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Solo un fragmento de película sueca


A propósto de "Los Hombres que no amaban a las mujeres"
de Niels Arden Oplev sobre novela de Stieg Larson


Una canción, apenas una, puede salvar a su autor. Un cuento brillante, una solitaria novela nos dejan en la memoria también a su creador. En algún caso toda una obra es suplantada por una línea memorable.
En el cine las cosas se suelen complicar, no es solo papel en blanco, pentagrama, o performance del cantante. La pantalla suele comportarse como la vida. ¿Puede decir un obra cualquiera algo que no ha querido? o mejor, puede una película decir algo que nosotros comprendemos mejor que los demás aunque el film esté hecho en Suecia, basada en una novela sueca.





Algunos hombres no aman a las mujeres


Se trata de un film pensado para la pantalla chica, y esto es evidente en la manera de colocar la cámara, en el uso de los planos cortos, en el modo de iluminar.
De algún modo es una película vigilada por el texto que la inspira, que de vez en vez se permite burbujas de intensidad visual, momentos gore de arquitectura singular, combinados con grandes actuaciones, una eficaz dirección de actores que construyen personajes con carne y complejidad.
El cuento en pocas palabras se podría narrar así: “Hace 40 años, Harriet Vanger desapareció de una reunión familiar en la isla que pertenece y es habitada por el poderoso clan Vanger. Su cuerpo nunca se encontró, sin embargo su tío está convencido de que fue asesinada y de que el asesino es un miembro de su propia familia, una familia unida y a la vez disfuncional. Contrata entonces a Mikael Blomkvist, periodista caído en desgracia y a la tatuada y salvaje hacker informática Lisbeth Salander para investigar el caso. Será cuando la pareja relaciona la desaparición con un número de grotescos asesinatos de hace cuarenta años, cuando comiencen a desentrañar una oscura y horrible historia familiar. Pero los Vanger son una familia reservada, y Blomkvist y Salander están a punto de averiguar lo lejos que están dispuestos a llegar para protegerse”

Palabras más o menos, esto cuentan todas las reseñas, pero además en esta obra se habla del pasado nazi de los grandes capitales suecos, de la rigidez de sus instituciones, de ciertas hipocresías de la sociedad nórdica y sobre todo contiene una escena de pocos pero tremendos minutos.
El asesino captura al periodista y lo ahorca lentamente. En un momento detiene la tortura y ofrece un vaso de agua a su víctima, gesto que el torturado agradece. “Ves, dice el asesino, basta un gesto de mínima humanidad, para hacer renacer la esperanza” y retoma el gesto de ajustar la soga de acero.

Preguntitas sobre el hombre

La criminalidad humana es en algún aspecto incomprensible y por momentos las palabras se agotan o se vacían al explicar o siquiera recordar el horror. Y del otro lado: ¿donde rebotará el eco del dolor, el alarido del torturado? ¿En que hendidura de la psiquis del asesino, se quedarán los gestos de la víctima? ¿Será una tarea más la del verdugo, una rutina banal como sugiere Hanna Arendt, o como dice León Rozitchner “…algo de lo más propio debe morir definitivamente cuando se mata o se tortura al otro. Convertir el crimen en banal es la distancia que la institución prepara en el mismo asesino para anestesiar la conciencia y el sentimiento del crimen que ejecuta” Esto equivale a pensar que el asesino es de algún modo un espectro de sí mismo por el mal que hace. Puede que esto sea también un artefacto que usamos para no desertar de lo humano para defendernos de la maldad, a pura vida a fuerza de otros gestos.
Pero allí anda la historia, y los grabados en piedra de mayas y asirios con las ofrendas de corazones sangrantes. Los arcos de triunfo con sus trofeos humanos, la meticulosa documentación de Eichman, y el rigor y puntualidad de sus trenes, los cantos de gesta y las zambas con miles de degollados, “hasta que dolía el brazo” dice Sarmiento, de tanto resbalar la daga sobre el cuello de los prisioneros, las pequeñas victorias cotidianas de los secuestrados de las ESMA.
Por esos agujeros anda lo humano.
Hay ocasiones en que las canciones nos hablan solo a nosotros, como algún fragmento de una película sueca.

Miguel Riquelme

SPINETTA






No sé exactamente en qué momento entraron en mi vida las canciones de Luis Alberto Spinetta. Los relatos de la memoria no suelen ser muy precisos en cuanto a burocracias temporales, aunque juren lo contrario. Recuerdo la sugerente tapa amarilla de Durazno sangrando, tapa doble, tamaño vinilo (parece absurdo tener que aclarar estas cosas). Recuerdo el impacto del fraseo para cantar, los temas largos que recorrían diversos paisajes sonoros, la poesía, las palabras desnudando su sonoridad. Sé que puede parecer una herejía, pero primero escuché Invisible, y después Almendra. Todavía, cuando escucho esos temas, siento el arrobo y la calidez de un hogar sin paredes ni lugar definido. Es como un beso con memoria, o una caricia sabia.
La primera vez que fui a un recital del Flaco fue en el año 78, en el recién inaugurado Estadio Obras. A pasos del centro de torturas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Con 16 años, ingenuamente críticos del sistema, pasábamos una y otra vez frente al lugar donde miles de personas fueron vejadas, asesinadas y desaparecidas. Creíamos nosotros que – si bien no íbamos a cambiar el mundo – mostrando nuestra disconformidad y nuestro rechazo éramos una suerte de testimonio en una sociedad vil. No pasó mucho tiempo para comprender que hay veces que para cambiar las cosas hay que dejar la vida, la piel y la sangre en oscuros sótanos ubicados a sólo algunos pasos de donde pasábamos cantando “Me gusta ese tajo, que ayer conocí!”
Ese recital, en Obras, con La Banda Spinetta fue la confirmación, o el rito de pasaje a través del cual ingresé – como miembro pleno y convencido - al mundo mágico, de palabras y de música, creado por el Flaco. Esa banda nunca editó un disco y sin embargo podría, aún, crear todo un relato sobre aquellos shows. Solía hacer el repertorio de “A 18 minutos del sol”, algunos instrumentales bien jazzeros, un tema de Guillermo Vilas y “Amor de primavera” de Tanguito. Fue no sólo ver en vivo, escuchar tocar, atender sus palabras y gestos en el escenario sino también aprender a ser parte del público de Spinetta. Público que asumía (y asume) que va a formar parte de un viaje – o de varios – guiados por un chamán que despliega ante el psicodélicos mundos de raros acordes y bellas y complejas figuras poéticas.
Adoración es la palabra. Todo lo que venía del Flaco hacía mas bonito el mundo. Aún hoy es así. Como suele suceder con toda experiencia mística. Transfiguración, alquimia, puerta abierta hacia otra mirada. La cancionística del Flaco era (y es) ese pase entre mundos, esa transmutación de sentidos que el ritual estético provocaba (y provoca). Si, el mundo es mas bonito cuando el arte ataca.

Café Azar
Posadas,
primeros días de Diciembre de 2009. -