Las jugadas y las sombras


"Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e, inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro... Hacia el atardecer, uno de los reyes derriba el tablero porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia: tu ejército huye, has perdido el reino" (Leyenda Celta) citada por Borges y Bioy Casares.
Pensamientos acerca del Café de mi barrio. Imágenes de la película de Jarmusch.
Recurrentes evocaciones de Ferdinand de Saussure comentadas por Liviana Divaga en la entrada anterior.
Conversaciones con infinitas variaciones que no agotan jamás el universo de enunciaciones posibles, aunque conformen, sí, el universo de todo lo realmente realizado. Al menos hasta la próxima jugada: quizás la que dé mate y ofrezca nuevamente la posibilidad de volver a distribuir los trebejos sobre el tablero, sobre los mosaicos del Café que les sirven de escena a las humeantes charlas o el emplazamiento disputado por los bandos contrarios en cada guerra entre dos reinos.
Como recitábamos ayer “Dios mueve al jugador y éste la pieza. ¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza, de polvo y tiempo y sueño y agonías?”

¿Movido por cuál de estos dioses Escher tramó este Ajedrez infinito, en perpetua metamorfosis, en el cual, quizás entre otros, se celebre el ritual entrevisto ya por los Celtas?
En cierto modo ellos ya habían mentado la metáfora de los espejos, suerte de laberinto en el cual dos reyes juegan sobre un tablero que refleja el drama de sus súbditos luchando por defender sus respectivos reinos.
¿Quién movía secretamente aquellas piezas?, ¿De dónde surgió la luz primera encerrada aún en este universo especular; su primera movida? ¿Cuál ha sido el movimiento que precedió al anuncio del jinete? ¿Cuál será el que preceda a la huída que dictará el jaque mate en la próxima? ¿A cuál de los dioses le compete la responsabilidad de liberar de este universo de actos reflejos a los combatientes?
La salida, aconseja Marechal, hay que buscarla por arriba. Pero… ¿es posible salir por arriba o por abajo si acaso el universo fuera como el tablero que acompaña al epígrafe, ilustrado por Sandro del Prete?
Semejante a las arquitecturas diseñadas por Escher, esta obra de Del Prete abre por lo menos dos interrogantes o tal vez tres:
¿Es posible salir del gris laberinto del humo desprendido por pocillos y cigarrillos que recuerdan el Café al que concurre habitualmente Daniela por estos días, o acaso nos sumerge en otro de los tantos nudos de Escher? ¿Estaba escrito en alguna parte que mi entrañable amiga viviría en un edificio de Barracas en cuyos patios hice picar la pelota infinidad de veces y mire desde el Pensamiento el verde de la Plaza Colombia?
Tal vez ella atravesó el espejo que yo crucé en el sentido inverso cuando vine a Posadas.

Hernán Cazzaniga
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza,de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Jorge Luis Borges
Ayer no fui, ni oí Provisorio.
¿Será por eso que sigo mentando situaciones acerca del Café del barrio de mi infancia y los recuerdos de generaciones de “cafés y cigarrillos”?
Tom Waits e Iggy Pop retratados por Jim Jarmusch en la escena que incluí al final de este post se asumen como miembros de esa generación. Pertenecen a la misma de aquellos que yo miraba detenerse en “El Pensamiento”, la de los que a veces me dejaban acompañarlos en la mesa cuando pibe, en los años 70.
Mis mayores; los que me rajaban a casa cuando a la noche empezaba a rondar la Federal.
Tiempos en blanco y negro donde el humo del café y de los cigarrillos confluían para tornar aquel local una región gris.
Monocromía de barrio encerrada en cuatro paredes con vidriera para ver y comentar el pasar de la muerte taconeando altanera.
Aquellas nubes envolvían la infinitud de charlas y partidos de truco.
Juegos de gesto adusto, con ceños arqueados, parpados entre cerrados y una mueca de sonrisa, mas allá del pucho.
El lento orejeo de las barajas contribuía a darle suspenso a la intemporal y, en cierto modo, eterna escena. Eterna como el ritual agonístico que, junto al café y otras especias, vino de Oriente: el Ajedrez.
Paradójicamente no recuerdo que el Ajedrez se jugara en “El Pensamiento”. No obstante, una imaginaria estadística asocia sus tableros con estos característicos bares porteños.
En sus mesas “la gravedad del odio de dos colores” se debate continuando esa trama que Borges advierte infinita.
Pero también el vínculo surge metafísicamente sobre sus típicos mosaicos. Cuadrícula sobre la cual se distribuyen las piezas que ejecutan las sempiternas charlas como si fueran las movidas del legendario juego con sus innumerables variaciones.
Las piezas desplazadas ignoran que son movidas por un jugador, a quien Borges imagina movido por un Dios detrás del cual, se avizora un otro que tramó estos recuerdos desempolvados acerca de tiempos y sueños agonizados.
Variantes convertidas en acto, en cada jugada efectuada o en cada enunciado dicho; dejando de lado lo no dicho, lo no jugado. Ubicándolo en otro universo: El de lo dispuesto para jugarse en otra oportunidad, en otra charla, que tal vez contradiga a la anterior... o simplemente trace una asíntota en relación a las que la precedieron.
El Café es un ajedrez misterioso: cambian las piezas y las jugadas, se suceden las partidas como las palabras que articulan nuevos enunciados, dando lugar a nuevas poesías pensó alguien en otro Barrio, del otro lado de la avenida Rivadavia, en el viejo Palermo de la mítica manzana, dónde se pretende desconocer que Buenos Aires fue fundada en Barracas a orillas del Parque Lezama.

