Silbando…


Oigo silbar una melodía veraniega, temporalmente lejana.
Tal vez porque me crié en Barracas la palabra silbido me resuena a cuchillo.
No digo esto para hacerme el guapo, ni para pasar por falso testigo declarando acerca de duelos que no presencié.
He visto sí a algunos muchachos enfrentar partidas bravas empuñando solamente nudillos carentes de extensiones de acero.
Púgiles que no supieron de la arrabalera y fulgurante esgrima de sus antecesores cuchilleros.
Por la TV me entero que por allá la cosa se fue de las manos: El distante plomo, más que los puños o el acero, define los entreveros.

Oigo hablar de tiempos violentos, sin código ni honor. De muertes sin razón y de cobardía.
También habla el vecindario de negras muertes ocasionadas por despreciables y temibles negros.
Como acá no somos racistas el color adjetiva sus almas, según dicen: no se valora tonalidad de pellejos.
Pero las palabras también son balas y hacen tronar su escarmiento.
Lástima que les fueron arrebatadas a los poetas y hoy están en las manos de ubicuos movileros. Sabido es que a los medios los carga el Diablo.
Como diana cotidiana ejecutada por crispantes trompetines suenan presurosos y seriales estos nuevos rapsodas urbanos.
Disparan a Diario las palabras con desprecio. Inflacionan los prejuicios, aprecian el sentido común, devalúan el sentido estético.
Economía perversa que comercia en frasco de catódica realidad una ética contrabandeada bajo el rótulo “Verdad”. Verdad enajenada hasta de las relativizadoras comillas. Despojada de su marca de fábrica y de toda garantía.
¡Cuán alejados estos relatos de las rapsodias bohemias!
Las de aquellos cronistas lejanos que supieron distinguir sus ficciones de los abstrusos hechos, lo provisorio de lo duradero.
En lugar de llamarlos noticias, aquellos hombres las nombraron milongas, para que las generaciones las sigan silbando.
Una calle en Barracas al Sud,/una noche de verano,/cuando el cielo es más azul/ y más dulzón el canto del barco italiano.../Con su luz mortecina, un farol en la sombra parpadea /y en un zaguán está un galán/ hablando con su amor.../ Y, desde el fondo del Dock,/ gimiendo en lánguido lamento,/ el eco trae el acento de un monótono acordeón,/ y cruza el cielo el aullido de algún perro vagabundo/ y un reo meditabundo va silbando una canción.../ Una calle... Un farol... Ella y él.../ y, llegando sigilosa, la sombra del hombre aquel/ a quien lo traicionó una vez la ingrata moza.../ Un quejido y un grito mortal/ y, brillando entre la sombra,/ el relumbrón con que un facón/ da su tajo fatal...
Y desde el fondo del Dock,/ gimiendo en lánguido lamento,/ el eco trae el acento de un monótono acordeón.../
Y, al son que el fuelle rezonga/ y en el eco se prolonga el alma de la milonga va cantando su emoción.

Silbando
Letra: José González Castillo
Música: Cátulo Castillo y Sebastián Piana


Hernán Cazzaniga

Mano a Mano pero con Mala onda

Esta noche, en el programa de Tom Lupo en radio Nacional escuché una charla con Lucio Arce en la que discurrieron algunos tanguitos de su autoría.
Arce forma parte de una movida dispar que se va ganando con novedades que recrean la escena tanguera revisando las formas clásicas del género.
Al escribir estas notas no me mueve el análisis de una obra aun inédita que solo conozco por esta breve entrevista que escuché mientras hacía otras cosas.
De los destellos de la charla rescaté la interpretación de “El malaonda” que inmediatamente encontré en you tube y copié el URL para compartir al final de esta entrada porque remite a una anterior en la que afirmé que la maradoniana frase “Billetera mata galán” acaso esta reservada para un tango que aún no se escribió. (click).

Tango que quizás podría inscribirse en la tópica de quejosos reproches y dolidas advertencias realizadas por pobres galanes perdedores de seductoras pulseadas frente a despreciables bacanes con vento.
Su forma clásica es la versión que narra Gardel con tono dolido y un dejo de rencor en este Mano a mano: ( http://www.youtube.com/watch?v=jildNDPHPQo )

La novedad del asunto impuesta por Arce “el malaonda” es pensar la historia desde la mirada no menos rencorosa de un bacán perdedor frente a la despreciable seducción del pobre galancete. La antítesis del apotegma de Maradona.

No obstante una constante une a estas miradas: es la ilusa y provisoria felicidad que proféticamente vaticinan a la ingrata o la ansiada constatación de aquellos estragos anunciados por el narrador.
La diferencia tal vez esté en la actitud con que cada uno de estos sujetos arquetípicos (pobre arrabalero - acaudalado bacán) espera la verificación de las profecías a la vuelta de la esquina: Revelan cierta ética de clase que los distingue aun en su desgracia como pueden apreciar en este “El malaonda”: http://www.youtube.com/watch?v=K9jC7JDuZ68
Hernán Cazzaniga

Eternamente, endemientras

Quienes ya vivimos algunos años podemos afirmar – no sin cierto desconsuelo - que el amor tiene fecha de vencimiento. Que uno dijo, o le dijeron –o tal vez creyó escuchar – que ese amor era para toda la vida, eterno, omnipresente, es decir, inhumano. Una suerte de Gilamesh, Higlander o Marco Flaminio Rufo. Sabemos, por este último, que la inmortalidad de las cosas esta íntimamente ligada al olvido. Curioso reverso de amores que se quieren inolvidables, donde el sentido de la palabra siempre es olvidado cada vez que se repite.

Una canción de Tom Jobim y Vinicius de Moraes dispara esta breve reflexión de entre casa. Mas precisamente se trata de una canción, y un poema de Vinicius que se intercala –interviniendo - esa canción. Como una suerte pedagogía del universo sentimental, de las relaciones amorosas, letra, música y poema se entrelazan en un contrapunto que abre ricos y densos significados.
La canción es Eu sei que vou te amar y la primera versión apareció en 1959, en el disco Por toda minha vida. Música Tom Jobím, letra Vinicius de Moraes y la intérprete: Lenita Bruno mas una orquesta dirigida por su marido Leo Peracchi. Eran los comienzos de la bossa nova y, así como el disco de Elizabeth Cardozo en donde ya aparecía la batida de Joao Gilberto y la primera versión de Chega de saudade considerada pieza fundacional del movimiento estético y musical, la grabación de Lenita Bruno traía – en la voz de la cantante y en los arreglos orquestales - ecos de sonidos líricos y jazzeros prefigurando mucho de lo que después se conocería bajo el nombre de MPB.
Esta es la letra de la canción:

Eu sei que vou te amar
(Vinicius de Moraes / Antonio Carlos Jobim)

Eu sei que vou te amar
Por toda a minha vida, eu vou te amar
Em cada despedida, eu vou te amar
Desesperadamente
Eu sei que vou te amar

E cada verso meu será
Pra te dizer
Que eu sei que vou te amar
Por toda a minha vida

Eu sei que vou chorar
A cada ausência tua, eu vou chorar
Mas cada volta tua há de apagar
O que esta tua ausência me causou

Eu sei que vou sofrer
A eterna desventura de viver
À espera de viver ao lado teu
Por toda a minha vida.

