Las apariencias engañan
El camaleón mamá el camaleón
cambia de colores según la ocasión
Tu corazón nena, tu corazón
cambia de colores como el camaleón
¿Quién, al sonar los primeros acordes del Camaleón mamá, el camaleón… no se prendió alguna vez a una cintura festiva disfrazado de vagón de un tren humano en alguna noche de carnaval?
¿Cuántas veces esa rutina de verbena habrá teñido con aparente alegría una reunión ?
Al grito de ¡Que no decaiga! Bailamos las destrezas engañantes del camaleón, bicho carnavalesco y en cierto sentido protector si los hay.
Más allá de la pícara alegría y el ritmo zumbón de la canción que invita a bailar sus destrezas engañeras, se le atribuye al pobre bicho una ética reprochable.
El camaleón es una suerte de prosopopeya de los espíritus acomodaticios por aquello de “cambia de colores según la ocasión”.
Enmascarado por excelencia, figura como el máximo representante del camuflaje como estilo de vida.
Con un pleonasmo tituló Dolina una de sus Crónicas del Ángel Gris: “El Arte de la impostura” y argumentó con una tautología su definición como arte de fingir que se es lo que no se es.
Difícil arte -destaca que exige de atenciones, disciplina y cuidado permanente y que, según nos comenta, cuenta desde hace mucho tiempo con un Servicio de Ayuda al Impostor.
Siguiendo con la Editorial de la Flor recuerdo que en los inicios de la democracia, en una tapa de la Revista Humor, Andrés Cascioli representó la de por sí caricaturesca cara de Neustadt con el cuerpo de este animalito.
El Humor político los identifica por este rasgo esencial para la supervivencia del reptil. Es decir, la capacidad de adoptar provisoriamente las coloraturas del contexto para defenderse de los ataques de sus depredadores y confundir a las víctimas de los suyos, fingiendo que no es, lo que es.
(En el caso de los especímenes sincretizados por Cascioli una planta, una piedra, arena, un demócrata).
La imagen de la pipa no es la pipa.
Pero… ¿Qué arte no es impostura? ¿Qué arte no es un fingir? Un representar otra cosa diferente a la que presenta ante el espectador.
La diferencia está en que las artes humanas expresan una voluntad de representar, de significar algo, para alguien, en algún sentido. Tienen vocación de alegoría.
En cambio en el caso del auténtico camaleón su arte de cambiar de acuerdo a las circunstancias está en su naturaleza, como las rayas blanquinegras de las cebras que confunden con las malezas a la vista de los depredadores como tantos otros ejemplos que hallamos en la naturaleza.
No hay una voluntad de enmascararse ni una moralidad camaleónica o cebruna que pueda avergonzarse, ni que le dicte oportunidad o valor de empleo.
Sus “máscaras” no denotan otra cosa que lo que son, están en la naturaleza de su ser en el mundo. Están inscriptas en su carga genética, son el resultado de cierta selección hecha por azar y necesidad.
No disponen estos seres del libre arbitrio para negarse a usarlas.
Entonces, resulta paradójico que le reprochemos al Camaleón por lo que él auténticamente es, es decir por ser fiel a su propia naturaleza, por mostrarse tal cual es.
Ocurre que la significación que le atribuimos está en relación a nosotros mismos.
Es nuestra moral, medida de todas las cosas, la que lo convierte en prosopopeya despreciable de lo que creemos son ciertas maneras de ser de algunas personas.
Pero bien, ¿acaso no está en la naturaleza humana la de ser seres enmascarados?
La propia etimología de la palabra persona (en latín personae no significaba otra cosa que la máscara de los actores de teatro) nos refiere a esta característica de la condición humana. Por cierto mucho más cambiante que la de la monocromática cebra, es más bien polícroma y variable como la del camaleón ya que en la vida cotidiana desempeña o representa varias máscaras o papeles incluso la de la mediocridad que al decir de Nietzche es “... la más afortunada de las máscaras que puede llevar el espíritu superior, porque no hace pensar a la mayoría, es decir, a los mediocres, en un enmascaramiento; y, sin embargo, por eso precisamente se la pone aquel, para no irritarlos y aún, no pocas veces, por compasión y bondad”.
Si en lugar de las tradicionales atribuciones, le asignáramos tales sentimientos, el camaleón con su disfraz de entorno podría figurar al Ser superior nietzcheano del aforismo 175.
Del mismo modo, la chica de la canción de Chico Novarro podría ser mejor comprendida si la creyéramos movida por la compasión y la bondad.
Aún así, desde esta otra perspectiva volvemos a mentarlo en el carnaval de la vida, en el reino de las apariencias, como el máximo exponente del arte del engaño y sin embargo, en cualquiera de las alternativas como se puede apreciar en el video siempre puede ocurrir que haya otro tan o más engañoso que lo haga sentirse al mismísimo camaleón como un forro.