Metamorfosis infinita imaginada por Escher, pensando quizás en el Ajedrez o tal vez en el Café, en la poesía o en las controversias sobre los orígenes de lo existente.
Hernán Cazzaniga

DESPEDIDAS

Situaciones que a veces se quieren definitivas, y otras que lo son, las despedidas pueden ser vistas como una puesta en escena, un subrayado, un agregado de hojaldre discursivo y gestual a una separación, a una premeditada ausencia, al final de un amor. Pequeñas representaciones, suerte de temas pop de duración limitada con su letra, su música, su puente y con algunos estribillos repetitivos y pegadizos. Puede ser una cita, previamente estipulada, o el paso por una puerta en donde de golpe las palabras (y los gestos) encontraron la contundencia del adiós. Se suele decir, muchas veces, - y tantas otras uno lo ha escuchado - que “nunca mas nos volveremos a ver” o, contrariamente, “quiero estar siempre cerca tuyo”. Ni lo uno, ni lo otro dependerá de lo que se diga, sabemos, el pasado es relato y el futuro arbitrio a ser relatado después. Cada palabra, y cada gesto, toma su sentido en las postrimerías, cuando la historia ha de ser contada, cuando se ordenan la secuencias, cuando se edita el material, en la mesa de montaje. Hay – sin embargo - una despedida sin retorno y es la de la muerte. Un par de canciones (tal vez alguna más), y un obituario serán las excusas para escribir sobre las despedidas.

Corría el año 1956, en la argentina gorila de la llamada revolución libertadora, cuando el poeta, escritor y compañero Cátulo Castillo (autor - entre otros títulos de la canción popular - de La última curda, Desencuentro, Silbando, Caserón de tejas, Tinta roja y la Marcha del Sindicato de Luz y Fuerza) publicaba El último café con música de Héctor Stamponi. Ya la desesperanza y el desencuentro con la fe tiñeron sus letras de oscuro pesimismo, de nostalgia por lo que ya no es; en donde la palabra último - o última – se hizo recurrente, referente, telón que se cierra sobre el corazón. En ese tango, Castillo, describe una despedida. La evocación de un atardecer otoñal, la garúa, el café y la voz que vuelve una y otra vez para decir: “lo nuestro terminó…” El tango va mas allá, todavía, y habla de la muerte, de verse morir ante la impiedad de la otra persona. Mide (y esa es la palabra: medir) la vanidad para comprender de esa manera lo arbitrario de la soledad. El sinsentido del mundo expresado en un adiós.

El último café
Música: Héctor Stamponi
Letra: Cátulo Castillo

Llega tu recuerdo en torbellino,
vuelve en el otoño a atardecer
miro la garúa, y mientras miro,
gira la cuchara de café.

Del último café
que tus labios con frío,
pidieron esa vez
con la voz de un suspiro.

Recuerdo tu desdén,
te evoco sin razón,
te escucho sin que estés.
"Lo nuestro terminó",
dijiste en un adiós
de azúcar y de hiel...

¡Lo mismo que el café,
que el amor, que el olvido!
Que el vértigo final
de un rencor sin porqué...

Y allí, con tu impiedad,
me ví morir de pie,
medí tu vanidad
y entonces comprendí mi soledad
sin para qué...

