Viaje a la Luna

Es evidente que el alejamiento de la Luna al que referí en la entrada anterior de esta serie inspirada por el suceso del Blue Moon de fin de año (hacer click aquí y aquí), ocurrió antes de iniciar el Siglo XVII, cuando ya no bastaba con disponer de una escalera para montar en ella y degustarla como a un queso.

Por entonces ya los perros aullaban a causa de su lejanía y había quienes comenzaron a ensayar novedosos medios para alcanzarla, superando la gravosa relación que los hombres mantienen con la Tierra.

Entre ellos se destaca Cyrano de Bergerac, precursor imaginario de los viajeros modernos. Un auténtico innovador en el campo de la literatura. Italo Calvino y otros lo consideran padre fundador de la Ciencia Ficción, si por tal entendemos al género que apela a resolver los desafíos humanos anticipándose al desarrollo científico de su época o preanunciando el gobierno de la físico-química por medio de dispositivos inventados por la razón humana. Es decir, no de un modo maravilloso ni fantástico o a través de causas metafísicas, sino por la aplicación de conocimientos científicos o tecnologías aún no alcanzados.
El propio Calvino, no por casualidad, recomienda, en Por que leer a los clásicos, la lectura de este autor bajo el título Cyrano en la Luna a continuación del apartado dedicado al Libro de la Naturaleza en Galileo.
Calvino afirma que “en la época en que Galileo chocaba con el Santo Oficio, uno de sus partidarios parisienses proponía un sugestivo modelo de sistema heliocéntrico: el universo es como una cebolla que «conserva, protegida por cien películas que la envuelven, la preciosa yema a partir de la cual diez millones de cebollas alcanzarán su esencia [...]. El embrión, en la cebolla, es el pequeño Sol de ese pequeño mundo que calienta y nutre la sal vegetativa de toda la masa».

La visión botánicista de esas millones de cebollas, deja de lado la imagen del sistema solar como un todo unitario con un único centro para dar lugar a la de la infinidad de mundos imaginada por Giordano Bruno, antes de ir por eso a la hoguera.
La cosmografía que concibió Savinien de Cyrano (Cyrano de Bergerac) promediando el 1600 nada tiene que envidiar en algunos de sus aspectos a las teorías actualmente en vigencia acerca del universo. Él lo mentó como una serie de procesos dinámicos movidos por soles que se depuran:
«Cada día el Sol se descarga y purga de los restos de la materia que alimenta su fuego. Pero cuando haya consumido enteramente la materia de que está compuesto, se expandirá por todas partes para buscar otro alimento, y se propagará a todos los mundos que ya había construido en una ocasión, y en particular a los que estén más cerca. Entonces ese fuego, fundiendo otra vez todos los cuerpos, volverá como antes a lanzarlos a granel por todas partes, y purificado poco a poco, empezará a servir de Sol a los otros planetas que generará proyectándolos fuera de su esfera.» ¿Qué me vienen a hablar del Big Bang?, dejen esas onomatopeyas para las historietas!
También el movimiento de la Tierra tiene una ingeniosa explicación: “…los rayos del Sol son los que «al dar en ella, con su circulación la hacen girar como hacemos girar un globo dándole con la mano», o bien los vapores de la Tierra misma calentada por el Sol son los que, «golpeados por el frío de las regiones polares, vuelven a caerle encima y al no poderle dar sino de costado, la hacen girar en redondo».
Esa misma energía solar es la que empleó en su primer intento de viaje de París a la Luna, viaje que se precipitó sobre los iroqueses del Canadá:
“Había sujetado alrededor de mí gran cantidad de frasquitos llenos de rocío, sobre los que el sol lanzaba sus rayos tan violentamente que el calor los atraía como hace con las nubes más grandes, y me elevé tan alto que por fin me encontré por encima de la región media. Pero como esta atracción me hacía subir con demasiada rapidez y, en vez de acercarme a la Luna, como yo quería, me parecía que estaba más alejado que al partir, rompí varios de mis frasquitos hasta sentir que mi peso sobrepasaba la atracción, y que descendía hasta la Tierra”
Recuperado de los magullones de éste y otros intentos, finalmente Cyrano logró su objetivo apelando a la fuerza del magnetismo. Construyó con empeño una capsula de hierro propulsada por un imán que, él mismo arrojaba hacia arriba con gran esfuerzo cada vez que la nave lo alcanzaba (algunos físicos niegan la factibilidad de este método).
No obstante el diseño de la nave se anticipó en más de tres siglos a los que imaginaran Julio Verne en Viaje de la Tierra a la Luna y George H. Wells en Los primeros hombres en la Luna, los cuales a su vez fueron el modelo empleado por Georges Méliès en 1902 en su film Viaje a la Luna y Fritz Lang quien, en 1929, cinematográficamente imaginó un viaje espacial que situó a La Mujer en la Luna, anticipándose un par de décadas a la experiencia de los rusos con la pobre Laika. Estos modelos de ficción guardan un gran parecido con los que, según algunos lenguaraces, en el 69 el Hombre llegó "efectivamente" a la Luna .
Hasta aquí este respetuoso reconociento a Cyrano como pionero de la navegación espacial, un capítulo aparte merecen su ética libertina y su mirada antropológica respecto a los otros con los cuales tomó contacto en sus aventuras... pero esos temas quedan para más luego.








Hernán Cazzaniga

1 comentarios:

Mario Arkus dijo...

Ya que por aquí el ambiente está tan lunático, por estos días estuve viendo la nueva producción -presentada el 5 de diciembre pasado- del Theater an der Wien, de Viena de "Il mondo della Luna" (1777)(El mundo de la Luna) con música de Franz Joseph Haydn y libreto de Carlo Goldoni.
Comedia de engaños -cercana al estilo de Moliere- también toca el tema de la astronomía y la vida en el satélite.
Y si sigo pensando en clave de ópera, el magnetismo que hace subir a Cyrano, durante el siglo siguiente va a ser estudiado por el Dr. Franz Mesmer, a quien Mozart va a ridiculizar en una escena de su ópera Così fan tutte. Pero curiosamente Mesmer también va a tener un tratado sobre la influencia de la Luna y los planetas sobre los cuerpos debido a este mismo magnetismo.
Y que recuerde ahora, La Luna, ópera en dos actos de Carl Orff (el autor de Carmina Burana), de 1939, basada en el cuento de los Hermanos Grimm, una historia con moraleja sobre cómo la Luna se creó, fue robada para iluminar un poblado y finalmente acabó colgada en el cielo por San Pedro...

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