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Néstor

Pensé en mi viejo, que no era peronista pero si cabecita negra. Un santiagueño en Buenos Aires. El casi no hablaba, pocas veces decía algo sobre política. Contaba, a veces, lo que había vivido. Sus años jóvenes en un pueblo perdido en el interior de Santiago del Estero (Estación Garza). Una anécdota, que con la repetición –y quizás ni siquiera con eso – pintaba lo que fue el peronismo en el país profundo. La elección que se relata en la memoria como “Braden o Peron”; llevar la urna a los lugares más perdidos, a los ranchos más alejados. Y el asombro de las autoridades cuando desde las urnas salía el nombre de Perón. Eso contaba mi viejo, con pocas palabras y menos adjetivos. Después Buenos Aires, y la solidaridad entre los migrantes garceños, para afrontar los gastos de los sepelios en un comienzo y la fundación de un club de residentes, después. Tal vez mi viejo esté reflejado en aquella iluminada frase del personaje de Osvaldo Soriano en la novela No habrá mas penas y olvido - y que Leonardo Favio le hace decir a Gatica -:.“Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Mi viejo, tal vez sin saberlo. Siempre fue peronista.
Pensé – también – en mi adolescencia durante la última dictadura. En los susurros, en los intersticios, en lo prohibido. Después, la militancia – en los ochenta - ya en la facultad, fuera de la casa de mis viejos, fuera de la ciudad en donde creíamos que ir a ver un recital de rock era ser un transgresor. La militancia aquí en Posadas, abrazando con convicción e ingenuidad la idea de un peronismo revolucionario, transformador, nacional y popular. Las palabras que compartíamos eran las contraseñas (no existía en ese horizonte semántico la palabra password) de un universo compartido que recuperaba las épicas libertarias de los setenta, el imaginario mítico del peronismo, y la claridad cegadora de que la historia – como un dios – iba a poner las cosas su lugar.
Después, el futuro llegó (“todo un palo, ya lo ves”) y sentí que la democracia sólo era una nueva forma de sumisión. Que la política era administración de escasos recursos, que la economía asumía un carácter divino y despótico, que no había lugar para nuevos sueños y otras formas. La militancia – una de esas tantas palabras que nos hacía sentir parte de algo – se había perdido en las bellas piernas de las promotoras que repartían folletos en cada acto eleccionario.
Y así, desde la abulia y el sinsentido (obviamente instalado, resaltado y subrayado) pasaron los noventa. A las llamadas crisis del sistema, se respondió con lógica de eficiencia, de sumisión, de exclusión. A los números, decían, no se los discute.
Pasado el dos mil uno, otra vez, el peronismo expresaba las contradicciones de la sociedad y la política del país. Un chiste, de la época de militancia en la facultad, que solíamos repetir ajenos a ecos trágicos del pasado o a funestas predicciones, decía que el peronismo es tan amplio, que tiene el enemigo adentro.