La letra es contundente, La idea del amor es de totalidad, pero también de eternidad. Amar para toda la vida. Algo así como estructural, sin tiempo, cubriendo toda percepción sensorial, ocupándolo todo. No hay nada que el sentimiento amoroso deje afuera. También, de manera inversa, la vida es un vacío, desventura, de no estar con el ser amado. No hay resto que no sea entregado – aún lo que no se tiene – al amor. Es así por toda la vida.

El poema es más antiguo que la canción, o al menos se editó algunos años antes en el libro de Vinicius publicado en 1946 llamado Poemas, sonetos e baladas. Es el primer poema que aparece en esa edición: Soneto de fidelidade. En un disco grabado en vivo –el primero del poeta - en el Teatro Municipal de São Paulo en diciembre de 1965: Poesia e Canção, aparece el soneto en la voz de Suzana Moraes, hija de Vinicius. Sin embargo, en grabaciones posteriores, el poema aparece incluido, como un recitado, en la canción Eu sei que vou te amar (por ejemplo en los famosos recitales de La Fusa en Buenos Aires, en 1970, que Vinicius grabara con Maria Creuza y Toquinho y la dirección musical de Mike Rivas).

Soneto de fidelidade
(Vinicius de Moraes)

De tudo, ao meu amor serei atento
Antes, e com tal zelo, e sempre, e tanto
Que mesmo em face do maior encanto
Dele se encante mais meu pensamento

Quero vivê-lo em cada vão momento
E em seu louvor hei de espalhar meu canto
E rir meu riso e derramar meu pranto
Ao seu pesar ou seu contentamento

E assim quando mais tarde me procure
Quem sabe a morte, angústia de quem vive
Quem sabe a solidão, fim de quem ama

Eu possa lhe dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.

Aquí también aparece esa idea del amor tiñendo todo. Sin embargo, hacia el fin del soneto – imagen también de algo que termina - otra idea se deja ver. Cuando la muerte, o la soledad lleguen, el poeta afirma que cada amor – como la vida - es finito, mas sin embargo, son infinitos en su momento. Es decir que se trata de eternidades provisorias, fragmentariedades que se quieren totalidades, e infinitos que sólo pueden serlo por su finitud.

Poema y canción, puestos en diálogo, trazan un panorama, una reflexión sobre lo absoluto y lo provisorio, sobre el fin de los sentimientos y sus instantes de eternidad. Hablan, poema y canción, de la misma experiencia, suerte de dos caras de la misma moneda, lógica complementaria que indica – y muestra – el carácter móvil de certezas y totalidades. Quizás el amor sea inmortal, en cuanto exista la posibilidad de olvido. Si los recuerdos apenas son recortes – palabras de referencias ambiguas -, el olvido hace posible lo eterno y el amar por toda la vida. Jorge Luis Borges, en El Inmortal, escribe, pensando esta eternidad como “…un mundo sin memoria, sin tiempo…” y un lenguaje que “…ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos.” Tal vez el lenguaje de las relaciones amorosas, en sus destellos de eternidad, sea aquel que buscamos comprender y sin saber cómo, algunas pocas veces hablamos.


Café Azar
Posadas, fines de Febrero de 2010. -

Vidas ejemplares

“La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez, sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama que se ve en Hamlet.” El Simulacro. Jorge Luis Borges.



Fiel a su estilo provocador el Flaco disparó la pregunta que consagró Américo Barrios “¿no le parece?” y desencadenó evocaciones que estaban ahí, latentes, como los recuerdos bellamente narrados por Silvia acá, en la entrada anterior.
Sumida en saudades nos descubre sus recuerdos de arcanas vidas sentimentalmente enlazadas por un momento feliz de la Historia, sucedido por el desconsuelo.
El azar quiso que su abuelo, nacido en el ‘24 llevara el mismo nombre que el General, el amigo de Américo Barrios que aparece junto a él en la foto que colgó el Flaco en esta entrada.

Ni bien la vi a Silvia le comenté que su evocación del viejo Juan Domingo, su Abuelo, y la escena de aquel disquito verde con aquella quebrantada voz que el tocadiscos naranja reproducía dificultoso me recordaban a las escenas que Borges interpretó en “El simulacro”.
Pensé en si aquella niña pistolera no había sido acaso testigo de aquella historia de amor, representada con distintos actores y con diferencias locales.
Pensé en si el Juan Domingo real que ella, imperceptible, observaba ahogar sus penas en alcohol no era uno de los tantos enlutados y en si la voz de la renunciante no era, quizás, la de una de las muñecas a las que refiere Borges:
“¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico?... El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón no era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.”

Al respecto Café Azar apuntó que alguna vez le hicieron notar a Borges que, siendo él tan antiperonista sin embargo había logrado, captar el carácter sentimental de esta construcción dramática encarnada en el drama vivido por multitudes. Como pocos había interpretado la lógica de sus representaciones, de su eficaz manera de reproducir las identificaciones entre Perón y Evita y el pueblo peronista.

Irónico el viejo vate respondió: ¡Caramba! de haberlo sabido no lo hubiera escrito.
Ya es tarde. Lo hizo. Pero ¿qué importa si no lo hubiera hecho él?
Otros como Silvia, a través del ejercicio del observar-narrar lo han hecho. Han descubierto como acá Sandra Russo esta curiosidad bien Argentina.
Hernán Cazzaniga

Las artes de la observación




"Me hace renegar" decía mi abuela ante todo lo que le molestaba: un perro diminuto llamado Titán, que se hacía el desmayado si ella lo retaba mucho; o mi abuelo con sus botellas de vino escondidas en la huerta, o los "pericos" (una variedad de pollos chiquitos que solo servían para hacer ruido y estorbar).

Años la palabra me dio vueltas en el cerebro, ¿qué es renegar? Renunciar, despreciar, protestar... La última era la acepción de la abuela, pero a mí no me parecía. Siempre creí que quería negar dos veces, sobre todo a mi abuelo, que era uno sin alcohol, y otro -un misterio doloroso y llorón- cuando volvía de la huerta.

