El semáforo le dió luz verde y el hombre dobló a la derecha. Se encontró conmigo que cruzaba la calle. Me tocó bocina, me detuve impidiéndole el paso y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que en la esquina había una valla y que yo no debía cruzar la calle por ahí. Yo le dije que igualmente tenía derecho a cruzar. Es la esquina de mi casa y si no cruzara por ahí tendría que cruzar tres veces la calle para llegar a la misma esquina. El hombre me dijo que me estaba arriesgando a que me atropelle. Le dije que me atropelle entonces y agregué, no te das cuenta que soy un peatón.

En Alemania el peatón es considerado el eslabón más débil de la cadena de transito. Como la cadena alimenticia pero al revés. Uno es el cornalito en el fárrago oceánico del tránsito urbano y, sin embargo, el, relativamente, más intocable. La "cadena del tránsito" sigue en cantidad de derechos con la bici, la moto, el auto, el camión. Estatus especial tiene el transporte público, pero no antes que el peatón.

¿Para que todos vivan mejor el peatón tiene que cagarse? En estos días el barullo citadino y sus típicas situaciones estresantes me dan profundamente por las pelotas.

En Uruguay, en forma más evidente que en otras partes quizás, se observa como la ciudad ha ido creciendo y ha pasado de la necesidad de gobernarse a gobernar todo lo que le rodea, incluso el país. La ciudad, la más artificial de las creaciones humanas, la que más complejidad infraestructural necesita y por lo tanto más alejada está de una razón "terrestre" domina el resto. Dicta su visión en lontananzas y apenas puede con sí misma.

Los municipios han sido creados en Uruguay el año pasado. Hasta entonces las capitales departamentales regían directamente sobre el resto de los poblados de su territorio. Lo que eran de por sí administraciones municipales controlaban espacios relativamente amplios y repartían servicios a distancia, con la consiguiente insatisfacción de sus subditos y las corrientes migratorias consecuentes.

¿Y qué derecho tiene la ciudad com tal?. ¿Qué derecho tienen muchos ranchos con agua corriente y baño moderno a gobernar otros ranchos menos dotados?¿Que derecho tiene el que aprieta la cadena y ve sus heces desaparecer rápida e higiénicamente de la vista seguidas del restablecimiento cuasi mágico de la blancura húmeda del inodoro, a tener más oportunidades que quien soporta estoicamente el revoloteo de las letrinales moscas mientras el frío de la mañana curte sus desnudas nalgas a punto gallina o el calor le permite sentir como los miembros de los solípedos insectos se apoyan indefectibles sobre su piel expuesta?

La jungla de los sobreentendidos nos sumerge en aquellos -como el del sistema financiero- que no nos dan horizontes. ¿Cómo podríamos pensar sistemas humanos unidos en alguna forma de red donde las ciudades no fueran el centro y la medida de la forma de hacer las cosas públicas?

La ciudad, la más fragil de las formas humanas de vida. Llenas de basura en la periferia y brillando en el centro. Apestando a lobos y abundante en especímenes que no conocen otra cosa. Nido de gobernantes y corrupciones que afectan a muchos, muchos, muchos más de los que las aprovechan.

Desembarco -literalemente merced al Buquebus- en Buenos Aires y lo que me rodea no tiene respuesta a la pregunta de cuál es la dimensión humana en ese entorno. Como en el relato de Edgar Rice Borroughs, la gente teme salir a la calle a ciertas horas y en ciertos lugares. La corrupción institucional evita simplemente todo trámite que debiera mejorar la capacidad de los ciudadanos para vivir mejor o ser beneficiados por la cosa pública. Etc., etc.. La parafernalia de este tipo de visiones es conocido y carne de muchas conversaciones vanales y serias.

Pero... entonces... ¿Por qué la ciudad?¿Porque ahí se consiguen colchones de resorte? Ya lo dijo Gilberto Gil: as coisas nâo tem paz!

