El domingo fui a Villa Blosset a ver su afamado carnaval. Bajo las banderitas triangulares desfilaban sobre la calle pintada de blanco las comparsas provenientes de distintos barrios de Posadas. Muchos chicos de familias desplazadas por Yacyretá y de otras procedencias avanzaban al son de los tambores. Cuerpos semidesnudos con tocados egipcios y plumas de la zona. Infantiles caderas cimbreantes y algunas más adolescentes pero de edad. Típica comparsa con aire de arrabal brasilero, es decir Misionero. De fondo el Parána, calor y humedad. A la vista sobre la Costanera los restos del acto de celebración del llenado del embalse a su máxima cota y del recital de Fito, es decir las pancartas partidarias de la Renovación. En la vereda y sobre algunas gradas el público acompañaba con sonrisas, palmas y aliento a las comparsas. Los chicos, aerosol en mano, tiraban espuma nieve a las chicas que se paseaban. Es carnaval y la tradición, vaya a saber desde cuando, obliga a mojarlas o, ahora, en virtud de estos aerosoles, espumarlas. Mientras miraba como uno más del público la escena en su conjunto, fui testigo de un episodio menor, de un detalle de la fiesta, un enunciado suelto de ese fragmento discursivo que es la fiesta en sí al decir de algunos antropólogos interpretativistas. El hecho al que refiero ocurrió frente a mí, por cierto no sé si otros de los que me rodeaban percibieron la reacción de la rubia que estaba al lado mío: Se dio vuelta intempestivamente e increpó un tanto airada a un gurisito que con mala puntería le refrescó la espalda a ella y no a la chica que pasó ligerito. ¿Y vieron como es esto del aleteo de una mariposa? Unas gotas de espuma en una espalda desprevenida, puede mover iras en cadena… Vaya a saber uno ahora los trágicos hechos que se sucedieron en el mundo luego de este episodio. Quizás está mala onda energética producida a la vera del lago de Yacyretá quedó circunscripta a esta región. Hasta donde puedo atestiguar porque yo estaba ahí sucedió esto que les cuento: Al lado del niño travieso, reprendido; una mujer joven, bajita y enérgica se dirigió, con actitud firme y de combate, a la rubia alterada diciendo: “Pará!!!, pará!!!, pará!!!! Te desubicaste!!! Éste es mi hijo, ¿sabes? …. Carnaval es carnaval.” Esta tautológica declaración de principios pareció ser más que convincente. La rubia se alejó cabizbaja, sin emitir sonido, como avergonzada por no haber comprendido el sentido iluminado por aquel escueto y taxativo argumento. O quizás, cómo con la cola entre las patas. Acobarda , por la actitud de la fierita que la enfrentó en defensa del territorio de la alegría , con energía positiva.
Momo se esta yendo y deja a los irónicos vates en retirada. El antiguo Dios de los poetas, el espíritu de la sarcástica mirada, el rey que impera en el carnaval va apagando los farolitos y sus bombitas amarillas. Se despide hasta la próxima mascarada. Abandona la provisoria escena. Se saca el antifaz. Se lleva las máscaras carnavalescas, las que tornaron extraordinarias algunas vidas por un momento. Entrega las calles a las caretas ordinarias: Prosopopeyas rutinarias, encarnadas para vivir una jornada cualquiera. Con él se van las murgas dejando el eco de sus bombos y la aspiración de vivir en su sarcástico reinado. Con la ilusión de formar su ejército endiablado, de ser húsares de sus batallas culturales: Mítica pelea contra el orden impuesto en lo cotidiano. Ensayo metafórico, lúdica belicidad. Subversiva pretensión murguera la de dar vuelta el orden jugando a la taba carnavalesca. Terca ilusión la de querer cambiar la suerte. Sabido es que para el pobrerío el hueso prefiere caer de culo: La de los ilusos Pedrolinos es extraña a la estadística de la suerte o verdad, desconoce para ellos el astrágalo las leyes de las probabilidades matemáticas. Sin embargo sueñan ¿por qué no? estos Pierrots lograr una conquista, arrancar un jirón a la bandera de la resistente contrariedad. Si hasta vale como un triunfo llevarse la sonrisa de una Colombina aún sabiendo que es una mueca dibujada. Quedarán plantados los muñecos murgueros en sus recuerdos, enamorados de aquella chica que se perdió entre la gente. Se van anunciando que lo intentarán en la próxima, cuando la suerte vuelva a vestirse de alegría y los tiente otra vez. De eso se trata el juego de la taba, ¿no? De la ilusión de que todas las chances sean una. De la esperanza de que el hueso decida caer suerte. Y también… del (des)consuelo provisorio de verle a la muy ingrata la espalda, al final, en su retirada.
