El semáforo le dió luz verde y el hombre dobló a la derecha. Se encontró conmigo que cruzaba la calle. Me tocó bocina, me detuve impidiéndole el paso y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que en la esquina había una valla y que yo no debía cruzar la calle por ahí. Yo le dije que igualmente tenía derecho a cruzar. Es la esquina de mi casa y si no cruzara por ahí tendría que cruzar tres veces la calle para llegar a la misma esquina. El hombre me dijo que me estaba arriesgando a que me atropelle. Le dije que me atropelle entonces y agregué, no te das cuenta que soy un peatón.

En Alemania el peatón es considerado el eslabón más débil de la cadena de transito. Como la cadena alimenticia pero al revés. Uno es el cornalito en el fárrago oceánico del tránsito urbano y, sin embargo, el, relativamente, más intocable. La "cadena del tránsito" sigue en cantidad de derechos con la bici, la moto, el auto, el camión. Estatus especial tiene el transporte público, pero no antes que el peatón.

¿Para que todos vivan mejor el peatón tiene que cagarse? En estos días el barullo citadino y sus típicas situaciones estresantes me dan profundamente por las pelotas.

En Uruguay, en forma más evidente que en otras partes quizás, se observa como la ciudad ha ido creciendo y ha pasado de la necesidad de gobernarse a gobernar todo lo que le rodea, incluso el país. La ciudad, la más artificial de las creaciones humanas, la que más complejidad infraestructural necesita y por lo tanto más alejada está de una razón "terrestre" domina el resto. Dicta su visión en lontananzas y apenas puede con sí misma.

Los municipios han sido creados en Uruguay el año pasado. Hasta entonces las capitales departamentales regían directamente sobre el resto de los poblados de su territorio. Lo que eran de por sí administraciones municipales controlaban espacios relativamente amplios y repartían servicios a distancia, con la consiguiente insatisfacción de sus subditos y las corrientes migratorias consecuentes.

¿Y qué derecho tiene la ciudad com tal?. ¿Qué derecho tienen muchos ranchos con agua corriente y baño moderno a gobernar otros ranchos menos dotados?¿Que derecho tiene el que aprieta la cadena y ve sus heces desaparecer rápida e higiénicamente de la vista seguidas del restablecimiento cuasi mágico de la blancura húmeda del inodoro, a tener más oportunidades que quien soporta estoicamente el revoloteo de las letrinales moscas mientras el frío de la mañana curte sus desnudas nalgas a punto gallina o el calor le permite sentir como los miembros de los solípedos insectos se apoyan indefectibles sobre su piel expuesta?

La jungla de los sobreentendidos nos sumerge en aquellos -como el del sistema financiero- que no nos dan horizontes. ¿Cómo podríamos pensar sistemas humanos unidos en alguna forma de red donde las ciudades no fueran el centro y la medida de la forma de hacer las cosas públicas?

La ciudad, la más fragil de las formas humanas de vida. Llenas de basura en la periferia y brillando en el centro. Apestando a lobos y abundante en especímenes que no conocen otra cosa. Nido de gobernantes y corrupciones que afectan a muchos, muchos, muchos más de los que las aprovechan.

Desembarco -literalemente merced al Buquebus- en Buenos Aires y lo que me rodea no tiene respuesta a la pregunta de cuál es la dimensión humana en ese entorno. Como en el relato de Edgar Rice Borroughs, la gente teme salir a la calle a ciertas horas y en ciertos lugares. La corrupción institucional evita simplemente todo trámite que debiera mejorar la capacidad de los ciudadanos para vivir mejor o ser beneficiados por la cosa pública. Etc., etc.. La parafernalia de este tipo de visiones es conocido y carne de muchas conversaciones vanales y serias.

Pero... entonces... ¿Por qué la ciudad?¿Porque ahí se consiguen colchones de resorte? Ya lo dijo Gilberto Gil: as coisas nâo tem paz!

No soy el último hippie. Tengo una Nikon. Pero -una vez más- pregunto ¿Por qué la ciudad?