A él, un desconocido familiar que criticó hasta su muerte mi aparente soltería, le debo mi primera emoción peronista. Yo tenía 9 años y lo único que quería era sumar mis propias explosiones festivas a la navidad que nos juntaba en treintena parentesca. No me alcanzaban los cohetitos y rompeportones que nos regalaban, así que haciendo valer mi superioridad etaria y mi responsabilidad frente a la banda de primitos que me seguían, pedí una vez disparar un 22 corto que los inconscientes adultos menospreciaban con el mote de "matagatos".

Inconscientes porque me lo dieron...

Pero como de oposiciones está hecha la relación generacional y para no parecerme a ellos en inconciencia, a partir de entonces celebré las navidades, años nuevos (y cualquier cosa que mereciera un buen estampido), haciendo uso del 22 por supuesto, solo que lo hacía disparando con seriedad infantil a una chapa vieja que había en los fondos, porque tenía malos ejemplos de tiros al aire a mi alrededor, y claro, yo: tiro al aire, no...

Así es que una noche volvía triunfante de una descarga pistolera en la oscuridad estrellada, cuando vi que en el frente de la casa había otros festejantes improvisados, quemando la popular virulana con que sustituían a las "estrellitas", esos palitos con pólvora que le daban a los más chicos. Nadie se quemó nunca, vaya a saberse por qué...

Queriendo llegar al jolgorio de chispas, empecé a correr por el pasillo que daba a la calle, que estaba a oscuras como siempre porque casi no se usaba. Cuando iba llegando a la puerta, un murmullo raro me hizo detener...

Una voz quebrada de mujer y el llanto ahogado de un hombre. 

Dejé los fuegos de artificio para después y me acerqué despacio a la sala de los cuadros familiares mezclados con alguno que otro de Evita y Perón. No tenía idea de lo que escuchaba y tampoco quería que supiera -quien fuera que estuviera ahí- que yo estaba iniciándome en las artes de la observación... je.

Tardé un poco en entender, y más tardé todavía en ver algo en la penumbra.
Por fortuna el sonido llegó primero: 
"No tengo en estos momentos más que una sola ambición: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo..." decía la voz femenina, un poco grave y y como con fritura...

Y ahí nomás escuché el gemido lloroso, sordo e impotente, con que mi abuelo desahogaba cosas que solo pude tratar de adivinar y que con el tiempo tampoco sé si comprendí.

Perseguí esa escena por muchas de las fiestas que vinieron después. En cada reunión familiar yo esperaba el momento en que el abuelo Mingo -sí, Juan Domingo- dejaría la mesa demasiado atestada para su borracha paciencia y se iría a la sala de los cuadros, buscaría un disquito (¡que era verde!) y escucharía una vez más el discurso del renunciamiento de Evita en un "tocadiscos" minúsculo y anaranjado que se oía mal.




Nunca escuché una sola palabra del abuelo que me dijera si le importaba algo la política, la sociedad e incluso su propia familia, de la que parecía siempre tan apartado. Nunca supe por qué era tan peronista...

Sin embargo, era la distancia la que definía todo en su vida. Su madre tenía seis hijos de un primer marido cuando llegó al pueblo un apostador profesional que abrió el garito más concurrido que se conoció por la zona. Fue el Club Recreativo durante mucho tiempo y no me enteré sino hasta muy tarde que lo había inaugurado mi bisabuelo. Pero la de Juana y Juan Celestino, los padres de mi abuelo, no fue una gran historia, porque en menos de un año se conocieron, tuvieron un hijo (también Juan, y Domingo tal vez porque era el séptimo, sin ninguna alusión al general ya que nació en el '24) y se separaron.

Juana no tardó nada en casarse otra vez y tener otros seis hijos, con lo que mi abuelo quedó en el medio, distinguido por sus dos mediadocenas de hermanos como el del apellido diferente, única identidad que le adjudicaron hasta que él tuvo 7 años y terminó su vida familiar, un día que se violentó con la maestra de primer grado que tal vez lo llamó también por su apellido y recibió a cambio un libro por la cabeza, como un final novelesco de escolaridad, familia y sociedad.

Desde entonces se fue de peón de campo y solo él supo qué hizo hasta que volvió al pueblo, después de dejar la "colimba" y al poco tiempo de conocer a mi abuela, que tenía cuatro años más y tocaba el acordeón en una "whiskería" del interior de Corrientes. Mi abuela Delmidia, contemporánea y amiga de Don Isaco Abitbol... 

De esa época ignota solo quedó una foto donde mi abuelo se veía flaco y alto con su uniforme de militar, y mi abuela lucía misteriosa con su vestido blanco y su collar de perlas.
Recién ahora soy capaz de ver una analogía que seguramente no es más que una poética interpretación: él, un intento de militar, ella, una pretendida artista de pasado oscuro...

Siempre me los imaginé juntando sus historias de huérfanos y víctimas de fraternales rechazos, exiliados de sus hogares por culpa de malos hermanos y de egoístas pretensiones económicas... pero yo empecé a tener noción de la vida íntima de mis abuelos cuando ellos ya casi no se hablaban, con lo que de alguna manera me vi obligada a seguir pistas, inferir datos y emparchar huecos narrativos con sospechas más o menos bien armadas.

Mi abuelo cuidaba la huerta como si fuera su religión, y supongo que se emborrachaba para olvidar la soledad que lo perseguía, aunque estuviera siempre rodeado de gente. Mi abuela era seria, algo malhumorada y justa como no conocí a nadie más en mi vida...
Entre el año '45 y el '57 tuvieron sus seis hijos. Era un hogar en el que se veneraba a Perón y a Evita y creo que esos fueron sus años más felices...
Ninguno de los dos me dijo nada, nunca, sobre qué era aquello de ser peronista... ni sobre ninguna otra cosa, la verdad...
No hacía falta, la justicia que buscaban y defendían incluso a costa de sus propios intereses, la solidaridad silenciosa, y sobre todo la inquebrantable dignidad con que aguantaron cada dolor que vivieron, me enseñaron más que cualquier discurso...
Tampoco sé qué fue de aquel disquito verde que tenía la voz de Evita, pero desde entonces escucharla me lleva a las emociones menos comprendidas de mi infancia, las que me mostraron por primera vez cuánto puede esconderse en el dolor de los otros...

Será por eso que yo también me declaro peronista, y aunque no me gusten las fechas que recuerdan muertes, hoy, 26 de julio, me dan ganas de pasar otra vez por el pasillo donde oí a mi abuelo, y que otra vez suene la voz de Eva diciendo: "de aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita..."


Tampoco les dije nunca, a ninguno de los dos, cuánto me importaba saber de sus vidas. Me quedé en el margen, del lado de los silencios, barajando las dos o tres naipes con las que leo el pasado, esto que estoy escribiendo...



