Badía, la radio y los tiempos que cambian
De Juan Alberto Badía recuerdo su voz en la
radio aquellas noches de adolescencia
vital y confundida. Tiempos de dictadura, de sentir el peso de que algo no
podía siquiera ser mencionado, y que la muerte y el dolor rondaban en las
calles que caminábamos o recorríamos en bicicleta. “Bailando sobre la sangre de
los demás”, escribió algunos años después Andrés Calamaro. Tiempos de colegio
secundario, de extrañamiento. Algo cambiaba en mi forma de ver, de verme y ver
a los demás. De entender que había caminos –aunque todavía impensados – que nos
separarían, desconociéndonos. Melodías y armonías, cada vez más extrañas entre
sí, configuraban otros mundos desde donde nos despedíamos de lo que fuimos, de
lo que nos unía y de lo que imaginábamos ser.
No puedo pensar mi adolescencia, mis años
de secundaria, sin el uniforme del colegio, la serie Kung Fu, las rateadas a la
costanera del Rio de la Plata ,
los asaltos en que nos colábamos para ir a bailar, el temblor y el deseo de
sentir el cuerpo y la respiración de la chica que me gustaba en ese temeroso
acercamiento que significaban los lentos, los vinilos, que escuchábamos
religiosamente (aparecen en una suerte de feed back las tapas de los discos de
Yes, Genésis, Supertramp y Pastoral - En el hospicio -), y la voz de Juan
Alberto Badía – a la noche - en la radio, que escuchaba en volumen bajo para no
despertar a mis hermanas que dormían en la pieza contigua.
Había allí, en esas voces, en la voz de Juan
Alberto, una puerta hacia otro lugar,
distinto, otra música que me llevaba a sentir algo parecido a lo que ahora
podría definir, sin mucho entusiasmo, como libertad (demasiada palabra, me
parece). Pero así era, o al menos así siento que se sentía. Escuchar Almendra, The Beatles, The Animals,
Aquelarre, La máquina de hacer pájaros fue para mí como descubrir el pasaporte
a cierto estado de felicidad y de placer. Y el tipo que conducía ese programa
con el nombre de una marca de zapatillas (Imagináte Flecha Juventud, se
llamaba) era Juan Alberto Badía. Lo acompañaba Graciela Mancuso. Sus voces eran las
que abrían esas puertas de la percepción. De ahí que el nombre, la voz, y la música que
proponía Badía (en radio, después en televisión) quedaron íntimamente ligados a
una parte de mí que indefectiblemente comenzaba a disolverse. Como en la película
del director mexicano cuyo nombre no me acuerdo y en donde cada personaje
interpreta el paisaje según su estado de ánimo, la evocación de esa radio
prendida a la noche – las inflexiones, el decir de Juan Alberto Badía - forma
parte del paisaje de esa adolescencia en donde el descubrimiento, el absurdo y
el ridículo son sólo reflejos apenas capturados por estas palabras.
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