Silbando…
Oigo silbar una melodía veraniega, temporalmente lejana.
Tal vez porque me crié en Barracas la palabra silbido me resuena a cuchillo.
Tal vez porque me crié en Barracas la palabra silbido me resuena a cuchillo.
No digo esto para hacerme el guapo, ni para pasar por falso testigo declarando acerca de duelos que no presencié.
He visto sí a algunos muchachos enfrentar partidas bravas empuñando solamente nudillos carentes de extensiones de acero.
He visto sí a algunos muchachos enfrentar partidas bravas empuñando solamente nudillos carentes de extensiones de acero.
Púgiles que no supieron de la arrabalera y fulgurante esgrima de sus antecesores cuchilleros.
Por la TV me entero que por allá la cosa se fue de las manos: El distante plomo, más que los puños o el acero, define los entreveros.
Oigo hablar de tiempos violentos, sin código ni honor. De muertes sin razón y de cobardía.
También habla el vecindario de negras muertes ocasionadas por despreciables y temibles negros.
Como acá no somos racistas el color adjetiva sus almas, según dicen: no se valora tonalidad de pellejos.
Pero las palabras también son balas y hacen tronar su escarmiento.
Lástima que les fueron arrebatadas a los poetas y hoy están en las manos de ubicuos movileros. Sabido es que a los medios los carga el Diablo.
Como diana cotidiana ejecutada por crispantes trompetines suenan presurosos y seriales estos nuevos rapsodas urbanos.
Disparan a Diario las palabras con desprecio. Inflacionan los prejuicios, aprecian el sentido común, devalúan el sentido estético.
Economía perversa que comercia en frasco de catódica realidad una ética contrabandeada bajo el rótulo “Verdad”. Verdad enajenada hasta de las relativizadoras comillas. Despojada de su marca de fábrica y de toda garantía.
¡Cuán alejados estos relatos de las rapsodias bohemias!
Las de aquellos cronistas lejanos que supieron distinguir sus ficciones de los abstrusos hechos, lo provisorio de lo duradero.
En lugar de llamarlos noticias, aquellos hombres las nombraron milongas, para que las generaciones las sigan silbando.
Una calle en Barracas al Sud,/una noche de verano,/cuando el cielo es más azul/ y más dulzón el canto del barco italiano.../Con su luz mortecina, un farol en la sombra parpadea /y en un zaguán está un galán/ hablando con su amor.../ Y, desde el fondo del Dock,/ gimiendo en lánguido lamento,/ el eco trae el acento de un monótono acordeón,/ y cruza el cielo el aullido de algún perro vagabundo/ y un reo meditabundo va silbando una canción.../ Una calle... Un farol... Ella y él.../ y, llegando sigilosa, la sombra del hombre aquel/ a quien lo traicionó una vez la ingrata moza.../ Un quejido y un grito mortal/ y, brillando entre la sombra,/ el relumbrón con que un facón/ da su tajo fatal...
Y desde el fondo del Dock,/ gimiendo en lánguido lamento,/ el eco trae el acento de un monótono acordeón.../
Y, al son que el fuelle rezonga/ y en el eco se prolonga el alma de la milonga va cantando su emoción.
Silbando
Letra: José González Castillo
Música: Cátulo Castillo y Sebastián Piana
Hernán Cazzaniga
Silbando
Letra: José González Castillo
Música: Cátulo Castillo y Sebastián Piana
Hernán Cazzaniga
2 comentarios:
"Y Pedro Navaja puñal en mano le fue pa' encima,
el diente de oro iba alumbrando toa' la avenida, ¡se le hizofacil!,
mientras reia el puñal le hundía sin compasión,
cuando de pronto sonó un disparo como un cañon,
y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía, a esa mujer,
que revolver en mano y de muerte herida ahí le decía:
"Yo que pensaba 'hoy no es mi día estoy salá',
pero Pedro Navaja tu estas peor, no estas en na' "
Y creanme gente que aunque hubo ruido nadie salió,
no hubo curiosos, no hubo preguntas nadie lloró.
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezo,
Cojio el revolver, el puñal, los pesos y se marchó,
Y tropezando se fue cantando desafinao'
El coro que aqui les traje y da el mensaje de mi cancion.
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida" ay Dios...
Pedro Navajas matón de esquina
quien a hierro mata, a hierro termina..."
Vaya nuestro homenaje, Café, al Pedro de Rubén Blades y al Nick de la Opera de Brecht, a los viejos malandros de Chico y al Juan Muraña de Borges y Carriego, aquel que:
"A nadie le faltó el respeto./No le gustaba pelear,/pero cuando se avenía,/siempre tiraba a matar.
(...)
Hombre capaz de pelear/liado al otro por un lazo/hombre que supo afrontar/con el cuchillo el balazo."
Es decir aquellos guapos que supieron ganarse la admiración de los poetas y a los propios poetas que inmortalizaron sus modos y sus motivos.
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