Llovía y te ofrecí, ¡el último café!


Relato de una evocación, El último café, nos cuenta una despedida de la cual ha pasado, ya, un tiempo. Despedida que pone en evidencia que lo mejor era decirse adiós (“…te evoco sin razón…”) y que sin embargo vuelve a ser narrada. Si bien no hay una mención explícita al género salvo algunos detalles ambiguos la canción bien podría ser cantada por un hombre o por una mujer. La música, (suponiendo que esta pudiera adjetivarse corriendo los lógicos riesgos de la traducción) es teatral, vertiginosa y en espiral.

De José Alfredo Jiménez, dicen que silbaba sus canciones para que los músicos las pudieran tocar, que tuvo amores imposibles y otros tantos que dieron cierto. Una de sus primeras composiciones, en los inicios de la década de 50 fue Ella. También en primera persona relata una despedida, el final de un amor. A diferencia del tango, en el tema de José Alfredo Jiménez el autor habla de sí, del ruego, del llanto, de lo inexorable del fin a pesar del gesto de piedad ante tanta expresión de desamparo. En este caso es un hombre que le canta a una mujer, o una mujer a otra mujer, pero es inevitable, ya en el título, con el uso del pronombre correspondiente a la tercera persona singular femenino: ella. Igual que en el tango una voz dice que llegó el final, que la vida se hunde “…en un abismo profundo y negro…” Acá no hay café, hay tequila y mariachis de testigos.


Ella
(José Alfredo Jiménez)

Me cansé de rogarle,
me cansé de decirle
que yo por ella
de pena muero.

Ya no quiso escucharme
si sus labios se abrieron
fue pa' decirme
ya no te quiero.

Yo sentí que mi vida
se perdía en un abismo
profundo y negro
como mi suerte.

Quise hallar el olvido
al estilo jalisco
pero aquellos mariachis
y aquel tequila
me hicieron llorar.

Me cansé de rogarle
con el llanto en los ojos
alcé mi copa
y brindé con ella.

No podía despreciarme
era el último brindis
de un bohemio
con una reina.

Los mariachis callaron
de mi mano sin fuerzas
cayó mi copa
sin darme cuenta.

Ella quiso quedarse
cuando vio mi tristeza
pero ya estaba escrito
que aquella noche
perdiera su amor.


Despedidas de amor profundo, qué solo las canciones pueden contar en esa pequeña síntesis de palabras y de música. Vericuetos y situaciones de la educación sentimental que pueden cantarse y contarse a viva voz como si la historia fuera propia. También lo es, sin dudas. La cuestión es que tanto en una como en otra canción el punto de vista es el del que será, o es, despedido. Es aquel que no prevé, o no espera escuchar “lo nuestro terminó” o “ya no te quiero”. Mientras que en el tango ella – o el- son inexorables en la decisión, mostrándose con frialdad y contundencia, en la ranchera ella es una reina, que incluso hace el gesto de contener al tipo – o tipa – en plena explosión emocional, pero es el destino, que como todos los destinos ya está escrito, el que determina la despedida.

Pero, escribía al comienzo, existe una despedida sin retorno, que es la que acompaña a quien se ha ido “hasta el mundo de las sombras absolutas”; tal cual lo escribe – y lee, y dice – Jacques Derrida en las palabras dedicadas a Louis Althusser durante su funeral. La despedida a los muertos ha sido ha sido – y seguramente es – uno de los grandes tópicos en los relatos etnográficos. Rituales mortuorios que dan significados múltiples a las ausencias que algunas veces se consideran definitivas. Es lo que cuenta Derrida al describir lo insoportable de la ausencia y el silencio, de la falta de palabras o de la sobreabundancia de estas. De cómo muere uno de los mundos que se crearon en la relación con el otro, con la persona querida, con el compañero, el maestro, el contrincante y como, ese lamentarse “egoísta”, “narcisista”, por lo que en uno muere ante la partida del otro. Mundo único, e intransferible, sin réplica posible ni redención.

“Lo que se acaba, lo que Louis se lleva consigo, no es solamente tal o cual cosa que habríamos compartido en un momento dado o en otro, en un lugar u otro. es el mundo mismo, un determinado origen del mundo, el suyo sin duda pero también el del mundo en el que yo he vivido, en el que hemos vivido una historia única, irrepetible en cualquier caso y que habrá podido tener diferentes sentidos para cada uno de nosotros, como el sentido que tuvo para él también pudo ser diferente; éste es un mundo que para nosotros es el mundo, el único mundo, que se precipita a un abismo del que ninguna memoria —incluso si conservamos, como conservamos, la memoria— podrá salvarle.”


