Ya llegan el Carnaval y el Brasil como Acuarela


Está llegando el carnaval, ese ritual periódico, esperado por muchos con tanta alegría trazada, escondida. Gente que como Chico Buarque quiere gritar y se está guardando para cuando llegue la hora de poner lo cotidiano en suspenso durante tres días.
¿Momento repetitivo y extraordinario en el cual volveremos a tener la sensación de que la alegría es sólo brasilera, como en los mundiales de fútbol? Para negarlo resonará la voz de Charly algo más rechoncho y menos zarpado que en otros tiempos. Mientras un Maradona de contorno variable y siempre proclive al zarpe sueña con dejar relamiendo a unos cuantos periodistas este año también.
No obstante, Brasil, con su jogo bonito y su Carnaval, con la exuberancia de su callejera y televisada alegría, volverá a ofrecernos en febrero su documento de identidad al paso de las escolas por el sambódromo y, promediando el año, volverán a sambar vestidos de verdeamarelho en las canchas Sudáfricanas.
Mundialmente estas imágenes metonímicas recrearán la creencia y los deseos de turistas convencidos de que eso es lo que Brasil es: Una comunidad de festejantes. Un universo armónico, alegre y festivo. Imperio del feliz progreso que avanza exuberante al ritmo ordenado por el pandeiro.
Discurso social, el de lo carnavalesco, que Roberto da Matta interpretara con afán de dilucidar el dilema brasilero en su Carnavais, Malandros e Heróis.
Ese libro que, según narra la leyenda de la Antropología misionera, la Goro trajera, luego de su incursión académica por Río, como ofrenda para sus discípulos que la supimos apreciar en la cátedra de Cognitiva y Simbólica, (a ella y a esta obra).
¿Qué es lo que hace a Brasil, Brasil? Se preguntaba a fines de los ‘70 da Matta y para pensarlo, colocó las acuarelas que nos lo pintan como una tierra de samba y pandeiro, junto a otros discursos ritualizados que trascienden el paso del tiempo.

Bajo influjos estructuralistas, se despojó el antropólogo brasilero de lo históricamente variante o provisorio y centró su enfoque en lo que hay de duradero en el “espíritu” brasilero, en el “carácter” de su cultura.
En su derrotero por la ritualidad de esta sociedad se topó con la tensión entre su talante autoritario, jerarquizado y violento y la dramatizada búsqueda de un mundo de armonía y democrática igualdad.
Acaso ¿No es el orden imperante al que refiere la inscripción de la bandera, el de la autoridad jerarquizada y de las autorizaciones que usufructúan quienes pueden obtener provecho de las desigualdades sociales, del orden estatutario?
Ese orden social establecido, por un lado, sobre una institucionalidad basada en posiciones de status y prestigio donde, si cada quien reconoce su locación social, no hay lugar para el conflicto dentro de la gran familia brasileira: El orden conservador por excelencia.
Ese orden en el que se sabe distinguir entre el mundo de las personas a las que se les reconoce derechos, permisiones o privilegios y el de los simples y anónimos ciudadanos sometidos a las tan democráticas, como impersonales y coercitivas leyes ciudadanas, que contrastan con el primero. (Gráficamente lo resume la expresión: "para os amigos, tudo; para os inimigos, a lei").
La casa y la rua, según da Matta, simbolizan esos órdenes contrapuestos en la mitología brasilera. El de la casa pertenece al orden de lo privado donde, cada quien es reconocido como persona. Representa el lugar de la paz, jerárquica y armniosamente ordenada en oposición a la lucha que, despersonalizados individuos pelean en las calles para ganarse la vida, sometidos a las burocráticas leyes o a las impersonales reglas del mercado.
Pero, el anonimato del espacio público callejero que, iguala a los ciudadanos bajo el imperio de las leyes de la calle, puede quedar momentáneamente en suspenso toda vez que irrumpe una afirmación personalizante reivindicando privilegios.
Ocurre por ejemplo cuando un Alguien echa mano a una recurrente fórmula que coloca a cada quién en su lugar dentro de la jerarquías reestablecidas: "você sabe com quem está falando?", es lo que interrogará el funcionario de alto rango, o la persona de Familia frente al policía de tránsito que pretenda multarlo o ante cualquier otra ocasión en la que un don nadie en representación del Estado ose aplicarle la impersonal Legislación.
Ritual que surge espontáneo para recuperar la identidad de la persona marcando las diferencias de derechos entre ellas, para poner a cada quien en su lugar dentro del orden estamental.
El ritual del "você sabe com quem está falando?" junto al culto a los héroes representado en los desfiles militares característicos de los días patrios ritualizan para da Matta los aspectos jerarquizantes y autoritarios de la sociedad brasilera.
Pero hay a su vez un orden superior en el que simbólicamente se juega la tensión entre las estructuras jerárquicas y el ideal igualitario: la sociedad iguala a toda su membresía en tanto hijos de Dios pero, en un lugar subalterno respecto al de las santidades y sus mediadores eclesiásticos, que luego de la igualadora procesión retoman su lugar diferencial en el púlpito y estarán en los palcos también en los rituales patrios.
Contrapuesto al cotidiano autoritarismo expresado en el “voce sabe…” o la reafirmación de la autoridad marcada por el desfile (las paradas) en las calles de las tropas militares o el final de las procesiones con sus palcos donde la gran familia brasilera reconoce personalmente a quienes se sitúan en el lugar más próximo a Dios Padre o de los padres de la patria, ocupando simbólicamente su posición, el carnaval recupera festivamente las calles, provisoria, cíclica y brevemente para encarnar el ideal igualitario que las relaciones espontáneas allí vividas expresan.
Es el tiempo en el que el brasilero puede mostrarse en la rua cordial y sin ataduras, sin sentirse amenazado, agredido. Deseosamente disfrazado da sentido pleno al repetitivo tudo bem con que niega a diario la violencia y opresión contenida. Es un tiempo en el que el conflicto se suspende para dramatizar la utopía de un mundo, armónico, igualitario y feliz en el que cualquiera puede personalizar la figura de un rey, un ser mítico o especie animal.
Por un instante el Carnaval, libera los cuerpos, para negar o mejor suspender las estructuras de poder y de autoridad que los dominan el día a día.
El orden se subvierte provisoriamente y mientras los héroes nacionales, estatalmente instituidos, dejan las calles que ocuparon en los desfiles militares, el héroe popular, Pedro Malasartes, gana la escena durante esos días.
La figura mítica de Pedro Malasartes, representa a los antiguos malandros, aquellos homenajeados por Chico Buarque en su versión carioca de la Ópera de los Tres Centavos y que son popularmente celebrados, por su modo personal de vivir la vida.
Pícaros y seductores burladores, cuya genealogía se remonta a la península ibérica, estos antiguos malandros, saben transitar las estructuras del poder gambeteando sus constricciones. Con conocimiento de las contradicciones, los valores, y el ideario del sistema, saben, astutamente, sacarle personal provecho a las reglas sociales, siendo capaces de cargar con pases mágicos los bidones o hacer Goles válidos con la mano.
Vaya, pues, nuestro homenaje a los que disfrutan del carnaval aquí o allá dando rienda suelta a la liberadora alegría, a garotinhas y poetas que ruegan a Dios un poco de malandrage y -¿por qué no?- a esos imprescindibles que a diario dominan, arrabaleros, el arte del jeitinho, ese modo de ser tan brasilero.

Hernán Cazzaniga

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