La ley de la vida

Las setencias póstumas en torno a la legalidad de la muerte en los términos que refiere el Flaco acá: como un final consecuente o no con una trayectoria vital, resumido en la expresión "murió en su ley" configura acaso un género discursivo inscripto en la familia de las mitológicas.
Su peso está en la valoración moral que hacemos a veces de una vida observada como un todo al que mentamos coherente, como una unicidad que se desplegó precisa (siguiendo un destino) o en caso contrario que defeccionó, se desvíó para los pagos de la inconsecuencia, de la ilegalidad, valorado como un desliz moral.
Olvidan quizás estas formas de la causalidad aquello de que el hombre es él acompañado de sus circunstancias y que está atravesado por una multiplicidad de yoes: Cada uno de ellos siguiendo ciertas leyes, ciertas moralidades.
Pienso por caso en aquellos torturadores que al salir de su trabajo en el centro clandestino acariciaban publicamente con cariño a sus hijos: ¿hay una ley en estas vidas que se corresponda con un modo consecuente de morir? Suponiendo que sean solo estas dos sus moralidades arquetípicas ¿cuál de las dos era su ley?, ¿con cuál de las dos debemos juzgar la legalidad del final de sus vidas?
Si uno de esos tipos despreciables bajo uno de sus aspectos, absolutamente condenable, muriera rodeado de afecto en medio de una cariñosa escena familiar ¿podría valorarse como una muerte en su ley? ¿por qué no? Después de todo se trata de una de sus bifurcaciones, de uno de los sentidos de su vida mirada en retrospectiva, tal vez la elegida por quienes lo quisieron)
Estas retrovisiones, breves reseñas genealógicas de muertes significadas por deudos y jueces vocacionales varios, en pos de darles un sentido inscriben las trayectorias vitales dentro del paradigma de los códigos de honor.
Honrosas o no inscribe ciertas conductas en el ideal de ciertos tipos humanos a los que la ocasión de la muerte los pone en perspectiva:
La heroicidad del combatiente -el arquetípico Guevara, ¿convierte en ilegal la muerte por vejez de sus compañeros de Sierra Maestra, afectados quizás de cáncer de pulmón? o ¿el disfrute del tabaco era una de las leyes alternativas, la de cierto hedonismo que va más allá de sus ethos revolucionarios? Fumar es un placer sensual bien lo sabía Sandro.
La actitud pendenciera de tipos como Taita y Olano o la esperable actitud al servicio del orden del polícia del entrevero narrado en el chamamé así como la festiva y sociable cirrosis de Vinicius, para mencionar otras actitudes de vida podrían haber sido remplazadas por otras tantas maneras de vivir-morir no menos consecuentes.
No obstante al muerto poco importa ya nuestra aprobación, condena o indulgencia, aun cuando haya dejado testimonios de su vida.
El mito relatado en torno a su memoria ilumina nuestras escalas de admiraciones en las que queremos hallar un reflejo o un contraste con nuestras infaustas tribulaciones.
Tal vez no sea más que un artilugio para dolernos satisfactoriamente por la ausencia del difunto o reflexionar sobre el valor de nuestra existencia.
Hernán Cazzaniga

Momo se bate en retirada


Momo se esta yendo y deja a los irónicos vates en retirada.
El antiguo Dios de los poetas, el espíritu de la sarcástica mirada, el rey que impera en el carnaval va apagando los farolitos y sus bombitas amarillas.
Se despide hasta la próxima mascarada. Abandona la provisoria escena. Se saca el antifaz. Se lleva las máscaras carnavalescas, las que tornaron extraordinarias algunas vidas por un momento.
Entrega las calles a las caretas ordinarias: Prosopopeyas rutinarias, encarnadas para vivir una jornada cualquiera.
Con él se van las murgas dejando el eco de sus bombos y la aspiración de vivir en su sarcástico reinado. Con la ilusión de formar su ejército endiablado, de ser húsares de sus batallas culturales: Mítica pelea contra el orden impuesto en lo cotidiano. Ensayo metafórico, lúdica belicidad. Subversiva pretensión murguera la de dar vuelta el orden jugando a la taba carnavalesca.
Terca ilusión la de querer cambiar la suerte.
Sabido es que para el pobrerío el hueso prefiere caer de culo: La de los ilusos Pedrolinos es extraña a la estadística de la suerte o verdad, desconoce para ellos el astrágalo las leyes de las probabilidades matemáticas.
Sin embargo sueñan ¿por qué no? estos Pierrots lograr una conquista, arrancar un jirón a la bandera de la resistente contrariedad. Si hasta vale como un triunfo llevarse la sonrisa de una Colombina aún sabiendo que es una mueca dibujada.
Quedarán plantados los muñecos murgueros en sus recuerdos, enamorados de aquella chica que se perdió entre la gente.
Se van anunciando que lo intentarán en la próxima, cuando la suerte vuelva a vestirse de alegría y los tiente otra vez.
De eso se trata el juego de la taba, ¿no? De la ilusión de que todas las chances sean una. De la esperanza de que el hueso decida caer suerte. Y también… del (des)consuelo provisorio de verle a la muy ingrata la espalda, al final, en su retirada.


al final del carnaval 2010
Hernán Cazzaniga


Mirando el agua


“Puente de fierro sobre el pajonal,
agua sin rumbo como en el mar”.

Alfredo Zitarrosa
“El loco Antonio”


La idea del río, por lo tanto de alguna de las formas que el agua tiene, como un espejo del transcurrir, nos persigue.


foto fabiana silva


Dicen algunos, que fue un pensador helénico el que señaló con precisión la fórmula.
“Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”
La vida fluye como el río. Mas cerca otros pensadores han frecuentado el agua como una fuente interminable de relaciones que facilitan el pensar, modelos hidráulicos aplicados a la economía, y a otras ciencias sociales.
La imagen de un remolino, de un remanso, de una cascada, modifica el andar del agua. De un modo quizás comparable, el alucinado o lo alucinante, se incrusta en la piel de lo que parece real, o de la vida, agujereando las capas de sentido, proponiendo otras secuencias de relaciones, otros rumbos.
El transcurrir del agua o mejor el estar del agua, acostumbra a ser interminablemente mas enredado que la línea recta ideal del griego.
Dice la física que la forma mas eficaz, de unir dos puntos en un plano inclinado, nos es precisamente la recta. Una esfera se desliza mas velozmente a través de una curva invertida, que es a la vez mas extensa en su recorrido.
Puede que sea el mar ingobernable, venerado, temido, la imagen más plena, la metáfora más rica de la conciencia de sí y del estar en el mundo.
El mar absorbe, regurgita, golpea y agota la percepción cambiando eternamente su forma. Nos ubica en la costa o en su piel inquieta, marineros al fin, como pasajeros de una noche sin contornos, granos pequeños de polvo estelar.
La alucinación, como los remolinos o los remansos no sería una anomalía del andar o del rumbo del agua, mas bien parece una contingencia presente a perpetuidad de las posibilidades que tiene la vida, como en el mar, de no tener rumbos, o mejor de tener inabarcables caminos posibles.
El loco Antonio, alucinado, fascinado por el Santa Lucía o mejor con el agua, se armaba de remo de palo y chalana y se perdía, “mirando pà la canal”.

miguel riquelme

Morir en su ley


Cuando murió mi (querido) tío, el Coquecito, en el medio del dolor me apuró o me consoló la idea de que había muerto en su ley. Como mi propio pensamiento me sorprendió pensando que era una idea traida de los pelos, hube de dedicarle algún tiempo para entender mejor sus alcances.