El camaleón mamá el camaleón cambia de colores según la ocasión Tu corazón nena, tu corazón cambia de colores como el camaleón
¿Quién, al sonar los primeros acordes delCamaleón mamá, el camaleón… no se prendió alguna vez a una cintura festiva disfrazado de vagón de un tren humano en alguna noche de carnaval? ¿Cuántas veces esa rutina de verbena habrá teñido con aparente alegría una reunión ? Al grito de ¡Que no decaiga!Bailamos las destrezas engañantes del camaleón, bicho carnavalesco y en cierto sentido protector si los hay. Más allá de la pícara alegría y el ritmo zumbón de la canción que invita a bailar sus destrezas engañeras, se le atribuye al pobre bicho una ética reprochable.
El camaleón es una suerte de prosopopeya de los espíritus acomodaticios por aquello de “cambia de colores según la ocasión”. Enmascarado por excelencia, figura como el máximo representante del camuflaje como estilo de vida. Con un pleonasmo tituló Dolina una de sus Crónicas del Ángel Gris: “El Arte de la impostura” y argumentó con una tautología su definición como arte de fingir que se es lo que no se es. Difícil arte -destaca que exige de atenciones, disciplina y cuidado permanente y que, según nos comenta, cuenta desde hace mucho tiempo con un Servicio de Ayuda al Impostor. Siguiendo con la Editorial de la Flor recuerdo que en los inicios de la democracia, en una tapa de la Revista Humor, Andrés Cascioli representó la de por sí caricaturesca cara de Neustadt con el cuerpo de este animalito. El Humor político los identifica por este rasgo esencial para la supervivencia del reptil. Es decir, la capacidad de adoptar provisoriamente las coloraturas del contexto para defenderse de los ataques de sus depredadores y confundir a las víctimas de los suyos, fingiendo que no es, lo que es. (En el caso de los especímenes sincretizados por Cascioli una planta, una piedra, arena, un demócrata). La imagen de la pipa no es la pipa. Pero… ¿Qué arte no es impostura? ¿Qué arte no es un fingir? Un representar otra cosa diferente a la que presenta ante el espectador. La diferencia está en que las artes humanas expresan una voluntad de representar, de significar algo, para alguien, en algún sentido. Tienen vocación de alegoría. En cambio en el caso del auténtico camaleón su arte de cambiar de acuerdo a las circunstancias está en su naturaleza, como las rayas blanquinegras de las cebras que confunden con las malezas a la vista de los depredadores como tantos otros ejemplos que hallamos en la naturaleza. No hay una voluntad de enmascararse ni una moralidad camaleónica o cebruna que pueda avergonzarse, ni que le dicte oportunidad o valor de empleo. Sus “máscaras” no denotan otra cosa que lo que son, están en la naturaleza de su ser en el mundo. Están inscriptas en su carga genética, son el resultado de cierta selección hecha por azar y necesidad. No disponen estos seres del libre arbitrio para negarse a usarlas. Entonces, resulta paradójico que le reprochemos al Camaleón por lo que él auténticamente es, es decir por ser fiel a su propia naturaleza, por mostrarse tal cual es.
