Sobre la pureza de las verdades



“¿Será que las causas bienpensantes carecen de buenos publicistas? Quizás el convencimiento de lo que está bien tenga una sola dimensión y por eso se expresa de manera lineal y con poca profundidad significativa. ¿La encomiable causa de redistribuir el monopolio de la voz no tendría que tener en cuenta la pluralidad de sentidos, sus apropiaciones y relecturas? Las nuevas voces tendrían que poner en evidencia también - supongo - los viejos mecanismos del decir.” Comentario de Café en este post.




El país Real y el País Virtual

Ayer fui a Provisorio con mis puños cargados de verdades, pero al entrar al estudio advertí que estaba en la radio.
Poco valen allí los pensamientos tenidos entre las manos, dado que reina en ese universo etéreo la oralidad, no la escritura y, como afirma Café: “a la radio no se viene a pensar, se viene a hablar”.
Por eso fue que, en el momento menos pensado, con las palmas bien abiertas le indiqué a Beco Blanco que pusiera el track Nº 10 del Cd, justo cuando hablábamos al aire (en su significado radiofónico y en el más volátil).
¡Una verdadera pena! Porque ese instantáneo gesto lo aprovecharon los asertos que llevaba para darse a la fuga.
Así son las verdades. Por eso hay que desconfiar de ellas, de su rectitud o autenticidad.

Desconfíe amable lector de los sentimientos de pertenencia y sobre todo de las reivindicaciones que se realizan con respecto a sus vínculos de lealtad con la Realidad.
Pues ella se vanagloria de ser la única realmente verdadera entre aquellas. Al menos en palabras del General que era mucho más pluralista para otras cuestiones.
Ahora, frente a la pantalla, despojado de esas verdades fugitivas de ayer, vuelvo a sentir cierto asombro por la presencia de los puntos verdes del mapa.
No me convence del todo que señalen los sitios del mundo donde efectivamente alguien, quizás con la ilusión de encontrar en ellas algunas pocas verdades, leyó estas provisorias entradas.
Y al mismo tiempo me pregunto ¿por qué sospechar de este artilugio más o menos verosímil cuando creemos cotidianamente en relatos tanto o más improbables?

Aprovecho que no estoy en la radio y me pongo a pensar en el debate sobre el país real y el país virtual. Debate televisado y hablado por medios que hacen visible lo que muestran como evidente, que nos convierten en tele(e)videntes; en sujetos sujetados a la fuerza expresiva de esas “certezas claras y manifiestas de las que no se puede dudar” según la definición de evidencia de la Real Academia en su edición virtual, (que es justo decirlo: no se llama Real por una suerte de reificación o definición ontológica, sino por la institución monárquica a la que pertenece, en tanto órgano responsable de ejercer la soberanía sobre la Lengua del Imperio del que celebramos habernos emancipado de un modo indeciso hace 200 años).


La viveza de las evidencias
La fuerza de la evidencia la ejerce el mensaje televisivo por la potencia propia de las imágenes, de su expresividad, tanto más vivaz cuando se trata de un testimonio en vivo.
Es más emocional que racional, vibra (de la buena y de la mala) pasionalmente. Penetra más en el corazón que en la cabeza como dirá en la baguala don Ata, al final de este texto, aunque sus discursos no sean la pura verdad.
La viveza de los medios está en esconder el carácter ficticio del relato que ofrecen como “la Realidad”. Es decir, en la capacidad de prestidigitar los recursos propios de los géneros dramáticos ocultando su carácter narrativo; de difuminar la figura del narrador aunque esté ahí, narrando ante la cámara, en su foco, o sea relatando desde alguna perspectiva, en algún lugar, efectuando cierto recorte, expresando algún interés personal y corporativo, desde una postura de clase...
Oí decir a un destacado periodista como Ernesto Tenembaum cosas del tipo “nosotros no inventamos la realidad, la reflejamos” y entonces como en un claroscuro me refleja la lucidez poética de aquel español, republicano de verdad, que escribió aquello de: “Se miente más de la cuenta por falta de fantasía. La realidad también se inventa”
Ya sé que no digo nada nuevo con todo esto y que el lector o el televidente no es un autómata que recibe imputs y los replica sin proceso de reinterpretación, pero también sé que el modo de hacerlo depende de los esquemas de referencia internalizados a través de diferentes procesos de socialización/bilidad entre los que se destacan los que ligan al sujeto a los media.


