Chín, chín!
Este fin de año y en los otros tantos finales y comienzos!
22:08 Unknown
19:44 liviana divaga
11:40 Unknown
23:40 Unknown
20:19 Sil Machado
Elogios, loas, honores. De a miles. En cartas, carteles, cantos y vítores.
En abrazos, en llantos, en puños apretados.
Gigantesco respeto a quien muere por lo que cree,
que lo trasciende, que está más allá de él, que no es él
y también lo es, ese asunto de ser con otros...
Los que son su propia causa, viven años
entierran a varios, ven pasar a sus enemigos en restos...
no se enteran que la memoria los salteará
hasta otros inmolados...
Serán apenas buenos o apenas malos
hasta donde los deje el olvido
serán un dato.
Luego del salto mortal del héroe inesperado
la emoción de la orfandad
el miedo sorprendido de saber que
-antes-
se estaba asegurado
tranquilos para ser ácidos
críticos
escépticos
y de repente
azorados de miedo
y desamparo
Es que el encendido
excedido
incendiario
parece no haber apuntado
la herencia de su antorcha
y es difícil creer que tantas lágrimas
no humedecerán las chispas
que se juntan en la calle...
Y puede ser, cómo saber
si lo que se pretende pasto
tiene raíz para madera...
y al final, decisión para ser árbol.
Paradoja del dolor, la del llorar al desbordado
al saber que es mi propia representación
la que estoy llorando
y dudar, pequeña yo, particular, que es plural
que es nuestro
el fuego que inflamó ese corazón...
no entender
que pobre de mí, entonces sí,
si se me da por apagarlo...
28 de octubre de 2010
Porque octubre, en Argentina, es sin dudas peronista.
11:37 Unknown
12:52 Hernán
0:24 liviana divaga
0:20 Liliana Alí
17:08 Unknown
11:49 Unknown
16:09 Liliana Alí
0:06 Sil Machado
16:05 Unknown
Hace unos días, como suele hacerlo con la delicadeza y sensibilidad que la caracterizan, Irupé Tentorio, compartió en facebook un fragmento de la película Vivre sa vie (Vivir su vida) de Jean Luc Godard (1962). En los diez minutos que dura el extracto se puede ver un diálogo entre Nana (Anna Karina) y un filósofo (Brice Parain haciendo – tal vez – de si mismo). Allí se habla de la relación entre pensamiento y palabras. Como no podía ser de otra manera es casi un monólogo del filósofo sobre los mundos creados a través de las palabras con breves interrupciones mayéuticas por parte de Nana. Sin embargo, permítanme decir, creo que lo más significativo, lo que más provoca al espectador, lo que establece un punto de partida disruptivo no está dicho en palabras, no está explícitamente hablado, sino que se resume en una mirada. Mientras el filósofo despliega palabras sobre palabras (sobre el pensar y el decir), Nana mira a la cámara. Mira – fijamente – a quien está mirando la escena en la pantalla. Por un instante nos descubre mirándola, viéndola escuchar el habla que parece perderse en ese momento. No hay palabras ahí, no hay decir, sólo una mirada profunda que pareciera estar mas allá de lo que semántica y sintácticamente se escucha hablar. Y, debo decirlo, la mirada de Nana enamora. Y es entonces que el sentido se hace difuso y cada palabra se esfuma detrás de los ojos de Nana, y ya nada importa, si las palabras son pensamientos o estos palabras y si pensar, como Athos, sólo lleva a la muerte. Quizás sea la alegoría más precisa del deseo (ecos lejanos de significantes vacíos), aunque – como toda metáfora – no del todo exacta.
El 6 de diciembre de 1919, en el número 1105 de Caras y caretas, Horacio Quiroga publicaba –bajo el subtítulo de “Variedades” – una bella e inteligente reflexión sobre el encantamiento que generaban las estrellas de cine. Se preguntaba, el escritor que supo poner en evidencia la tontuela vanidad de los flamencos, la deriva sin fin de un cuerpo envenenado o la lógica pura, inocente y trágica de los degollamientos, que hacía que nuestro corazón quedara en vilo ante la aparición de las bellas actrices del cine. “¿Por qué, pues, la profunda ola de amor por las estrellas mudas en que se ahoga y continúa ahogándose el alma masculina de las salas de cine?”(Horacio Quiroga: Arte y lenguaje del cine; Losada, 199643/44). En la interpretación del escritor el secreto está en el tiempo: mientras que las mujeres que nos encandilan en lo cotidiano brillan fugazmente ante nuestra mirada (“porque la hermosa chica que toma el tranvía se lleva con ella el tiempo que hubiéramos necesitado para adorarla”); las estrellas de cine se nos presentan en la pantalla desplegando su seducción durante la duración del filme (“Ni un rincón de su alma nos queda oculto”). Ahora, plantea Quiroga, si la belleza fugaz que cruza ante nosotros en las calles por las cuales transitamos distraídos pudiera ser contemplada (“vidrio de por medio”) durante unos cuarenta y cinco minutos nos daríamos cuenta que ejercería sobre nosotros la misma arrobadora sensación que las más reconocidas estrellas del universo cinematográfico. Y así podríamos: “dejar dichosamente quemar nuestra alma, ala por ala, ante los celestes ojos de modestas estrellas particulares.”
Palabras escritas (las de este texto al menos) que refieren a miradas indecibles, a momentos de goce que atraviesan el lenguaje poniendo en evidencia sus límites. Cuando comencé a escribir sobre estas miradas, la de Nana en la película de Godard, la de Quiroga sobre las estrellas del cine mudo y las fugaces bellezas del encuentro cotididiano; pensé en donde mi corazón se estremecía perdiéndose por un instante del pensar ordenado o confuso del día a día. Cual era el momento en que se diluían las preocupaciones laborales, los rollos amorosos y afectivos, los campos minados del mundo en que vivo. Ese instante, esa mirada que capta y se pierde, ese goce de lo bello que – en un tiempo diferente – me deslumbra y enamora, es cuando veo una mujer que caminando se arregla el pelo. Y es ahí, como ahora, que me quedo sin palabras.
10:00 Daniela Pasquet
9:47 Liliana Alí
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