En el comentario sobre Mario Millán Medina, se hace mención a la estrofa de un chamamé, que -pidiendo disculpas a quien me considere redundante- repetiré aquí:

"Taitá y Olano viejos contrarios
enemistados por su opinión
al encontrarse se pelearon
ponchillo en brazo, facón a facón

Cambá que era el comisario
corrió a apartarlos, era su deber
y mal heridos y ensangrentados
allí quedaron los tres en su ley"

¿Por qué murió toda esta gente en su ley? Porque los dos primeros fueron consecuentes con su pelea -sostuvieron su opinión con sus vidas. El comisario fue a cumplir con su deber. Cada uno consistente con su motivo se dirigió al final de su destino.

El que muere en su ley muere en forma consecuente con lo que ha sido o sostenido, parecería ser la respuesta. ¿Muere en su ley Al Pacino en la película Carlito's Way? No, porque después de haber sido consecuente toda la peli a último momento quiere zafar y lo matan igual (porque además no le hizo caso al gordo Porcel que le batió la precisa). Podría haber muerto en su ley desde una perspectiva moralista y externa, que juzgue su muerte en el contexto de una vida violenta y al margen de la Ley (de los que lo juzgan). Pero no muere consecuente con lo que era, sino a consecuencia de lo que quería ser. Los activistas, idealistas, guerrilleros, políticos y sindicalistas que hoy llamamos desaparecidos por lo que les pasó, murieron en su ley...?

Yo sé que el lector a esta altura está pensando que escribo pavadas. Yo mismo -mi primer lector- lo pienso. Me sigue preocupando la idea -sin embargo- en su retruecano cultural: la estética de la muerte consecuente.

Si me consoló la idea de que Coquecito murió en su ley, era porque hacía coherente el final con la historia. Morir en su ley es una forma de consuelo. De arrancar alguna gloria al sinsentido de la pérdida. En esta dirección es deseable para los vivos, al menos ante la inevitabilidad de la muerte.

A ver: quién de tus conocidos (directos o mediales) murió en su ley? ¿Por qué lo decís?

Vale la pena el tema, no le parece...?

¡VIVA PAPPO! / ¡TOCA RAÚL!

Pasada la primera mitad de la década del setenta fue que empecé a frecuentar recitales. Si bien era fanático de Spinetta, solía ir a todo lugar donde alguien se expresara a través de la música. Eran los años de plomo y nosotros adolescentes rebeldes de clase media. Recuerdo haber ido al Colón, varias veces, al gallinero e inventar corbatas con fundas de paraguas para poder ver la ópera de turno. Las caminatas por Palermo a la madrugada después de ver en La Trastienda (que estaba en Thames y Gorriti) al Mono Villegas o a Dino Saluzzi y tratar de conseguir un bondi que nos llevara a Chacarita, y de ahí otro para Ciudad Jardín, en El Palomar. También recuerdo a Piazzolla y ese sólo de bandoneón que entregaba al comienzo de Tristezas de un doble A en el Teatro San Martín. No, en el Centro Cultural San Martín. El que está por Sarmiento (aunque estaban interconectados). También supe escuchar, en esas salas, las charlas de Ernesto Schoo y Jorge Luis Borges que me hicieron comprender y disfrutar del bello oficio del decir. Pero era la música, la que nos movilizaba. Y la música en vivo, recitales y conciertos. El rock, la música latinoamericana y todo aquello que sospechábamos – cándidos – como vanguardia. Así como con otros amigos íbamos a la cancha de Boca, con un grupo, un par, o simplemente alguno que compartía esa pasión, íbamos a escuchar música tocada ahí.
Aparte de lo que pasaba en el escenario, de la propuesta del músico de turno, otra puesta en escena era la del público. “¡Se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar!” era un clásico apenas se apagaban las luces del estadio (sobre todo a comienzos de los ochenta), el teatro o el club. Algún canto característico con el nombre del grupo o solista. Otro dedicado al que aparecía como adversario en una consolidada expresión dialectica, quizás por que había elegido diferentes caminos estéticos, o no. Pero que claramente era visto como competencia del músico que iba a tocar ahí. También en los festivales que congregaban una variopinta pléyade de grupos, solistas y perfomáticos del escenario rockero aparecían estas expresiones mas ligadas históricamente a la canchas de fútbol. Después el cantito woodstock y, en general, las luces comenzaban a bajar y el grupo a tocar.

En un determinado momento, ante un silencio producido por afinaciones, cambios de instrumentos, o –más trágicamente diría- en alguna secuencia climática de la canción, alguien gritaba a viva voz: “¡Viva Pappo!” Lo paradójico era que esto no pasaba solamente en festivales donde se mezclaban públicos, estéticas e ideologías, sino que también solía suceder en un show en donde el grupo o el solista eran la única atracción. A primera interpretación el significado de ese grito era de descontento, aunque si uno profundizara en la densidad de la expresión también podría interpretarse como un llamado de atención para que el músico o grupo de marras le pusiera un poco mas de sangre a la interpretación. Algo así como el “¡Huevo, huevo!” de las hinchadas.



“Algo ha cambiado,
dentro de mí,
que alucinado,
quiero vivir.”
PAPPO – ALGO HA CAMBIADO


Norberto “Pappo” Napolitano fue quien encarnó de manera mas contundente el rock salvaje de guitarras, rutero, zapador, y guerrero. Metido en los inicios del rock argentino fue parte de una de las últimas versiones de Los Gatos – su sonido mas rockero convendría mencionar- allá por el año 1969. Antes había pasado por las primeras formaciones de Los Abuelos de la Nada, había grabado algo con Carlos Bisso y la Conexión Nº 5 y tocaba como invitado en los shows de Manal, otra de las bandas pioneras del rock. Después vendría el grupo que, a través de sus variadas formaciones, ha sido el que ha dejado grabado gran parte de las canciones que pueden considerarse como centrales en la estética del Carpo: Pappo’s Blues. Rock sucio y desprolijo, pero con actitud y entrega. Eso era lo que la gente reclamaba cuando el “¡Viva Pappo!” se dejaba oir en el medio de los conciertos mas dispares. Todavía no existía la dureza heavy pop de Riff. Todavía no había pasado por la televisión como personaje en una novela. Faltaba mucho para su muerte, en la ruta. El mecánico violero ya era mito y todavía tenía mucho por decir. “Un duro verdadero, el primero de los buenos, de los enredos”, dice Calamaro en una canción que le dedicara.



