The waste land ou O misterioso caso do aquário fantasma.

Cuando leí la crónica de Larri sobre Minas de Corrales, recordé muchos viajes desde Buenos Aires hacia Brasil y viceversa, que me obligaron a hacer noche en diferentes lugares del Uruguay; eso sí: siempre al norte, siempre después de haber recorrido kilómetros que me habían dejado esa impresión de tierra yerma en la que mi imaginación no alcanzaba para idear algún proyecto productivo que se pudiera realizar en medio de tanta nada. Unas horas después, Brasil siempre me enrostraría lo limitado de mi creatividad rural. Eso sí, nunca me reveló cómo esas tierras que parecían muertas y sin colores se transformaban en los diferentes verdores del nuevo paisaje. Parecía sólo la magia del cruce fronterizo.

Atravesar el Uruguay fue para mí siempre el sacrificio necesario para llegar al destino querido. Nunca lo consideré un paseo ni parte de un viaje placentero, así que, como mucho -para aliviar el mal trago-, puedo reírme con algunas anécdotas o recordar la amabilidad de las pocas personas con las que me comuniqué en esas travesías.

A través de esas experiencias y de breves visitas a Montevideo, siempre tuve la impresión de que, así como otros países viven a cuestas -aunque no en forma exclusiva- de un pasado glorioso y todavía cobran sus rentas, -tal vez Grecia sea paradigmática en este caso- el Uruguay vive con la curiosa idea de un pasado que pudo ser y no fue, para explicar un presente que tampoco es. Ya sé que esta opinión puede generar muchas reacciones en contra, pero es nada más que una opinión expresada casi en una mesa de café, que no pretende generar polémicas encendidas y que estoy dispuesto a rectificar e incluso a contradecir con vehemencia, frente a la primera aparición de arma blanca o tortazo cruzado de algún ciudadano oriental.

Dije que recordaba esos viajes y a veces hay gente que recuerda por uno; el uso de la cita -que es como un plagio con copyright- es el mejor recurso cuando no se tienen muchas ideas o cuando otro puede decir algo mejor que uno. En este caso se dan las dos situaciones. Voy a copiar aquí una crónica de uno de esos viajes hecha por mi acompañante, que ilustra nuestro paso por la ciudad de Tacuarembó, un pueblo sin minas de oro y sin represas hidroeléctricas abandonadas, pero, por otros motivos, con un pasado tan virtualmente glorioso como el de Minas de Corrales descripto por Larri.

Copio aquí la crónica que su autora tituló O aquário fantasma.

Há muitas histórias sobre cidades fantasmas, até mesmo Érico Veríssimo falou sobre esse tema em "Incidente em Antares". O fato é que a imagem de uma cidade que parou no tempo é um tanto aterradora e ao mesmo tempo familiar e recorrente, ou seja, é arquetípica. Mais ainda quando acompanhada do pensamento desconfortável de que algumas pessoas possam estar à margem dos acontecimentos que compõem nosso dia-a-dia, como fantasmas a vagar e aguardar por algum tipo de libertação ou de vingança. Enfim, entre as muitas histórias que podem falar das cidades mortas ou fantasmas, eu nunca li uma que mencionasse um aquário fantasma; então aí está, vou-lhes contar esta.

Viajando de Porto Alegre para Buenos Aires, eu e Mario precisamos fazer uma parada pelo caminho, numa cidade chamada Tacuarembó, no território sempre amistoso e simpático do Uruguai. Essa cidade tem uma particularidade que, de certa forma, já denuncia sua curiosa estagnação por volta dos anos 40 e 50: ela se auto-atribui o título de "provável" berço de Carlos Gardel. Sendo este um dos seus atributos turísticos explorados pelos habitantes do lugar. O turista desfruta do encanto deste charmoso slogan com a necessidade de deixar de lado a improbabilidade absoluta da legitimidade deste mesmo título, é claro.

