Paradoja



Imagen: losandes.com.ar

Elogios, loas, honores. De a miles. En cartas, carteles, cantos y vítores.

En abrazos, en llantos, en puños apretados.

Gigantesco respeto a quien muere por lo que cree,

que lo trasciende, que está más allá de él, que no es él

y también lo es, ese asunto de ser con otros...


Los que son su propia causa, viven años

entierran a varios, ven pasar a sus enemigos en restos...

no se enteran que la memoria los salteará

hasta otros inmolados...


Serán apenas buenos o apenas malos

hasta donde los deje el olvido

serán un dato.


Luego del salto mortal del héroe inesperado

la emoción de la orfandad

el miedo sorprendido de saber que

-antes-

se estaba asegurado


tranquilos para ser ácidos

críticos

escépticos

y de repente

azorados de miedo

y desamparo


Es que el encendido

excedido

incendiario

parece no haber apuntado

la herencia de su antorcha

y es difícil creer que tantas lágrimas

no humedecerán las chispas

que se juntan en la calle...


Y puede ser, cómo saber

si lo que se pretende pasto

tiene raíz para madera...

y al final, decisión para ser árbol.


Paradoja del dolor, la del llorar al desbordado

al saber que es mi propia representación

la que estoy llorando

y dudar, pequeña yo, particular, que es plural

que es nuestro

el fuego que inflamó ese corazón...

no entender

que pobre de mí, entonces sí,

si se me da por apagarlo...



28 de octubre de 2010

Porque octubre, en Argentina, es sin dudas peronista.