“Todo homem tem direito
de amar a quem quiser
Todo homem tem direito
de viver como quiser
Todo homem tem direito
de morrer quando quiser.”
RAUL SEIXAS – A LEI


El rock en Brasil, recorrió otros caminos. Quizás por estar a la sombra de la bossa nova, la jóvem guarda, el tropicalismo, y la MPB, no tuvo tantas posibilidades de convertirse en referencia estética fuerte y particular. Igualmente, así como en la Argentina, los años finales de la década del sesenta fueron los tiempos fundacionales de la música rock en el Brasil. El bahianoRaúl Seixas fue uno de esos pioneros. Deslumbrado por Elvis Presley y Luiz Gonzaga se transformó en uno de los voceros de una nueva propuesta estética apoyada en la cultura rock. Pero además, su historia fue crossover de la vida sudaka. Fue perseguido y torturado – junto a su parceiro Paulo Coelho (si, el mismo) compositor de las letras – por la dictadura militar brasileña que miraba con malos ojos la idea de fundar una comunidad libertaria en Minas Gerais bajo el influjo de las ideas de Alistair Crowley. Su música censurada, sus conciertos cancelados, sus discos sacados de circulación. Con una poética de fuertes contenidos místicos, pero intervenida con saberes populares contundentes Raulzito se transformó en un mito de la música popular en el Brasil estableciendo sus propios parámetros estéticos y musicales. Su muerte en 1989 marcó el fin de un sendero en donde la poesía extrema, el alcohol, la magia de ciertos pactos, y la rebeldía fueron sus
paisajes más recurrentes. Y la alegría confrontando, como dice Caetano – autocrítico - en Rock´n Raúl, “…minha ironía e bem maior do que essa porcaría”.

En los recitales, en Brasil, cuando un silencio se produce, por cambio de instrumentos o afinaciones, o – más trágicamente- en alguna secuencia climática de la canción, un grito atraviesa y alerta al o a los músicos. “¡Toca Raúl!” grito que marca, que señala, que exige más actitud. Grito que se reconoce en Raulzito como emblema de disconformidad, de independencia, de honestidad brutal.

Pappo y Raúl Seixas – cada uno a su manera - encarnaron el lado más combativo del rock. Su cosa sucia y desprolija que pone en evidencia las caras y caretas de las sociedades que les tocaron vivir. Su rebeldía no fue políticamente correcta. Es la incorrección de quienes desnudan al rey, pero también, señalan a aquellos que dicen vestirlo y a aquellos que quieren ocupar su lugar. Son los guerreros del rock primal, del grito originario, de la basura que se quiere esconder bajo la alfombra. El Carpo y Raulzito –y los gritos que en los recitales los convocan – nos recuerdan que el rock no es sólo música.
Cafe Azar
Posadas, mediados de febrero de 2010. -


All things must pass

George Harrison pensando en lo provisorio como un deber ser del transcurrir.

Las apariencias engañan

El camaleón mamá el camaleón
cambia de colores según la ocasión
Tu corazón nena, tu corazón
cambia de colores como el camaleón


¿Quién, al sonar los primeros acordes del Camaleón mamá, el camaleónno se prendió alguna vez a una cintura festiva disfrazado de vagón de un tren humano en alguna noche de carnaval?
¿Cuántas veces esa rutina de verbena habrá teñido con aparente alegría una reunión ?
Al grito de ¡Que no decaiga! Bailamos las destrezas engañantes del camaleón, bicho carnavalesco y en cierto sentido protector si los hay.
Más allá de la pícara alegría y el ritmo zumbón de la canción que invita a bailar sus destrezas engañeras, se le atribuye al pobre bicho una ética reprochable.

El camaleón es una suerte de prosopopeya de los espíritus acomodaticios por aquello de “cambia de colores según la ocasión”.
Enmascarado por excelencia, figura como el máximo representante del camuflaje como estilo de vida.
Con un pleonasmo tituló Dolina una de sus Crónicas del Ángel Gris: “El Arte de la impostura” y argumentó con una tautología su definición como arte de fingir que se es lo que no se es.
Difícil arte -destaca que exige de atenciones, disciplina y cuidado permanente y que, según nos comenta, cuenta desde hace mucho tiempo con un Servicio de Ayuda al Impostor.
Siguiendo con la Editorial de la Flor recuerdo que en los inicios de la democracia, en una tapa de la Revista Humor, Andrés Cascioli representó la de por sí caricaturesca cara de Neustadt con el cuerpo de este animalito.
El Humor político los identifica por este rasgo esencial para la supervivencia del reptil. Es decir, la capacidad de adoptar provisoriamente las coloraturas del contexto para defenderse de los ataques de sus depredadores y confundir a las víctimas de los suyos, fingiendo que no es, lo que es.
(En el caso de los especímenes sincretizados por Cascioli una planta, una piedra, arena, un demócrata).

La imagen de la pipa no es la pipa.
Pero… ¿Qué arte no es impostura? ¿Qué arte no es un fingir? Un representar otra cosa diferente a la que presenta ante el espectador.
La diferencia está en que las artes humanas expresan una voluntad de representar, de significar algo, para alguien, en algún sentido. Tienen vocación de alegoría.
En cambio en el caso del auténtico camaleón su arte de cambiar de acuerdo a las circunstancias está en su naturaleza, como las rayas blanquinegras de las cebras que confunden con las malezas a la vista de los depredadores como tantos otros ejemplos que hallamos en la naturaleza.
No hay una voluntad de enmascararse ni una moralidad camaleónica o cebruna que pueda avergonzarse, ni que le dicte oportunidad o valor de empleo.

Sus “máscaras” no denotan otra cosa que lo que son, están en la naturaleza de su ser en el mundo. Están inscriptas en su carga genética, son el resultado de cierta selección hecha por azar y necesidad.
No disponen estos seres del libre arbitrio para negarse a usarlas.
Entonces, resulta paradójico que le reprochemos al Camaleón por lo que él auténticamente es, es decir por ser fiel a su propia naturaleza, por mostrarse tal cual es.