Ocurre que la significación que le atribuimos está en relación a nosotros mismos. Es nuestra moral, medida de todas las cosas, la que lo convierte en prosopopeya despreciable de lo que creemos son ciertas maneras de ser de algunas personas. Pero bien, ¿acaso no está en la naturaleza humana la de ser seres enmascarados? La propia etimología de la palabra persona (en latín personae no significaba otra cosa que la máscara de los actores de teatro) nos refiere a esta característica de la condición humana. Por cierto mucho más cambiante que la de la monocromática cebra, es más bien polícroma y variable como la del camaleón ya que en la vida cotidiana desempeña o representa varias máscaras o papeles incluso la de la mediocridad que al decir de Nietzche es “... la más afortunada de las máscaras que puede llevar el espíritu superior, porque no hace pensar a la mayoría, es decir, a los mediocres, en un enmascaramiento; y, sin embargo, por eso precisamente se la pone aquel, para no irritarlos y aún, no pocas veces, por compasión y bondad”. Si en lugar de las tradicionales atribuciones, le asignáramos tales sentimientos, el camaleón con su disfraz de entorno podría figurar al Ser superior nietzcheano del aforismo 175. Del mismo modo, la chica de la canción de Chico Novarro podría ser mejor comprendida si la creyéramos movida por la compasión y la bondad. Aún así, desde esta otra perspectiva volvemos a mentarlo en el carnaval de la vida, en el reino de las apariencias, como el máximo exponente del arte del engaño y sin embargo, en cualquiera de las alternativas como se puede apreciar en el video siempre puede ocurrir que haya otro tan o más engañoso que lo haga sentirse al mismísimo camaleón como un forro.
El inglés Horace Walpole sentenció una frase repetida hasta el cansancio en cultivantes boletos de colectivo: “La vida es una Comedia para aquellos que la piensan y una Tragedia para los que la sienten”. Otro inglés, Chaplin, que sufrió en carne propia la Tragedia de la Vida y la mentó cinematográficamente en forma risueña, supo que lo único que necesitaba para armar una comedia era un parque, un policía y una linda muchacha. Fórmula sencilla como la de la Comedia del Arte que se impuso desde los primigenios Carnavales, allá por los Siglos XI y XII, cuando la hegemónica cristiandad vio burladas sus apocalípticas predicciones de Muerte.
Las almas y sobre todo los cuerpos no fueron a parar al asador endemoniado. La Muerte Total, proféticamente anunciada a fines del primer milenio no se había cumplido y se convirtió en objeto de chanzas. (Hoy las profecías apocalípticas son más prosaicas y se anuncian con crispantes Clarines. Bronceadas médiums rechonchas desde temibles Iglesias Catódicas atemorizan al rebaño. El medio es el mensaje, ¿no don Marshall? Su fin el Miedo. La constante es el Terror si de pensar en continuidades se tratara. Tal vez las contemporáneas Comedias del Arte sean representadas con barbijos antigripales o se burlen de las pestes populistas anunciadas por tribunos cívicos que alertan contra los azotes a las formas Republicanas)
La Comedia del Arte emergió en esa muy católica Europa del post milenio, la de los Siglos XI y XII, quizás para celebrar el incumplimiento de los vaticinios agoreros acerca del juicio final. Para celebrar este triunfo de la Vida sobre la Muerte los hombres revalorizaron la carne y en los carnavales dieron rienda suelta a la alegría popular y a esta forma simbólica, humorística de resolver el fracaso predictivo de los profetas. Durante siglos Pedrolino (Pierrot para los afrancesados), Arlequín, Colombina y Pantaleone perduraron ensayando su repetida y eficaz burla a la Parca. Por su actitud sarcástica, su aire de comedia y el disfrute corporal que recuperaba la sensualidad hedónica en contraposición al mandato espiritual imperante hay quienes dicen que los primeros carnavales fueron la recreación de las antiguas bacanales griegas o de las saturnales romanas, aunque descreo de tales continuidades y prefiero pensarla como una nueva Fiesta propiamente cristiana. Ritual de inversión en el que el orden eclesial (por entonces el orden social) provisoriamente encontró su contra cara. Las jerarquías divinamente establecidas dejaron el dominio de la escena, de la palabra y la risa en manos de una comunidad de festejantes más que de penitentes. Hay que reconocerle a la Iglesia Católica su arte para moverse en las contradicciones y articularlas bajo su dominio durante tantas generaciones, aun cuando estas festividades no siempre contaron con la dispensa de las autoridades. (Por allí anda todavía la milenaria y sacrosanta hegemonizado espectros del universo social con su discurso de Muerte, de condena al disfrute de la sexualidad en defensa de la Vida, ¿no? Celebrando el rito oficial a orillas del santuario del gauchito Gil y otros oximorones eclesiales)
La Comedia del Arte es la celebración burlesca de la Vida.
