De camisetas, himnos y pasiones fuertes.
Parece difícil sustraerse a los efectos y resonancias de la próxima temporada del mundial de fútbol; es un tema público recurrente que se dice en muchos idiomas. Hay mucho para leer y escuchar; proliferan tantas relaciones que redundan y otras que echan luz sobre algo inconmensurable:
cuán hondo cala el deporte en el ánimo de tanta gente.
Como suelo andar por la tangente, me salió al encuentro otra historia, el
Mundial de Rugby de 1995 en Sudáfrica. Otro deporte, en el mismo país que será la meca de la próxima peregrinación deportiva y que estará en todas las pantallas para quién sabe cuántos millones de espectadores.
Un libro (que leí) y una película (que no pude ver aún) nos hablan de
la Sudáfrica de Mandela presidente y de otra de sus magistrales jugadas de líder político: su país era la sede de aquel mundial; el seleccionado nacional de rugby estaba integrado por la flor y nata de los afrikaners (hijos de los holandeses y de algunos británicos que fueran los patrones coloniales), un puñado de corpulentos atletas blancos que lo practicaban como legado étnico; y en ese tablero, Mandela se propuso lograr que la participación del seleccionado sea vivido como gesta por todos los sudafricanos. Y que el posible triunfo de la copa mundial fuese sentido como propio por el país entero. Por supuesto, también debía convencer de lo mismo a sus partidarios y a amplios sectores no blancos, perseguidos y humillados por la minoría política afrikáner para que hincharan por esa selección como por un equipo representativo del pueblo sudafricano.
Mucho pedir, no?.
Sin embargo lo logró; cómo lo hizo, qué movidas tácticas preparó, cuáles obstáculos se le presentaron, eso y más es la materia narrativa de
El factor humano: Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación (Seix Barral 2009). Su autor
, John Carlin es un periodista inglés ganador de varios premios, que ha publicado crónicas de reportajes, y alguna novela. Fue corresponsal en Sudáfrica por mucho tiempo, y allí tomó nota de aquello que aconteció, un suceso que seguro excedió el titular o la nota a tres columnas. Varios años después de acontecido el evento, se propuso reconstruir esa movida magistral del líder en la que logró que aquel triunfo deportivo protagonizado en la cancha por un puñado de blancos afrikaners fuera celebrado por todo el pueblo.
Entrevistó a Nelson ex–presidente, a varios de sus allegados, a políticos opositores y a los jugadores de la selección. Al mismo tiempo debió investigar pormenores de la historia de la transición política que cerró el apartheid y abrió la oportunidad de elecciones políticas. Lo hizo para poder dar idea de cómo la vieja y violenta trama política debió entrecruzarse nuevamente en esta otra batalla a ganar: convencer a sectores antagónicos por historias antiguas y aún recientes, de abrazar un mismo sentimiento nacional, resignificando un símbolo como el rugby, en el que esas mismas cruzadas antagónicas conjugaban una tensión de fuerzas y valoraciones históricas.
¿Es crónica periodística? Excede la entrevista personal a Mandela; brinda otros datos obtenidos de primera mano, diversas fuentes testimoniales sobre personas y acontecimientos. ¿Es novela histórica? Su escritura (traducida para nosotros) no se destaca por un gran virtuosismo poético; sin embargo su trabajo estilístico conduce los hilos en distintos tiempos narrativos, en secuencias alternas de política y vida pública, y te lleva con entusiasmo hoja tras hoja, con algo de suspenso e intriga, con escenas muy elocuentes como fotos documentales. Libro en las fronteras del periodismo y relato de autor, es por momentos inclasificable, y una siente que es la historia, lo acontecido que se apodera de la obra misma.
El rugby (deporte que no entiendo ni me gusta) fue la piedra de toque de una movida política más grande que una cancha y un título; tan crucial resultó su importancia para la vida social que se transformó en una oportunidad entrevista por la sensibilidad inteligente de Nelson Mandela.
Dirán muchos que el uso del deporte por el poder es algo antiguo y siempre vigente; pero este caso es particular. No se trataba de exaltar fuerzas y ánimos ya predispuestos por su simpatía hacia los símbolos encarnados en un campeonato; no sólo pretendía extender y envolver con la misma euforia a sujetos sensibles a unas pasiones colectivas ya inculcadas.