No soy el último hippie. Tengo una Nikon. Pero -una vez más- pregunto ¿Por qué la ciudad?

Variaciones infinitas

Noté recientemente (otra distracción más, quizá) que algo cambió en el diseño de este blog : perdió la tachadura inicial y agregó una flor de esas que arman ramilletes.
Se mantiene el comentario ése del embole que tan bien nos caracteriza y me agrada ese tono de pequeñas formas nuevas que nos reciben en la entrada. 
 Y como de detalles está hecho el mundo, van minúsculos ensayos con la palabra, algo de una serie sin ton ni son que me acompaña hace mucho (Relámpago negro).Otro minúsculo movimiento en el orden infinito de los emboles posibles. 




r24

Una reina aniquilaba siervos
con el rayo filoso de su dedo
en la pesadilla durmiente de mi infancia
ávida escucha respira entrecortada
sigilosa pregunta que espera
final reparador o se pone a llorar.
Siempre en sueños.
La vida es otra cosa, ¿no?





r25

Joven ciega
me cuenta que adivina
el relámpago en el exacto punto
donde cae esa estrella imaginaria que lo parió.
La piel delata el rumbo
del alma buena de la gente.
Se corona en sonrisas y eso basta.



r26

Guardarlo en una caja
soñaba el hombre
curioso de misterios
perforó sus manos
en cada intento
de atrapar el relámpago
lo copió en papel de arroz
imitó su voz hasta el hartazgo
lo recompuso en trazos electrónicos.
y de la nada asoma
revienta el aire
en trocitos metálicos hirientes
llega sin aviso
ante esos ojos ajados de domesticador.







Fragmentos de un relato adeudado..

Fragmento primero: de aquí, ¿a un mundo libre?.

Carreteo de primer tramo. Partir hacia el sur del mundo desde la ciudad de Posadas un sábado de noche con destino a Buenos Aires no es algo nuevo ni que interese en su relato, sólo que esta vez no era el destino final, entendiendo al término final como la conclusión de un trayecto mundano y material. Llegar a la gran metrópoli argentina un domingo de septiembre permite con ligereza abordar el subterráneo en Retiro; el movimiento de estos espacios en estas mañanas dan cuenta de lo que sobrevive a una noche de sábado.
Caminando con cierta premura me dirijo hacia la línea B. La roja. Combinación 9 de julio. Me sumerjo en lo hondo del metro, dando inicio a la travesía metropolitana. En uno de los pasajes bajo tierra, una pareja y un niño se encuentran perdidos, buscan la estación que los conecte con el Abasto, el carga una guitarra que oculta bajo una funda negra con inscripciones que no se llegan a comprender, ella mira con ojos desorientados, necesitan ser guiados hacia su destino próximo: la estación Carlos Gardel. Me ofrezco y caminamos juntos, son de Córdoba, de Mina Clavero. Bajo en la siguiente: Pasteur. Mi amiga habita en el corazón del barrio del once, me espera con un almuerzo acompañado del estudio de su hija que desea poder ingresar al Nacional Buenos Aires; ya 13 años, pienso, mientras engullo un pollo al curry sabroso y nada soso. Ella contiene los nervios que provocan este tránsito hacia un lugar aun sin conocer, es el tiempo para verificar mis olvidos típicos: peine, shampoo, dentífrico, candados de viajes.

Al rato el remisse toca a la puerta; ¿tan pronto?. Es hora.

Voy al sur para volar al norte. Llego a Ezeiza con la antelación necesaria para que el caos vivido allí no me absorba.Pareciera ser un tiempo pasado, un aeropuerto lleno de personas solas o en grupo que se disponen a viajar. Muchos, tantos. ¿ El dólar no está alto? ¿Este es el sector social que siempre viaja? ¿Hay planes de pago para esos contingentes? Despacho mi equipaje, realizo el pre-embarque, embarco con diez minutos de atraso, despega, vuela; pienso: hice bien en viajar por Iberia, me tranquiliza, mi manejo del idioma inglés es deplorable, tarzanesco…