Ocurre que la significación que le atribuimos está en relación a nosotros mismos.
Es nuestra moral, medida de todas las cosas, la que lo convierte en prosopopeya despreciable de lo que creemos son ciertas maneras de ser de algunas personas.
Pero bien, ¿acaso no está en la naturaleza humana la de ser seres enmascarados?
La propia etimología de la palabra persona (en latín personae no significaba otra cosa que la máscara de los actores de teatro) nos refiere a esta característica de la condición humana. Por cierto mucho más cambiante que la de la monocromática cebra, es más bien polícroma y variable como la del camaleón ya que en la vida cotidiana desempeña o representa varias máscaras o papeles incluso la de la mediocridad que al decir de Nietzche es “... la más afortunada de las máscaras que puede llevar el espíritu superior, porque no hace pensar a la mayoría, es decir, a los mediocres, en un enmascaramiento; y, sin embargo, por eso precisamente se la pone aquel, para no irritarlos y aún, no pocas veces, por compasión y bondad”.
Si en lugar de las tradicionales atribuciones, le asignáramos tales sentimientos, el camaleón con su disfraz de entorno podría figurar al Ser superior nietzcheano del aforismo 175.
Del mismo modo, la chica de la canción de Chico Novarro podría ser mejor comprendida si la creyéramos movida por la compasión y la bondad.
Aún así, desde esta otra perspectiva volvemos a mentarlo en el carnaval de la vida, en el reino de las apariencias, como el máximo exponente del arte del engaño y sin embargo, en cualquiera de las alternativas como se puede apreciar en el video siempre puede ocurrir que haya otro tan o más engañoso que lo haga sentirse al mismísimo camaleón como un forro.

Hernán Cazzaniga

La Comedia de la Vida

El inglés Horace Walpole sentenció una frase repetida hasta el cansancio en cultivantes boletos de colectivo:
“La vida es una Comedia para aquellos que la piensan y una Tragedia para los que la sienten”.
Otro inglés, Chaplin, que sufrió en carne propia la Tragedia de la Vida y la mentó cinematográficamente en forma risueña, supo que lo único que necesitaba para armar una comedia era un parque, un policía y una linda muchacha.
Fórmula sencilla como la de la Comedia del Arte que se impuso desde los primigenios Carnavales, allá por los Siglos XI y XII, cuando la hegemónica cristiandad vio burladas sus apocalípticas predicciones de Muerte.

Las almas y sobre todo los cuerpos no fueron a parar al asador endemoniado.
La Muerte Total, proféticamente anunciada a fines del primer milenio no se había cumplido y se convirtió en objeto de chanzas.
(Hoy las profecías apocalípticas son más prosaicas y se anuncian con crispantes Clarines. Bronceadas médiums rechonchas desde temibles Iglesias Catódicas atemorizan al rebaño.
El medio es el mensaje, ¿no don Marshall? Su fin el Miedo.
La constante es el Terror si de pensar en continuidades se tratara. Tal vez las contemporáneas Comedias del Arte sean representadas con barbijos antigripales o se burlen de las pestes populistas anunciadas por tribunos cívicos que alertan contra los azotes a las formas Republicanas)


La Comedia del Arte emergió en esa muy católica Europa del post milenio, la de los Siglos XI y XII, quizás para celebrar el incumplimiento de los vaticinios agoreros acerca del juicio final.
Para celebrar este triunfo de la Vida sobre la Muerte los hombres revalorizaron la carne y en los carnavales dieron rienda suelta a la alegría popular y a esta forma simbólica, humorística de resolver el fracaso predictivo de los profetas.
Durante siglos Pedrolino (Pierrot para los afrancesados), Arlequín, Colombina y Pantaleone perduraron ensayando su repetida y eficaz burla a la Parca.
Por su actitud sarcástica, su aire de comedia y el disfrute corporal que recuperaba la sensualidad hedónica en contraposición al mandato espiritual imperante hay quienes dicen que los primeros carnavales fueron la recreación de las antiguas bacanales griegas o de las saturnales romanas, aunque descreo de tales continuidades y prefiero pensarla como una nueva Fiesta propiamente cristiana.
Ritual de inversión en el que el orden eclesial (por entonces el orden social) provisoriamente encontró su contra cara.
Las jerarquías divinamente establecidas dejaron el dominio de la escena, de la palabra y la risa en manos de una comunidad de festejantes más que de penitentes.
Hay que reconocerle a la Iglesia Católica su arte para moverse en las contradicciones y articularlas bajo su dominio durante tantas generaciones, aun cuando estas festividades no siempre contaron con la dispensa de las autoridades.
(Por allí anda todavía la milenaria y sacrosanta hegemonizado espectros del universo social con su discurso de Muerte, de condena al disfrute de la sexualidad en defensa de la Vida, ¿no? Celebrando el rito oficial a orillas del santuario del gauchito Gil y otros oximorones eclesiales)

La Comedia del Arte es la celebración burlesca de la Vida.

Representa al fallido funeral de la Cristiandad, es decir la Humanidad concebida como tal.
Pedrolino con su cara pintada a la cal es un muerto bastante necio. Inocentemente afirma estar vivo y por cierto finalmente elude a la muerte. Arlequín es un servidor del mismísimo Diablo, de Don Pantaleone, el derrotado por la picardía de aquel muerto vivo y Colombina no es otra que el alma inmortal, esa que su enamorado Pedrolino no podrá alcanzar. Por su parte el coro de zanni con sus vestiduras blancas son las almas que cruzan la frontera entre el reino de la vida y de la muerte.
Estos personajes deambularon por la Europa Medieval, en giras teatrales, imperando en los carnavales.
Recrearon esta historia que se recreó así misma con el cambio de época.
Ya no serán Dios, ni la Fe los escrutados por esta irónica mirada, sino, acorde al espíritu renacentista y al de los tiempos modernos, las propias pasiones son las actuadas en estas pequeñas Tragedias humanas representadas en tono de Comedia.
Porque desde entonces, ya no es Dios sino las pasiones humanas las que forjan nuestros propios destinos.
Asesinado, acaso por la “conciencia cómica” de aquella sarcástica alegoría del enfrentamiento mítico entre la Vida y la Muerte de la Humanidad, la muerte de Dios liberó a los testigos de sus exequias de los temores, de los sentimientos trágicos de la Vida.
La trama devino en primorosa escena de carnavalescos amores, de personales ilusiones y traiciones pensadas como comedias payasescamente sufridas.

Hernán Cazzaniga

DESTERRO



Huérfanos de patria los desterrados son aquellos que viraron hombres de ningún lugar. Parias del terruño, extranjeros de por vida, ajenos a los órdenes y sus dispositivos. Hay quien los piensa nostálgicos de su tierra, de su gente y su cultura. Para ellos está Nossa Senhora do Desterro. La virgen que los cuida de las propias saudades, de las nostalgias que tiñen la vida del desterrado y los ayuda a ser comprendidos por los habitantes de las nuevas tierras. En Italia, la misma imagen es la de la Madonna degli Emigrati, aunque existe una gran diferencia entre el emigrante y el desterrado. Como aquella que diferencia las brujas terrestres, que lo son por elección, de aquellas espirituales, que lo son por destino. Sabemos que el destino expulsa cualquier posibilidad de soberanía en las decisiones. De todas maneras no existe un punto claro en el cual determinar que decisiones se toman porque uno elije o porque no queda otra. Las brujas, al igual que los desterrados forman parte de aquellos que, como el salmón navegan en otra dirección.