Representa al fallido funeral de la Cristiandad, es decir la Humanidad concebida como tal. Pedrolino con su cara pintada a la cal es un muerto bastante necio. Inocentemente afirma estar vivo y por cierto finalmente elude a la muerte. Arlequín es un servidor del mismísimo Diablo, de Don Pantaleone, el derrotado por la picardía de aquel muerto vivo y Colombina no es otra que el alma inmortal, esa que su enamorado Pedrolino no podrá alcanzar. Por su parte el coro de zanni con sus vestiduras blancas son las almas que cruzan la frontera entre el reino de la vida y de la muerte. Estos personajes deambularon por la Europa Medieval, en giras teatrales, imperando en los carnavales. Recrearon esta historia que se recreó así misma con el cambio de época. Ya no serán Dios, ni la Fe los escrutados por esta irónica mirada, sino, acorde al espíritu renacentista y al de los tiempos modernos, las propias pasiones son las actuadas en estas pequeñas Tragedias humanas representadas en tono de Comedia. Porque desde entonces, ya no es Dios sino las pasiones humanas las que forjan nuestros propios destinos. Asesinado, acaso por la “conciencia cómica” de aquella sarcástica alegoría del enfrentamiento mítico entre la Vida y la Muerte de la Humanidad, la muerte de Dios liberó a los testigos de sus exequias de los temores, de los sentimientos trágicos de la Vida. La trama devino en primorosa escena de carnavalescos amores, de personales ilusiones y traiciones pensadas como comedias payasescamente sufridas.
y también a llorar con carcajadas. Juan de Dios Peza
Cuánto teatralidad hay en nuestras carnavalescas vidas, cuántas provisorias mascaradas vividas para ser reídas. ¿Quién pudiera hacerlo como llora Chavela, no? Las escenas se suceden y las personas, o sea sus máscaras, prosopopeyas de sí, pasan incesantes representando su ser bajo algunos de sus aspectos, en ciertas circunstancias, durante determinados lapsos. Pasamos por la vida cual enigmáticos signos recorriendo provisorios campos de juego.
En alguna parte Borges nos recuerda, no sin cierto spleen, que nuestra materia es tiempo, incesante tiempo y ensaya una nueva refutación del tiempo. Algo decepcionado por cierto. Recorre las máscaras del devenir y de un modo irrefutable se encuentra a sí mismo. “Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”
Y Garrick fue Garrick aún cuando el médico lo haya recetado para curar sus propios dolores, los Spleen que lo devoraban, y corroían. Fue el cómico que curaba con su gracia y reía cuando entre aplausos el público lo reconocía como el más gracioso de la tierra y el más feliz. El que les devolvía relámpagos de tristeza disfrazados de sonrisa. Porque… ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!.. ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora cuando el rostro ríe!
¿Cuál es el consuelo reservado al cómico para su desesperada sonrisa mal leída? La corrosiva risa, la estentórea carcajada tal vez sean un secreto consuelo dispuesto para sobrellevar lo espantoso de nuestros destinos. Quizás la ironía sea el valor supremo a alcanzar en el carnaval de la vida. Aunque también cuando río fluyo.