El vuelo, según el billete de la empresa aérea dura once horas, cincuenta y cinco minutos; imposible controlar. No tengo reloj, mi celular ya no tiene señal, permanece apagado. El avión despega y mientras el vuelo inicia, mi cuerpo y mente se hunden en un sueño que ha de prolongarse durante todo el viaje. El cansancio acumulado en los días anteriores ayudan a depositarme en mi silla de clase turista sin dar cuenta de sus noventa grados de inclinación.
Pasadas las horas despierto, es raro no tener idea de la hora. El vuelo llega a Madrid a las 14,30hs, salió de Buenos Aires a las 21,35hs.; en algún momento previo al viaje alguien me sugirió consumir algún tipo de ayuda somnífera, no hizo falta, mi agotamiento me llevó lánguidamente a un soñar profundo.

Agotada y nerviosa, un estado un tanto frecuente, desembarco en Barajas, allí hay que cambiar de terminal, mi vuelo a Londres sale en dos horas. Hace 12 años que no viajo en vuelos internacionales, no conozco este aeropuerto, y ese desconocimiento me provoca cierta angustia. Durante el vuelo tuve la esperanza de poder consultar el itinerario próximo a mi compañero de asiento, pero entre su dormir y el mío no hubo encuentros posibles. Al bajar sigo al grupo, tantos años de diseño ayudaron a descifrar señales; entender la lógica normada observando a los demás te ayuda a proceder. En algún momento uno cree ser único, hasta dar cuenta de que decenas, centenas de sujetos se encuentran en procedimientos, inquietudes y tránsitos idénticos a los de una. Esos no-lugares nos masifican en una cierta alienación sin intención, prevalece la causa y su efecto al servicio de la función.

Embarco rumbo a Londres, un poco más al norte, es un vuelo tranquilo, la ausencia de pares se siente más intensamente; el idioma es una barrera, por momentos infranqueable. El instinto de supervivencia trae a la memoria los juegos de aquellas clases de inglés en el colegio, me aferro a las frases hechas de los movies de Holywood, de los lugares comunes, de las canciones repetidas y no aprendidas.
Llegamos a horario, claro, es Inglaterra ¿el té de las cinco, se servirá a las cinco?. En las oficinas de migraciones siento que vivo una proyección de Ken Loach; de un lado del mostrador, todos habitantes de mundos de conflictos, de desorden, de subordinación, esta es la mirada del imperial inglés hacia nosotros: sudacas, hindúes, musulmanes. Los mundos oriental y occidental americano se estremecen al querer ingresar a este viejo mundo. Gracias inmigración europea en Argentina, heredera soy de sus rasgos. Mi imagen entra en sus representaciones reconocibles, aceptables.

Ahora a buscar el Underground, la línea Picadilly Line, hacia Hyde Park Corner. La encuentro pronto. Camino hacia la ventanilla de venta de billetes. Pido uno. Son 4,50 pounds. Alcanzo los que mi amiga del once me regaló; el vendedor me los rebota, los códigos gráficos no coinciden, ya son otros. Los billetes de mi amiga ya no sirven, hasta en Inglaterra el papel moneda se vuelve obsoleto; los guardo y emprendo el viaje, once estaciones me separan de mi destino casi final.
Lo próximo es ubicarme a la salida del tube y encontrar mi residencia londinense, la dirección 49 Belgrave Square, la referencia es Converce, una calle con la característica de ser circular. Recuerdo lo visto en Google Hearts, la plaza de un lado, el arco del otro. Salgo del tube, ya es de noche, doy con la calle circular. -¡Los autos circulan al revés ! -¡ Uuuh mirá !!, un autobús rojo de dos pisos!. Vuelvo a lo mío: la casa. Continúo. Estoy cerca. Ahí, un poco más allá, está ella: la casa que me albergará. En su frente flamea una banderita argentina.
Toco timbre. No hay respuesta. Insisto…silencio. ¿Y si no abren?, ¿y si no hay nadie?, ¿si no me esperan? Cuantas dudas, cuanto miedo… ¡help, help! Vuelvo a tocar, vuelvo a insistir. Mis golpes se escuchan, la puerta se abre, es Antenor, uno de los mucamos de la residencia argentina, sabe mi nombre; me informa donde están mis compañeras de cuarto y expedición, una de ellas es la causante de mi estar en Londres. Respiro, sonrío, miro hacia la calle, alguna cámara ha de registrar mi emoción: ¡estoy en la ciudad de Orwell!.