Sin embargo, en la despedida, lo único que se puede poner en palabras es ese mundo creado con, o a través de, la resonancia del otro. Hay una historia común, contada –seguramente- de maneras diferentes.

“En el fondo, sé perfectamente que Louis no me puede oír, que sólo me oye dentro de mi, dentro de nosotros (nosotros. que sólo podemos ser nosotros mismos a través de la resonancia en nosotros del otro, también del otro mortal), y me doy cuenta de que en mí su voz insiste para pedirme que no finja que le estoy hablando, y me doy cuenta también que no tengo nada nuevo que decir a los que estáis aquí, precisamente porque estáis aquí.”

¿Para quien, o a quien se dirigen, las palabras dichas en un funeral? Fragmentos de una historia, esbozos de alguna aventura, descripción parcial de un mundo creado en la relación entre dos personas, Derrida habla, en su dolor, en su convencimiento de que ni siquiera tiene sentido decir aquello que los presenten en el funeral ya saben; el habla –decía - para “los que vendrán” y puedan intuir algo de lo que significó el tiempo y el nombre de Louis Althusser.

Del “ya no te quiero” de la canción, al texto de despedida en el funeral del maestro, las palabras - algunas veces con música , otras con el sólo sonido de la voz – intentan traducir las maneras de la ausencia, los fantasmas de la presencia. Aquello que es y no es al mismo tiempo, cenizas, humo del cigarro o del porro, el don de lo inefable.

Café Azar
Posadas, fin de abril de 2010. -

Pensamientos de Café


Está vez debería haber empezado este escrito diciendo como acá y acá "ayer (no) fui a Provisorio” pero lo inesperado hizo que esta entrada se inscriba en la tópica de “las vísperas escriturales” iniciada por Liviana Divaga aquí y continuada por Café en esta otra entrada. Tampoco fui a los siguientes Provisorios por lo que la rutina autoimpuesta de escribir luego de cada miércoles un “ayer fui…” se tornó un tanto aleatoria o discontinuada: Independiente de las suposiciones de mi amigo Azar ha quedado sujeta a circunstancias que no vienen al caso explicar.
Pero si me permiten quisiera referir al Café.
No, de nuevo no a Café Azar. Sino a la derivación que tuvo el nombre de esta bebida africana que los árabes legaron al mundo.
Ocurre que hace un par de miércoles atrás no fui a Provisorio pero oí divertido la charla que tuvieron Café y Miguel con el Tano Fiorio (cada día canta mejor) y la promoción de su Cd cantado a dúo con el Piano de Mauri Peréz.
Al cierre del Programa se escuchó la interpretación que grabaron de “El último Café”, Tango de Cátulo Castillo que habla de una tarde de lluvia en la que el café lo invita a evocar según él, sin razón, a aquella: la del desdén, la del adiós de azúcar y de hiel como el café.

La bebida y su aroma evocan geografías trajinadas y situaciones como la de esa despedida cantada o ciertas rutinas que marcan nuestras vidas como el aroma del café que mi veja me mandaba a comprar cuando pibe en el almacén de la esquina en la avenida Montes Oca, donde lo molían a pedido con una maquinita gris .
Aroma que según como soplaran los aires podía combinarse con la del chocolate de la Fabrica Águila o de la Bagley equidistantes a seis cuadras de mi casa, el centro de aquel universo barrial que los astrónomos de Buenos Aires llamaron Barracas.
Y también ese "último café" dio lugar en este torbellino de recuerdos, a cierta “saudades de estaño”.
No sé si hay otra bebida o alimento que como el café diera, sin modificarse, su nombre a espacios característicos de la sociabilidad urbana. Bebida y local de consumo se confunden en un mismo nombre. Suerte de metonimia de todo lo que en realidad encierra el bar.

