Con memoraciones
El Café volvió a ser en este blog el lugar de encuentro amistoso, espacio de sociabilidad al que refieren los estudiosos de la vida urbana.
Encuentro desacompasado, en este caso, entre mis recuerdos de chiquilín y las vivencias actuales de mi amiga Daniela que, luego de leer el primero de esta serie de posteos, comentó que concurre de seguido a ese mismo Pensamiento, desde dónde mira el escenario que yo veía unas tres décadas atrás a través de sus vidrios, desde esa esquina de Brandsen y Montes de Oca.
La conmemoración del Pensamiento y la revelación de que Daniela se hizo habitué reciente de ese tradicional Café porteño tramaron las dos o tal vez tres preguntas con que concluía la entrada anterior. Continuidad de otra que la precedió en este mismo blog con analogías trajinadas por Borges y anteriormente urdidas por Saussure como bien señalara Liviana Divaga en un comentario. La cadena de autoridades podría extenderse hasta algún instante en el que dé con el enunciador primero de esta imaginería afecta a pensar lo real como transformaciones de modelos formales.
Es probable que las leyes antitabaco hayan despejado el humo del ambiente que reinaba en ese recinto pero tales imperativos no gobiernan sobre el universo de reminiscencias envueltas de nostalgias. Ese gris laberinto forjado por la pena de verse uno ausente de la patria. Del Barrio y sus emblemas: el Café, una plaza –la Virrey Vertiz- que quedó aplastada bajo una autopista, la esquina de Brandsen y General Hornos, un patio.
Por sentirse lejos de los deudos o amigos sacrificados en algún gambito de la vida, víctimas de la suicida sabiduría de partidas magistrales y de acosos a encarnizadas reinas cometidas por homéricos personajes, de andar oblicuo, con movimiento ligero, espíritu ladino y si fuera el caso agresor.
Mentados como un tablero de ajedrez, estos cafetines, línea de frontera entre lo público y lo privado, se insinuaron como una pequeña matrioska dentro de una cuadricula mayor: La distribución en dameros de la ciudad, herencia que, aquellos moros católicos de yelmo y armadura alucinados por la promesa de oro, trajeron de Iberia y proyectaron desde el Parque Lezama sobre la vasta llanura.
Grilla es como identifica el arquitecto Gorelik a este modo de distribución de la propiedad sobre el suelo en su estudio acerca del espacio público y la cultura urbana en Buenos Aires. Así llama al dibujo de ese gran tablero, suerte de metamorfosis infinita del cuadrado que se extendió sobre una superficie romboidal ganándole tierras al “desierto”, cuadriculando la planicie pampeana, convirtiéndola en un gran negocio inmobiliario. Forma geométrica a la cual se le interpuso la idea del Parque para recrear el sentido de lo público.
Tal vez para borrar todo vestigio de aquellos años de conquistas sociales, Cacciatore decidió plantarle un lago ya en los 70 para ahogarla definitivamente.
Encuentro desacompasado, en este caso, entre mis recuerdos de chiquilín y las vivencias actuales de mi amiga Daniela que, luego de leer el primero de esta serie de posteos, comentó que concurre de seguido a ese mismo Pensamiento, desde dónde mira el escenario que yo veía unas tres décadas atrás a través de sus vidrios, desde esa esquina de Brandsen y Montes de Oca.
La conmemoración del Pensamiento y la revelación de que Daniela se hizo habitué reciente de ese tradicional Café porteño tramaron las dos o tal vez tres preguntas con que concluía la entrada anterior. Continuidad de otra que la precedió en este mismo blog con analogías trajinadas por Borges y anteriormente urdidas por Saussure como bien señalara Liviana Divaga en un comentario. La cadena de autoridades podría extenderse hasta algún instante en el que dé con el enunciador primero de esta imaginería afecta a pensar lo real como transformaciones de modelos formales.
Es probable que las leyes antitabaco hayan despejado el humo del ambiente que reinaba en ese recinto pero tales imperativos no gobiernan sobre el universo de reminiscencias envueltas de nostalgias. Ese gris laberinto forjado por la pena de verse uno ausente de la patria. Del Barrio y sus emblemas: el Café, una plaza –la Virrey Vertiz- que quedó aplastada bajo una autopista, la esquina de Brandsen y General Hornos, un patio.
Por sentirse lejos de los deudos o amigos sacrificados en algún gambito de la vida, víctimas de la suicida sabiduría de partidas magistrales y de acosos a encarnizadas reinas cometidas por homéricos personajes, de andar oblicuo, con movimiento ligero, espíritu ladino y si fuera el caso agresor.