Mandela pretendía construir nacionalidad en un territorio donde se odiaban dos colores. Y como de símbolos se trata, negoció que siguieran con los mismos colores de la camiseta, que se bajaran banderas sectoriales y que en la cancha los deportistas y todo el público cantaran el Himno Nacional de Sudáfrica. Su base era la legendaria canción bantú
Nkosi Sikelel' iAfrika (Dios bendiga a África) creada en el siglo XIX por Enoch Mankanyi Nsotongael. El nuevo himno recreado en 1994 bajo el gobierno de Mandela recompuso la versión original con fusiones del antiguo himno nacional Die Stem (creado por Langenhoven-De Viliers), y en ella se incrustaban, además, palabras de las lenguas más habladas en ese país (bantú, xhosa, zulú, sesotho, afrikáans e inglés).
Este desafío a un destino de guerra racial sin fin fue concebido por quien fuera un joven militante del Consejo Nacional Africano en los años 40, cuya dirigencia estaba exilada y cuyos seguidores se aglutinaban en torno de la resistencia de algunos sindicatos. Ese mismo joven que marcó tendencia en la campaña de desafío al régimen de supremacía blanca al quemar ante los fotógrafos el carnet de paso identificatorio para la población negra, luego imitado por millares de personas y quien organizara el brazo militar armado del Consejo Nacional Africano, decisión que le costó la cárcel desde 1962 y por más de veinte años.
En la lectura una va comprendiendo la magnitud de esta iniciativa política: jugar fuera del campo otro gran partido, entre bandos enfrentados por la historia y la memoria reciente que apenas aprendían a convivir luego de
aquel prolongado tiempo del apartheid.
Recordemos que ese sistema de administración colonial, calificado por las Naciones Unidas como
crimen contra la humanidad, y por el mismo Mandela como
un genocidio moral, imponía el aislamiento y los controles policiales en las zonas deslindadas por alambrados en la Ciudad del Cabo entre sociedad de blancos y de negros. Hubo controles militarizados y policiales permanentes, brutales represiones a las protestas, persecuciones y maltratos a sus líderes políticos, con cárcel y torturas. Se le hizo frente con la fuerza de un pueblo oprimido, con una resistencia social que tomó incluso la forma de lucha armada.
La presión internacional contra el apartheid incluyó boicots a esa misma selección de rugby en torneos anteriores fuera de su país, entre otras medidas. Pero la verdadera transición hacia el fin del régimen tuvo a Mandela como pieza principal desde la cárcel. Él comprendía más y mejor que muchos cuán difícil es dejar atrás ese proceso infame que fuera considerado
una de las mayores vergüenzas del “siglo XX civilizado”. Su liberación y la organización del partido que sería triunfante en elecciones libres, fue un respiro jubiloso y esperanzador para los luchadores del mundo.
El libro nos permite verlo nuevamente en el ruedo de la astucia, la creatividad y la garra política, para conseguir un nuevo triunfo, que calculaba como mayor y superador de cualquier copa: que blancos afrikaners y africanos negros pudieran pensarse y sentirse juntos en este evento, al menos. La crítica releyó el tituló del libro como
el Factor Mandela, y elogió el esfuerzo por novelar la historia que se hace ver desde aquel evento.
Una última anécdota es significativa: ¿quién entrevió el posible destino cinematográfico de este libro? ¿Fue Carlin o Mandela, quien entre las bambalinas del reportaje dejó deslizar que esta vez, si hubiera película, le gustaría que fuese Milton Friedman el actor que lo encarnara? El mismo periodista se ocupó de llevarle la idea al actor en un encuentro en Irlanda, y a la distancia,
el efecto Mandela, su tremenda seducción y visión de futuro, volvió a actuar.
Una vez más, la historia fue movida por la fuerza de su deseo, y así llegamos a
Invictus (2010) que dirigió Clint Eastwood y estuviera presente en la última entrega de los Oscars, Por supuesto, Carlin tuvo participación en el guión y contó además con el co–protagonismo de Matt Damon en el papel de François Pienaar, el capitán de los Boks.
(¿Es muy tendencioso ver esta lectura de Eastwood como una nueva jugada que el cine le hace a la historia construida por Mandela? ¿Como las dos versiones del mismo director sobre la guerra del Pacífico? Si nos atenemos a las fotos de tapa y a la foto de cartelera, respectivamente, se notan ciertos juegos de posiciones, de tamaños en las imágenes. Pero tendría que ver la peli para opinar, por ahora es una hipótesis).
Porque estos dos textos son la historia misma que sigue escribiéndose y haciéndose visible cuando tantas luchas se dieron y tantas batallas se ganaron y perdieron.
Y mientras tanto, Sudáfrica espera otra efímera oportunidad cuando desembarque el próximo mundial.