino en mano. Aroma a comida, dulce bienvenida para entregarse al placer.

Con el tiempo se fueron sumando esporádicamente otras, pero fueron pasajeras. Las que sostuvieron el ritual, el espacio ganado, esa conquista, fueron pocas. Cada uno de esos encuentros las aproximó desde lugares distintos, sus vidas se habían desarrollado sin parecidos.

La pregunta es… de qué y de quién hablan las mujeres cuando se juntan?

La respuesta es… de muchas cosas, más de las que se imaginan, pero indefectiblemente pasando primero por los hombres, terminan hablando de ellas mismas.
Poco a poco fueron tejiéndose las tramas de sus secretos. Cómplices, aventuradas, osadas. Miradas que con solo mirar preguntan y responden. Lágrimas y risas. Amplias bocas emanando los sonidos contagiosos de las carcajadas ante lo que se recuerda.

Y aparecen entre los variados temas, los tan entrañables “ex”, esos de los que nadie zafa y categoría que nos es común a todos. Todos somos ex, todos tenemos ex. Pasan los años y ellos permanecen. Surgen entonces los pendientes. Esas historias que quedaron ahí suspendidas, y se vuelven a mirar con ganas. Si, si, con ganas de probar.

- A vos te parece?
–pregunta tímidamente una.
- Más vale, total… qué perdés?
–alientan las que están pensando en sus propios ex
-
No sé, pasó tanto tiempo…

Fue entonces que cada una exploró y buscó en su memoria ese pendiente (que ya no es necesariamente un ex) que titilaba, como la luz amarilla de los semáforos a medianoche.
Próximos encuentros. Repaso de temas: estados de ánimo, notas escolares, cuestiones del trabajo nuestro de cada día, suegras, madres, maridos, novios… pendientes.
Muchos archivos abiertos al mismo tiempo, simultaneidad de temas que sin tener relación directa se conectan entre sí, así somos las mujeres. Vamos cerrando de a uno y queda ese… abierto… a la espera.

La arenga se incrementa, y las copas de vino hacen notar sus efectos. Más relajadas, menos “sujetas” a lo que se debe hacer, se van soltando… flota la idea de lo que podría ser y finalmente lo que se desea hacer. Cuestionamientos propios y mandatos sociales van esfumándose como el humo del cigarrillo de la que fuma. En esas reuniones, no hay música, solo están sus voces, a veces susurros y los silencios, acomodándolas en la reflexión de lo que se escucha y se piensa.

Opiniones encontradas, cruces de palabras, fuertes discusiones y desacuerdos, así de apasionadas son cuando algo les importa, así, son amigas. Se encontraron en lo distinto de cada una y en el respeto de esas diferencias, justito antes de los 40, edad crucial que marca un parate en las mujeres. Algunas profesionales, madres casi todas, esposas aún -o ya no. Estados transitados y gozados. Espacios y deseos resignados (solo por un tiempo) elegidos por amor.

Crisis. Fracturas. Renacimiento. Necesidad imperiosa de volver a sentirse mujeres.
Así, cada una venció sus propios miedos y atravesó sus propios límites, tomaron decisiones y se lanzaron nuevamente a explorar. Y se encontraron en ellas mismas. Cambiadas, inimaginables en otro tiempo, con el deseo a flor de piel y la aventura por delante. Sí amigas, todo… pero todo… valió la pena de un momento.

Hoy, la agenda de ellas se reprograma. Una se envolvió nuevamente en pañales -un nuevo acto de amor, de “su” amor-, otra sigue indecisa, otra se siente libre, otra -experta exploradora- sigue buscando… pero todas sienten lo mismo, el deseo de la continuidad, y las une, más allá de sus afectos, la complicidad de sus secretos de ahora, como cuando eran adolescentes.

Pasados las cuarenta, las mujeres son más apetecibles dicen…
Tal vez porque, al menos éstas, ya aprendieron a disfrutar de esos espacios propios -sin demandas ni demandantes-, tal vez porque son más seguras -al haber aprendido de ellas mismas-, tal vez porque se soltaron y se animan a hacer lo que sienten -sin dejar de ser madres, esposas, amigas-, tal vez por sus amores y dolores… tal vez porque definitivamente le dieron lugar a sus placeres.

Es así, como esas cenitas de tanto en tanto… dieron y dan que hablar.
Amigas, viejas y nuevas, un placer tenerlas.

miradas


Que no se muere por amor
es una gran, bella, verdad
y eso mismo, dulcísimo amor mío,
es lo que, desde mañana,
me sucederá...
Yo viviré sin ti
aunque todavía no sé
cómo yo viviré...