Mentados como un tablero de ajedrez, estos cafetines, línea de frontera entre lo público y lo privado, se insinuaron como una pequeña matrioska dentro de una cuadricula mayor: La distribución en dameros de la ciudad, herencia que, aquellos moros católicos de yelmo y armadura alucinados por la promesa de oro, trajeron de Iberia y proyectaron desde el Parque Lezama sobre la vasta llanura.
Grilla es como identifica el arquitecto Gorelik a este modo de distribución de la propiedad sobre el suelo en su estudio acerca del espacio público y la cultura urbana en Buenos Aires. Así llama al dibujo de ese gran tablero, suerte de metamorfosis infinita del cuadrado que se extendió sobre una superficie romboidal ganándole tierras al “desierto”, cuadriculando la planicie pampeana, convirtiéndola en un gran negocio inmobiliario. Forma geométrica a la cual se le interpuso la idea del Parque para recrear el sentido de lo público.
Grilla y Parque cifran según Gorelik la trama de sentido porteña pergeñada entre el final del siglo XIX y la década del 30.
La urbanización en base a estas dos figuras transformó en los alrededores del centenario no sólo la organización del territorio urbanizado sino también los modos de vivir en esa centuria de regiones cantadas por Alberto Castillo.
Grilla y Parque organizaron el espacio metropolitano con sus líneas geométricas de edificación y sus espacios verdes sobre los cuales se despliegan la vida ciudadana, la sociabilidad popular y el relato sobre la Nación recreado en torno a aquellos parques en los monumentos e instituciones públicas emplazadas para celebrarla y darle sentido público a ese sentimiento imaginario común.
Pero ambas formas condensan sentidos contrapuestos, modalidades de pensamiento inconciliables: en tanto el Parque representa el locus privilegiado por los diseñadores urbanos para llevar a cabo la reforma social, cultural y urbana que el crecimiento de la otrora gran aldea reclamaba; la Grilla en cambio lleva impresa la imagen de la especulación económica.
La urbanización en base a estas dos figuras transformó en los alrededores del centenario no sólo la organización del territorio urbanizado sino también los modos de vivir en esa centuria de regiones cantadas por Alberto Castillo.
Grilla y Parque organizaron el espacio metropolitano con sus líneas geométricas de edificación y sus espacios verdes sobre los cuales se despliegan la vida ciudadana, la sociabilidad popular y el relato sobre la Nación recreado en torno a aquellos parques en los monumentos e instituciones públicas emplazadas para celebrarla y darle sentido público a ese sentimiento imaginario común.
Pero ambas formas condensan sentidos contrapuestos, modalidades de pensamiento inconciliables: en tanto el Parque representa el locus privilegiado por los diseñadores urbanos para llevar a cabo la reforma social, cultural y urbana que el crecimiento de la otrora gran aldea reclamaba; la Grilla en cambio lleva impresa la imagen de la especulación económica.
Contraste de sentido y de formas. Al parque le es permitido encorvarse, arremolinar al ciudadano, reunirlo en un espacio común, romper la cuadratura, pintar de verde una parcela sustraída al gris cemento impuesto por el mercado inmobiliario.
Los más de treinta Parques porteños (incluyendo la reciente reserva ecológica) además de darle un respiro al paisaje y constituir un lugar de “natural” escurrimiento de las aguas por el hecho de ubicarse en los bajos de Buenos Aires son reservas de lo público destinadas a celebrar y disputar simbólicamente la Historia común.
Así como el Parque Tres de Febrero, emplazado en la Estancia de Rozas en Palermo celebra el combate de Caseros y borra la memoria de los símbolos que lo precedieron; el parque Centenario también diseñado por el paisajista francés Carlos Tahys es expresión de los combates por la Historia, celebración de sus provisorios triunfadores, de la lucha entre memorias y conmemoraciones.
Inaugurado en los que todavía eran unos descampados allá por 1910, sobre la frontera de la trama urbanizada por entonces, este Parque ovalado ubicado en el centro geografico de la ciudad supo rodearse de instituciones públicas notables como el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia o el Observatorio símbolos del orden y el progreso positivista, normalizador, imperante.
Promediando el siglo XX se incorporó a esta geografía ovoide un Anfiteatro emblemático de la época que la fusilería del 55 se encargó de demoler al mismo tiempo que, como ocurriera con la memoria de Rozas décadas antes, censuraba toda mención al líder de esta etapa histórica.Los más de treinta Parques porteños (incluyendo la reciente reserva ecológica) además de darle un respiro al paisaje y constituir un lugar de “natural” escurrimiento de las aguas por el hecho de ubicarse en los bajos de Buenos Aires son reservas de lo público destinadas a celebrar y disputar simbólicamente la Historia común.