La TV educa, es cultura por definición.
El sujeto medio actual y actualizado, interpelado cotidianamente por los media, se desenvuelve en un entorno poblado en gran medida de signos mediáticamente tamizados que, incorpora a su propio lenguaje mixturándolos con otros provenientes de otros espacios donde transcurre su vida.
Su experiencia cotidiana -la del tan afamado como inexistente sentido común- se despliega (parafraseando con cierta libertad al Gramsci que escribía en la cárcel) como un discurrir de fragmentos abigarrados y heteróclitos de explicación de la vida, que se asumen como lo natural, como aquello que no requiere explicación porque es lo que es y punto. ¿Para qué ponerlo en cuestión?
El tele(e)vidente, como todo evidente, no gusta de las complejidades de la argumentación o de los esfuerzos de sistematización que necesariamente conducen a la confrontación de posturas, a la disputa, al debate en las arenas de la polémica, más bien se identifica con quienes proclaman la necesidad de establecer consensos: de lograr los famosos 3 o 4 puntos en los que, según Duhalde, “todos estamos de acuerdo” y que, quienes creen que esto es no sólo posible, sino además lo deseable, seguro consideran que esos 4 puntos NO son por ejemplo: 1)Juicio y castigo a los genocidas, 2) reforma agraria integral, 3) abolición de la propiedad privada de los medios de producción y 4) despenalización en general de las penalidades que pesan sobre los pobres (consumo de drogas, aborto, etc.). Sino más bien 1) no jodamos con las rentas extraordinarias, 2) si es necesario volver a ajustar el salario para garantizar las tasas de ganancia de las empresas que tanto aman al país, entonces, metamos los perros y los tanques en la calle, 3) en consecuencia demos un buen gesto a los milicos que actuaron en la dictadura así se animan sus herederos a actuar cuando se lo pidamos y , de paso, con las mismas fuerzas: 4) limpiemos las calles de chorritos que afean nuestra imagen tan europea.
Claro que también podrían ser otros esos cuatro puntos pero ya empieza a ser más difícil sostener la coherencia entre ellos y entonces se arman las discusiones que queremos evitar. ¿Para qué complicarnos con discusiones con cosas que no terminan siendo tan evidentes?
Para nuestro tele(e)vidente deseoso de consensos sobre los acuerdos evidentes las disputas políticas son pura perorata, insoportable cotorreo y sin embargo las consume con aire socarrón y cínico desprecio.
Las ve diariamente como quien mira un encarnizado Club de la Pelea, quizás para satisfacer cierta morbosidad nomás. En cierto modo no esta mal si las asume como literatura: Después de todo, la tradición literaria de la Argentina surgió de un matadero devenido en metáfora política y social.
Igual que en las vidrieras irrespetuosas lo mismo da los remedos de “Tiempo Nuevo” que con un par de voces (siempre las mismas) nos hacen creer que lo que presentan es la pluralidad y que los que desfilan allí son los famosos “Todos” que se tendrían que poner de acuerdo sobre los 4 puntos -olvidándose de los puntos verdes que leen este y otros blogs o los multicolores que bajan de los cerros a celebrar corporalmente el carnaval en el videito de la entrada anterior.
Se trata de espacios televisivos que conjugan las bondades del diálogo democrático con las guerras veraniegas de las vedettes de los teatros de revista, en los cuales los invitados se gritan mutuamente: “yo te dejé hablar, ahora me toca a mí” independientemente de lo que haya dicho y de si escuchó o no a su antecesor en el uso de la palabra.
Se trata de formas y estilos similares a los de las disputas creadas por los llamados “mediáticos” inventados por los programas siesteros en los ’90.
Ejercicio autorreferencial del universo televisivo, donde la TV se celebra bochornosamente a sí misma y que tiene su correlato político. Juntos forman parte de un mismo lenguaje, de un mismo sistema o esfera comunicacional que iguala al ciudadano con un telespectador que mira desde afuera las fiestas de la farándula y la farandulización de la política.
Por eso la gente organizada en la calle aparece como una distorsión de la regla del juego que este vínculo espectacular establece.
Estas presencias ciudadanas representan el caos, instalan el desorden en ciudad catódica. Los ámbitos de urbanidad resultan otros territorios que la TV parcialmente territorializa pero que no puede sustituir discursivamente.
De ahí la debilidad de las construcciones políticas de los candidatos mediáticos. He ahí una diferencia entre el país real, donde ser es tener presencia y contacto cara a cara, de hacer cuerpo con otros en un territorio instituido e instituyente y el país virtual donde esse est percipi.
Esta dicotomía enuncia dos maneras diferentes de entender la militancia que a veces encuentran zonas de mutua cooperación, cuando, como diría el Bambino: “la base está”. Cuando de organizaciones populares o de culturas arraigadas en otros territorios se trata.