Quando chegamos ao Hotel Central, era algo em torno de sete horas da noite. Estávamos com o carro muito carregado e estacionamos na garagem entre uma variedade de carros que pareciam estar estacionados lá há pelo menos uns cinquenta anos. Ao entrarmos no prédio, comentamos que deveria ter sido algum dia um lugar bastante bonito, mas infelizmente agora demonstrava mesmo muitos sinais de sua decadência, nas condições da pintura, da mobília e mesmo na equipe pequena e modesta do atendimento. Era cedo e saímos a procurar algum lugar em que pudéssemos jantar e queríamos comprar um tylenol na farmácia. Já não havia nenhuma farmácia aberta às oito horas da noite, embora uma delas tivesse plantão noturno anuciado e as luzes acesas, permanecia fechada e deserta. Tampouco havia algum restaurante aberto. Resolvemos nosso jantar no supermercado, correndo um pouco antes que também se fechasse!

Ao retornar para o hotel, aconteceu a visão que mudaria os rumos da nossa noite. Esperávamos o elevador quando nos voltamos a um cantinho do saguão em que jazia um aquário sem nenhum peixinho. Vazio e com bolinhas ligadas a oxigenar uma população que pelo menos ao nosso mundo não pertencia. Visão fantasmagórica. Fomos para cama e no meio da noite tivemos uma conversa insólita. Levantamos a hipótese de que o vazio do aquário, dos corredores do hotel e dos carros-fantasmas da garagem podia ser um sinal. Podia ser que o aquário fosse fantasma, o hotel, a cidade, tudo. Podia ser que nunca despertaríamos do nosso sono neste lugar parado no tempo e que nosso carro seria mais um a ficar no depósito de antiguidades que era aquela garagem dos anos dourados. Ou acordaríamos num mundo em preto e branco e reencontraríamos a opulência perdida do Hotel Central, nos uniríamos aos habitantes fantasmas, seríamos um deles. Rimos. Rimos muito mesmo da nossa idéia maluca. Mas por via das dúvidas, acordamos cedo e saímos logo do hotel e de Tacuarembó. Era melhor não arriscar.

Adriana Torres Guedes - Agosto 11, 2005

*Nota: Quiero aclarar que el pez petrificado de la foto se exhibe en el Museo de Geociencias de Tacuarembó, forma parte de la fosilteca y rocateca de dicho museo, y debido a sus proporciones no puede haber nadado antes de su fosilización en la pecera del Hotel Central que se menciona en la crónica. M.A.

Minas de corrales









Una comarca al sur del departamento Rivera, al norte del Uruguay. Entre hermosos cerros cubiertos de chilcas y formaciones rocosas propias de las últimas estribaciones del macizo de Brasilia, Minas de Corrales exhibe una rara de mezcla de pionerismo malogrado, orgullo antiguo y reflejo del Uruguay profundo, que los uruguayos del sur poco conocen.

Minas de Corrales tiene algunos privilegios, lamentablemente en ruinas o poco significativos para su prosperidad. Uno de ellos es la primera represa hidroeléctrica de Sudamérica, constuirda para proveer de energía a la molienda de mineral. Los otrora imponentes edificios y sus no menos imponentes ruinas, hablan ese lenguaje obscuro y bello de lo que fué ambición y progreso y hoy no lo es más. Testigos de como se malogran los destínos promisorios muchas veces o como la riqueza a veces no deja hijos.


Como un reflejo nefasto del pasado, la explotación actual de oro en las cercanías del Pueblo le pasa a este por al lado, como en Potosí, la riqueza de la tierra fluye a otra parte. Por el pueblo se enseñorean las camionetas de la mina, nuevas, rápidas. A su paso surgen hongos prontos a desaparecer cuando el consumo de la mina se termine: carritos de hamburguesas y tiendas que venden tornillos (una especialización del consumo antes impensable). Desde 1996 se ha retomado la búsqueda empresarial del oro y no se puede decir que los beneficios para Minas sean evidentes. De los arroyos sigue saliendo oro y un señor viejito, que mantiene un museo del oro en una habitación de su casa, asegura que cualquiera podría ganar entre 50 y 100 dólares diários lavando oro en ellos.