Néstor

Pensé en mi viejo, que no era peronista pero si cabecita negra. Un santiagueño en Buenos Aires. El casi no hablaba, pocas veces decía algo sobre política. Contaba, a veces, lo que había vivido. Sus años jóvenes en un pueblo perdido en el interior de Santiago del Estero (Estación Garza). Una anécdota, que con la repetición –y quizás ni siquiera con eso – pintaba lo que fue el peronismo en el país profundo. La elección que se relata en la memoria como “Braden o Peron”; llevar la urna a los lugares más perdidos, a los ranchos más alejados. Y el asombro de las autoridades cuando desde las urnas salía el nombre de Perón. Eso contaba mi viejo, con pocas palabras y menos adjetivos. Después Buenos Aires, y la solidaridad entre los migrantes garceños, para afrontar los gastos de los sepelios en un comienzo y la fundación de un club de residentes, después. Tal vez mi viejo esté reflejado en aquella iluminada frase del personaje de Osvaldo Soriano en la novela No habrá mas penas y olvido - y que Leonardo Favio le hace decir a Gatica -:.“Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Mi viejo, tal vez sin saberlo. Siempre fue peronista.
Pensé – también – en mi adolescencia durante la última dictadura. En los susurros, en los intersticios, en lo prohibido. Después, la militancia – en los ochenta - ya en la facultad, fuera de la casa de mis viejos, fuera de la ciudad en donde creíamos que ir a ver un recital de rock era ser un transgresor. La militancia aquí en Posadas, abrazando con convicción e ingenuidad la idea de un peronismo revolucionario, transformador, nacional y popular. Las palabras que compartíamos eran las contraseñas (no existía en ese horizonte semántico la palabra password) de un universo compartido que recuperaba las épicas libertarias de los setenta, el imaginario mítico del peronismo, y la claridad cegadora de que la historia – como un dios – iba a poner las cosas su lugar.
Después, el futuro llegó (“todo un palo, ya lo ves”) y sentí que la democracia sólo era una nueva forma de sumisión. Que la política era administración de escasos recursos, que la economía asumía un carácter divino y despótico, que no había lugar para nuevos sueños y otras formas. La militancia – una de esas tantas palabras que nos hacía sentir parte de algo – se había perdido en las bellas piernas de las promotoras que repartían folletos en cada acto eleccionario.
Y así, desde la abulia y el sinsentido (obviamente instalado, resaltado y subrayado) pasaron los noventa. A las llamadas crisis del sistema, se respondió con lógica de eficiencia, de sumisión, de exclusión. A los números, decían, no se los discute.
Pasado el dos mil uno, otra vez, el peronismo expresaba las contradicciones de la sociedad y la política del país. Un chiste, de la época de militancia en la facultad, que solíamos repetir ajenos a ecos trágicos del pasado o a funestas predicciones, decía que el peronismo es tan amplio, que tiene el enemigo adentro.
Fue entonces que apareció Néstor. Rompiendo, jugando, con los protocolos. Aquellas palabras (tan nuestras, tan guardadas) volvieron a aparecer. Ya no era la economía sino el estado el que asumía un rol protagónico, de liderazgo, de reparación a los sectores mas débiles que sufrían ante la sangrienta ley de la economía absoluta, omnipotente, omnipresente. También fueron los cuadros de los infames dictadores que Néstor, como comandante en jefe de las fuerzas armadas, ordenó descolgar. Símbolo que después fue sostenido en los juicios de la verdad, en la recuperación de un relato político que parecía haber quedado sepultado en las leyes de obediencia debida y punto final. Fue, sin duda, el punto de partida de un proceso que entre otras cosas gestó la asignación universal por hijo, la reestatización de la caja jubilatoria y la posibilidad de pensar una ley medios audiovisuales que abriera el juego para todas las voces, desarmando, desmontando, el monopolio de la palabra, de la voz. Sólo algunos ejemplos de cómo la política puede cambiar el estado de las cosas desnaturalizando lo dado, poniendo en cuestión el orden establecido, transformando las cosas.
Y fue Néstor el que motorizó, el que recuperó las palabras que parecían haber caído en desuso, el que planteó la necesidad de discutir política, ideología, modos de vida y modelos país.
Después de mucho tiempo sentí que podía ver un gobierno que tomara las banderas históricas del peronismo, que fuera capaz de combinar aquel aluvión de los sectores populares que entendieron y sintieron que vivir feliz es un derecho con la mística combativa de los años setenta. De hecho, sus enemigos acuñaron la palabra “crispación” para descalificar la discusión política. No es poca cosa. Ya sé - y tal vez exagero -. Sin embargo, así, en esos términos, Néstor hacía política, construía poder y generaba las condiciones de la transformación. Así suelen ser los liderazgos, suerte de diálogo, de intercambio, entre las esperanzas, los sueños y las denuncias testimoniales del pueblo y la toma de decisiones de una dirigencia atenta y comprometida. Algunas cuestiones están todavía sin resolver (pueblos originarios, modelos de desarrollo, extracción de minerales y petróleo). Sin embargo, todavía se alimenta la esperanza de que más cambios están por venir.
No pensaba, al comienzo de esta nota, hacer raccontos políticos (aunque hablara – escribiera – sobre un tipo que hizo de la política una herramienta de transformación y diera por ella su vida). Pensaba en como, aquellas postales del peronismo en el interior del país que mi viejo apenas contaba, y las feroces discusiones del asambleísmo estudiantil en los ochenta se actualizaron con un tipo que llegó a presidente con un veintidós por ciento de los votos. De vuelta, las palabras adquirían otros sentidos. Nuevas - y viejas - contraseñas abrían las puertas de la transformación histórica. 
Eso, entre otras cosas significó Néstor para mi.
Un tipo que prefirió cambiar las cosas a dejarlas como estaban. Un peronista de aquellos que saben que la política es el medio para construir, o por lo menos para ir en camino de una patria de la felicidad.
Por todo eso, gracias Néstor!

Café Azar
Posadas, octubre de 2010. -

Lo inesperado no espera

Lo inesperado es eso que ocurre cuando uno menos lo espera.
Contra toda certeza irrumpe y mueve sentimientos profundos.
Produce una felicidad momentánea, espontánea, sincera…
O tristeza.
Lo inesperado, también, puede producir una tristeza inmensa.
Lo inesperado es ese gol que ocurre cuando ya habíamos perdido la esperanza de ganar.
Es el gol que nos hacen cuando teníamos el resultado asegurado.
Lo inesperado es lo que nos mueve de la dicha a la tristeza y viceversa.
Simplemente acontece y nos cambia la vida.
Lo inesperado descoloca.
Es una multitud que se hace visible un 17 y cambia la historia para alegría de muchos y odio de otros.

Y también fuiste vos apareciendo de vaya a saber donde.