Sé que hay un artículo de Philippe Ariés -antaño nos hizo leerlo la Goro en clases de Antropología de las Sociedades Complejas- que refiere al Café, el Coffee dirá el afrancesado, como espacio relevante de la vida moderna.
No pude reencontrarme ahora con este texto pero hasta donde recuerdo mentaba al Café como un espacio de frontera entre lo público y lo privado, entre el universo masculino y el familiar. Lugar asociado a ciertos vicios viriles en el que antiguamente no era bien vista la permanencia de las mujeres reputadas como honorables. Local peligroso para la cándida inocencia de los chiquilines que aspiraban a sentarse en sus mesas milagrosas.
Pero sí pude recontrarme hace poco, una bella tarde, con el que para mis recuerdos infantiles es El Café: “El pensamiento” o “el Pensa” como abreviaban los vecinos al nombrarlo.
Todavía está ahí en la ochava de Montes de Oca y Brandsen: con su barra, con su mosaico cuadriculado, con su mueble para colgar las copas, con una marquesina un poco más novedosa. Sin la separación entre el salón de adelante, dónde se sentaban los muchachos del barrio y el territorio reservado a las familias con su frontera sutilmente trazada por cortinas cuadriculadas en las ventanas y que ya lo transformaban en un mini restaurante.
Nombre en singular y filosófico: “El Pensamiento” encerraba por aquellos años la cifra de la metafísica de arrabal inmersa en nubes de puchos y el tintinar de las cucharas en los pocillos que contenía el café que expendía la enorme y humeante máquina Express o el hielo agitado en vasos de whisky y, el murmullo y las risas o los dichos de un partido de truco.
Generaciones de muchachos de barrio, las del Café y el cigarrillo, los de la vieja guardia y los de la joven, engominados los unos y flequilludos los otros, bandoneón y guitarra electrica convivían en mesas separadas, no sin cruzar algún comentario fulbolero o al pasar de alguna mina frente al convento de Santa Felicitas que como es sabido todavía evoca a la mujer más linda de un Buenos Aires de tiempos más lejanos aún.
Estar en “el Pensa” con mis hermanos mayores y sus amigos era un secreto orgullo para aquel niño que fui. Pero esa íntima satisfacción concluía cuando una orden emanada a media cuadra, en la 26, nos conminaba a los menores a barrer un calabozo hasta que viniera mi viejo (le tocaba a él porque éramos de los pocos que teníamos teléfono y cierta comprensión paterna) quien se hacía cargo de los hijos propios y de los ajenos con amable discresión.
Esa humillación policial quizás en mi necrológica figure como lo más próximo a un período azul. Todo poeta moderno que se precie tuvo el suyo.
Al mío... lo inspiró “El pensamiento”.

Hernán Cazzaniga

Solo un fragmento de película sueca


A propósto de "Los Hombres que no amaban a las mujeres"
de Niels Arden Oplev sobre novela de Stieg Larson


Una canción, apenas una, puede salvar a su autor. Un cuento brillante, una solitaria novela nos dejan en la memoria también a su creador. En algún caso toda una obra es suplantada por una línea memorable.
En el cine las cosas se suelen complicar, no es solo papel en blanco, pentagrama, o performance del cantante. La pantalla suele comportarse como la vida. ¿Puede decir un obra cualquiera algo que no ha querido? o mejor, puede una película decir algo que nosotros comprendemos mejor que los demás aunque el film esté hecho en Suecia, basada en una novela sueca.





Algunos hombres no aman a las mujeres


Se trata de un film pensado para la pantalla chica, y esto es evidente en la manera de colocar la cámara, en el uso de los planos cortos, en el modo de iluminar.
De algún modo es una película vigilada por el texto que la inspira, que de vez en vez se permite burbujas de intensidad visual, momentos gore de arquitectura singular, combinados con grandes actuaciones, una eficaz dirección de actores que construyen personajes con carne y complejidad.
El cuento en pocas palabras se podría narrar así: “Hace 40 años, Harriet Vanger desapareció de una reunión familiar en la isla que pertenece y es habitada por el poderoso clan Vanger. Su cuerpo nunca se encontró, sin embargo su tío está convencido de que fue asesinada y de que el asesino es un miembro de su propia familia, una familia unida y a la vez disfuncional. Contrata entonces a Mikael Blomkvist, periodista caído en desgracia y a la tatuada y salvaje hacker informática Lisbeth Salander para investigar el caso. Será cuando la pareja relaciona la desaparición con un número de grotescos asesinatos de hace cuarenta años, cuando comiencen a desentrañar una oscura y horrible historia familiar. Pero los Vanger son una familia reservada, y Blomkvist y Salander están a punto de averiguar lo lejos que están dispuestos a llegar para protegerse”

Palabras más o menos, esto cuentan todas las reseñas, pero además en esta obra se habla del pasado nazi de los grandes capitales suecos, de la rigidez de sus instituciones, de ciertas hipocresías de la sociedad nórdica y sobre todo contiene una escena de pocos pero tremendos minutos.
El asesino captura al periodista y lo ahorca lentamente. En un momento detiene la tortura y ofrece un vaso de agua a su víctima, gesto que el torturado agradece. “Ves, dice el asesino, basta un gesto de mínima humanidad, para hacer renacer la esperanza” y retoma el gesto de ajustar la soga de acero.