Mañana habrá raid de caballos. Los mejores ejemplares del pueblo y sus alrededores correrán 60 kilómetros. Hoy pululan hombres de botas, bombacha y boina, en las instalaciones del Club Social de los Trabajadores. Al entrar hay un ambiente de mercado público. Los corrillos se reparten entre el escenario donde los trofeos dan una nota brillante, el exterior, donde se juega taba y el bar donde algunos parroquianos más que sentados parecen amontonados al mostrador. Todo exuda un olor a alcohol que sale de los poros. Los ojos enrojecidos de muchos sostienen requerimientos con puchos liados que cuelgan de los labios, en ese malabar criollo olvidado hace tiempo en otras latitudes.

Llegamos al lugar de la cena. En comedor del humilde hotel tenía una parrilla que parecía la sucursal del infierno. Esas llamas apuradonas que con cierta mezquindad van largando sus bracitas, se levantaban con el mismo apuro de siempre en el lado izquierdo. Tradicionalmente oblicua, la parrilla las enfrentaba, sosteniendo apenas los dos corderos que, suculentos, no habían dejado lugar para el más mínimo chorizo. Pero los corderos estaban crudos! y eran las 9 de la noche! Con Carlos nos miramos y nos dispusimos a esperar. Todos llegaron después que nosotros y se sentaron alegres en la interminable mesa. En una esquina personajes del pueblo compartían una guitarra y era como que john travolta, parloteara con john wayne, mientras leonardo di caprio los escuchara atentamente. Nuestra presencia los había reunido y casi se podría decir que los había hecho descubrirse unos a otros.

Todo terminó en abundancia. Los traedores de la carne se aburrieron al final, de ofrecer sin éxito su manjar de carne. El cordero estuvo buenísimo y, ya muy tarde, nos fuimos a dormir a una pieza de cuatro, entre cuatro, que era lo único que había libre.

Al día siguiente, a las ocho, lo mejor ya había pasado. Los del Raid (esa carrera que las mata bien muertas) salieron a las 6 y a las 10 ya habían llegado. El pueblo vivía un desasosiego que se le notaba inusual. Los más conspicuos miembros de su dirigencia comunicaban sofocados y telefónicamente a sus parientes en montevideo el resultado de la lid. Asombrados por tanta pasión, nosotros, puebleros, nos fuimos.

El próximo pueblo no era muy distinto. Sus glorias eran, sin embargo, de menor valor romántico y el busto de Artigas, dorado como todos, era de la clase de los que parecen extraterrestres disfrazados de Artigas.

PSICODELIA DE POSADAS A LA SIESTA (TRES FOTOS)

Fotos: Giuliana Pinzone

Textos: Café Azar



"No, no es cielo, ni es azul..."
Maquillaje - Virgilio y Homero Expósito



Poner en foco. Ajustar las luces y las sombras. Desconocer los lugares por los que pasé tantas veces. Ese cielo azul del que descreo y asimismo invade el paisaje en el que me interno. Algo se movió, se corrió, se descolocó. Una sombra desplazada, alguna vieja intuición o tal vez recuerdos diluidos en relatos superpuestos. Poner en foco también es extrañarse, extranjero del sentido, reflejo deforme de un sueño que se repite para no ser nunca igual. Debería haber dormido, la siesta posadeña me confunde. Perdido, busco señales que indiquen algún que otro recorrido. Sólo escucho un rumor de hojas, voces perdidas que murmullan como olas en un mar lejano y profundo. Poner en foco es saber, sin muchas certezas, que la foto de hoy no es la misma de ayer.







Así, como borroneada en la pared, intuyo la memoria que hace visible lo invisible. Las sombras tienen ese detalle de la línea difusa, esa elegancia que suele provocar la ambigüedad. Reflejos, una suerte de frontera, de estado liminar, de bruma incierta que sugiere las formas de tu cuerpo, los modos del no estar, los fantasmas de la vigilia. El brillo cegador de lo inasible, la estúpida sospecha de que por efímero, todo se reduce a nada. El sol quema las calles de Posadas.



