La ley de la vida
Las setencias póstumas en torno a la legalidad de la muerte en los términos que refiere el Flaco acá: como un final consecuente o no con una trayectoria vital, resumido en la expresión "murió en su ley" configura acaso un género discursivo inscripto en la familia de las mitológicas.
Su peso está en la valoración moral que hacemos a veces de una vida observada como un todo al que mentamos coherente, como una unicidad que se desplegó precisa (siguiendo un destino) o en caso contrario que defeccionó, se desvíó para los pagos de la inconsecuencia, de la ilegalidad, valorado como un desliz moral.
Olvidan quizás estas formas de la causalidad aquello de que el hombre es él acompañado de sus circunstancias y que está atravesado por una multiplicidad de yoes: Cada uno de ellos siguiendo ciertas leyes, ciertas moralidades.
Pienso por caso en aquellos torturadores que al salir de su trabajo en el centro clandestino acariciaban publicamente con cariño a sus hijos: ¿hay una ley en estas vidas que se corresponda con un modo consecuente de morir? Suponiendo que sean solo estas dos sus moralidades arquetípicas ¿cuál de las dos era su ley?, ¿con cuál de las dos debemos juzgar la legalidad del final de sus vidas?
Si uno de esos tipos despreciables bajo uno de sus aspectos, absolutamente condenable, muriera rodeado de afecto en medio de una cariñosa escena familiar ¿podría valorarse como una muerte en su ley? ¿por qué no? Después de todo se trata de una de sus bifurcaciones, de uno de los sentidos de su vida mirada en retrospectiva, tal vez la elegida por quienes lo quisieron)
Estas retrovisiones, breves reseñas genealógicas de muertes significadas por deudos y jueces vocacionales varios, en pos de darles un sentido inscriben las trayectorias vitales dentro del paradigma de los códigos de honor.
Honrosas o no inscribe ciertas conductas en el ideal de ciertos tipos humanos a los que la ocasión de la muerte los pone en perspectiva:
La heroicidad del combatiente -el arquetípico Guevara, ¿convierte en ilegal la muerte por vejez de sus compañeros de Sierra Maestra, afectados quizás de cáncer de pulmón? o ¿el disfrute del tabaco era una de las leyes alternativas, la de cierto hedonismo que va más allá de sus ethos revolucionarios? Fumar es un placer sensual bien lo sabía Sandro.
La actitud pendenciera de tipos como Taita y Olano o la esperable actitud al servicio del orden del polícia del entrevero narrado en el chamamé así como la festiva y sociable cirrosis de Vinicius, para mencionar otras actitudes de vida podrían haber sido remplazadas por otras tantas maneras de vivir-morir no menos consecuentes.
No obstante al muerto poco importa ya nuestra aprobación, condena o indulgencia, aun cuando haya dejado testimonios de su vida.
El mito relatado en torno a su memoria ilumina nuestras escalas de admiraciones en las que queremos hallar un reflejo o un contraste con nuestras infaustas tribulaciones.
Tal vez no sea más que un artilugio para dolernos satisfactoriamente por la ausencia del difunto o reflexionar sobre el valor de nuestra existencia.
Hernán Cazzaniga
Su peso está en la valoración moral que hacemos a veces de una vida observada como un todo al que mentamos coherente, como una unicidad que se desplegó precisa (siguiendo un destino) o en caso contrario que defeccionó, se desvíó para los pagos de la inconsecuencia, de la ilegalidad, valorado como un desliz moral.
Olvidan quizás estas formas de la causalidad aquello de que el hombre es él acompañado de sus circunstancias y que está atravesado por una multiplicidad de yoes: Cada uno de ellos siguiendo ciertas leyes, ciertas moralidades.
Pienso por caso en aquellos torturadores que al salir de su trabajo en el centro clandestino acariciaban publicamente con cariño a sus hijos: ¿hay una ley en estas vidas que se corresponda con un modo consecuente de morir? Suponiendo que sean solo estas dos sus moralidades arquetípicas ¿cuál de las dos era su ley?, ¿con cuál de las dos debemos juzgar la legalidad del final de sus vidas?
Si uno de esos tipos despreciables bajo uno de sus aspectos, absolutamente condenable, muriera rodeado de afecto en medio de una cariñosa escena familiar ¿podría valorarse como una muerte en su ley? ¿por qué no? Después de todo se trata de una de sus bifurcaciones, de uno de los sentidos de su vida mirada en retrospectiva, tal vez la elegida por quienes lo quisieron)
Estas retrovisiones, breves reseñas genealógicas de muertes significadas por deudos y jueces vocacionales varios, en pos de darles un sentido inscriben las trayectorias vitales dentro del paradigma de los códigos de honor.
Honrosas o no inscribe ciertas conductas en el ideal de ciertos tipos humanos a los que la ocasión de la muerte los pone en perspectiva:
La heroicidad del combatiente -el arquetípico Guevara, ¿convierte en ilegal la muerte por vejez de sus compañeros de Sierra Maestra, afectados quizás de cáncer de pulmón? o ¿el disfrute del tabaco era una de las leyes alternativas, la de cierto hedonismo que va más allá de sus ethos revolucionarios? Fumar es un placer sensual bien lo sabía Sandro.
La actitud pendenciera de tipos como Taita y Olano o la esperable actitud al servicio del orden del polícia del entrevero narrado en el chamamé así como la festiva y sociable cirrosis de Vinicius, para mencionar otras actitudes de vida podrían haber sido remplazadas por otras tantas maneras de vivir-morir no menos consecuentes.
No obstante al muerto poco importa ya nuestra aprobación, condena o indulgencia, aun cuando haya dejado testimonios de su vida.
El mito relatado en torno a su memoria ilumina nuestras escalas de admiraciones en las que queremos hallar un reflejo o un contraste con nuestras infaustas tribulaciones.
Tal vez no sea más que un artilugio para dolernos satisfactoriamente por la ausencia del difunto o reflexionar sobre el valor de nuestra existencia.
Hernán Cazzaniga
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