Preguntitas sobre el hombre

La criminalidad humana es en algún aspecto incomprensible y por momentos las palabras se agotan o se vacían al explicar o siquiera recordar el horror. Y del otro lado: ¿donde rebotará el eco del dolor, el alarido del torturado? ¿En que hendidura de la psiquis del asesino, se quedarán los gestos de la víctima? ¿Será una tarea más la del verdugo, una rutina banal como sugiere Hanna Arendt, o como dice León Rozitchner “…algo de lo más propio debe morir definitivamente cuando se mata o se tortura al otro. Convertir el crimen en banal es la distancia que la institución prepara en el mismo asesino para anestesiar la conciencia y el sentimiento del crimen que ejecuta” Esto equivale a pensar que el asesino es de algún modo un espectro de sí mismo por el mal que hace. Puede que esto sea también un artefacto que usamos para no desertar de lo humano para defendernos de la maldad, a pura vida a fuerza de otros gestos.
Pero allí anda la historia, y los grabados en piedra de mayas y asirios con las ofrendas de corazones sangrantes. Los arcos de triunfo con sus trofeos humanos, la meticulosa documentación de Eichman, y el rigor y puntualidad de sus trenes, los cantos de gesta y las zambas con miles de degollados, “hasta que dolía el brazo” dice Sarmiento, de tanto resbalar la daga sobre el cuello de los prisioneros, las pequeñas victorias cotidianas de los secuestrados de las ESMA.
Por esos agujeros anda lo humano.
Hay ocasiones en que las canciones nos hablan solo a nosotros, como algún fragmento de una película sueca.

Miguel Riquelme

El castigo como doxa, sobre La cinta blanca de Michael Haneken



Después de ciertas reescrituras, de eliminar referencias a los momentos de escribir estas líneas (la ceremonia de la entrega de los Oscar, por ejemplo), de algunas dudas académicas, de esperar a que el youtube se estabilice (algunas teorías conspirativas de origen mafaldiano sospechan de la intervención china), de que Hernán Cazzaniga encuentre otro canal, tan o más placentero que la escritura en el blog, para desplegar su líbido, aquí va esta posible lectura de La cinta blanca, de Michael Haneke.

La peli comienza con una voz en off, una persona mayor, advirtiendo que no todos lo hechos a ser relatados pueden ser verdaderos, que hay cosas que sólo han sido escuchadas, y que aún mucho tiempo después, quedaron algunas preguntas sin respuesta. Sugiere - la voz - que tal vez esos sucesos podrían esclarecer los acontecimientos que viviría el país (Alemania) mas adelante. Relato de relatos: la voz en off, el blanco y negro y la duda sobre la veracidad de lo que se va a contar provocan una suerte de distanciamiento que hacen del filme un particular dispositivo crítico.

La sinopsis nos habla de un pueblo al norte de Alemania, entre 1913 y 1914, una comunidad rural en donde el tiempo se mide a través de las estaciones, los momentos de cosecha y los rituales religiosos. Una serie de extraños sucesos rompen la aparente tranquilidad de la vida aldeana poniendo en evidencia la violencia que permanecía oculta en ese bucólico pueblo rural. La voz del maestro del pueblo nos cuenta la historia en donde el pastor religioso, el barón y su familia, el doctor son los referentes de una sociedad jerarquizada de carácter intensamente feudal, patriarcal y autoritaria. Suerte de tipos ideales, los personajes, prefiguran relaciones sociales y culturales imbricadas en las prácticas cotidianas.



