Es posible la historia en 3D? eh?


Una novela? No.

Podría escribir un relato, una novela, sobre Posadas? Con personajes a medias reales, a medias inventados, donde muchos pudieran reconocerse y creyeran en la existencia de los otros , solo por ser citados ellos, los reales?

De la historia, del azar, dependería que se convirtiera en un relato tan famoso o tan desconocido como el que más. Como la historia de los protocolos de los sabios de Sion, que me regalara el arábigo dueño de una conocida librería de Curitiba, en intención que la memoria no me deja recordar si era de corrupción intelectual o sexual. Guardé el libro mucho tiempo. Tiene una tapa anodina como de cuaderno barato y atesora mundos de intrigas para mi incomprensibles, ordenados en cuidados capítulos de apariencia coherente. En una traducción al portugés, había llegado hasta mis posadeñas manos, un ejemplar de los Protocolos. Tentado estoy de correr hasta el google más cercano, para descular cómo se llemaba la librería curitibana y su sospechoso propietario de fino y elegante anche intelectual y misterioso porte arábigo. Pero ni el internet me ayudaría. Estoy , por el momento recluido en un bunker alejado del bombardeo mediático, donde los tranquilos placeres de la literatura, la comida y la ingesta de exquisitos alcoholes (gracias Cumpa, por ese "single malt") me rodean de un ying tan impenetrable como la misma profundidad de las aguas de la pileta de natación, una noche de ardiente verano asunceno.

Ahora bien, y de vuelta al motivo original. Podría relatar mi aldea a consciencia, a medias inocente de su capacidad para reflejar el mundo. Pero no es ese anehlo vano el que movería mi pluma en su danza febril por la vasta pista del papel espectante. Sino el potencial del arte del efectivo reflejo. El reflejo fiel, aún impresionista de aquellos diálogos, de aquellas circunstancias, como si el pasado fuera efectivamente un lugar y el recuerdo el camino para arribarlo. En cambio las miasmas del recuerdo solo levantan telones, donde los paisajes descoloridos se proyectan esquivando los inevitables agujeros que la coja memoria les propina.

Si el proyecto es la letra, no lo es la obra. Y viceversa. Ahora bien ¿Cómo podría cualquier literatura pueblera reflejar por un segundo la emoción voraz de un niño, rodando veloz, envuelto en el ruido desgarrante de desnudos rulemanes sobre el mero asfalto, por la bajada de la Corrientes entre San Martín y Sarmiento, sabiendo que cuanto más veloz su karting, menor su capacidad para frenarlo cuando en la siesta meridiana un auto, tan desprevenido como artero, metiera su nariz con inocencia, asomando por Sarmiento su peligrosa facha? ¿Cómo completar literaria pintura, que diera imagen satisfactoriamente fidedigna del rojo y blanco 12, envuelto en una nube de tierra colorada, haciendo la curva antes de las vías, desde donde ya se divisaba la arqueada entrada del portal del Rowing?¿Cómo estampar en figura digna, el gesto soberbio de Canco Irrazabal, al arrojar un vaso a la vereda sentado en la última mesa de Hotty's, solo para convocar de urgencia a mozo reluctante de tanta lejanía, atosigado por el apuro de múltiples requerimientos otros?¿Cómo en la calesita de las caras extrañas, podrían desfilar las caras familiares en este tren fantasma de estampas posadeñas?

¿Un Cambas yo de la historia setenteista de una porción estrecha de las 4 avenidas?
¿Un Ambrosetti de la selva obscura y provinciana de las pasiones mezquinas de los bailes de carnaval del Club Social?
(Desgarrador ahora) ¿Dónde esta Pucho, cagando en la bañera de sus tías, borracho y quinceañero, confundido de blasones y de ideas, acarreado hasta la ducha por sus amigos más fieles?
¿Dónde el Pollo sobre el capó de algún auto, bajo la noche estrellada de un cumpleaños en los Aguacates?

Como un RAmos ante la muerte de un Benito, podría declamar mi gloriosa letanía, tan lejana como desconocidamente. Pero, como ya Nietsche lo asevera (lo dijo Socrates, lo afirmó Platón...), no hay gloria en el origen, sino casualidad, retazos. No hay escencia sino vanalidad, tan creadora como el caos.