Los corsos porteños han sido el ámbito festivo en el que alegres y misteriosas Colombinas sedujeron entre serpentinas a deseosos festejantes, ansiosos de desenmascarar sus bellezas. Pero es sabido que gran parte de su encanto estaba en mantener enigmática la figura embelesante. En Siga el corso la voz de Gardel se desvive en ruegos que declaran el afán por conocer la belleza oculta. Este celebre tango de Anselmo Aieta con letra de Francisco García Jiménez nos ofrece una pintura del elusivo y seductor juego de máscaras.
Pero en el contexto carnavalesco el mismo conlleva serios riesgos. Hay en la narrativa tanguera -porteña literatura de educación sentimental-, en algunas vivencias de los muchachos de barrio melódicamente narradas, un modo trágico de resolver este ansioso cortejo. Una manera desencantadora de bailar con la verdad. Aunque aparentemente ganador –el carnaval es la exacerbación de las apariencias- las tragedias, en algnos casos, como se verá ocurren de un modo diferente al sufrido por los pierrots despechados por una Colombina infulada por la cartera de un bacán arlequinado, que comentara en la entrada anterior.
Refieren estas otras historias a aquellos tristes momentos en que el afán de conocer y la ilusión de que, sin máscaras, todo el año siga el carnaval, juega para el lado de la desilusión. Es el instante en que la voluntad de saber lo que oculta la fantasiosa mascarita, de descubrir la belleza escondida detrás del ilusorio antifaz, nos devuelve la realidad como un pelotazo del Gringo Scota. Es el momento en que, cediendo al insistente ruego del galán deseoso de apreciarla y, tal vez, disfrutar luciéndola entre los amigos, la muchacha descorre el velo y se muestra tal cual es:
La conocí en Puente Alsina, en el corsito del barrio,
yo iba de presidiario y ella de colombina.
Jugamos con serpentina, después con papel picado
y al rato de haber charlado temblando le confesé,
quisiera mirarla a usted, ¡mamá!, sin su antifaz colorado.
Y no, muy fulera no era la mina, claro,
las cuatro hermanas mayores tuvieron que tirarlas ¡mama mía!
Porque se lo habré pedido, casi caí desmayado,
tenía el cuero arrugado, y un ojo lo había perdido,
tenía el labio torcido, le faltaban cinco dientes,
una bocaza sonriente, grandota como un buzón,
la nariz como un morrón, ¡mama mía!, y pelos hasta en la frente.
Se fue acercando mimosa, mientras abría los brazos,
yo, me esquivé del zarpazo y ella seguía cargosa.
Cuando la vi peligrosa le dije en tono galante:
Mañana mi sol brillante,¿dónde te puedo encontrar?
Mañana en el Shangri-lá, soy la mujer elefante, soy.
Ni Drácula, el Hombre Lobo,ni Frankenstein eran nada
yo solté la carcajada y ella explotó como un globo.
Al punto vino el retobo la vi que alzaba la mano,
cerré los ojos y hermano, no sé que pasó después,
estoy en la sala diez del Hospital Italiano.
