¿Ciro James podría haber sido un buen tipo?


Dos noticias provenientes de la CapitAl, en apariencia independientes una de la otra, me hicieron recordar una misma película: La vida de los Otros, dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck (ufff! cuesta más escribir este apellido que leer el Ulyses)
Ocurre que por estos días muchos porteños están emocionadísimos por el hecho de presenciar la caída de bloques de tergopol forrados de tarlatán que simularán ser paredes del Muro de Berlín, la infame pared derrumbada hace 20 años.
Experiencia breve, de apenas unos minutos duración, oportunidad extraordinaria para que el orgullo republicano criollo se cargue de ínfulas olvidando los propios muros sociales: los que atraviesan a la propia comuna y su conurbano.
La otra noticia refiere a una saga de espionaje montada por los mismos PRObos republicanos que posiblemente al recordar este acontecimiento refieran a la libertad y los derechos de los individuos como valores supremos del ideario liberal.
Y entre ellos tal vez el único buen tipo sea, finalmente, el vilipendiado Ciro James al igual que Gerd Wiesler, el capitán de la policía secreta (la Stasi) que con profesionalidad y absoluta lealtad al Partido recolectaba sistemática y burocráticamente pruebas contra el dramaturgo Georg Dreyman, artista mimado por el régimen, por los mismos dirigentes que apoyaban la operación de espionaje contra él y su novia.
La película nos muestra como el régimen de la Alemania Democrática vigilaba a los opositores y a sus propios miembros: castigo y extorsión.

La mirada minuciosa del capitán Wiesler sobre las vidas de estos otros, artistas díscolos, Breschianos ellos, lo interna en un mundo de goce amoroso, creación literaria y actitudes de resistencia a la opresión sumamente seductor y revelador de la pobreza de la propia vida; tan gris y burocráticamente sistematizada ella para vigilar a los otros, para informar a sus superiores, para proteger al sistema de los desvíos.
Su mirada intrusa lo lleva a dar el angustioso e inquietante paso de penetrar en ese universo ajeno e identificarse secretamente con sus valores, a deleitarse con su música. Valores repudiados desde el orden al que adscribía con particular fervor.
Paradójicamente al mismo tiempo que compromete obsesa su mirada (la del régimen) en cada gesto, en cada acto de esas vidas de los otros vigiladas, su propio orden moral y político entra en franca decadencia. “Si tu cabeza esta llena de ratas”, gritaría Cazuza…

Un solo gesto. Una decisión noble, intensamente elaborada, lo pudo redimir y resignificar su propia vida. Liberar la de ese otro obsesivamente vigilado para castigarlo, la de Dreyman, y liberarse a sí mismo a través de un gesto tan secreto como lo fue su vigilancia: Ocultar la prueba buscada durante tantas horas de escucha… a riesgo de perder su lugar en el sistema, de sufrir el castigo de la degradación dentro del sistema.
Horas en las que disfrutó de una música que hasta entonces le era ajena, La sonata del Hombre Bueno, y la hizo suya, música que lo impulsó al acto que le valió años después el reconocimiento de Dreyman y que, solo Wiesler supo que era para sí, cuando ya derrumbado el muro, en la librería, lee en el nuevo libro del vigilado dramaturgo el agradecimiento a ese número secreto que él fue, su clave de identidad de la Stasi. El mismo que fraguó el último informe de la operación para salvar la vida de los otros.
“Es para mí” contestó lacónico Wiesler al librero que le ofreció envolver para regalo la sonata del Hombre Bueno el libro que le había sido dedicado.
Tal vez Ciro James hubiera podido llegar a ser un buen tipo, a disfrutar de la misma emoción, pero lo pillaron antes de que pudiéra saberlo …

Hernán Cazzaniga

1 comentarios:

Mercucio dijo...

Ajam, tal vez hubiera podido...
Pero pregunto, por curiosidad, sobre la analogía: ¿quién (o qué) sería, en este caso, el repugnante ministro que martiriza a la pulposa Christa Maria, procurando hacer sonar su gran guata sobre las nalgas blancas de la resignación? ¿y quién (o qué) sería esa prometedora actriz que con exuberantes pechos nos permite compadecer de su vida química en un momento y, en otro, nos arranca el grito de "¡traidora!"?
Un abrazo.

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