Algo del sur II


Detrás de las jarillas asoma el casco de un alemán agazapado, el trámite es sencillo, abrirse en pinza, por la derecha el sargento con el soldado Kaje y por este lado el teniente y Little John.
Las balas salen literalmente escupidas y barren al pobre sin darle tiempo a darse vuelta. El alemán, es decir “Chichito”, se limpia los mocos que se caen solos por el frío, con la manga sucia del pullóver ; le pasa al sargento la metra hecha con parte del respaldo de una cama vieja y dice “la próxima, soy sargento” y se sacude las rodillas del Far West, parchado.
Chichito algunas horas antes, a pesar del pelo pajizo de galès de “galenzo” , había sido un apache vencido por el séptimo regimiento es decir los otros cuatro. La cuestión pudo haber comenzado a las diez de la mañana después del mate cocido o del café, cuando Cesar silbaba en el portón, con Pancho acompañándolo gomera al cuello, camino a lo de Fabián y Chichito que vivía al lado. Chichito era en realidad Agel Ellis, hijo de Michael Ellis y Elluned Humprheys, galeses nietos de galeses. El campo de batalla, Arizona o la canchita era la inmensidad pedregosa. Después del arroyo es decir a cien metros de las casas, solo había desierto, todo el resto de la patagonia para jugar. Un patio infinito y helado. Juego salvaje, nueve años, frío y ninguna mujer.



Algunas expediciones, se dedicaron a la cacería de dragones o cocodrilos, según se encontraran lagartijas o “matuastos” unos lagartos espinudos y bravos que según los mayores podían matar a un caballo. Con suerte una araña pollito podía completar la hazaña de la jornada. Las armas eran poderosas ramas de libustro afiladas en la punta, o tablas de cajón de manzana.
Si la expedición era por la vías viejas del tren, las mismas tablas se transformaban en espadas romanas, o los tallos de girasoles secos se convertían en floretes, y sables de mosquetero con hediondos cubremanos fabricados a partir de los envases vacíos de lavandina.

En alguna ocasión sir Charles Darwin llamó a estas pampas “tierra maldita”. Pocos años después los británicos de segunda expulsados por la reina Victoria poblaron los valles del Chubut.
Simplemente vivieron allí al lado los tehuelches. Así en el barrio, vivía un bisnieto del cacique Sayhueque, y un descendiente de Yanquetruz, los Ellis, los Puig, Los Smith, Los Cayún, y los Catrileo. Tehuelches, Manzaneros, Mapuches, Galeses, norteños de toda laya y nosotros. Todos en la misma canchita interminable, en el medio del frío que suelta las mocos y amorata las manos.



A los paisajes hay que aprender a aprenderlos, lentamente se van convirtiendo, como quiere el viejo Atahualpa, en un silbo, en una demorada manera de andar por el mundo. La escarcha se instala definitivamente en los pies y en las asentaderas, y uno camina como si todavía estuviera allí, saltando matas, cazando lagartijas, robando manzanas o medias para hacer una pelota.
Como propone Liviana puede que esa tierra que para Bruce Chatwin era un misterio, sea un lugar al que nunca se termina de llegar, puede también ser un vasto desierto, revelado en siestas sucesivas. Rico y hermoso en su parquedad, espinoso y áspero siempre. Conocido como alguna piel iniciática, adivinado y sorprendente. Caminar kilómetros sin hablar, sentarse a mirar el valle desde las lomas, esconderse de los remolinos, o ir a buscar la pelota mil metros porque se llevó el viento, son marcas que arman el cuero. Si uno quiere, es paisaje que anda, puede entonces que esa infancia- tierra, se quede con uno para siempre, que la mirada sea tan árida como las estepas, que el caminar repita la inclinación propia de luchar contra el viento con los ojos entornados, o que el silencio sea un forma de llenar el espacio, claro siempre hay que saber y hay que querer hacerlo, así también esa meseta sea un lugar del cual uno nunca termine de despedirse.

Miguel

1 comentarios:

liviana divaga dijo...

Hola Miguel!!! Me gustó este diálogo implicado con el legendario sur. Se leen tus huellas por ese territorio y las marcas que te habitan.
Y sí, uno espera volver porque es pura inmensidad.

L.Divaga

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