Pliegues. No hay arriba, ni hay abajo en la mirada nueva. Otra percepción, otras puertas que se abren iluminando universos desconocidos. O mejor, conocidos, pero nunca vistos – hasta ese instante – de esa forma (tal vez informe). Parpadeo y me muevo entre la angustia que me provoca un territorio sin las señales que suelo acatar, y el goce de aquello que no reconoce palabras que lo puedan nombrar. Lo que veo no es lo que parece, y en ese transitar - en esas siestas en que el sol aturde - los reflejos, las sombras, las breves alucinaciones del recorte forman parte de lugares que entrañables se deshacen en un instante. Hay que estar atento en el divagar, uno nunca sabe en que vuelta, o detrás de que esquina, se abren sin aviso las puertas de la percepción. Psicodelia siestera, así nomás, es el calor.




Posadas entre abril y mayo de 2010. -

Variaciones infinitas 4

De camisetas, himnos y pasiones fuertes.
Parece difícil sustraerse a los efectos y resonancias de la próxima temporada del mundial de fútbol; es un tema público recurrente que se dice en muchos idiomas. Hay mucho para leer y escuchar; proliferan tantas relaciones que redundan y otras que echan luz sobre algo inconmensurable: cuán hondo cala el deporte en el ánimo de tanta gente.
Como suelo andar por la tangente, me salió al encuentro otra historia, el Mundial de Rugby de 1995 en Sudáfrica. Otro deporte, en el mismo país que será la meca de la próxima peregrinación deportiva y que estará en todas las pantallas para quién sabe cuántos millones de espectadores.
Un libro (que leí) y una película (que no pude ver aún) nos hablan de la Sudáfrica de Mandela presidente y de otra de sus magistrales jugadas de líder político: su país era la sede de aquel mundial; el seleccionado nacional de rugby estaba integrado por la flor y nata de los afrikaners (hijos de los holandeses y de algunos británicos que fueran los patrones coloniales), un puñado de corpulentos atletas blancos que lo practicaban como legado étnico; y en ese tablero, Mandela se propuso lograr que la participación del seleccionado sea vivido como gesta por todos los sudafricanos. Y que el posible triunfo de la copa mundial fuese sentido como propio por el país entero. Por supuesto, también debía convencer de lo mismo a sus partidarios y a amplios sectores no blancos, perseguidos y humillados por la minoría política afrikáner para que hincharan por esa selección como por un equipo representativo del pueblo sudafricano.
Mucho pedir, no?.

Sin embargo lo logró; cómo lo hizo, qué movidas tácticas preparó, cuáles obstáculos se le presentaron, eso y más es la materia narrativa de El factor humano: Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación (Seix Barral 2009). Su autor, John Carlin es un periodista inglés ganador de varios premios, que ha publicado crónicas de reportajes, y alguna novela. Fue corresponsal en Sudáfrica por mucho tiempo, y allí tomó nota de aquello que aconteció, un suceso que seguro excedió el titular o la nota a tres columnas. Varios años después de acontecido el evento, se propuso reconstruir esa movida magistral del líder en la que logró que aquel triunfo deportivo protagonizado en la cancha por un puñado de blancos afrikaners fuera celebrado por todo el pueblo.
Entrevistó a Nelson ex–presidente, a varios de sus allegados, a políticos opositores y a los jugadores de la selección. Al mismo tiempo debió investigar pormenores de la historia de la transición política que cerró el apartheid y abrió la oportunidad de elecciones políticas. Lo hizo para poder dar idea de cómo la vieja y violenta trama política debió entrecruzarse nuevamente en esta otra batalla a ganar: convencer a sectores antagónicos por historias antiguas y aún recientes, de abrazar un mismo sentimiento nacional, resignificando un símbolo como el rugby, en el que esas mismas cruzadas antagónicas conjugaban una tensión de fuerzas y valoraciones históricas.