Hernán Cazzaniga
cambia de colores según la ocasión
Tu corazón nena, tu corazón
cambia de colores como el camaleón
¿Quién, al sonar los primeros acordes del Camaleón mamá, el camaleón… no se prendió alguna vez a una cintura festiva disfrazado de vagón de un tren humano en alguna noche de carnaval?
¿Cuántas veces esa rutina de verbena habrá teñido con aparente alegría una reunión ?
Al grito de ¡Que no decaiga! Bailamos las destrezas engañantes del camaleón, bicho carnavalesco y en cierto sentido protector si los hay.
Más allá de la pícara alegría y el ritmo zumbón de la canción que invita a bailar sus destrezas engañeras, se le atribuye al pobre bicho una ética reprochable.
El camaleón es una suerte de prosopopeya de los espíritus acomodaticios por aquello de “cambia de colores según la ocasión”.
Enmascarado por excelencia, figura como el máximo representante del camuflaje como estilo de vida.
Con un pleonasmo tituló Dolina una de sus Crónicas del Ángel Gris: “El Arte de la impostura” y argumentó con una tautología su definición como arte de fingir que se es lo que no se es.
Difícil arte -destaca que exige de atenciones, disciplina y cuidado permanente y que, según nos comenta, cuenta desde hace mucho tiempo con un Servicio de Ayuda al Impostor.
Siguiendo con la Editorial de la Flor recuerdo que en los inicios de la democracia, en una tapa de la Revista Humor, Andrés Cascioli representó la de por sí caricaturesca cara de Neustadt con el cuerpo de este animalito.
El Humor político los identifica por este rasgo esencial para la supervivencia del reptil. Es decir, la capacidad de adoptar provisoriamente las coloraturas del contexto para defenderse de los ataques de sus depredadores y confundir a las víctimas de los suyos, fingiendo que no es, lo que es.
(En el caso de los especímenes sincretizados por Cascioli una planta, una piedra, arena, un demócrata).
La imagen de la pipa no es la pipa.
Pero… ¿Qué arte no es impostura? ¿Qué arte no es un fingir? Un representar otra cosa diferente a la que presenta ante el espectador.
La diferencia está en que las artes humanas expresan una voluntad de representar, de significar algo, para alguien, en algún sentido. Tienen vocación de alegoría.
En cambio en el caso del auténtico camaleón su arte de cambiar de acuerdo a las circunstancias está en su naturaleza, como las rayas blanquinegras de las cebras que confunden con las malezas a la vista de los depredadores como tantos otros ejemplos que hallamos en la naturaleza.
No hay una voluntad de enmascararse ni una moralidad camaleónica o cebruna que pueda avergonzarse, ni que le dicte oportunidad o valor de empleo.
Sus “máscaras” no denotan otra cosa que lo que son, están en la naturaleza de su ser en el mundo. Están inscriptas en su carga genética, son el resultado de cierta selección hecha por azar y necesidad.
No disponen estos seres del libre arbitrio para negarse a usarlas.
Entonces, resulta paradójico que le reprochemos al Camaleón por lo que él auténticamente es, es decir por ser fiel a su propia naturaleza, por mostrarse tal cual es.
Ocurre que la significación que le atribuimos está en relación a nosotros mismos.
Es nuestra moral, medida de todas las cosas, la que lo convierte en prosopopeya despreciable de lo que creemos son ciertas maneras de ser de algunas personas.
Pero bien, ¿acaso no está en la naturaleza humana la de ser seres enmascarados?
La propia etimología de la palabra persona (en latín personae no significaba otra cosa que la máscara de los actores de teatro) nos refiere a esta característica de la condición humana. Por cierto mucho más cambiante que la de la monocromática cebra, es más bien polícroma y variable como la del camaleón ya que en la vida cotidiana desempeña o representa varias máscaras o papeles incluso la de la mediocridad que al decir de Nietzche es “... la más afortunada de las máscaras que puede llevar el espíritu superior, porque no hace pensar a la mayoría, es decir, a los mediocres, en un enmascaramiento; y, sin embargo, por eso precisamente se la pone aquel, para no irritarlos y aún, no pocas veces, por compasión y bondad”.
Si en lugar de las tradicionales atribuciones, le asignáramos tales sentimientos, el camaleón con su disfraz de entorno podría figurar al Ser superior nietzcheano del aforismo 175.
Del mismo modo, la chica de la canción de Chico Novarro podría ser mejor comprendida si la creyéramos movida por la compasión y la bondad.
Aún así, desde esta otra perspectiva volvemos a mentarlo en el carnaval de la vida, en el reino de las apariencias, como el máximo exponente del arte del engaño y sin embargo, en cualquiera de las alternativas como se puede apreciar en el video siempre puede ocurrir que haya otro tan o más engañoso que lo haga sentirse al mismísimo camaleón como un forro.
Hernán Cazzaniga
1 comentarios:
Que hoje eu sou da maneira que você me quer
...Amanhã tudo volta ao normal
http://www.youtube.com/watch?v=_e7ah-kyVyE
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