Esos otros modos de poner el cuerpo son algo absolutamente despreciado o folklorizado por el típico conductor de TV que, junto a otros pastores que comparten la pantalla, prometen la salvación como acto individual.
Evangelismo acorde para sectores medios proclives a cuestionar el derecho de la no-gente a movilizarse en forma colectiva, de corporizarse trascendiendo el individualismo para enfrentar a las corporaciones que se disputan las ganancias detrás de bambalinas, sin necesidad de ser percibidos.
Conductor y tele(e)videntes participan de una comunidad que los presenta al representarse (en) las realidades mentadas como espectáculos, en las maneras de construir identidades distintivas de la de “los negros que salen a la calle a joderles la vida”, según dicen: “por el choripán”.
El mensaje televisivo envuelve al tele(e)vidente medio en una suerte de semiosfera, expresión acuñada por el ruso Lotman para referir al espacio semiótico en el cual se producen los procesos de interpretación, de otorgamiento de sentido que supone la traducción de lo que pertenece a un orden de realidad extrasemiótica. Realidad de la cual sólo tenemos acceso a aquello que podemos significar con las categorías que tenemos a mano, las que nos provee esta atmósfera semiótica compuesta por signos provenientes desde diferentes texturas, con las cuales construimos nuestros mundos, esos “conjuntos de todas las cosas creadas” por medio de la capacidad humana de significar. Antropológicamente hablando: Cultura.
La realidad televisiva es de segundo o tercer orden, es efectivamente virtual, de naturaleza ficticia, porque esta construida por alguien para ser vista y oída por otros: los teleespectadores.
Ya está ordenada por las interpretaciones de quienes la producen y emiten. Es ella misma una semiósfera productora de cultura, de esquemas de interpretación, de sensaciones y valores significativos, de interrogantes y respuestas encadenadas. Pero pasibles de ser reinterpretadas desde otras tradiciones que las que imperan en ella.
Para Lotman –quien gustaba jugar a las apariencias con Bajtin, tal vez obligados por la realidad impuesta por el Stalinismo- la Cultura es el mecanismo que crea un conjunto de textos que no son, ni más ni menos, que la realización misma de la Cultura, lo cual determina distintos tipos de culturas según pongan el acento en el contenido o en la expresión.