Así como el Parque Tres de Febrero, emplazado en la Estancia de Rozas en Palermo celebra el combate de Caseros y borra la memoria de los símbolos que lo precedieron; el parque Centenario también diseñado por el paisajista francés Carlos Tahys es expresión de los combates por la Historia, celebración de sus provisorios triunfadores, de la lucha entre memorias y conmemoraciones.
Inaugurado en los que todavía eran unos descampados allá por 1910, sobre la frontera de la trama urbanizada por entonces, este Parque ovalado ubicado en el centro geografico de la ciudad supo rodearse de instituciones públicas notables como el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia o el Observatorio símbolos del orden y el progreso positivista, normalizador, imperante.
Tal vez para borrar todo vestigio de aquellos años de conquistas sociales, Cacciatore decidió plantarle un lago ya en los 70 para ahogarla definitivamente.
Pero hace poco se construyó allí un anfiteatro (de menor envergadura por cierto) que reivindica la figura de Eva (que esta semana hubiera cumplido 91 años).
En estos tiempos de redondeo bicentenario, en las tardecitas soleadas de domingo otra chica del interior, despojada de verdades y consecuencias, tal vez sea partícipe de las fiestas candomberas que allí celebran los pibes de Caballito y Flores y no faltará el pícaro arrabalero que se acerque a la cimbreante muchacha para convidarle ir a un Café y chamuyarle como antaño la diferencia entre Flores y Floresta, esas otras patrias porteñas.
Hernán Cazzaniga
3 comentarios:
Qué cosa, Hernán, los mapas de la vida!
Pensar que supe desayunar varias veces en ese café, y tener charlas sobre teatro comunitario con otros compañeros porteños, cuando mi querido amigo y maestro Ricardo Talento, director del grupo barrial de Barracas y su esposa Catalina, me recibieron en su departamento,a pocos metros de allí. Y como paraba (como decimos los provincianos) en ese lugar, me hice habitué hasta para almorzar.Conocí a su legendaria dueña, que tiene reservada siempre una mesa estratégica, y corriendo, como andamos todos en suelo porteño, tuve mi porción de Pensamiento en común.
Liviana Divaga.
Estimada Liviana: El Pensamiento es un misterio del cual ya no se ocupan los griegos, los pobres andan más distraidos con temas bursátiles que afectan materialmente la vida.
Las especulaciones metafísicas las han abandonado, dejándolas para solaz de filósofos y poetas de arrabales porteños que de aquellas crisis las saben lunga y prefieren reunirse en ciertos templos propicios para imaginar ficciones.
Bien sabido es que esos locales están estrategicamente ubicados al sur de la avenida Rivadavia, en una esquina cualquiera de una cartografía precisa.
En Barracas la materia filosófica logró la síntesis perfecta cuando se convirtió en un Café de culto.
Ricardo Talento conoce muy bien los circuitos de este barrio y, sin dudas, estará mentando su merecido homenaje a los protagonistas del Pensa, piezas de ese tablero que ahora me vengo a enterar vos también integraste. ¿Armada reina movida quizás por un director de teatro comunitario? ¿Serán estos tipos los dioses que refiere Borges en el poema citado? ¿cuántas Alicias cruzan el mismo espejo y confluyen en el mismo lado?: En el viejo Pensamiento de mi barrio. O será que las chicas del interior llegan a la avenida Montes de Oca, la otrora "calle larga" atraídas por la leyenda de quien fuera la más linda de Buenos Aires y no soy exagerado: Guido Spano la llamó la mujer más hermosa de la República, Felicitas Guerrero.
"el Sur es la sustancia original de que esta hecha Buenos Aires, la idea platónica de Buenos Aires. El patio, la puerta cancel,el zaguán son (todavía)Buenos Aires; sobreviven patéticos, en el Centro y en los barrios del Oeste y del Norte; nunca los vemos sin pensar en el Sur. Hace Treinta años me propuse cantar mi barrio de Palermo; Celebré con metros de Whitman las oscuras higueras y los baldíos, las casas bajas y las esquinas rosadas; redacté una biografía de Evaristo Carriego (...) Un almacen iluminado a la noche, una cara de hombre, una música, me traen algna vez el sabor de los que busqué en esos versos; esas retituciones, esas confirmaciones, ahora solo me ocurren en el Sur. Yo creía cantar a Palermo, había cantado al Sur, porque no hay palmo de Buenos Aires que pudorosa, íntimamente no sea, sub quadam specie aeternitatis, el Sur".
Del Prólogo de Jorge L. Borges al libro Buenos Aires en tina China
Saludos de Jorge de Parque Patricios, que empieza a colorearse de ocre
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