Es en ese marco donde Michael Haneke nos invita a profundizar, dejándonos gran parte del trabajo interpretativo a nosotros espectadores, sobre como a través de las prácticas sociales se encarna en los sujetos no sólo la formulación de la norma sino su aplicación práctica. Hace unos años atrás, el sociólogo Pierre Bourdieu, recuperó para el lenguaje de las ciencias sociales la idea de la doxa. La doxa era, en la historia de la filosofía, aquellas opiniones que, indiscutibles, se daban por ciertas. Una primera, y casi primaria, opinión sobre las cosas. Bourdieu la incorpora al esquema conceptual de los campos sociales y el hábitus. Lo que quería interpretar el sociólogo es aquello que en otros teóricos sociales aparecía bajo el nombre de ideología. Es decir, como opera (y, anteriormente, como definimos) las percepciones que de la sociedad y de nuestras relaciones con nosotros y los otros, tenemos. Conceptos como los de “falsa conciencia” – qué según el pícaro comentario de Stuart Hall siempre la tienen los otros -; o de ideología como falsedad concientemente construida; o, anticipando a Bourdieu, como la relación imaginaria (eterna y ahistórica) de los sujetos con la sociedad que desarrolló Louis Althusser. Para Bourdieu el campo social (los campos) son una suerte de estructura de relaciones objetivas en donde la agencia de individuos y grupos luchan (material y simbólicamente) por detentar el poder sobre el capital que dicho campo produce. La doxa son las creencias y prácticas sociales que se dan por naturales en cada campo. Si bien se desconocen sus fundamentaciones, aparecen como adecuadas sus formas de procedencia. El hábitus es la internalización de esas disposiciones y esquemas de percepción que se crean y se reproducen en la práctica cotidiana.

En la cinta blanca, cinta que se pone a los niños para recordarles el carácter puro e inocente que deben tener ante la vida cuando cometen una falta, es el castigo la doxa que atraviesa la vida de la aldea. Castigos físicos, corporales y castigos simbólicos que operan con una crueldad que marcan las vidas de quienes los sufren como una palpable y evidente cicatriz. Diversas formas tiene el castigo de expresarse en la película de Haneke: feudalismo, religión, autoritarismo, hipocresía cubriendo (y creando) un mundo de deseos que se metabolizan en prácticas violentas. La educación de los niños (y de los adultos) es el eje por donde se encarna el poder disciplinador del castigo y su reproducción. No hay aquí castigo basado en la norma racional del derecho (es decir en una de las doxas de la modernidad), sino que el castigo proviene de la tradición, de la religión. Y esa forma, ese esquema de acción práctica, es releído, reinterpretado, en su futura reproducción. Todavía – y esto se explicita hacia el final de la película – no se había escuchado la palabra guerra.



En el blog de la psicoanalista Daniela Aparicio (http://danielaaparicio.wordpress.com/2010/01/25/la-cinta-blanca-de-michael-haneke/) se desarrolla una interesante interpretación ligada a los imperativos “universales” de la (racionales) y los imperativos del goce, y de cómo, en su relación, pueden explicar el rostro sádico de la moral universal. El tema aparece, a mi modo de ver en el pensamiento absoluto y la violencia que se genera en el discurso de la verdad inapelable. Y eso, está en la producción simbólica y en la construcción de sentido que abreva en la lógica de un dios castigador y, bien podría decir, psicopatero.

Se deriva, de la interpretación anterior, una suerte de reflexión moral. Una incómoda reflexión que se aleja de los parámetros bienpensantes de la sociedad moderna. No hay redención, así como tampoco punto final. Sólo es posible pensar, que, en una de las tantas recreaciones o interpretaciones, el mundo pueda cambiar. No parece tan evidente. Como en el corazón de las tinieblas se escucha, se percibe, la voz de Kurtz (el de Conrad, el de Cóppola) diciendo: “El horror, el horror…”
Café Azar
Posadas, 2 de abril de 2010. -

El Blog está en orden

Felices Pascuas!

Escuché innumerables veces este deseo pero una me dejó y, creo que a muchos de los que por entonces habían asumido la militancia en el campo de la defensa irrestricta de los Derechos Humanos, en ascuas. Es decir sobresaltado por una sensación de extrañeza, que a poco de andar se convirtió en indignación y decepción. Eso si crispó y desmovilizó a la ciudadanía.

Para muchos fue el momento de quiebre de una ilusión, ¿de cierto pacto? Pacto tácito aún cuando no estábamos del todo de acuerrdo en la letra chica.

Pero para UNO fue el momento que opacó por siempre su vida, luego vinieron otros dobleces e impopularidades.

Extrañas coincidencias de la historia: Aquel mal paso y el paso a su inmortalidad, tiempo después, se reunieron alrededor de aquella festejada Pascualita Luna para unir metafísicamente el recuerdo de aquel Hombre y su circunstancia políticamente más despreciable.
El punto de su declive que sólo la muerte logró revertir.
Paradojas del destino de ciertos Hombres de Estado a los que la muerte redime. A otros ni el recuerdo los disfrazará de santos.