La gestalt Argenta
Es notable la expresividad con la que, en la Argentina y según creo en otros lugares también ocurre, los republicanos defensores de las formas exponen dramáticamente su indignación frente a los denunciados avasallamientos perpetrados por exaltadas autoridades populistas que prefieren pensarse en términos de contenidos en esta suerte de batalla gestáltica entre Forma y Fondo.
Yin y Yan a la sudaca en su afán modernizador, sentimentalmente incompleto frente al espejo de los “países desarrollados”.
Dilema argentino, parafraseando a las disquisiciones de Da Matta sobre Brasil, quien juega con las categorías de comunitas y societas con que pensaba Louis Dumont.
Dilema entre el orden igualitario de la ley (el modelo del mercado impersonal) y la actuación compensatoria del accionar político sobre las distorsiones que las distribuciones propias de los mercados producen en materia económica y de poder, es decir de oportunidades efectivas de ejercicio de los derechos ciudadanos.
Tensión irresoluble entre el orden de la societas que reclama la civilidad republicana y el orden jerárquico de la comunitas que reivindica al Estado como agente asignador de derechos ciudadanos.
Es decir, entre la ilusión del mercado perfecto autorregulado por la acción de esas mónadas que siguiendo a Leibniz y Locke denominamos individuos, quienes actúan bajo las impersonales leyes impuestas por la societas y la personalización de los vínculos corporizados en organizaciones que recrea esa idea de comunitas que, entre nosotros, hubo quien la denominara bajo el rótulo de “Comunidad Organizada”.
La primera como fundamento ideológico de la primacía de lo económico sobre lo político y viceversa.
Expresión de dos ilusiones contrapuestas, de dos esperanzas cuyos cumplimientos parecen especialmente atractivos. Dos modalidades de ver la realidad que dirimen los desafíos sobre el tamaño ideal del Estado y su relación con el viejo tema de la riqueza de las naciones.
Ilusiones imaginadas como crecimiento económico seguido de posteriores derrames que nunca llegan (ilusión del republicanismo neoliberal) o bien, como obligación moral de brindar garantías de inclusión con efectos de desarrollo económico-social, a través de la ampliación del mercado interno por medio de mecanismos de redistribución, de acceso al consumo de mayorías que aguardan la llegada de la burguesía que asuma el compromiso de clase de consolidar esas conquistas (ilusión populista desarrollista).
Debate de fondo en el que las posiciones se hacen indistinguibles frente a una pantalla más proclive a regodearse en la distinción de las formas y que licua las diferencias de contenidos: Si “son todos lo mismo” entonces las diferencias se tornan incomprensibles, y se torna evidente que la pelea es sólo por poder o para robar (verdad parcial, por cierto, pues de capitalismo se tratan ambas).
Desconcierto ideal para la emergencia de modosos que se guardan de irritar a la teleaudiencia aún cuando en su afán de congeniar con Todos construyan de un modo arrevesado su postura, afirmando lo que niegan con expresiones del tipo: “mi voto es no positivo”.


La guerra de los mundos
Cuando Orson Wells recreó la novela de HG Wells por radio, en un país donde abundan los crédulos como los EEUU, no bastó con que aclarara al inicio de la dramatización que era simplemente eso. La aclaración no evitó que sus oyentes salieran despavoridos asumiendo lo actuado como la real realidad, confiriéndole al relato status de verdadero.
Evidentemente estaban dispuestos a creer en la realidad que escuchaban, en gran medida por que estaban dentro de una logosfera expectante del peligro de invasión, cualquiera fuere: los comunistas, los nazis, los extraterrestres… Solo faltaba la evidencia, la voz que anunciara la llegada de los invasores.
En todo caso la eficacia del discurso televisivo en un sistema oligopolizado por un par de grupos económicos altamente concentrados (con sus aparentes debates plurales, sus inquietos movileros, columnistas y demás dependientes en busca del reconocimiento como “empleado del mes”), está dada por su capacidad de cotidianizar su visión del mundo, de transformase en el lenguaje con el que se habla a diario, aún cuando lo haga a aprtir de reapropiaciones. Discursos que hablan a través de su público mediante un doble juego de apropiación: el tele(e)vidente que al apropiarse del discurso dominante en los medios es apropiado en mayor o menor medida por él.