¿Es crónica periodística? Excede la entrevista personal a Mandela; brinda otros datos obtenidos de primera mano, diversas fuentes testimoniales sobre personas y acontecimientos. ¿Es novela histórica? Su escritura (traducida para nosotros) no se destaca por un gran virtuosismo poético; sin embargo su trabajo estilístico conduce los hilos en distintos tiempos narrativos, en secuencias alternas de política y vida pública, y te lleva con entusiasmo hoja tras hoja, con algo de suspenso e intriga, con escenas muy elocuentes como fotos documentales. Libro en las fronteras del periodismo y relato de autor, es por momentos inclasificable, y una siente que es la historia, lo acontecido que se apodera de la obra misma.

El rugby (deporte que no entiendo ni me gusta) fue la piedra de toque de una movida política más grande que una cancha y un título; tan crucial resultó su importancia para la vida social que se transformó en una oportunidad entrevista por la sensibilidad inteligente de Nelson Mandela.
Dirán muchos que el uso del deporte por el poder es algo antiguo y siempre vigente; pero este caso es particular. No se trataba de exaltar fuerzas y ánimos ya predispuestos por su simpatía hacia los símbolos encarnados en un campeonato; no sólo pretendía extender y envolver con la misma euforia a sujetos sensibles a unas pasiones colectivas ya inculcadas. Mandela pretendía construir nacionalidad en un territorio donde se odiaban dos colores. Y como de símbolos se trata, negoció que siguieran con los mismos colores de la camiseta, que se bajaran banderas sectoriales y que en la cancha los deportistas y todo el público cantaran el Himno Nacional de Sudáfrica. Su base era la legendaria canción bantú Nkosi Sikelel' iAfrika (Dios bendiga a África) creada en el siglo XIX por Enoch Mankanyi Nsotongael. El nuevo himno recreado en 1994 bajo el gobierno de Mandela recompuso la versión original con fusiones del antiguo himno nacional Die Stem (creado por Langenhoven-De Viliers), y en ella se incrustaban, además, palabras de las lenguas más habladas en ese país (bantú, xhosa, zulú, sesotho, afrikáans e inglés).

Este desafío a un destino de guerra racial sin fin fue concebido por quien fuera un joven militante del Consejo Nacional Africano en los años 40, cuya dirigencia estaba exilada y cuyos seguidores se aglutinaban en torno de la resistencia de algunos sindicatos. Ese mismo joven que marcó tendencia en la campaña de desafío al régimen de supremacía blanca al quemar ante los fotógrafos el carnet de paso identificatorio para la población negra, luego imitado por millares de personas y quien organizara el brazo militar armado del Consejo Nacional Africano, decisión que le costó la cárcel desde 1962 y por más de veinte años.
En la lectura una va comprendiendo la magnitud de esta iniciativa política: jugar fuera del campo otro gran partido, entre bandos enfrentados por la historia y la memoria reciente que apenas aprendían a convivir luego de aquel prolongado tiempo del apartheid.
Recordemos que ese sistema de administración colonial, calificado por las Naciones Unidas como crimen contra la humanidad, y por el mismo Mandela como un genocidio moral, imponía el aislamiento y los controles policiales en las zonas deslindadas por alambrados en la Ciudad del Cabo entre sociedad de blancos y de negros. Hubo controles militarizados y policiales permanentes, brutales represiones a las protestas, persecuciones y maltratos a sus líderes políticos, con cárcel y torturas. Se le hizo frente con la fuerza de un pueblo oprimido, con una resistencia social que tomó incluso la forma de lucha armada.
La presión internacional contra el apartheid incluyó boicots a esa misma selección de rugby en torneos anteriores fuera de su país, entre otras medidas. Pero la verdadera transición hacia el fin del régimen tuvo a Mandela como pieza principal desde la cárcel. Él comprendía más y mejor que muchos cuán difícil es dejar atrás ese proceso infame que fuera considerado una de las mayores vergüenzas del “siglo XX civilizado”. Su liberación y la organización del partido que sería triunfante en elecciones libres, fue un respiro jubiloso y esperanzador para los luchadores del mundo.