http://www.youtube.com/watch?v=bNOa0enN8d4

Visión de futuro

Se despertó y soñó. Soñó que estaba en Posadas, en un barrio cerca del río. Soñó que trabajaba en la costanera. En la obra. Soñó que se lavaba la cara en una palangana de latón, medio abollada, que trajo de lo de su hermano una tarde que la cargó con ropa sucia para lavar en su casa.

Soñó con un overol y soñó que tenía una bicicleta. En su sueño se metía el dedo índice en la nariz y con el reborde de la uña se sacaba un moco, en parte durito y en parte mocoso y desproporcionadamente largo.

En su sueño era viernes y se cobraba la quincena. En su sueño casi sin darse cuenta, pero disfrutándolo, tuvo un estremecimiento al pensar en la fría cerveza de la tarde al final, con unas chicharras sonadoras montadas de incognito en la extensión de un chivato arquetípico.

El día fue igual a todos: agotador. El overol se pone duro cuando desde su interior se le depositan una tras otra, infinitas y renovadas capas de sudor. En tanto ardor, solo una serva, como ambar fresco, derramando su magia ininflamable por las paredes del crater calcinado...

Pero aun el premio iridiscente debía resignarse a la vulgaridad de la espera. Aun había que cobrar la quincena. No por estar llena de chanzas y risas, la cola de la quincena es menos larga y espectante.

(Los cascos amarillos a veces encopetan las simuladas y esporádicas luchas discretas entre amigos. Trepidantes expresiones guaranoides las acompañan)

Y finalmente, cuando ya el sol abandonó la compañía que adormecido le prestaba a su largo y enfilado acecho, se paró frente a la mesa y recibió su sobre.

En ese momento, que es un momento que lo aisla del mundo, asordinando las voces y los ruidos y concentra su maltratado ser, lo concentra en extremo sobre el contenido del sobre (un recibo y un dinero), cuando las yemas de sus dedos adivinaron el aleteo suave de los entrerotos bordes de la plata, se despertó, confundido, con calor y escalofrío.

Se despertó Marcelo Siri, un segundo antes de morir de un tiro en la nuca, en el asiento de su auto.


Es posible la historia en 3D? eh?


Una novela? No.

Podría escribir un relato, una novela, sobre Posadas? Con personajes a medias reales, a medias inventados, donde muchos pudieran reconocerse y creyeran en la existencia de los otros , solo por ser citados ellos, los reales?

De la historia, del azar, dependería que se convirtiera en un relato tan famoso o tan desconocido como el que más. Como la historia de los protocolos de los sabios de Sion, que me regalara el arábigo dueño de una conocida librería de Curitiba, en intención que la memoria no me deja recordar si era de corrupción intelectual o sexual. Guardé el libro mucho tiempo. Tiene una tapa anodina como de cuaderno barato y atesora mundos de intrigas para mi incomprensibles, ordenados en cuidados capítulos de apariencia coherente. En una traducción al portugés, había llegado hasta mis posadeñas manos, un ejemplar de los Protocolos. Tentado estoy de correr hasta el google más cercano, para descular cómo se llemaba la librería curitibana y su sospechoso propietario de fino y elegante anche intelectual y misterioso porte arábigo. Pero ni el internet me ayudaría. Estoy , por el momento recluido en un bunker alejado del bombardeo mediático, donde los tranquilos placeres de la literatura, la comida y la ingesta de exquisitos alcoholes (gracias Cumpa, por ese "single malt") me rodean de un ying tan impenetrable como la misma profundidad de las aguas de la pileta de natación, una noche de ardiente verano asunceno.

