Variaciones infinitas 8

Si la tecnología no me hace algún gesto esquivo, ensamblo al fin la nota. 
Es que se me va este 17 de octubre, y quería atar esta crónica a su calendario; el regreso del sur y sus espacios patagónicos me devolvieron unas ganas por refrendar algo, que quizá no sea necesariamente
lealtad sino más bien confirmación de sentires.
Río Turbio, pueblo minero por antonomiasia en Santa Cruz, se inscribió con fuerza en la memoria de este día peronista. Se me presenta como una síntesis de aquella voluntad colectiva que materializó un proyecto político tan inmenso en el legendario tiempo del primer gobierno justicialista, aquel que ocupó las fuerzas del Estado para sostener intervenciones fundamentales en la vida social argentina.
Allí, unas siglas emblemáticas, incrustadas en los tanques de YPF y en los rieles de YCF recuerdan algo de todo ese impulso gigantesco; construcciones de un tiempo glorioso donde las actividades petroleras y carboníferas, principalmente, dieron sentido al repoblamiento en unos territorios tan inhóspitos. Las ciudades que todavía albergan a las personas dependen directa o indirectamente de aquellas iniciativas que aún sobreviven, con auras decadentes, los procesos de desmantelamiento de décadas (los milicos, el neo liberalismo menemista). Si toda la tragedia de la Patagonia hasta 1930 parecía la venganza de Magallanes, los ferrocarriles y los yacimeintos abandonados parecen hoy la secuela de esa interminable vendeta. 


 Entre cada poblado, se recorren varios cientos de kilómetros de ruta que atraviesan inmensidades apenas demarcadas por los alambrados de unas estancias inconmensurables, heredadas o compradas a los ingleses, galeses, y españoles que tempranamente usufructuaron los espacios patagónicos y explotaron a los trabajadores rurales.

 

Contaba José María Borrero en 1928: “Terminados en Santa Cruz y Tierra del Fuego los trabajos de roturación, consistentes en destruir y hacer desaparecer las que se consideraban malas hierbas (los onas y tehuelches), comenzó para los “primeros pobladores” la segunda más ardua parte de su tesonera labor: encontrar cuidadores de hacienda, buenos ovejeros, que entre los indios no podía ni les convenía reclutar, porque acostumbrados por una a la fácil ganancia de una libra esterlina por cabeza humana, que representaban, no podían conformarse con los míseros sueldos que se les ofrecían, y engreídos de otro lado por los vínculos de crímenes que a sus patrones los ligaban, adquirían el hábito de tratar a éstos con excesiva confianza y en ocasiones con familiaridad insultante.
Se trajeron hombres de Inglaterra y España, pero en principio no daban el resultado apetecido, pues no es lo mismo cuidar ovejas mansas, domesticadas al son de la gaita o las blandeas montañas escocesas, que sujetar hacienda arisca, casi baguala. (…) Y viérase cómo entonces era solicitado el peón criollo, el hoy despreciado gaucho argentino. Poco andariego como es, llegaba en pequeñas proporciones y a grandes intervalos, de cada ocho a doce meses. (…) Pero prontamente empezaron a encontrarles defectos al peón argentino. Su altivez congénita, su indomable altanería dentro de modalidades de modestia y humildad. (…) Nada de extraño entonces, que dotado de esas cualidades, no les gustara aguantar ancas y ante la primera imposición del amo pidiera inmediatamente la cuenta y ante la primera insolencia del mismo le largara la correspondiente puteada; era el grave defecto de la altivez criolla. (…) Hubo que conjurarlos de inmediato de todos los establecimientos de trabajo, substituyéndolos por trabajadores españoles . Y es por eso que ni para remedio se encuentra uno de ellos en las estancias patagónicas; los pocos, los muy contados que restaban, fueron los primeros en caer en las masacres de 1921.” (La Patagonia trágica).

 En contrapunto a la estepa, los hielos del glaciar Perito Moreno, a 90 kms. de El Calafate, poblado de incipiete prosperidad por el turismo internacional y el patronazgo presidencial.
Como es inicio de primavera, algunos trozos caen con estruendo de dinamita. Y desaparecen de la superficie para dejar todo casi intacto.  

Como insisto en poner tamaña naturaleza en alguna proporción humana, retengo estos datos: tiene la superficie de la ciudad de Buenos Aires, y el paredón, una altura promedio de 60 metros de alto, algo así como ocho o nueve pisos de un edificio. 

Este domingo el PERON de Leonardo Fabio trajo imágenes en blanco y negro, algunas en color, de una memoria doctrinaria y una pasión argentina. Esta evocación siguió huellas políticas de helada bravura, iluminadas por interminables labores de vientos, nubes y cielos; en todas hay ecos de otras luchas, unas cuantas derrotas y pérdidas, y otros tantos intentos victoriosos, cotidianos, por arraigarse en los confines australes.









0 comentarios:

Publicar un comentario