Como una larga fila de mesas en la vereda de la Bolivar, el facebook nos enfrenta con turnos diferentes de posadeños que alguna vez fueron jóvenes. Tambien los de los cincuenta tuvieron su momento. Aún los de los cuarenta. Mi anciana Madre no puede reprimir una expresión cómplice al hablar de la pista Puloil del Parque Japonés. Todos ellos salían del colegio, muchos se encontraban en los bares y bailaban alegres o tímidos, acelerados o rabiosos sobre los largos listones de madera del piso del Progreso o del Social. Pero todos morimos con las leyendas puestas. Atesoradores de tesoros exclusivos, guardamos los momentos, únicos todos ellos, sin posibilidad ninguna de transmisión justiciera. Para nadie la gloria, el humor. Para nadie el recuerdo como para nosotros. Para nadie aquel momento del que fuimos testigos. Para nadie el olor entre el cuello y el pelo. Para nadie, más que para nosotros. ¿Es tan buen mozo Cacho Casanova, cuando mi Mamá se acuerda con una frase-suspiro: "¡Qué buen mozo que era Cacho Casanova!"?. "Todo es relativo" podría concluir uno, relajándose una vez más en el lugar común. "El pasado no existe" sería la exalación siguiente en ese abandono.

Y sin embargo.... (música de suspenso). Sí es posible el relato. Con sus raices profundas en la historia, que se entrecruzan en el humus creativo del recuerdo y surge, según el talento del cuentero, para ser obra en sí mismo. Para fascinar como una orquesta. El arte consiste en articular las notas. En hacerlas resonar en lo oidos correctos. Como si el auditorio fuera un arpa, tocar con placer y sabiduría las cuerdas correctas en la sucesión deseada. Como el instrumento, vibrará el auditorio. El cuento es el placer de las culturas. Es el arte efímero de los sensibles. Los que fotografían la humanidad más cercana y devuelven la exposición embellecida, dramatizada, ensombrecida o sórdida. Al lado del fuego, al costado de un disco o en la neblina de inspirador humito, el relato traduce la vivencia en acuarela de color empático. Así que amigos... no renucien al relato. Mientras tanto yo...

No quiero en mi tumba una escritura en guaraní. Quiero una cerveza fría al lado mío, sentado sobre la arenisca piedra San Ignacio de mi costanera del Parque Paraguayo. Abajo... el desfile de un Posadas nuevo. Al fondo... el símbolo del puente. Al frente... el Paraná de las guitarras, más antiguo y trascendente que todos nosotros y, al mismo tiempo igual de esfímero.

Variaciones infinitas

Yes!, nós temos banana
Bananas pra dar e vender
Banana, menina, teim vitamina
Banana engorda e faiz crecer
Yes!, nos temos banana
Bananas para queim quizer.
(João de Barro/ Alberto Ribeiro)

Érase una vez en Río…
una tregua florida que se vive en la calle y se mueve repicando samba. La gente se vuelca a protagonizar y espectar, dispuesta a estar junta para cantar y bailar unos días. Fiesta donde la carne vale, es carnaval. Estremecido, arrepiado, el arte acontece en la piel, modula en las voces una poesía a pecho abierto y los pies soportan nuestros huesos inquietos por desatarse en danzas.

Uno se vuelve multitudes que desfilan sin fin, una tras otra, esquivando el tránsito y las lluvias finas de marzo, hasta aguantar nomás. Comanda la risa en los blocos de rua que se reúnen para salir por el barrio con los vecinos detrás y con los que se cuelan a su paso:
                                                                          Cachorro Cansado, Carmelitas, Unidos do Faz Quem Quer, Concentra Mais Nao Sai, Escravos Da Mauá, Garganta Seca De Irejá, É Pequenho Mais Vai Crecer, O Negocio Ta Feio E O Teu Nome Ta No Medio, Espreme Que Sai, Piranhas de Sao Roque, Chocolate Com Pimenta, y así, entonando viejas marchinhas van por Flamengo, Santa Teresa, Lapa, Tijuca, Laranjeiras, y más.

Multitudes sin miedo ni recelo del otro porque sin el otro no hay carnaval; quien quiere marcha y los que no, miran, como la policía que vigila por compromiso esta transa de vivir y dejar vivir. “Buen carnaval, buen desfile” se escuchan repetidamente en bares repletos y en las casas donde la comida y la abundante cerveza sustentan los preparativos y los descansos intermedios.