Si alguna moraleja nos dejan historias como la de la milonga En el corsito de mi barrio compuesta por Abel Aznar con Letra de Reinaldo Yiso y que acá canta Alfredo Piro, es que muchas veces además de ser triste la verdad se agrava por no tener remedio. En estos casos los manuales de estilo siempre aconsejan simular la sorpresa, mantener la compostura y rehuir la situación con distinguida elegancia… antes de que se desate la fiera. Hernán Cazzaniga
Está llegando el carnaval, ese ritual periódico, esperado por muchos con tanta alegría trazada, escondida. Gente que como Chico Buarque quiere gritar y se está guardando para cuando llegue la hora de poner lo cotidiano en suspenso durante tres días. ¿Momento repetitivo y extraordinario en el cual volveremos a tener la sensación de que la alegría es sólo brasilera, como en los mundiales de fútbol? Para negarlo resonará la voz de Charly algo más rechoncho y menos zarpado que en otros tiempos. Mientras un Maradona de contorno variable y siempre proclive al zarpe sueña con dejar relamiendo a unos cuantos periodistas este año también. No obstante, Brasil, con su jogo bonito y su Carnaval, con la exuberancia de su callejera y televisada alegría, volverá a ofrecernos en febrero su documento de identidad al paso de las escolas por el sambódromo y, promediando el año, volverán a sambar vestidos de verdeamarelho en las canchas Sudáfricanas. Mundialmente estas imágenes metonímicas recrearán la creencia y los deseos de turistas convencidos de que eso es lo que Brasil es: Una comunidad de festejantes. Un universo armónico, alegre y festivo. Imperio del feliz progreso que avanza exuberante al ritmo ordenado por el pandeiro. Discurso social, el de lo carnavalesco, que Roberto da Matta interpretara con afán de dilucidar el dilema brasilero en su Carnavais, Malandros e Heróis. Ese libro que, según narra la leyenda de la Antropología misionera, la Goro trajera, luego de su incursión académica por Río, como ofrenda para sus discípulos que la supimos apreciar en la cátedra de Cognitiva y Simbólica, (a ella y a esta obra). ¿Qué es lo que hace a Brasil, Brasil? Se preguntaba a fines de los ‘70 da Matta y para pensarlo, colocó las acuarelas que nos lo pintan como una tierra de samba y pandeiro, junto a otros discursos ritualizados que trascienden el paso del tiempo.
Bajo influjos estructuralistas, se despojó el antropólogo brasilero de lo históricamente variante o provisorio y centró su enfoque en lo que hay de duradero en el “espíritu” brasilero, en el “carácter” de su cultura. En su derrotero por la ritualidad de esta sociedad se topó con la tensión entre su talante autoritario, jerarquizado y violento y la dramatizada búsqueda de un mundo de armonía y democrática igualdad. Acaso ¿No es el orden imperante al que refiere la inscripción de la bandera, el de la autoridad jerarquizada y de las autorizaciones que usufructúan quienes pueden obtener provecho de las desigualdades sociales, del orden estatutario? Ese orden social establecido, por un lado, sobre una institucionalidad basada en posiciones de status y prestigio donde, si cada quien reconoce su locación social, no hay lugar para el conflicto dentro de la gran familia brasileira: El orden conservador por excelencia. Ese orden en el que se sabe distinguir entre el mundo de las personas a las que se les reconoce derechos, permisiones o privilegios y el de los simples y anónimos ciudadanos sometidos a las tan democráticas, como impersonales y coercitivas leyes ciudadanas, que contrastan con el primero. (Gráficamente lo resume la expresión: "para os amigos, tudo; para os inimigos, a lei"). La casa y la rua, según da Matta, simbolizan esos órdenes contrapuestos en la mitología brasilera. El de la casa pertenece al orden de lo privado donde, cada quien es reconocido como persona. Representa el lugar de la paz, jerárquica y armniosamente ordenada en oposición a la lucha que, despersonalizados individuos pelean en las calles para ganarse la vida, sometidos a las burocráticas leyes o a las impersonales reglas del mercado. Pero, el anonimato del espacio público callejero que, iguala a los ciudadanos bajo el imperio de las leyes de la calle, puede quedar momentáneamente en suspenso toda vez que irrumpe una afirmación personalizante reivindicando privilegios. Ocurre por ejemplo cuando un Alguien echa mano a una recurrente fórmula que coloca a cada quién en