Todo puede pasar cuando uno menos lo espera.
Ahora... ahora la espera me desespera.
Hernán Cazzaniga

Variaciones infinitas 8

Si la tecnología no me hace algún gesto esquivo, ensamblo al fin la nota. 
Es que se me va este 17 de octubre, y quería atar esta crónica a su calendario; el regreso del sur y sus espacios patagónicos me devolvieron unas ganas por refrendar algo, que quizá no sea necesariamente
lealtad sino más bien confirmación de sentires.
Río Turbio, pueblo minero por antonomiasia en Santa Cruz, se inscribió con fuerza en la memoria de este día peronista. Se me presenta como una síntesis de aquella voluntad colectiva que materializó un proyecto político tan inmenso en el legendario tiempo del primer gobierno justicialista, aquel que ocupó las fuerzas del Estado para sostener intervenciones fundamentales en la vida social argentina.
Allí, unas siglas emblemáticas, incrustadas en los tanques de YPF y en los rieles de YCF recuerdan algo de todo ese impulso gigantesco; construcciones de un tiempo glorioso donde las actividades petroleras y carboníferas, principalmente, dieron sentido al repoblamiento en unos territorios tan inhóspitos. Las ciudades que todavía albergan a las personas dependen directa o indirectamente de aquellas iniciativas que aún sobreviven, con auras decadentes, los procesos de desmantelamiento de décadas (los milicos, el neo liberalismo menemista). Si toda la tragedia de la Patagonia hasta 1930 parecía la venganza de Magallanes, los ferrocarriles y los yacimeintos abandonados parecen hoy la secuela de esa interminable vendeta. 


 Entre cada poblado, se recorren varios cientos de kilómetros de ruta que atraviesan inmensidades apenas demarcadas por los alambrados de unas estancias inconmensurables, heredadas o compradas a los ingleses, galeses, y españoles que tempranamente usufructuaron los espacios patagónicos y explotaron a los trabajadores rurales.

 

Contaba José María Borrero en 1928: “Terminados en Santa Cruz y Tierra del Fuego los trabajos de roturación, consistentes en destruir y hacer desaparecer las que se consideraban malas hierbas (los onas y tehuelches), comenzó para los “primeros pobladores” la segunda más ardua parte de su tesonera labor: encontrar cuidadores de hacienda, buenos ovejeros, que entre los indios no podía ni les convenía reclutar, porque acostumbrados por una a la fácil ganancia de una libra esterlina por cabeza humana, que representaban, no podían conformarse con los míseros sueldos que se les ofrecían, y engreídos de otro lado por los vínculos de crímenes que a sus patrones los ligaban, adquirían el hábito de tratar a éstos con excesiva confianza y en ocasiones con familiaridad insultante.
Se trajeron hombres de Inglaterra y España, pero en principio no daban el resultado apetecido, pues no es lo mismo cuidar ovejas mansas, domesticadas al son de la gaita o las blandeas montañas escocesas, que sujetar hacienda arisca, casi baguala. (…) Y viérase cómo entonces era solicitado el peón criollo, el hoy despreciado gaucho argentino. Poco andariego como es, llegaba en pequeñas proporciones y a grandes intervalos, de cada ocho a doce meses. (…) Pero prontamente empezaron a encontrarles defectos al peón argentino. Su altivez congénita, su indomable altanería dentro de modalidades de modestia y humildad. (…) Nada de extraño entonces, que dotado de esas cualidades, no les gustara aguantar ancas y ante la primera imposición del amo pidiera inmediatamente la cuenta y ante la primera insolencia del mismo le largara la correspondiente puteada; era el grave defecto de la altivez criolla. (…) Hubo que conjurarlos de inmediato de todos los establecimientos de trabajo, substituyéndolos por trabajadores españoles . Y es por eso que ni para remedio se encuentra uno de ellos en las estancias patagónicas; los pocos, los muy contados que restaban, fueron los primeros en caer en las masacres de 1921.” (La Patagonia trágica).

 En contrapunto a la estepa, los hielos del glaciar Perito Moreno, a 90 kms. de El Calafate, poblado de incipiete prosperidad por el turismo internacional y el patronazgo presidencial.
Como es inicio de primavera, algunos trozos caen con estruendo de dinamita. Y desaparecen de la superficie para dejar todo casi intacto.  

Como insisto en poner tamaña naturaleza en alguna proporción humana, retengo estos datos: tiene la superficie de la ciudad de Buenos Aires, y el paredón, una altura promedio de 60 metros de alto, algo así como ocho o nueve pisos de un edificio. 

Este domingo el PERON de Leonardo Fabio trajo imágenes en blanco y negro, algunas en color, de una memoria doctrinaria y una pasión argentina. Esta evocación siguió huellas políticas de helada bravura, iluminadas por interminables labores de vientos, nubes y cielos; en todas hay ecos de otras luchas, unas cuantas derrotas y pérdidas, y otros tantos intentos victoriosos, cotidianos, por arraigarse en los confines australes.