El libro nos permite verlo nuevamente en el ruedo de la astucia, la creatividad y la garra política, para conseguir un nuevo triunfo, que calculaba como mayor y superador de cualquier copa: que blancos afrikaners y africanos negros pudieran pensarse y sentirse juntos en este evento, al menos. La crítica releyó el tituló del libro como el Factor Mandela, y elogió el esfuerzo por novelar la historia que se hace ver desde aquel evento.
Una última anécdota es significativa: ¿quién entrevió el posible destino cinematográfico de este libro? ¿Fue Carlin o Mandela, quien entre las bambalinas del reportaje dejó deslizar que esta vez, si hubiera película, le gustaría que fuese Milton Friedman el actor que lo encarnara? El mismo periodista se ocupó de llevarle la idea al actor en un encuentro en Irlanda, y a la distancia, el efecto Mandela, su tremenda seducción y visión de futuro, volvió a actuar.

Una vez más, la historia fue movida por la fuerza de su deseo, y así llegamos a Invictus (2010) que dirigió Clint Eastwood y estuviera presente en la última entrega de los Oscars, Por supuesto, Carlin tuvo participación en el guión y contó además con el co–protagonismo de Matt Damon en el papel de François Pienaar, el capitán de los Boks.
(¿Es muy tendencioso ver esta lectura de Eastwood como una nueva jugada que el cine le hace a la historia construida por Mandela? ¿Como las dos versiones del mismo director sobre la guerra del Pacífico? Si nos atenemos a las fotos de tapa y a la foto de cartelera, respectivamente, se notan ciertos juegos de posiciones, de tamaños en las imágenes. Pero tendría que ver la peli para opinar, por ahora es una hipótesis).
Porque estos dos textos son la historia misma que sigue escribiéndose y haciéndose visible cuando tantas luchas se dieron y tantas batallas se ganaron y perdieron.
Y mientras tanto, Sudáfrica espera otra efímera oportunidad cuando desembarque el próximo mundial.





Con memoraciones

El Café volvió a ser en este blog el lugar de encuentro amistoso, espacio de sociabilidad al que refieren los estudiosos de la vida urbana.
Encuentro desacompasado, en este caso, entre mis recuerdos de chiquilín y las vivencias actuales de mi amiga Daniela que, luego de leer el primero de esta serie de posteos, comentó que concurre de seguido a ese mismo Pensamiento, desde dónde mira el escenario que yo veía unas tres décadas atrás a través de sus vidrios, desde esa esquina de Brandsen y Montes de Oca.
La conmemoración del Pensamiento y la revelación de que Daniela se hizo habitué reciente de ese tradicional Café porteño tramaron las dos o tal vez tres preguntas con que concluía la entrada anterior. Continuidad de otra que la precedió en este mismo blog con analogías trajinadas por Borges y anteriormente urdidas por Saussure como bien señalara Liviana Divaga en un comentario. La cadena de autoridades podría extenderse hasta algún instante en el que dé con el enunciador primero de esta imaginería afecta a pensar lo real como transformaciones de modelos formales.

Es probable que las leyes antitabaco hayan despejado el humo del ambiente que reinaba en ese recinto pero tales imperativos no gobiernan sobre el universo de reminiscencias envueltas de nostalgias. Ese gris laberinto forjado por la pena de verse uno ausente de la patria. Del Barrio y sus emblemas: el Café, una plaza –la Virrey Vertiz- que quedó aplastada bajo una autopista, la esquina de Brandsen y General Hornos, un patio.
Por sentirse lejos de los deudos o amigos sacrificados en algún gambito de la vida, víctimas de la suicida sabiduría de partidas magistrales y de acosos a encarnizadas reinas cometidas por homéricos personajes, de andar oblicuo, con movimiento ligero, espíritu ladino y si fuera el caso agresor.
Mentados como un tablero de ajedrez, estos cafetines, línea de frontera entre lo público y lo privado, se insinuaron como una pequeña matrioska dentro de una cuadricula mayor: La distribución en dameros de la ciudad, herencia que, aquellos moros católicos de yelmo y armadura alucinados por la promesa de oro, trajeron de Iberia y proyectaron desde el Parque Lezama sobre la vasta llanura.