Al dominar la palabra de los medios es convertido de algún modo en su eco dentro de la logósfera. Su voz queda rebotando contra las paredes de la semiósfera televisiva, (extendida más allá de la pantalla) reforzando su visión de la realidad siempre y cuando la disponibilidad de otros textos contrastantes sea limitada.
Sin embargo los límites entre logosferas son porosos, sus fronteras son disputadas en las luchas por la significación… las cotidianas batallas culturales, de las reapropiaciones a las que refiere Café en el epígrafe o los mutuos rechazos del videito de la entrada anterior.
Al dominio de los multimedia, propiedad de los grandes grupos económicos, se enfrentan, cual David, las guerrillas de la blogosfera y otros tantos mundos u órdenes discursivos en los que predominan determinados discursos o modos de significar: los encuentros festivos de vecinos, la camaradería del universo de la fábrica, la vital lucha por la sobevivencia en la barriada.
Es decir, somos sujetos de un entramado de discursos que nos hablan y que nosotros mismos hablamos tejiendo nuestro entorno, creando y recreando universos de sentido en su interior y en el cruce de las fronteras que los delimitan, que los ponen en situación de contacto, que establecen áreas de encuentro como las medianeras de los vecinos.
Discursos que, con fortaleza dispar, participan en pulseadas, entablando relaciones de fuerza, corriendo sus límites.
Pulseadas en las cuales participan los propios media con sus intereses corporativos asociados. Que pujan por la definición legítima de lo real. Ejerciendo el dominio de la imagen es decir, de la palabra, legitiman o no a las maneras alternativas de ver, pensar o sentir, llegando incluso vía omisión a negarles existencia, a invisibilizarlas.
Espacio profuso de difusión, el de los medios coloniza otras esferas de la vida en esos instantes de esparcimiento vividos frente a la pantalla. El discurso de los multimedia esparce la realidad, la impone fragmentada y a su vez le da coherencia a través de interpretaciones que naturalizan sus versiones, que las enuncian como “la Realidad” del propio sentir común.
En tanto no podemos estar todo el tiempo manteniendo en guardia al vigía epistemológico que debiera resguardarnos durante la lectura de cada noticia, de cada entrevista, descubriendo el modo como se construyó el texto; buenos antídotos resultan los contra discursos que desde la misma tele, desde la blogósfera u otros órdenes textuales advierten, señalan las marcas de fábrica que el fetiche de la imagen oculta mostrando.
Si se dice que inventan realidades es en parte por esa capacidad de decir y de hacer decir que imponen: Por caso, la propensión a hacer declaraciones por parte de los dirigentes políticos o de Maradona. Profusión de abigarrados y heteróclitos discursos como resultado de una relación perversa entre el personaje de turno y el medio.
La omnipresencia del medio –sin él no existe lo que él muestra- es la que crea la ocasión para aquellos pecados que los mismos medios neciamente acusan.
Con esto no niego que exista una realidad por fuera de los medios, ni que Maradona no sea un bocón en su fuero íntimo, todo lo contrario. Lo que digo es nada más y nada menos que, la que presentan, en el mejor de los casos, es una representación que se produce en tanto ellos están allí y que tiene efectos de realidad. La construyen en su diario discurrir. Definen lo que es y como debe ser visto a través del enfoque de la cámara, del comentario del conductor, del análisis de los pocos analistas invitados, representantes de un saber –que rara vez confronta con otros de mirada opuesta o diferente- y refuerzan la célebre dupla saber-poder. Producen "verdades o mejor veridicciones".
Esto es tanto o más efectivo cuando por ingenuidad o cinismo los propios responsables de los relatos producidos y emitidos por los medios reafirman la creencia de que no son autores de las ficciones que ellos mismos narran en referencia a los sucesos descritos o comentados en sus crónicas. Sus propios inventos.
Podríamos llamarlo “síndrome de Tenembaum” de quién me preguntó ¿qué le pasó que está tan nervioso?
De ahí se deriva la ira o desazón con que responden estos periodistas cuando los escenarios mentados cual profecías no se corresponden con los sucesos desplegados en otros órdenes de la realidad. Cuando la realidad externa a la multimediósfera le desconoce entidad a sus anuncios y se burla de ella como habitualmente ocurre con las profecías de la Carrió.
De ahí el valor crítico de la irónica frase de Café acerca de lo impensado de lo dicho en los medios.