Che non si muore per amore
e' una gran bella verita'
percio' dolcissimo mio amore
ecco quello, quello che, da domani
mi accadra'
Io vivro' senza te
anche se ancora non so
come io vivro'

Lucio Battisti


Primero Liviana Divaga trayendo a Mina desde sus legendarios ocultamientos... tan suelta y fresca para atropellarnos con la intensidad como si solo se tratara de una garganta y un talento para la interpretación... Digo, ¿qué palabra le hace justicia a semejante expresión?

Luego Café (tan hipertextual para decir que es tan hiperromántico...) hace un despliegue brillante para dejarnos, al final, delante de ella, que caminando se arregla el pelo...
Él mira, y se enamora...

Y es que es en la mirada, la propia -siempre la propia- donde está la belleza, y claro, el amor. Así pasan las modestas estrellas particulares a recordarnos lo que es un año luz, para el que jamás tendremos medida ni noción...

Así, juntando a Mina, y a ella cuya mirada enamora -y nosotros, que mirando le damos la razón- volví a pensar en Elena Roger, a quien vi varias veces sobre un escenario y sin vidrios de por medio.

Por supuesto, yo también me quedo sin palabras



Tarde, mucho más tarde, cuando oscurece un poco y es posible buscar algo de esa luz en nosotros, vuelvo a maravillarme con la distancia y la armonía que hay entre Mina y Elena Roger, lo de ellas, lo de Café, lo de Liviana, lo de todos, es simple, personal y extrema, interpretación.



Las mujeres que se arreglan el cabello mientras caminan, la mirada de Nana y nuestras modestas estrellas particulares (Berretín)

No es amor,
de ese amor tan carnal
ni es pecado mortal
es locura,
es sentir:
un capricho apasionado
o un castigo que me han dado
o es nomás,
un obstinado berretín.

BERRETÍN
(Juan Carlos Mesa/Armando Freyre)


Hace unos días, como suele hacerlo con la delicadeza y sensibilidad que la caracterizan, Irupé Tentorio, compartió en facebook un fragmento de la película Vivre sa vie (Vivir su vida) de Jean Luc Godard (1962). En los diez minutos que dura el extracto se puede ver un diálogo entre Nana (Anna Karina) y un filósofo (Brice Parain haciendo – tal vez – de si mismo). Allí se habla de la relación entre pensamiento y palabras. Como no podía ser de otra manera es casi un monólogo del filósofo sobre los mundos creados a través de las palabras con breves interrupciones mayéuticas por parte de Nana. Sin embargo, permítanme decir, creo que lo más significativo, lo que más provoca al espectador, lo que establece un punto de partida disruptivo no está dicho en palabras, no está explícitamente hablado, sino que se resume en una mirada. Mientras el filósofo despliega palabras sobre palabras (sobre el pensar y el decir), Nana mira a la cámara. Mira – fijamente – a quien está mirando la escena en la pantalla. Por un instante nos descubre mirándola, viéndola escuchar el habla que parece perderse en ese momento. No hay palabras ahí, no hay decir, sólo una mirada profunda que pareciera estar mas allá de lo que semántica y sintácticamente se escucha hablar. Y, debo decirlo, la mirada de Nana enamora. Y es entonces que el sentido se hace difuso y cada palabra se esfuma detrás de los ojos de Nana, y ya nada importa, si las palabras son pensamientos o estos palabras y si pensar, como Athos, sólo lleva a la muerte. Quizás sea la alegoría más precisa del deseo (ecos lejanos de significantes vacíos), aunque – como toda metáfora – no del todo exacta.

El 6 de diciembre de 1919, en el número 1105 de Caras y caretas, Horacio Quiroga publicaba –bajo el subtítulo de “Variedades” – una bella e inteligente reflexión sobre el encantamiento que generaban las estrellas de cine. Se preguntaba, el escritor que supo poner en evidencia la tontuela vanidad de los flamencos, la deriva sin fin de un cuerpo envenenado o la lógica pura, inocente y trágica de los degollamientos, que hacía que nuestro corazón quedara en vilo ante la aparición de las bellas actrices del cine. “¿Por qué, pues, la profunda ola de amor por las estrellas mudas en que se ahoga y continúa ahogándose el alma masculina de las salas de cine?”(Horacio Quiroga: Arte y lenguaje del cine; Losada, 199643/44). En la interpretación del escritor el secreto está en el tiempo: mientras que las mujeres que nos encandilan en lo cotidiano brillan fugazmente ante nuestra mirada (“porque la hermosa chica que toma el tranvía se lleva con ella el tiempo que hubiéramos necesitado para adorarla”); las estrellas de cine se nos presentan en la pantalla desplegando su seducción durante la duración del filme (“Ni un rincón de su alma nos queda oculto”). Ahora, plantea Quiroga, si la belleza fugaz que cruza ante nosotros en las calles por las cuales transitamos distraídos pudiera ser contemplada (“vidrio de por medio”) durante unos cuarenta y cinco minutos nos daríamos cuenta que ejercería sobre nosotros la misma arrobadora sensación que las más reconocidas estrellas del universo cinematográfico. Y así podríamos: “dejar dichosamente quemar nuestra alma, ala por ala, ante los celestes ojos de modestas estrellas particulares.”