Fue entonces que apareció Néstor. Rompiendo, jugando, con los protocolos. Aquellas palabras (tan nuestras, tan guardadas) volvieron a aparecer. Ya no era la economía sino el estado el que asumía un rol protagónico, de liderazgo, de reparación a los sectores mas débiles que sufrían ante la sangrienta ley de la economía absoluta, omnipotente, omnipresente. También fueron los cuadros de los infames dictadores que Néstor, como comandante en jefe de las fuerzas armadas, ordenó descolgar. Símbolo que después fue sostenido en los juicios de la verdad, en la recuperación de un relato político que parecía haber quedado sepultado en las leyes de obediencia debida y punto final. Fue, sin duda, el punto de partida de un proceso que entre otras cosas gestó la asignación universal por hijo, la reestatización de la caja jubilatoria y la posibilidad de pensar una ley medios audiovisuales que abriera el juego para todas las voces, desarmando, desmontando, el monopolio de la palabra, de la voz. Sólo algunos ejemplos de cómo la política puede cambiar el estado de las cosas desnaturalizando lo dado, poniendo en cuestión el orden establecido, transformando las cosas.
Y fue Néstor el que motorizó, el que recuperó las palabras que parecían haber caído en desuso, el que planteó la necesidad de discutir política, ideología, modos de vida y modelos país.
Después de mucho tiempo sentí que podía ver un gobierno que tomara las banderas históricas del peronismo, que fuera capaz de combinar aquel aluvión de los sectores populares que entendieron y sintieron que vivir feliz es un derecho con la mística combativa de los años setenta. De hecho, sus enemigos acuñaron la palabra “crispación” para descalificar la discusión política. No es poca cosa. Ya sé - y tal vez exagero -. Sin embargo, así, en esos términos, Néstor hacía política, construía poder y generaba las condiciones de la transformación. Así suelen ser los liderazgos, suerte de diálogo, de intercambio, entre las esperanzas, los sueños y las denuncias testimoniales del pueblo y la toma de decisiones de una dirigencia atenta y comprometida. Algunas cuestiones están todavía sin resolver (pueblos originarios, modelos de desarrollo, extracción de minerales y petróleo). Sin embargo, todavía se alimenta la esperanza de que más cambios están por venir.
No pensaba, al comienzo de esta nota, hacer raccontos políticos (aunque hablara – escribiera – sobre un tipo que hizo de la política una herramienta de transformación y diera por ella su vida). Pensaba en como, aquellas postales del peronismo en el interior del país que mi viejo apenas contaba, y las feroces discusiones del asambleísmo estudiantil en los ochenta se actualizaron con un tipo que llegó a presidente con un veintidós por ciento de los votos. De vuelta, las palabras adquirían otros sentidos. Nuevas - y viejas - contraseñas abrían las puertas de la transformación histórica. 
Eso, entre otras cosas significó Néstor para mi.
Un tipo que prefirió cambiar las cosas a dejarlas como estaban. Un peronista de aquellos que saben que la política es el medio para construir, o por lo menos para ir en camino de una patria de la felicidad.
Por todo eso, gracias Néstor!