Ironías de Frontera
Pensar en el decir de lo dicho, en lo enunciado y la enunciación tiene valor especial para quienes provenimos de disciplinas que hacen de la reflexividad un emblema de identidad. Que la sabemos una distinción de frontera.
Tal vez por eso entiendo que, algunos méritos han tenido el debate sobre la Ley de Servicios Audiovisuales y la confrontación con Clarín emprendida por el Gobierno y las organizaciones que apoyaron el proyecto de Ley.
Sin dudas uno de ellos es que pusieron estos asuntos como cuestión pública y ciertamente lo es. Sobre todo cuando para muchos la TV se convirtió en lo que era el antiguo ágora, reemplanzado virtualmente, a los ámbitos institucionales reales de la República (acá sí afirmo real por su condición ontológica, por su ser realidad republicana, no monárquica en nuestro caso).
De manera virtual, y con efectos de convicción ciudadana, nos hallamos ante la paradoja de legisladores que no debaten contenidos o el fondo de las cuestiones en el Congreso pero que salen presurosos a discutir sobre las formas en TN.
(Piénsese en el abyecto accionar del jefe de la bancada radical en el Senado durante el tratamiento del pliego de designación de la Presidente del Banco Central, quién luego de no formular pregunta alguna, a la brillante y bien dispuesta funcionaria -¿se nota que me gusta?- salió a decir ante la prensa que la interpelada no había dado respuestas)
Como bien saben los historiadores, los rituales políticos siempre han tenido algo de espectacularidad: desde la consagración del monarca, la lectura del veredicto judicial, su ejecución o el simple tratamiento de una ley en alguna cámara de representantes o la sencilla entrega de la caja PAN durante el gobierno de Alfonsín, cuando no había clientelismo. (jijiji)
Nótese que en estos casos se habla de actos, de actuación, confiriéndoles oficialmente algo de teatralidad. Teatralidad institucional que debe ser actuada siguiendo los propios cánones institucionales, las reglas del género. Pero que encuentra una imagen distorsiva (¿extorsiva dije?) en la sobreactuación de y para los medios -a la cual no pocas veces imita: ya sea en la investigación de casos judiciales o en la parodia de discusiones políticas sin ir más lejos.
No se trata de juzgarlos sobre las tablas de verdad, sino valorarlos dentro del orden discursivo al cual cada quien pertenece para evitar monstruosidades como que los periodistas se conviertan en jueces que, en lugar de escribir crónicas, dicten sentencias con condenas sociales irrevocables, por ejemplo.
Y aquí viene a cuento “Conta do Mentiroso”, un libro en el cual Roberto Da Matta a inicios de los 90 reunió siete ensayos de antropología brasilera y, en cuyo prefacio reflexiona acerca de la antropología que practica trayendo a la memoria lo dicho por algún colega: “Podemos nâo mentir, mas enfeitamos, dando vida nova a gestos, ideáis e conduta que ningueim viu (ou ouviu) como importantes.”
Tal vez ésta sea la conciencia que nos enseña la ironía del antropólogo radial misionero o la labor deconstructora de ciertos programas de la propia TV: un aporte a un periodismo reflexivo, menos soberbio y pontificador y a los propios políticos que participan del show con desvelo desconociendo que, quién esta fuera del círculo los percibe como uno más dentro del barullo que hace la licuadora de voces.
Para ellos vale recordar, como una suerte de analogía, la reinterpretación que ofrece Da Matta de algo dicho por Max Weber sobre su profesión de sociólogo/antropólogo:
“praticamos a ampliaçâo ou a caricatura da “verdade”, ja que, para ele, nossa profissâo é exagerar. E exagerar, como saben as crianças e os caçadores, so é lorata para quem está fora da roda e com funamental quadradice dispensa o exercício da fantasia e da imaginaçao, pensando que existe como uma “realidade” veraz, pura e intocable que as “narrativas” e “representaçôes” sempre deformam. Para mim, entretanto, que sempre soube que o modelo é a realidade e que a palavra é –como dizia Thomas Mann- mais importante do que a vida, o exagero, a ritualizaçâo do mundo e o recorte intencional sempre foram os ingredientes sem quais nâo há nem antropologia social, nem drama, tesâo ou sentido.”… Podríamos agregarle sin los cuales tampoco existirían los hechos periodísticos, una de las materias de análisis de lo que hoy la moda académica nombra “Comunicación Social”.
¿No sé que le parece don Ata? Usted dirá.
Pero yo creo que es bueno recordarlo para actuar con cierta honestidad intelectual, sin falsas modestias. Es la pura verdad.