Ahora bien, y de vuelta al motivo original. Podría relatar mi aldea a consciencia, a medias inocente de su capacidad para reflejar el mundo. Pero no es ese anehlo vano el que movería mi pluma en su danza febril por la vasta pista del papel espectante. Sino el potencial del arte del efectivo reflejo. El reflejo fiel, aún impresionista de aquellos diálogos, de aquellas circunstancias, como si el pasado fuera efectivamente un lugar y el recuerdo el camino para arribarlo. En cambio las miasmas del recuerdo solo levantan telones, donde los paisajes descoloridos se proyectan esquivando los inevitables agujeros que la coja memoria les propina.

Si el proyecto es la letra, no lo es la obra. Y viceversa. Ahora bien ¿Cómo podría cualquier literatura pueblera reflejar por un segundo la emoción voraz de un niño, rodando veloz, envuelto en el ruido desgarrante de desnudos rulemanes sobre el mero asfalto, por la bajada de la Corrientes entre San Martín y Sarmiento, sabiendo que cuanto más veloz su karting, menor su capacidad para frenarlo cuando en la siesta meridiana un auto, tan desprevenido como artero, metiera su nariz con inocencia, asomando por Sarmiento su peligrosa facha? ¿Cómo completar literaria pintura, que diera imagen satisfactoriamente fidedigna del rojo y blanco 12, envuelto en una nube de tierra colorada, haciendo la curva antes de las vías, desde donde ya se divisaba la arqueada entrada del portal del Rowing?¿Cómo estampar en figura digna, el gesto soberbio de Canco Irrazabal, al arrojar un vaso a la vereda sentado en la última mesa de Hotty's, solo para convocar de urgencia a mozo reluctante de tanta lejanía, atosigado por el apuro de múltiples requerimientos otros?¿Cómo en la calesita de las caras extrañas, podrían desfilar las caras familiares en este tren fantasma de estampas posadeñas?

¿Un Cambas yo de la historia setenteista de una porción estrecha de las 4 avenidas?
¿Un Ambrosetti de la selva obscura y provinciana de las pasiones mezquinas de los bailes de carnaval del Club Social?
(Desgarrador ahora) ¿Dónde esta Pucho, cagando en la bañera de sus tías, borracho y quinceañero, confundido de blasones y de ideas, acarreado hasta la ducha por sus amigos más fieles?
¿Dónde el Pollo sobre el capó de algún auto, bajo la noche estrellada de un cumpleaños en los Aguacates?

Como un RAmos ante la muerte de un Benito, podría declamar mi gloriosa letanía, tan lejana como desconocidamente. Pero, como ya Nietsche lo asevera (lo dijo Socrates, lo afirmó Platón...), no hay gloria en el origen, sino casualidad, retazos. No hay escencia sino vanalidad, tan creadora como el caos.

Como una larga fila de mesas en la vereda de la Bolivar, el facebook nos enfrenta con turnos diferentes de posadeños que alguna vez fueron jóvenes. Tambien los de los cincuenta tuvieron su momento. Aún los de los cuarenta. Mi anciana Madre no puede reprimir una expresión cómplice al hablar de la pista Puloil del Parque Japonés. Todos ellos salían del colegio, muchos se encontraban en los bares y bailaban alegres o tímidos, acelerados o rabiosos sobre los largos listones de madera del piso del Progreso o del Social. Pero todos morimos con las leyendas puestas. Atesoradores de tesoros exclusivos, guardamos los momentos, únicos todos ellos, sin posibilidad ninguna de transmisión justiciera. Para nadie la gloria, el humor. Para nadie el recuerdo como para nosotros. Para nadie aquel momento del que fuimos testigos. Para nadie el olor entre el cuello y el pelo. Para nadie, más que para nosotros. ¿Es tan buen mozo Cacho Casanova, cuando mi Mamá se acuerda con una frase-suspiro: "¡Qué buen mozo que era Cacho Casanova!"?. "Todo es relativo" podría concluir uno, relajándose una vez más en el lugar común. "El pasado no existe" sería la exalación siguiente en ese abandono.