Café Azar
Posadas, octubre de 2010. -

Maradona, Cooke y el hecho maldito


Héctor Timerman publicó en su muro, en facebook, un mensaje que había recibido en twiter: “Maradona es el hecho maldito del país Olé”. Esa frase derivó en una serie de comentarios que de maneras más o menos elaboradas convalidaban, o mejor, manifestaban su adhesión a D10s. Por supuesto, también adherí a tales expresiones. Hace tiempo ya que la figura de Diego genera amores y odios, idolatrías y desprecios, usos y abusos. Sin embargo, permítanme interpretar la figura de Maradona en el marco de una dicotomía clasificatoria que fuera brillantemente expresada por Domingo Faustino Sarmiento en el Facundo: Civilización y Barbarie. A la manera de un ordenador ideológico, la historia política argentina pareciera dirimirse entre estos dos polos. A veces cruda y explícita, otra arropada en finos textos y sutiles adjetivos, esta dicotomía se ha extendido y propagado por los lugares más impensados de la vida social y cultural del país.
En los noventa, con el auge del neoliberalismo, y hace unos pocos años, en el debate sobre las retenciones a la patria sojera y – fundamentalmente - sobre el interés público y el privado se actualizaron muchas de las categorías subsidiarias de aquella matriz que marcó el terreno de la discusión ideológica en la Argentina. Del lado de la civilización, uno puede identificar fácilmente, el país agroexportador, la democracia burguesa, la moral moderna atada a fines y medios del individuo, la razón, la racionalidad que promueve el capital. Por el lado de la barbarie nos encontramos con culturas locales, economías regionales, liderazgos carismáticos y cierto carácter inaprensible – o mejor, ingobernable – para las lógicas que desde el orden económico y político mundial se propone como racional.
El peronismo ha sido visto desde sus inicios como formando parte de la barbarie política argentina. Su indiscutible compromiso con la mejora de las condiciones de vida de los sectores más postergados – sobre todo en los primeros años, aquellos en los que se hablaba de la patria de la felicidad -, su difícil alineamiento en las corrientes políticas clásicas heredadas del patrón europeo de derechas e izquierdas, la fundación y consolidación de un lenguaje político que prefiguraría el universo semántico de los movimientos sociales y populares hicieron del peronismo lo que John William Cooke definió como “el hecho maldito del país burgués”. Brillante identificación de un movimiento en cuyo seno se expresaban las contradicciones y luchas de la sociedad argentina, pero que – hacia los sectores del modelo conservador, agroexportador y alineado con el orden internacional – se presentaba como irracional, imprevisible y, por supuesto, bárbaro. Con el peronismo aparecieron, se actualizaron, los adjetivos que la matriz dicotómica de Sarmiento generó en las diversas luchas en donde lo que estaba en discusión era el modelo de país.
Sin embargo, en lo cotidiano, en los medios de comunicación y quizás muy alejados de aquellas instancias fundacionales o liminares, se pueden escuchar muchas categorías sucedáneas de aquella vieja matriz. Suerte de derivados conceptuales, clasificatorios y denotativos en donde la ideología construye estereotipos que dan sentido a las diversas – y contradictorias – posiciones de los sujetos en el orden social.
La aparición de Maradona en el campo de los ídolos populares generó toda una serie de interpretaciones, apropiaciones y discusiones en donde lo que estaba en juego, y lo que se ponía (y se pone) en juego va mas allá de un debate sobre las condiciones sobresalientes de un jugador de fútbol. El relato – los relatos – que conforman la historia de Maradona dan cuenta más de quienes, o desde donde, se escribe que de la propia autobiografía que pudiera contar el Diego. Como una suerte proliferación de hermeneúticas interpretativas que van haciendo, cada una a su manera, un retrato siempre distinto del barrilete cósmico, del cebollita, del fuera de la ley, del drogón, del padre de familia, del declarante compulsivo, del que dice verdades, en fin, de D10s.
Y, obviamente, cuando Maradona se hizo cargo como dt de la selección nacional, volvieron a aparecer las categorías que intentaban ubicarlo, a la manera de una suerte de control simbólico, en el lugar de aquel que está ocupando un lugar que no le corresponde: por origen de clase, por no corresponder al modelo de deportista sano y familiar, por hablar de más, por festejar desaforadamente la clasificación de argentina al mundial. Sobre todo el periodismo deportivo hizo hincapié en estas aseveraciones. Esto tuvo su punto culminante –su respuesta acorde - con la famosa frase: “(Perdón a las damas.) Pero… ¡que me la chupen!” Otra vez Maradona del lado de la barbarie. Otra vez, y a pesar de intento de cooptación permanente de los sectores de poder (que también imponen el buen decir), Maradona hacía una gambeta endiablada que los dejaba fuera de juego. Otra vez Maradona escapando de lo institucional, de lo burocratizado, del orden. Y si, a pesar del traje (elogiado a troche moche por los mismos periodistas que lo criticaban por no trabajar) con que se presentó en el primer partido del mundial, Maradona es el hecho maldito del país Olé.
Por último permítanme una pequeña reflexión sobre la buena voluntad y su proyección. Hay quienes que, con buenas intenciones (al menos con intenciones que comparto en el plano político), creen que han hecho, en este último tiempo un Maradona que coincide con nuestras humildes y maltrechas certezas. Y por supuesto que me agrada ver a Maradona al lado de Evo Morales, Chávez o Estela Carlotto. No dudo, tampoco, de su honestidad. Como tampoco dudé cuando se acercó a Menem, aunque no lo digiriera. Pero creo que, como en la cancha (como jugador y ahora como técnico) hay que dejarlo jugar. Y su carácter revelador, de glorias y miserias, seguirá poniéndonos de cara a los espejos que supimos conseguir. Casi, diría en mi desconfiado ateismo, como un dios.

Café Azar
Posadas, Misiones
Junio mundialista de 2010
Este post tambien ha sido publicado en: http://mundoredondo17.blogspot.com/