Hernán Cazzaniga

6 comentarios:

Pedro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mario Arkus dijo...

Hay una cuestión central en el artículo -central en la medida en que creo que es uno de los principales problemas que plantean hoy en día las estrategias comunicacionales de los medios argentinos- que es la falacia acerca de la noticia como reflejo de la realidad. Reitero a Hernán diciendo que el discurso al construir la realidad la modifica, pero no sólo hacia el pasado, sino en el presente y sobre todo hacia el futuro. Las anticipaciones sobre crisis institucional, caída de la democracia, etc. hoy más que nunca corren el riesgo de ser profecías autocumplidas.

Hernán dijo...

En efecto Mario.
El discurso tira pa adelante porque mueve a interpretaciones futuras aunque retornen necesariamente a él, diría un amigo niestzcheano: Las interpretaciones no dejan en el círculo que nos conduce siempre al intérprete y sus máscaras.
Políticamente interpretamos lo pasado y el presente preanunciando el porvenir recuperando tradiciones interpretativas. Doble movimiento lineal y circular a la vez.
Las interpretaciones dominantes y las que las disputan pujan por definir la realidad y por sus consecuencias efectivas.
Como los pronósticos extendidos que ofrece Café y que en una entrada anterior decíamos pueden predisponernos a salir con el paraguas o en vermudas, también los discursos periodípolíticos son pronosticantes.
Valga de ejemplo las profecías inflacionarias. No habiendo las razones que clásicamente los monetaristas plantearon como causales de inflación sin embargo los distintos sectores abren el paragua y provocan en cierta medida que una garúa se convierta en chubasco.
Algunos actúan así porque interpretan el presente y el futuro a la luz de experiencias pasadas (apotegma de la vaca y la leche) otros, los realmente intersados, porque ha sido la manera en que históricamente han maximizado sus tasas de ganacias en detrimento de los asalariados.
A eso los economistas que gustan pensarse como una ciencia exacta, sin mebargo, llaman expectativa inflacionaria, lo cargan de subjetividad, una subjetividad moldeada por los discursos sociales entre los cuales los de los media y los propios economistas mediáticos no son de los menos efectivos precisamente para imponer una mirada.
En tanto el tele(e)vidente es un expectante, el expectador participa de la creencia de lo que proponen por ventura los que aventan creencias de cierta funcionalidad.
En tanto ese tele(e)vidente no es un individuo sino un sujeto colectivo enredado en un imaginario social construye realidad a través de prácticas concretas movidas por la fuerza de estas subjetividades. Construye las realidades extrasemióticas de las que habla Lotman siendo a la vez interprete dentro de determinadas logósferas. Los discursos nos entrampan en su orden y así pareciera ocurre con algunos representantes políticos que están a la orden de los grandes media, ejecutando no sin reveses un papel de agentes pero ya guionado.

Anónimo dijo...

Hernán muy bueno y denso. Vos decís en un párrafo: "Estas presencias ciudadanas representan el caos, instalan el desorden en ciudad catódica. Los ámbitos de urbanidad resultan otros territorios que la TV parcialmente territorializa pero que no puede sustituir discursivamente."
Por eso a algunos se le confunde la bocha y quieren aparecer en esta farsa mediática como el comisionado de Magneto o el Fiscal honesto y algunos opositores juegan a ser los impostores de Batman.
Pero quién es el verdadero Batman ¿el rabino Vergam, el cardenal Vergaglio? o ¿qué otro verga disfrazado de negro?
Por mi parte me quedo del lado del Pingüino, del Jocker y los otros secuaces que atentan contra la buena conciencia ciudadana y su moral media.
Está buenísmo el blog saludos a todos
José Sanchez de Resistencia

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