Y sin embargo.... (música de suspenso). Sí es posible el relato. Con sus raices profundas en la historia, que se entrecruzan en el humus creativo del recuerdo y surge, según el talento del cuentero, para ser obra en sí mismo. Para fascinar como una orquesta. El arte consiste en articular las notas. En hacerlas resonar en lo oidos correctos. Como si el auditorio fuera un arpa, tocar con placer y sabiduría las cuerdas correctas en la sucesión deseada. Como el instrumento, vibrará el auditorio. El cuento es el placer de las culturas. Es el arte efímero de los sensibles. Los que fotografían la humanidad más cercana y devuelven la exposición embellecida, dramatizada, ensombrecida o sórdida. Al lado del fuego, al costado de un disco o en la neblina de inspirador humito, el relato traduce la vivencia en acuarela de color empático. Así que amigos... no renucien al relato. Mientras tanto yo...

No quiero en mi tumba una escritura en guaraní. Quiero una cerveza fría al lado mío, sentado sobre la arenisca piedra San Ignacio de mi costanera del Parque Paraguayo. Abajo... el desfile de un Posadas nuevo. Al fondo... el símbolo del puente. Al frente... el Paraná de las guitarras, más antiguo y trascendente que todos nosotros y, al mismo tiempo igual de esfímero.

Variaciones infinitas

Yes!, nós temos banana
Bananas pra dar e vender
Banana, menina, teim vitamina
Banana engorda e faiz crecer
Yes!, nos temos banana
Bananas para queim quizer.
(João de Barro/ Alberto Ribeiro)

Érase una vez en Río…
una tregua florida que se vive en la calle y se mueve repicando samba. La gente se vuelca a protagonizar y espectar, dispuesta a estar junta para cantar y bailar unos días. Fiesta donde la carne vale, es carnaval. Estremecido, arrepiado, el arte acontece en la piel, modula en las voces una poesía a pecho abierto y los pies soportan nuestros huesos inquietos por desatarse en danzas.

Uno se vuelve multitudes que desfilan sin fin, una tras otra, esquivando el tránsito y las lluvias finas de marzo, hasta aguantar nomás. Comanda la risa en los blocos de rua que se reúnen para salir por el barrio con los vecinos detrás y con los que se cuelan a su paso:
                                                                          Cachorro Cansado, Carmelitas, Unidos do Faz Quem Quer, Concentra Mais Nao Sai, Escravos Da Mauá, Garganta Seca De Irejá, É Pequenho Mais Vai Crecer, O Negocio Ta Feio E O Teu Nome Ta No Medio, Espreme Que Sai, Piranhas de Sao Roque, Chocolate Com Pimenta, y así, entonando viejas marchinhas van por Flamengo, Santa Teresa, Lapa, Tijuca, Laranjeiras, y más.

Multitudes sin miedo ni recelo del otro porque sin el otro no hay carnaval; quien quiere marcha y los que no, miran, como la policía que vigila por compromiso esta transa de vivir y dejar vivir. “Buen carnaval, buen desfile” se escuchan repetidamente en bares repletos y en las casas donde la comida y la abundante cerveza sustentan los preparativos y los descansos intermedios.

El tiempo se acompasa con aires sincopados y la tristeza de amores perdidos, la queja por la poca plata o el asco por la mugre que abunda se entonan con música, con disfraces coloridos y un hormigueo provocado por las fuerzas dulzonas de cavaquiños, zurdos y pandeiros. La musiquita arranca e invita y va creciendo hasta ganar la ciudad, arremolinando gente en balanceo concordado y libre. Pagode o rap, funky o batuque suenan para repasar los temas que todos saben cantar y alrededor de los palcos de concierto nocturnos deambulan piratas, mariposas y abejitas, personajes de historietas, madamas y angelitos. Algunos se miran de reojo y con respeto por las camisetas distintivas de las escolas de samba que compiten en la Sapucaí, sin patoteo barato ni provocaciones pueriles fuera del escenario donde todo se juega por el título de campeón.

