Esas cenitas de tanto en tanto

Hace unos años decidieron que era el momento de proponerse realizar unas cenitas de tanto en tanto, por lo menos una vez al mes. Coincidían en que se debían ese tiempo solo para ellas -así como los hombres, a quienes juntarse parece que les resulta más fácil, porque son más decididos o porque tienen mejores excusas.
Las pretensiones pasaban exclusivamente, por poder hilar al menos 3 palabras corridas de una oración sin interferencias, sin gritos, sin corridas alrededor, sin pedidos interminables de auxilio, sin llevadas al baño. Tranquilas.

Ok, todas de acuerdo, y sellaron el acuerdo como un tratado.
Así, cada una organizó lo propio -hijos, marido, trabajo- y comenzaron a disfrutar de esas reuniones nocturnas. Amigas reunidas, diferentes estados civiles -casadas, separadas, solitarias- personalidades completamente distintas -la intelectual, la Susanita, la temerosa, la combativa. Amigas reunidas, para hablar de cosas que les son comunes, despojadas de responsabilidades -por un rato nomás- con los pies descalzos, broche en el pelo (un poco deslucidas tal vez) y copa de vino en mano. Aroma a comida, dulce bienvenida para entregarse al placer.

Con el tiempo se fueron sumando esporádicamente otras, pero fueron pasajeras. Las que sostuvieron el ritual, el espacio ganado, esa conquista, fueron pocas. Cada uno de esos encuentros las aproximó desde lugares distintos, sus vidas se habían desarrollado sin parecidos.

La pregunta es… de qué y de quién hablan las mujeres cuando se juntan?

La respuesta es… de muchas cosas, más de las que se imaginan, pero indefectiblemente pasando primero por los hombres, terminan hablando de ellas mismas.
Poco a poco fueron tejiéndose las tramas de sus secretos. Cómplices, aventuradas, osadas. Miradas que con solo mirar preguntan y responden. Lágrimas y risas. Amplias bocas emanando los sonidos contagiosos de las carcajadas ante lo que se recuerda.

Y aparecen entre los variados temas, los tan entrañables “ex”, esos de los que nadie zafa y categoría que nos es común a todos. Todos somos ex, todos tenemos ex. Pasan los años y ellos permanecen. Surgen entonces los pendientes. Esas historias que quedaron ahí suspendidas, y se vuelven a mirar con ganas. Si, si, con ganas de probar.

- A vos te parece?
–pregunta tímidamente una.
- Más vale, total… qué perdés?
–alientan las que están pensando en sus propios ex
-
No sé, pasó tanto tiempo…

Fue entonces que cada una exploró y buscó en su memoria ese pendiente (que ya no es necesariamente un ex) que titilaba, como la luz amarilla de los semáforos a medianoche.
Próximos encuentros. Repaso de temas: estados de ánimo, notas escolares, cuestiones del trabajo nuestro de cada día, suegras, madres, maridos, novios… pendientes.
Muchos archivos abiertos al mismo tiempo, simultaneidad de temas que sin tener relación directa se conectan entre sí, así somos las mujeres. Vamos cerrando de a uno y queda ese… abierto… a la espera.

La arenga se incrementa, y las copas de vino hacen notar sus efectos. Más relajadas, menos “sujetas” a lo que se debe hacer, se van soltando… flota la idea de lo que podría ser y finalmente lo que se desea hacer. Cuestionamientos propios y mandatos sociales van esfumándose como el humo del cigarrillo de la que fuma. En esas reuniones, no hay música, solo están sus voces, a veces susurros y los silencios, acomodándolas en la reflexión de lo que se escucha y se piensa.

Opiniones encontradas, cruces de palabras, fuertes discusiones y desacuerdos, así de apasionadas son cuando algo les importa, así, son amigas. Se encontraron en lo distinto de cada una y en el respeto de esas diferencias, justito antes de los 40, edad crucial que marca un parate en las mujeres. Algunas profesionales, madres casi todas, esposas aún -o ya no. Estados transitados y gozados. Espacios y deseos resignados (solo por un tiempo) elegidos por amor.

Crisis. Fracturas. Renacimiento. Necesidad imperiosa de volver a sentirse mujeres.
Así, cada una venció sus propios miedos y atravesó sus propios límites, tomaron decisiones y se lanzaron nuevamente a explorar. Y se encontraron en ellas mismas. Cambiadas, inimaginables en otro tiempo, con el deseo a flor de piel y la aventura por delante. Sí amigas, todo… pero todo… valió la pena de un momento.

Hoy, la agenda de ellas se reprograma. Una se envolvió nuevamente en pañales -un nuevo acto de amor, de “su” amor-, otra sigue indecisa, otra se siente libre, otra -experta exploradora- sigue buscando… pero todas sienten lo mismo, el deseo de la continuidad, y las une, más allá de sus afectos, la complicidad de sus secretos de ahora, como cuando eran adolescentes.

Pasados las cuarenta, las mujeres son más apetecibles dicen…
Tal vez porque, al menos éstas, ya aprendieron a disfrutar de esos espacios propios -sin demandas ni demandantes-, tal vez porque son más seguras -al haber aprendido de ellas mismas-, tal vez porque se soltaron y se animan a hacer lo que sienten -sin dejar de ser madres, esposas, amigas-, tal vez por sus amores y dolores… tal vez porque definitivamente le dieron lugar a sus placeres.

Es así, como esas cenitas de tanto en tanto… dieron y dan que hablar.
Amigas, viejas y nuevas, un placer tenerlas.

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