El análisis distanciado del difunto permite pensarlo en sus múltiples aristas, en la complejidad de su modo de actuar y las circunstancias a las que enfrentó. Invita a ejercer la bondad.

A un año de las exequias se reavivan los homenajes y las exégesis de su vida.
Exégesis en prespectiva que buscan legitimamente posicionamientos presentes. Que encajan la ausencia física del evocado en el presente de la disputa por el sentido.

Y está bien que así sea. Como político forma parte del discurso político, de ese tipo de relato que afirma a la vez quienes son los partidarios de una tradición que quiere proyectarse hacia el futuro, a quienes se oponen y a aquellos a los que pretenden sumar, ofreciendo una visión del deber ser, o del como sería lindo que fuera.

Lamentablemente en los útimos tiempos la expresión de estas visiones para algunos se reducen a una suerte de "va a estar bueno la argentina" cuando todos nos pongamos de acuerdo.
Es decir, de un no hacerse cargo del conflicto social o ponerlo en el afuera, dónde están los crispantes. De un surfear sobre la superficialidad sin aventurarse a los pliegues de la ola.

Tal vez por eso las versiones oficiales de quienes se disputan la herencia de Alfonsín (incluso portando su nombre y apellido) me resultan poco atractivas, no cuentan con mi adhesión, me ubican en otro lado.

En contraposición quisiera, para no ser descortes y ligar al muerto con ese único hecho, (o con el pacto de olivos, o con la incapacidad para enfrentarse a los grupos económicos que se lo llevaron puesto...) compartir esta lectura de un blog que se define como PUNK, NERD y Peronista que me resuena desde hace un año, cuando las loas al personaje corrieron por ríos de tinta y de bits.

miércoles 1 de abril de 2009

EL PRESIDENTE DEL PAÍS DE MAFALDA





Mafalda es la expresión cultural más acabada de la Clase Media. Una protagonista caracterizada por una insoportable capacidad de indignarse y una conciencia social poco comprometida, que se limitaba a comentar lo mal que funcionaba un mundo manejado por fuerzas ajenas al mismo comentarista. Todo esto sazonado por un posibilismo bienpensante condenado a las peores decepciones. ¿Tienen algún amigo/compañero de trabajo así?Para Mafalda los años '60 habrían sido un agradable paseo si no fuera por la guarangada que cometió Onganía al meterse con la Universidad (ser Universitario es una señal de distinción más clara que el barrio en el que se nació). La proscripción y la intervención de los sindicatos estaban dentro del límite de lo aceptable, los Bastones Largos eran intolerables.Este personaje perfeccionado en los años '60 entró a los '70 desorientado, ya que el cordobazo le recordó la existencia de otro país. Los años de la represión ilegal fueron una época de horror para Mafalda, pero siempre visto desde afuera. Siempre como comentarista indignado, condenando en abstracto desde las líneas de su tira cómica.Está de más decir que la carrera política del Dr. Alfonsín siguió fielmente esta elipse, y se consagró en el '83 con los votos de millones y millones de mafaldas, muchos antiperonistas y bastantes compañeros. Fue el presidente del país con el que soñaba Mafalda. Por eso se dirá que "fue un político de la Democracia", porque para Mafalda la única democracia válida fue ésta, la democracia peleada con los sindicatos y con un peronismo derrotado. Por eso es que hoy y en las próximas semanas escucharemos tantas pavadas y tantas frases vacías. Son las cosas que se escuchan cada vez que llora Mafalda.Nosotros rescatamos a otro Alfonsín. Al Alfonsín estadista, aquél que sabía que gobernar un Estado no es lo mismo que hablar en la tele. Aquél que mandaba a la oposición "al llano"; que tomaba la palabra en la Catedral para discutir con la Iglesia y que soportó estoicamente la chiflatina propinada por la Sociedad Rural en el año '88. Un presidente que le vendía armas a Irán desafiando al consenso de Washington y que votaba en favor de Cuba en la asamblea de la OEA. El mismo que no tuvo miramientos en negar espacio televisivo a abiertos simpatizantes y cómplices de la dictadura militar como Gerardo Sofovich y Mirta Legrand. Rescatamos al Alfonsín que no le gustaría a Nelson Castro y que le genera contradicciones insalvables a Mafalda.
Una proclama de ManuK
Hernán Cazzaniga