Esta gente se toma en serio el carnaval; saben de su efecto regenerados de ánimos a través del disfrute concertado; comprobaron que esto no viene de gracia como el viento fresco sino que requiere preparación, ideas y laboriosa artesanía. Claro que es un negocio turístico ahora, es parte de una industria cultural que atrae gringos a rolete, y ese acto de magia tiene sus trucos. Hacen acontecer la alegría compartida y es una fiesta provisoria que los enorgullece. Puede no dar certo en algo también, pero la pasión dispuesta es tal que todo lo cubre, todo lo salva y justifica el esfuerzo.
Lo efímero brilla intensamente antes de desaparecer, todo el lujo posible sale a relucir con lo que se puede precisamente porque el final anunciado ya vendrá.

CARNAVAL ES CARNAVAL



El domingo fui a Villa Blosset a ver su afamado carnaval.
Bajo las banderitas triangulares desfilaban sobre la calle pintada de blanco las comparsas provenientes de distintos barrios de Posadas. Muchos chicos de familias desplazadas por Yacyretá y de otras procedencias avanzaban al son de los tambores. Cuerpos semidesnudos con tocados egipcios y plumas de la zona.
Infantiles caderas cimbreantes y algunas más adolescentes pero de edad.
Típica comparsa con aire de arrabal brasilero, es decir Misionero.
De fondo el Parána, calor y humedad.
A la vista sobre la Costanera los restos del acto de celebración del llenado del embalse a su máxima cota y del recital de Fito, es decir las pancartas partidarias de la Renovación.
En la vereda y sobre algunas gradas el público acompañaba con sonrisas, palmas y aliento a las comparsas.
Los chicos, aerosol en mano, tiraban espuma nieve a las chicas que se paseaban.
Es carnaval y la tradición, vaya a saber desde cuando, obliga a mojarlas o, ahora, en virtud de estos aerosoles, espumarlas.
Mientras miraba como uno más del público la escena en su conjunto, fui testigo de un episodio menor, de un detalle de la fiesta, un enunciado suelto de ese fragmento discursivo que es la fiesta en sí al decir de algunos antropólogos interpretativistas.
El hecho al que refiero ocurrió frente a mí, por cierto no sé si otros de los que me rodeaban percibieron la reacción de la rubia que estaba al lado mío: Se dio vuelta intempestivamente e increpó un tanto airada a un gurisito que con mala puntería le refrescó la espalda a ella y no a la chica que pasó ligerito.
¿Y vieron como es esto del aleteo de una mariposa? Unas gotas de espuma en una espalda desprevenida, puede mover iras en cadena… Vaya a saber uno ahora los trágicos hechos que se sucedieron en el mundo luego de este episodio.
Quizás está mala onda energética producida a la vera del lago de Yacyretá quedó circunscripta a esta región. Hasta donde puedo atestiguar porque yo estaba ahí sucedió esto que les cuento:
Al lado del niño travieso, reprendido; una mujer joven, bajita y enérgica se dirigió, con actitud firme y de combate, a la rubia alterada diciendo:
“Pará!!!, pará!!!, pará!!!! Te desubicaste!!! Éste es mi hijo, ¿sabes? …. Carnaval es carnaval.”
Esta tautológica declaración de principios pareció ser más que convincente.
La rubia se alejó cabizbaja, sin emitir sonido, como avergonzada por no haber comprendido el sentido iluminado por aquel escueto y taxativo argumento. O quizás, cómo con la cola entre las patas. Acobarda , por la actitud de la fierita que la enfrentó en defensa del territorio de la alegría , con energía positiva.

Hernán Cazzaniga