su lugar dentro de la jerarquías reestablecidas: "você sabe com quem está falando?", es lo que interrogará el funcionario de alto rango, o la persona de Familia frente al policía de tránsito que pretenda multarlo o ante cualquier otra ocasión en la que un don nadie en representación del Estado ose aplicarle la impersonal Legislación. Ritual que surge espontáneo para recuperar la identidad de la persona marcando las diferencias de derechos entre ellas, para poner a cada quien en su lugar dentro del orden estamental. El ritual del "você sabe com quem está falando?" junto al culto a los héroes representado en los desfiles militares característicos de los días patrios ritualizan para da Matta los aspectos jerarquizantes y autoritarios de la sociedad brasilera. Pero hay a su vez un orden superior en el que simbólicamente se juega la tensión entre las estructuras jerárquicas y el ideal igualitario: la sociedad iguala a toda su membresía en tanto hijos de Dios pero, en un lugar subalterno respecto al de las santidades y sus mediadores eclesiásticos, que luego de la igualadora procesión retoman su lugar diferencial en el púlpito y estarán en los palcos también en los rituales patrios. Contrapuesto al cotidiano autoritarismo expresado en el “voce sabe…” o la reafirmación de la autoridad marcada por el desfile (las paradas) en las calles de las tropas militares o el final de las procesiones con sus palcos donde la gran familia brasilera reconoce personalmente a quienes se sitúan en el lugar más próximo a Dios Padre o de los padres de la patria, ocupando simbólicamente su posición, el carnaval recupera festivamente las calles, provisoria, cíclica y brevemente para encarnar el ideal igualitario que las relaciones espontáneas allí vividas expresan. Es el tiempo en el que el brasilero puede mostrarse en la rua cordial y sin ataduras, sin sentirse amenazado, agredido. Deseosamente disfrazado da sentido pleno al repetitivo tudo bem con que niega a diario la violencia y opresión contenida. Es un tiempo en el que el conflicto se suspende para dramatizar la utopía de un mundo, armónico, igualitario y feliz en el que cualquiera puede personalizar la figura de un rey, un ser mítico o especie animal. Por un instante el Carnaval, libera los cuerpos, para negar o mejor suspender las estructuras de poder y de autoridad que los dominan el día a día. El orden se subvierte provisoriamente y mientras los héroes nacionales, estatalmente instituidos, dejan las calles que ocuparon en los desfiles militares, el héroe popular, Pedro Malasartes, gana la escena durante esos días. La figura mítica de Pedro Malasartes, representa a los antiguos malandros, aquellos homenajeados por Chico Buarque en su versión carioca de la Ópera de los Tres Centavos y que son popularmente celebrados, por su modo personal de vivir la vida. Pícaros y seductores burladores, cuya genealogía se remonta a la península ibérica, estos antiguos malandros, saben transitar las estructuras del poder gambeteando sus constricciones. Con conocimiento de las contradicciones, los valores, y el ideario del sistema, saben, astutamente, sacarle personal provecho a las reglas sociales, siendo capaces de cargar con pases mágicos los bidones o hacer Goles válidos con la mano. Vaya, pues, nuestro homenaje a los que disfrutan del carnaval aquí o allá dando rienda suelta a la liberadora alegría, a garotinhas y poetas que ruegan a Dios un poco de malandrage y -¿por qué no?- a esos imprescindibles que a diario dominan, arrabaleros, el arte del jeitinho, ese modo de ser tan brasilero.
Si París se conmovió con las penas de la garganta de su Gorrión, Montevideo se emociona con la voz de su Canario aguantando el mostrador, levantando su vaso por las dudas y por las maduras.
Finalmente se fue, se venía yendo, como se han ido tantos que en los recuerdos andan disfrazados de santos. Se mudó el año pasado a otros bares donde seguirá preguntando por Molina, brindando por Pierrot, recordando a los desaparecidos del Uruguay... Su ausencia estará presente en este póstumo carnaval y en los que vendrán porque su etapa se hizo canción. Seguro que el diablo se apiadó de él y se lo llevó para su murga, lo tendrá en sus candilejas. Porque el maligno tiene buen gusto y, como es sabido, el tiempo muchas cosas le enseñó a los dos.
Homenaje a Canario Luna en este tiempo de Carnaval. Tiempo de gloria del Diablo. Hernán Cazzaniga