Palabras escritas (las de este texto al menos) que refieren a miradas indecibles, a momentos de goce que atraviesan el lenguaje poniendo en evidencia sus límites. Cuando comencé a escribir sobre estas miradas, la de Nana en la película de Godard, la de Quiroga sobre las estrellas del cine mudo y las fugaces bellezas del encuentro cotididiano; pensé en donde mi corazón se estremecía perdiéndose por un instante del pensar ordenado o confuso del día a día. Cual era el momento en que se diluían las preocupaciones laborales, los rollos amorosos y afectivos, los campos minados del mundo en que vivo. Ese instante, esa mirada que capta y se pierde, ese goce de lo bello que – en un tiempo diferente – me deslumbra y enamora, es cuando veo una mujer que caminando se arregla el pelo. Y es ahí, como ahora, que me quedo sin palabras.

Café Azar
Posadas
Lluvioso septiembre de 2010.-


Heidegger ama a Hannah…


Ellos dieron inicio… a la obra, el silencio se apoderó de todo, de todos, salvo de aquellos que seguían tras la búsqueda de sillas , infructuosa al fin, de pie se contemplaba mejor.
La filosofía se hizo presente en el Centro del Conocimiento, la filosofía y el amor, con fragmentos coloquiales de una historia amorosa, con discursos fragmentados de esos amantes que nos han orientado, desorientado y reorientado a través de sus obras.
La obra, esta vez la de teatro, se deslizó a través de líneas que dieron cuenta de sus encuentros, de sus secretos, de sus diferencias. Todos ellos bajo el signo de la pasión, y si, de que otra manera permanecer con ese otro con quien no puede compartir su espanto, su desesperación, su atónita mirada frente a la monstruosidad. Dirá Hannah, en la pasión, con la que el amor aprehende solamente el quién del otro, se deshace como en llamas el espacio intermedio del mundo, por el que estamos unidos con otros y a la vez separados de ellos.
Ambos son apasionados, ambos detienen su mirada una y otra vez sobre el mundo, sobre los signos que lo constituyen. Analizan, reflexionan, se empapan de los acontecimientos, navegan en ellos, a través de ellos, se exponen a través de sus palabras al mundo. Entonces? Cómo sostener un secreto? Juntos amándose carecen de mundo, el mundo entre los amantes, dirá Hannah, está quemado, y eso los separa del mundo común y eso les permite permanecer, la pasión y el no mundo es vital entre los amantes, cuando ella se diluye y el mundo común se filtra la atopía perece, esa imagen singular del uno hacia el otro, se pierde, la sorpresa de la mirada ya no está, ya no hay inocencia, ya el otro deja de ser el Único, ya lo puede clasificar.
Él dejo de ser Único, él no se comprometió en lo bueno o en lo malo, él no le otorgó el regalo de la “visibilidad”, la pasión y el secreto lo borran todo, no permiten testigos, el amor no puede mostrarse,… no fue el destino de Hannah amar a Heidegger, Hannah amó a Heidegger….
Daniela

Procesos

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DOCUMENTO EN BLANCO…
y así comienza el proyecto. Voy por aquí, no, no, mejor así no, CONTROL Z… -maravillosa combinación de teclas que me permite deshacer- Vuelvo, pruebo, corrijo. Las eternas dudas de mi ser libriano que me condicionan una vez más y me hacen dudar. La paleta de colores se me muestra desplegada pero no logro decidir. Colores fríos. Voy por los azules, del cyan puro a lo más intenso. Mezcla de colores y texturas, brillo y saturación, forma y contraforma. La idea en mente se va definiendo. El tiempo pasa. Una vez más CONTROL Z. Vuelvo a probar, observo. Enciendo un cigarrillo mientras analizo, finalmente apruebo. Listo.
GUARDAR COMO
SALIR…
Mañana lo vuelvo a ver, tal vez haga cambios, pero por hoy está bien. Así está bien, creo…
(Ahora que lo pienso, el proceso se parece a la cotidianeidad de los hechos de mis días)