El tiempo se acompasa con aires sincopados y la tristeza de amores perdidos, la queja por la poca plata o el asco por la mugre que abunda se entonan con música, con disfraces coloridos y un hormigueo provocado por las fuerzas dulzonas de cavaquiños, zurdos y pandeiros. La musiquita arranca e invita y va creciendo hasta ganar la ciudad, arremolinando gente en balanceo concordado y libre. Pagode o rap, funky o batuque suenan para repasar los temas que todos saben cantar y alrededor de los palcos de concierto nocturnos deambulan piratas, mariposas y abejitas, personajes de historietas, madamas y angelitos. Algunos se miran de reojo y con respeto por las camisetas distintivas de las escolas de samba que compiten en la Sapucaí, sin patoteo barato ni provocaciones pueriles fuera del escenario donde todo se juega por el título de campeón.

Esta gente se toma en serio el carnaval; saben de su efecto regenerados de ánimos a través del disfrute concertado; comprobaron que esto no viene de gracia como el viento fresco sino que requiere preparación, ideas y laboriosa artesanía. Claro que es un negocio turístico ahora, es parte de una industria cultural que atrae gringos a rolete, y ese acto de magia tiene sus trucos. Hacen acontecer la alegría compartida y es una fiesta provisoria que los enorgullece. Puede no dar certo en algo también, pero la pasión dispuesta es tal que todo lo cubre, todo lo salva y justifica el esfuerzo.
Lo efímero brilla intensamente antes de desaparecer, todo el lujo posible sale a relucir con lo que se puede precisamente porque el final anunciado ya vendrá.

CARNAVAL ES CARNAVAL



El domingo fui a Villa Blosset a ver su afamado carnaval.
Bajo las banderitas triangulares desfilaban sobre la calle pintada de blanco las comparsas provenientes de distintos barrios de Posadas. Muchos chicos de familias desplazadas por Yacyretá y de otras procedencias avanzaban al son de los tambores. Cuerpos semidesnudos con tocados egipcios y plumas de la zona.
Infantiles caderas cimbreantes y algunas más adolescentes pero de edad.
Típica comparsa con aire de arrabal brasilero, es decir Misionero.
De fondo el Parána, calor y humedad.
A la vista sobre la Costanera los restos del acto de celebración del llenado del embalse a su máxima cota y del recital de Fito, es decir las pancartas partidarias de la Renovación.
En la vereda y sobre algunas gradas el público acompañaba con sonrisas, palmas y aliento a las comparsas.
Los chicos, aerosol en mano, tiraban espuma nieve a las chicas que se paseaban.
Es carnaval y la tradición, vaya a saber desde cuando, obliga a mojarlas o, ahora, en virtud de estos aerosoles, espumarlas.
Mientras miraba como uno más del público la escena en su conjunto, fui testigo de un episodio menor, de un detalle de la fiesta, un enunciado suelto de ese fragmento discursivo que es la fiesta en sí al decir de algunos antropólogos interpretativistas.
El hecho al que refiero ocurrió frente a mí, por cierto no sé si otros de los que me rodeaban percibieron la reacción de la rubia que estaba al lado mío: Se dio vuelta intempestivamente e increpó un tanto airada a un gurisito que con mala puntería le refrescó la espalda a ella y no a la chica que pasó ligerito.
¿Y vieron como es esto del aleteo de una mariposa? Unas gotas de espuma en una espalda desprevenida, puede mover iras en cadena… Vaya a saber uno ahora los trágicos hechos que se sucedieron en el mundo luego de este episodio.
Quizás está mala onda energética producida a la vera del lago de Yacyretá quedó circunscripta a esta región. Hasta donde puedo atestiguar porque yo estaba ahí sucedió esto que les cuento:
Al lado del niño travieso, reprendido; una mujer joven, bajita y enérgica se dirigió, con actitud firme y de combate, a la rubia alterada diciendo:
“Pará!!!, pará!!!, pará!!!! Te desubicaste!!! Éste es mi hijo, ¿sabes? …. Carnaval es carnaval.”
Esta tautológica declaración de principios pareció ser más que convincente.
La rubia se alejó cabizbaja, sin emitir sonido, como avergonzada por no haber comprendido el sentido iluminado por aquel escueto y taxativo argumento. O quizás, cómo con la cola entre las patas. Acobarda , por la actitud de la fierita que la enfrentó en defensa del territorio de la alegría , con energía positiva.

Hernán Cazzaniga