Grilla es como identifica el arquitecto Gorelik a este modo de distribución de la propiedad sobre el suelo en su estudio acerca del espacio público y la cultura urbana en Buenos Aires. Así llama al dibujo de ese gran tablero, suerte de metamorfosis infinita del cuadrado que se extendió sobre una superficie romboidal ganándole tierras al “desierto”, cuadriculando la planicie pampeana, convirtiéndola en un gran negocio inmobiliario. Forma geométrica a la cual se le interpuso la idea del Parque para recrear el sentido de lo público.
Grilla y Parque cifran según Gorelik la trama de sentido porteña pergeñada entre el final del siglo XIX y la década del 30.
La urbanización en base a estas dos figuras transformó en los alrededores del centenario no sólo la organización del territorio urbanizado sino también los modos de vivir en esa centuria de regiones cantadas por Alberto Castillo.
Grilla y Parque organizaron el espacio metropolitano con sus líneas geométricas de edificación y sus espacios verdes sobre los cuales se despliegan la vida ciudadana, la sociabilidad popular y el relato sobre la Nación recreado en torno a aquellos parques en los monumentos e instituciones públicas emplazadas para celebrarla y darle sentido público a ese sentimiento imaginario común.
Pero ambas formas condensan sentidos contrapuestos, modalidades de pensamiento inconciliables: en tanto el Parque representa el locus privilegiado por los diseñadores urbanos para llevar a cabo la reforma social, cultural y urbana que el crecimiento de la otrora gran aldea reclamaba; la Grilla en cambio lleva impresa la imagen de la especulación económica.
Contraste de sentido y de formas. Al parque le es permitido encorvarse, arremolinar al ciudadano, reunirlo en un espacio común, romper la cuadratura, pintar de verde una parcela sustraída al gris cemento impuesto por el mercado inmobiliario.
Los más de treinta Parques porteños (incluyendo la reciente reserva ecológica) además de darle un respiro al paisaje y constituir un lugar de “natural” escurrimiento de las aguas por el hecho de ubicarse en los bajos de Buenos Aires son reservas de lo público destinadas a celebrar y disputar simbólicamente la Historia común.
Así como el Parque Tres de Febrero, emplazado en la Estancia de Rozas en Palermo celebra el combate de Caseros y borra la memoria de los símbolos que lo precedieron; el parque Centenario también diseñado por el paisajista francés Carlos Tahys es expresión de los combates por la Historia, celebración de sus provisorios triunfadores, de la lucha entre memorias y conmemoraciones.
Inaugurado en los que todavía eran unos descampados allá por 1910, sobre la frontera de la trama urbanizada por entonces, este Parque ovalado ubicado en el centro geografico de la ciudad supo rodearse de instituciones públicas notables como el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia o el Observatorio símbolos del orden y el progreso positivista, normalizador, imperante.
Promediando el siglo XX se incorporó a esta geografía ovoide un Anfiteatro emblemático de la época que la fusilería del 55 se encargó de demoler al mismo tiempo que, como ocurriera con la memoria de Rozas décadas antes, censuraba toda mención al líder de esta etapa histórica.
Tal vez para borrar todo vestigio de aquellos años de conquistas sociales, Cacciatore decidió plantarle un lago ya en los 70 para ahogarla definitivamente.

Pero hace poco se construyó allí un anfiteatro (de menor envergadura por cierto) que reivindica la figura de Eva (que esta semana hubiera cumplido 91 años).
En estos tiempos de redondeo bicentenario, en las tardecitas soleadas de domingo otra chica del interior, despojada de verdades y consecuencias, tal vez sea partícipe de las fiestas candomberas que allí celebran los pibes de Caballito y Flores y no faltará el pícaro arrabalero que se acerque a la cimbreante muchacha para convidarle ir a un Café y chamuyarle como antaño la diferencia entre Flores y Floresta, esas otras patrias porteñas.
Hernán Cazzaniga