Desterro fue el nombre con el que durante un tiempo se identificó a la Isla de Florianópolis. La genealogía del nombre parece ilustrar, en sus vaivenes, los vericuetos de las identidades forjadas a través de los estigmas. El nombre más antiguo de la isla - al menos el que se conoce- es el de Meiembipe (montaña a lo largo del mar) que le pusieron los Carijós pertenecientes a la Nación Tupí- Guaraní. Hoy es el nombre de un motel que acredita ser el pionero en el Gran Florianópolis (http://www.meiembipe.com.br/).

En algunos documentos, y durante mucho tiempo, el nombre que aparece en las cartas de viaje portuguesas y españolas, es el de Ilha de Santa Catarina. Dicen que cuando el sanvicentino Francisco Dias Velho, en 1675 llegó a la isla se conmemoraba el día de la santa. Sin embargo, el funcionario de la corona portuguesa la fundó (a la manera del adelantado Don Rodrigo Diaz de Carreras que fundó Cartagena que ya había sido fundada) - junto a su familia y “agregados” (tal cual lo consigna el folleto turístico de bienvenida) - como Nossa Senhora do Desterro. La virgen que para salvar a su hijo de los decretazos de Herodes, se exilia en Egipto. Virgen muy venerada por sanvicentinos y portugueses.

Dice una oración: “Nossa Senhora do Desterro, acompanhai-nos na travessia do deserto da vida, até alcançarmos o Oásis eterno, o céu.” Una dura metáfora de la vida como un no lugar del cual - para irnos - tendríamos que morir. Vivir para morir. Curiosa inversión que hace de nuestras pasiones, alegrías y tristezas terrenales un desierto, un destierro, cuyo fin es en el menos terrenal de los mundos en que quisiéramos habitar, aún de los más fantásticos y simbólicos.





Perdón. Vuelvo a las cuestiones nominales. Más ese nombre con el tiempo derivó en Desterro, simplemente. Eso de ser el lugar de los sin lugar (que por algo serán desterrados, dirían en los corrillos de los sectores del poder) no fue del agrado de algunos pobladores de la isla. Se hicieron consultas populares para consensuar el nombre de la isla. Ondina fue uno de los nombres votados. Diosa o ninfa, según de qué mitología se trate, que invariablemente tiene serios problemas de amores (obsesiones no correspondidas) y una fuerte relación con el agua. El mar, en fin. Sin embargo no fue Ondina el nombre que – obviamente- terminó identificando la isla.

Otra vez, otro pequeño laberinto, de cómo el poder se ejerce nominando las cosas. Declarada la República en 1889, múltiples focos se oponen al nuevo orden. Nostálgicos del antiguo régimen, milenaristas y separatistas. La llamada Revolução Federalista se planteaba liberar al Rio Grande do Sul del régimen republicano representado por Júlio Prates de Castilhos en Rio Grande y Floriano Peixoto presidente de la naciente república. La revuelta juntó personal de la armada, monárquicos, republicanos y cuanto grupo hubiera contra el nuevo régimen. Durante seis meses, Desterro es proclamada capital del gobierno provisorio de los Estados Unidos del Brasil, incluso buscando el reconocimiento de las otras naciones. El conflicto se nacionaliza, Peixoto manda tropas (legalistas, tal era su nombre), sofoca la revuelta y la isla pasa, por sugestión de las elites políticas dominantes en Santa Catarina, a llamarse Florianópolis. Las historias de degüellos, las diferencias políticas entre los federalistas, la imagen de Floriano como autoritario y dictador (“¡Era un torturador, un Aramburu! Me dice mi amigo Alejandro apurando una cerveza en un bar frente al mar) son temas que profundizará quien le interese bucear por esas narrativas. Hubo ciertos movimientos para rebautizar la isla. Se propusieron entre otros, los siguientes nombres: Nossa Senhora da Baía Dupla, Boa Vista, Ponta Alegre e Redenção, volvió a sugerirse Ondina. Sin embargo la ciudad de Floriano fue el que quedó. Si, así, la ciudad de Floriano.

La isla es la metáfora más acabada del destierro, sin más límite que el mar que rodea sus costas. Los desterrados, como las brujas, son aquellos que fuera de los límites del grupo se encuentran sin el continente de la patria, nación o, simplemente, el estado. Encarnan lo extraño, lo diferente, y llevan la marca del no formar parte. Casi una expulsión del ser común, de la humanidad y sus sentidos. Florianópolis es un lugar cuya historia está atravesada por desterrados y brujas. Su nombre, el nombre del poder, es el castigo que reciben aquellos que – como ya dijimos- osaron, como el salmón, nadar en otra dirección.




Café Azar
Posadas,
primeros días de febrero de 2010. -

La vida es Breve




El carnaval del mundo engaña tanto;
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Juan de Dios Peza





Cuánto teatralidad hay en nuestras carnavalescas vidas, cuántas provisorias mascaradas vividas para ser reídas.
¿Quién pudiera hacerlo como llora Chavela, no?
Las escenas se suceden y las personas, o sea sus máscaras, prosopopeyas de sí, pasan incesantes representando su ser bajo algunos de sus aspectos, en ciertas circunstancias, durante determinados lapsos.
Pasamos por la vida cual enigmáticos signos recorriendo provisorios campos de juego.


En alguna parte Borges nos recuerda, no sin cierto spleen, que nuestra materia es tiempo, incesante tiempo y ensaya una nueva refutación del tiempo.
Algo decepcionado por cierto. Recorre las máscaras del devenir y de un modo irrefutable se encuentra a sí mismo.
“Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”

Y Garrick fue Garrick aún cuando el médico lo haya recetado para curar sus propios dolores, los Spleen que lo devoraban, y corroían.
Fue el cómico que curaba con su gracia y reía cuando entre aplausos el público lo reconocía como el más gracioso de la tierra y el más feliz.
El que les devolvía relámpagos de tristeza disfrazados de sonrisa. Porque…
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!..
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

¿Cuál es el consuelo reservado al cómico para su desesperada sonrisa mal leída?
La corrosiva risa, la estentórea carcajada tal vez sean un secreto consuelo dispuesto para sobrellevar lo espantoso de nuestros destinos.
Quizás la ironía sea el valor supremo a alcanzar en el carnaval de la vida.
Aunque también cuando río fluyo.



Hernán Cazzaniga