Chín, chín!

El chiste, la frase con el remate descolocando el sentido, circulaba por ahí. Incluso me sirvió en su momento para cerrar un pequeño paso de comedia sobre las experiencias sexosociales de pibas de 20 años. Decía – este chiste -: lo malo del sexo es que en el mejor momento, se acaba!!! Breve paradoja que expresa, no una contradicción lógica, sino la complejidad de los deseos que atraviesan nuestras vidas. Terminar en el mejor momento puede tener algunas consecuencias. En la película El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse, Patrice Leconte, 1990), su protagonista elije congelar la felicidad que vive, no dejar que se deteriore, en un sacrificio absoluto. Otra consecuencia es la constatación de que, lo que fue, ya no volverá a ser. El pasado como “un cristal cubierto de polvo” tal cual lo ve (sin poder tocarlo) el señor Chow en Con animo de amar (In The Mood For Love, Wong Kar Wai, 2000). Leves consideraciones sobre lo efímero de las cosas, o mejor, del estado de las cosas.
Cada año que termina, cada diciembre cargado de fiestas y reuniones que en apretada agenda se suceden generando resacas, trasnochadas y desarreglos gastronómicos, parece representar un final, una puerta hacia otro horizonte, un cambio de estado. Las convenciones de la continuidad pasan a ser dominadas por las conformidades de la discontinuidad. Eso sí, atadas a la lógica del calendario.
En estos días, un amigo, cuando le preguntaba como estaba, me respondía: tratando de terminar el año, antes que el año termine conmigo. Y eso me hacía pensar en la estética de los finales y las continuidades. En el dolor sin fecha, en la alegría sin carnaval ni febrero.
Un deseo (como final o bienvenida): que lo efímero de la alegría, lo expansivo de la fiesta, la sabiduría de eros - olvidando por un momento almanaques y legados -, sean los motivos que se pacten en cada brindis, en cada mirada, en cada abrazo. 
Este fin de año y en los otros tantos finales y comienzos!


Café Azar
Posadas, 31 de diciembre de 2010. -
Variaciones infinitas de fin de año.
Hay un trillo en continuidad de parques y tiempos. Lo encuentro bajo la cadencia de nuestros pies, porque sí nomás y resulta que nos lleva hasta un puente de puro pedrerías centelleantes. Hubo luna y hubo eclipse. Ahora una luz tenue deja pasar las sombras, casi borrosas por el viento.
Algo de lo provisorio ya se consumó y asimismo se asoman otras formas contiguas de un futuro inédito y modesto. Unas señales de almanaques caducas y en desuso, y ahí nomás otros espacios en blanco de
indeclinable futuridad.
Me detengo en el gesto compartido de salutaciones y me salva del naufragio la voz de un Cortazar ya absolutamente libre de compromisos fechados. Y digo como su eco lejano, que sí, que el año está en franca recaída y hasta el 31 no dejará de ser tiempo recayente, decreciente. Porqué, con qué sentido nos ponemos así?
Quizá para disfrutar de ese añejo gusto por lo cíclico y la menuda conformidad de sentir que algo termina acá y luego otra cosa comienza. Y darnos una razón para brindar y brindar, esta vez porque se fue una medida provisoria más de nuestro incierto recorrido.
Como Julio sugiere, aprovecharé este último trecho para rehabilitarme de recaídas y así mejor recaer en las venideras vueltas del diablomundo; trataré de ser una cada vez una mejor recayente.
Brindo con todos por este tenue enlace de lo que fue, lo que falta y lo que será.  Chin chin!!!
  

Cartas estratégicas

Este breve relato tiene que ver con estrategias, más bien con tácticas. La estrategia, por supuesto, era sacar la mayor cantidad de puntos posibles para llevarse el trofeo. Así, lo pensaba el tipo. Como si la vida fuera la planificación de acciones, actividades, objetivos, cronogramas y, por supuesto, presupuesto. Y así encaró cada partido. Cada encuentro fue meticulosamente estudiado. Dibujó pizarrones, hizo esquemas en papelógrafos, no daba para hacer juegos grupales porque – seguramente - los hubiera hecho. Para cada partido una táctica, a veces más defensiva, otras más de espectáculo. Perdió y ganó partidos memorables, recibió algún que otro gol e hizo los importantes. Y logró, su objetivo, lo logró con creces. Esa morocha de ojos verdes estaba a su lado como él quería. Claro que, cuando en su intención de evaluar su proyecto, sus tácticas, su plan estratégico le preguntó a su novel amada que era lo que lo que había hecho que se fijara en el, ella le contestó, sin inmutarse, y mucho menos ruborizarse: fueron las cartas del tarot, que me tiró mi vecina.

Café Azar

Posadas, primeros días de diciembre de 2010. -